Bad Bunny, el reguetón y la academia

El odio al reguetón y al perreo

Cada vez somos más las feministas que admitimos públicamente que el reguetón y su baile no se encuentran peleados con el feminismo cuando éste se entiende como un movimiento incluyente, transversal y solidario con todas las mujeres.

Bad Bunny. Fotograma del video «La Jumpa».

Era el otoño de 2022 cuando un profesor de la Universidad de San Diego anunció que daría un curso sobre el reguetonero y trapero Bad Bunny y masculinidad. Las redes sociales estadounidenses celebraron el hecho, e incluso llegó a las noticias mexicanas. Tiempo después otra académica latina de la Universidad de Loyola Marymount anunció también su propio curso sobre el boricua, el cual abarcaría no sólo masculinidad sino su papel político en el movimiento anticolonial frente a Estados Unidos. Otra vez las redes sociales aplaudieron la iniciativa y felicitaron a la profesora en sus redes.

A unos días del concierto de Bad Bunny en el Estadio Azteca de la Ciudad de México una académica mexicana anunció un curso en el que abordaría también masculinidad y anticolonialismo, además de la historia social del reguetón como género underground, una historia que cuenta cómo se criminalizó a los artistas, su audiencia, el perreo y la sexualidad y la orientación sexual como respuesta punitiva al deterioro socioeconómico de los barrios puertorriqueños. Entonces ya no hubo felicitaciones, celebraciones o aplausos. Todo lo contrario: los usuarios de las redes sociales mexicanas se desbordaron en insultos, acusaciones y burlas. La acusaron de promover el “mensaje” del reguetón que en su juicio era uno de sexo disipado, analfabetismo, glamurización de la marginación social y criminalidad. Cuestionaron sus credenciales e incluso edad para estar en el nivel más alto del sistema nacional de investigadores, y le recriminaron promover el vulgar mensaje del reggaetón con sus impuestos, porque el curso lo daría desde una universidad pública, la UNAM.

¿Cómo es que el estudio de un fenómeno sociocultural y político con tantas aristas podía ser celebrado en Estados Unidos y vilipendiado en México? ¿Es que acá sabemos más, todos leemos cinco libros a la semana y siempre agotamos los boletos de la ópera? ¿O es que seguimos en la misoginia, el clasismo y el racismo con el que se criminalizó al reguetón y se ilegalizó el perreo en su tierra original, Puerto Rico?

Sin temor a equivocarme, aseguro que es esto último. En México se vincula el reguetón con la estratificación de clase que relaciona los cuerpos morenos con la clase obrera y popular y con una supuesta sexualidad desbordada. En el caso de las mujeres, en este presupuesto las que se pueden jactar de ser decentes y respetables no perrean ni andan enseñando el cuerpo, y si lo hacen quiere decir que por muy educadas que sean, siguen siendo “chakas”, es decir, morenas y pobres.

Cuando las mujeres admiten que les gusta el reguetón se asumen cosas sobre su sexualidad y su vida privada, porque las mujeres pobres y morenas pueden ser usadas y tiradas.

No hay nada más imperdonable en México que ser así, y eso me lo recordó un joven académico mexicano radicado en Reino Unido cuando me escribió para expresarme su emoción por mi curso —sí, la investigadora vapuleada soy yo—. Me habló de cómo le daba esperanza para una academia mexicana más cercana a los fenómenos que mueven a los jóvenes. Cuando tocamos el tema del linchamiento en redes fue directo: “Es que eres todo lo que se crucifica en Occidente: profesora, mujer, de color e inteligente, no hay manera de que la vida sea fácil”.

Por lo menos yo tengo el privilegio del estudio, pero las mujeres negras, morenas y de clase obrera que han sido perseguidas, criminalizadas y tachadas de putas o víctimas manipulables de depredadores sexuales por perrear o querer cantar reguetón son víctimas permanentes de violencia sexual y de género. Históricamente les ha sido difícil, si no es que imposible acceder a la industria musical por el temor de ser consideradas tontas o putas.

Hoy las mujeres que perrean en la periferia son víctimas de violencia sexual, muchas veces tan brutal que termina en feminicidio. Cuando las mujeres admiten que les gusta el reguetón se asumen cosas sobre su sexualidad y su vida privada, porque las mujeres pobres y morenas pueden ser usadas y tiradas. Esto y no la devoción mexicana por la ópera y la lectura es lo que se esconde detrás del odio —sí, odio— al reguetón y su baile, el perreo.

