¿Cuáles son las victorias de Twitter? ¿Existen victorias? ¿Cuáles son las verdaderas posibilidades de aquello que llamamos periodismo? ¿A qué llamamos periodismo? ¿Para qué sirve? ¿Sirve? ¿Debería Elmo dar las noticias en vez de Carlos Loret? Tal vez..
La galletita de la suerte que abrí hoy en mi comida decía: “Si así lo deseas, se te presentarán oportunidades”. Tendrán que disculparme los tres o cuatro lectores que siguen esta columna pues tomaré la oportunidad que el actual dossier me plantea para reflexionar un poco acerca del periodismo y ligarlo, finalmente, con el arte.
Comencé a leer un libro hace un par de días, The pirate’s dilemma, how youth culture is reinventing capitalism, de Matt Mason. Sonaba prometedor, optimista, desafiante. No lo fue, como no fue justo comenzar a leerlo inmediatamente después de terminar Amusing ourselves to death, de Neil Postman. En cualquier caso ambas lecturas me remitieron a un punto nada distante de mi educación en el que yo asumí la postura de representante oficial de aquella, supuestamente revolucionaria, juventud del primer libro.
Corría el lejano año 2009 y yo cursaba una maestría en periodismo. La mayoría de mis compañeros eran más grandes que yo, algunos por décadas. Mis maestros, veteranos de diferentes medios y academias, oscilaban entre lo anecdóticamente fascinante, lo moderadamente educativo y lo imposiblemente inútil. Entre ellos (especulen sobre la categoría) se encontraba Blanche Petrich Moreno, fundadora, reportera y cronista de La Jornada, quien en diferentes momentos articuló torpemente su desconfianza y menosprecio a las redes sociales. Frecuentemente, dada su evidente ignorancia y poca familiaridad con los medios en cuestión —Twitter, principalmente—, sus opiniones se quedaban en sólo eso, en las opiniones asustadas de una periodista de carrera que veía en una nueva tecnología que recompensa lo nuevo e inmediato un peligro para su labor periodística basada en el supuesto análisis de fondo.
Siempre estuve en desacuerdo con sus posturas y así lo expresé mientras me lo permitió —ya en el colmó del hartazgo Blanche se volteaba y cubriéndose con una mano el ojo que alcanzaba a verme preguntaba: “¿Alguien más opina algo diferente?” A lo que el silencio le respondía que no. Me parecía divertido y sintomático de un abismo generacional que se refleja en los frutos de la labor profesional, pero con casi un año de distancia valoro que, tal vez, en lugar de refutar sus ideas debí ayudarla a argumentarlas.
Hace más de un año se gestó en Twitter el llamado “movimiento #internetnecesario”. No es mi papel ni mi intención restarle importancia a ese esfuerzo que nos llevó (me incluyo), de formas muy concretas, a sostener diálogos con el poder legislativo en torno a un interés muy particular: evitar el gravamen de 3% a las telecomunicaciones en el paquete fiscal de 2010. Pero a fin de cuentas, con Nuevo León en estado de emergencia, los trending topics hoy en México siguen siendo Cristiano Ronaldo, Camp Rock, Eclipse, Maradona, Messi y PRI. ¿Alguien dijo victoria pírrica?
(Vox Populi Vox Fail VIII)
En Amusing ourselves to death (libro escrito hace más de veinte años) Neil Postman argumentó acerca del cambio de una mente tipográfica, basada en el conocimiento transmitido a través de medios impresos, a un mundo “peek-a-boo” en el que la información aparece y desaparece en un continuo infinito de entretenimiento descontextualizado, facilitado por la televisión pero introducido por el telégrafo, primer medio que hizo posible la separación entre comunicación y espacio, y que logró con su formato de transmisión limitado pero casi inmediato convertir la información irrelevante en relevante.
Los 31 caracteres que permitía el telégrafo en cada mensaje fueron suficientes para revolucionar por completo la manera en que se aprehendía la información, y por lo tanto todo el conocimiento. Esta nueva forma de aprehensión —ya en su evolución televisiva— del conocimiento se llama Sesame Street, el programa creado por Jim Henson que con una mezcla de marionetas adorables y celebridades le enseña a los niños no pequeñas cápsulas de conocimiento, sino una nueva forma de aprender, una divertida, breve, fácil, colorida, pero sobre todo muy entretenida forma de aprender. ¿Es esto malo? Sí que lo es.
Es esta mente post-Sesame Street que pide información. Que pide periodismo. Y el periodismo responde exactamente a la altura de las expectativas. Con información divertida, breve, fácil, colorida, entretenida, pero sobre todo totalmente descontextualizada e inútil; no importa si se trata de información seria o de cualquier banalidad, el formato es el mismo. Twitter es sólo una extensión. Con mi panorama apocalíptico de fondo, ¿cuáles son las victorias de Twitter? ¿Existen victorias? ¿Cuáles son las verdaderas posibilidades de aquello que llamamos periodismo? ¿A qué llamamos periodismo? ¿Para qué sirve? ¿Sirve? ¿Debería Elmo dar las noticias en vez de Carlos Loret? Tal vez… ¿Bastará sólo con hacernos las preguntas? No lo creo. ¿Hay algo que podamos hacer para cambiarlo? Lo dudo seriamente.
No me llamen nihilista, sólo reacciono a lo que veo, y en el arte veo esta mente peek-a-boo en cada comentario de museo que pide “que hagan más divertidas las exposiciones”, “que pongan música en las salas”, “que los guardias sean buena onda y nos expliquen”, “que todo sea más entretenido”. La gente ha aprendido que aprender es tan fácil como el Conde Contar recitando los números del 1 al 10, y esperan exactamente esto en cada pequeño ámbito de sus vidas.
Así que Blanche Petrich tenía algo de razón. Twitter no debería ser tan importante, no es en absoluto original, pero como el telégrafo en 1833, tiene el potencial de cambiar nuestra forma de pensar, leer, escribir, producir, consumir, distribuir y, sobre todo, de aprender absolutamente todo. Tal vez lo logre, o no, pero la pregunta importante es: ¿debería esto ser emocionante? ¿Deberíamos alegrarnos por ello? ¿Entregarnos a ello? ¿Es algo bueno? ¿Para quién es bueno?
Al hablar sobre la decepción que me provocó el optimismo dizque capitalista punk de Matt Mason y su The pirate’s dilema… mi interlocutor me respondió: “Yo creí que eras una integrada que parece apocalíptica, pero ahora veo que eres una apocalíptica que parece integrada”. ¿Será? ®