Si bien parecieran un cliché muchos de los aspectos del mundo gay que se imprimen en la narración, la ironía le da una vuelta de tuerca al evidenciar que la originalidad está precisamente en mostrar cómo la sociedad determina los espacios de vida y acción de ciertos sectores periféricos.
Escribir una novela es ya un reto, escribir una novela corta, más. Porque la novela breve es lanzada, casi siempre, a la periferia, no es un cuento y por lo tanto se ve fuera de lugar en una colección cuyo equilibrio depende de la extensión, del contenido y modelo narrativo, que también convendría revisar; pero no es tampoco una novela en su sentido más tradicional. Por eso los editores, en su mayoría, no se arriesgan a publicar un texto si no cumple con el rigor de un buen número de páginas —obsesión esta de los folios como si fuera el único límite real entre un género y otro—. Por ello celebro que la editorial Librosampleados (2016) se aventure a publicar textos poco convencionales, tanto en argumentos como en tonos narrativos o géneros literarios marginados.
Para ejemplo aquí está Mala leche, de Constanza Rojas, que con desenfado y desenvoltura se acerca a un tema que ha dejado a muchos en la orilla del intento y se dispone a contarnos una historia hecha de muchas tramas. Contar así, a retazos vivenciales, es un inmejorable acierto que los lectores agradecemos al acercarnos al mundo de estos personajes desde los diálogos frescos y momentos específicos de sus existencias, patéticas la mayoría de las veces.
Sin hacer filosofía de la vida, pero sí con buenas dosis de sarcasmo, Rojas Caballero va mostrándonos lo abigarradas que pueden ser las relaciones interpersonales. Si bien parecieran un cliché muchos de los aspectos del mundo gay que se imprimen en la narración, la ironía le da una vuelta de tuerca al evidenciar que la originalidad está precisamente en mostrar cómo la sociedad determina los espacios de vida y acción de ciertos sectores periféricos. Con ello consigue confeccionar un libro redondo bien estructurado, alejándose de lo morboso con un discurso no ajeno a cierto humor negro para que el lector se aproxime a las diferentes variaciones de sus personajes asfixiados en un sistema educativo y cultural.
Bajo el recurso literario del pastiche de voces y de situaciones la narración fluye, vamos tropezando con las angustias, los miedos, pesares, odios, traumas, complejos, que nos ayudan a esbozar que está pasando con Virgo, con Patricia. Ellos son actores principales de un melodrama —que recupera la idiosincrasia mexicana de la cultura popular—, encasillado en los estándares de la moda pop, de los estereotipos de siempre, que los orilla a pensar que la marca de cosméticos Mac les ofrece, bajo la ilusión del maquillaje, el paraíso de la convivencia, de la aceptación personal y social. La belleza como motor de un mundo donde si no brillas te desvaneces. Bajo esa fachada de frivolidad se esconde un universo de abusos, de engaños, de hipocresía, de dobles vidas, de negación, de competencia. Todas las relaciones de esta historia son enfermizas: desde la abuelita al novio buenísimo, pasando por los amigos del alma a la conmiseración de un patito feo que nunca se convertirá en cisne; las madres son más inmaduras que los hijos y la figura paterna sólo encierra oscuridad.
Mala leche nos muestra toda la “mala leche” que hay en cualquier sector social. Constanza Rojas Caballero escogió uno de los más vulnerables y expuestos como es el universo homosexual; pero también el de las mujeres, mostrando la fragilidad de grupos que no encuentran sosiego ni en su propio clan. El fin de Virgo no hace sino confirmar su miseria, eclipsado por las divas de los ochenta Verónica Castro y Lucía Méndez, y mientras lee Grandes Esperanzas se va diluyendo poco a poco entre una vida promiscua y un pasado cruel.
Esta novela corta que entreteje muchas viñetas de la cultura mexicana, que retrata estereotipos en los que podemos caer todos, refresca el panorama de las letras que disfrazadas de solemnidad no toca las fibras sensibles de aquellos que viven a la espera de algo que aligere sus miserias, o por lo menos se las muestre. ®