Los orígenes del odio al reguetón y el perreo

En su análisis de lo que llamó el “dispositivo de la sexualidad” el filósofo francés Michel Foucault estudió la función económica, racista y clasista de los distintos discursos y las instituciones que se han usado a lo largo de la historia para reprimir y controlar la sexualidad humana. En el caso de las mujeres, la represión sexual no fue usada para controlar los cuerpos de las clases populares y evitar que el placer interfiriera en la maximización de la producción económica. Todo lo contrario, la represión sexual fue algo que la burguesía se impuso a sí misma para regular la raza de su linaje y así asegurar su blanquitud.

Reprimir la sexualidad permitía reducir el sexo a su función reproductiva y evitar que las mujeres buscaran, como hacían los hombres, disfrute y placer en lo erótico. Tener a las mujeres ajenas al placer sexual y entregadas a la maternidad y las labores del hogar les permitía a los hombres perpetuar su estirpe, hacer dinero con sus negocios y dedicarse a lo público mientras alguien cuidaba a sus hijos y cocinaba y lavaba para ellos. En términos de competencia amatoria, podían pagar por sexo sin esforzarse en lo más mínimo por aprender sobre el placer en su pareja sexual, algo que ha cambiado poco a través de los años —de allí que a muchos hombres les moleste en la “moral” que las mujeres tengan experiencia sexual y pericia erótica.

Si una mujer mostraba una sexualidad abierta y libre era un indicador inequívoco de que no había introyectado los discursos de “decencia” con los que se educaba a las mujeres burguesas. En el contexto del sistema esclavista colonial y los plantíos de azúcar en el Caribe o de tabaco en Estados Unidos, bailar ritmos como la bomba era para los negros y los esclavos. La sensualidad de los bailes africanos remitía a ese deseo sexual libre vinculado a mujeres de clase obrera europea. Las mujeres criollas, blancas y decentes no andaban mostrando su sexualidad en público; en privado recurrían a ella sólo con fines reproductivos.

Hoy, cuando se dice que el reguetón es machista y cosifica a las mujeres por sus letras abiertamente sexuales y su baile en el que se simula el acto sexual, la voz que se expresa es la moral de la clase dominante disfrazando el racismo con el que vincula la sensualidad del baile y el deseo sexual libre con las mujeres negras o morenas, los cuerpos femeninos que habitan las zonas marginadas y pobres. Lo que subyace es el dispositivo de la sexualidad haciendo de la sensualidad del reguetón y del perreo una amenaza al estatus quo social en el que la manifestación del deseo sexual es atributo exclusivo de los hombres, y en el que la autonomía erótica de las mujeres es una afrenta de clase y raza.

Atribuirle al reguetón importancia académica es, pues, tomar en serio esta afrenta, una antesala a reconocer el derecho de las mujeres a disfrutar de su sensualidad y hacerlas exigir más de sus parejas, porque el reguetón y el perreo no son una música y un baile afrocaribeño más: sus letras y su baile son una simulación del ritmo y las palabras que acompañan el rito sexual. Pero tampoco el reguetón es el mismo de hace veinte años, ya no es sólo el de la “combi completa” de Los Cangris, el dueto que formaban a principios de los 2000 Daddy Yankee y Nickie Jam y que coreaba “teta, chocha, culo”. Cada vez más, el reguetón está dejando de ser el de las “putas son las más finas”, como cantaba Tego Calderón, el padre del reguetón boricua moderno.

En ese contexto, Bad Bunny es un traidor: se pone del lado de la desobediencia, endosa la autonomía sexual de las mujeres y con eso traiciona a los suyos. Pero esto tampoco lo pueden decir explícitamente: hay que acusarlo de hacer música basura, de no hablar bien, de ser ignorante.

Estas frases que nos son familiares a mujeres feministas que escuchamos reguetón es porque se citan en otras canciones. El reguetón es un género autorreferencial en el afán por mantener su memoria como género de barrio. Sin embargo, las referencias internas del género están cambiando pues cada vez son más comunes las bichotas y los perreítos en la pared. Karol G, Ms Nina, Becky G, Tomasa del Real, Tokischa, La Materialista, Natti Natasha, Bellakath o Farina cantan sobre la autonomía erótica de las mujeres, una en la que se evoca el placer individual de menear las caderas y ser sensuales perreando solas pero en público o en compañía de otras mujeres, un corillo de bandoleras como canta Bad Bunny, cuyo reconocimiento de este hecho lo aparta de reggaetoneros contemporáneos que siguen inmersos en la lírica y la estética gangsta del reguetón primigenio.

El reguetón de mujeres heteras habla de una sexualidad positiva que desobedece las imposiciones del dispositivo de la sexualidad —la sexualidad reproductiva, heterosexual y escondida—. Perrear sola es una afrenta al hombre heterosexual blanco u occidentalizado que supone que los cuerpos de las mujeres son para parir a sus hijos o para su consumo sexual. Los cuerpos femeninos y su deseo no deben ser mostrados si él no los va a consumir, y si lo va a hacer será con alguien que no le exija, que no tenga experiencia. El perreo es separatismo si los hombres no participan de él y los confronta con sus carencias amatorias. Eso les provoca una ira que tiene que expresarse en un discurso moral, en una supuesta indignación frente a la cosificación de las mujeres.

Asimismo, el odio masculino a Bad Bunny es porque en sus letras y música abandona el pacto sexual del heteropatriarcado, el del dispositivo de la sexualidad, de que las mujeres deben garantizar su pureza racial y de clase, y de conformarse con los hijos que les den sin que sepan cómo satisfacerlas sexualmente. En ese contexto, Bad Bunny es un traidor: se pone del lado de la desobediencia, endosa la autonomía sexual de las mujeres y con eso traiciona a los suyos. Pero esto tampoco lo pueden decir explícitamente: hay que acusarlo de hacer música basura, de no hablar bien, de ser ignorante. El odio al reguetón y a Bad Bunny es en realidad un miedo intenso a perder el control sobre la sexualidad de las mujeres y que haya hombres que estén dispuestos a apoyar esa desobediencia. Los hombres que no se sienten amenazados por el reguetón de Bad Bunny son los jóvenes, los zentenials que crecieron sintiendo pena ajena por los hombres expuestos en el #MeToo, los tendederos del acoso sexual en las instituciones educativas y las redes en general, los funados por ser pederastas y acosadores.

Las mujeres en el reguetón

Cuando Rosalía entró a los charts como la única mujer en la lista de los más escuchados en Spotify, o cuando le ganó los Grammys a Bad Bunny me enfureció. Bad Bunny no es mi reguetonero favorito. Mi vibra está en el reguetón melódico de Colombia, el de J Balvin, Maluma Feid, Karol G, Farina, Justin Quiles, Nicky Jam, Anuel y Manuel Turizo en un lugar prominente en mis playlists de reguetón. Lo que me enojó fue el desparpajo con el que se premia la apropiación cultural del reguetón. No me refiero sólo a que Rosalía es española, sino que no es latina. Para ser latina no sólo hay que tener sazón, batería y reggaetón, como dice el poeta boricua Bad Bunny. Para ser una mujer latina en el reguetón hay que haber sufrido la misoginia, la violencia, la condescendencia y las humillaciones que han pasado las reguetoneras en la industria musical y artística del género.

Algunas expresiones del feminismo se suman a la condena contra mujeres que perrean y oyen reguetón en compañía de varones. El perreo es tan mainstream pues hacerlo entre amigas o círculos de mujeres se ha normalizado, pero con varones en antros y sonideros mixtos no tanto.

En sus inicios, el reguetón, ese género latino en el que se monta la españolísima Rosalía —¿qué más española que una cantaora de flamenco?— no había mujeres. Salido de Panamá con el nombre de dembow, el reguetón como lo conocemos hoy nació en Puerto Rico, en los caseríos y los barrios azotados por la gobernanza punitiva del neoliberalismo que criminaliza la pobreza. Pronto se empezó a decir que el reguetón era de negros pobres y criminales, y de putas pobres y negras. En esos finales de los noventa ser hiphopero, rapero y gangsta era una posición de resistencia frente al abuso policiaco contra comunidades negras en otros estados de la Unión Americana —recuérdese que Puerto Rico es una isla territorio colonial de Estados Unidos y se rige por sus leyes—. Pero nadie quería ser negra, pobre y puta en ese sistema racial en el que los afrodescendientes llegan más fácil a una penitenciaría que a la universidad. De mujeres en la etapa temprana del reguetón solamente sobrevivió Ivy Queen, quien admitía posicionarse como hombre en sus letras y el escenario para poder competir. Luego vino la ley contra la pornografía de 2002 y el feminismo radical y prohibicionista, que empatizaba más con la gobernanza punitiva que con las mujeres pobres, empezó una campaña virulenta contra el perreo, el único espacio que habían dejado para las mujeres en la industria —se les contrataba como bailarinas en los videos musicales.

El resultado del racismo, el clasismo y el conservadurismo del feminismo radical y blanco es lo que vemos hoy en Spotify: pocas mujeres realmente latinas han podido posicionarse en los charts. El reguetón de mujeres está en pañales, y eso es porque la industria del reguetón migró a Colombia y República Dominicana. Pero si Bad Bunny, Raw Alejandro y Bizarrap encabezan la lista de los más escuchados en el Hurban (la H es por “hispanic” urban) o Urban Latino en la industria digital de la música es por el machismo y el conservadurismo sexual que siempre encuentra apoyo en el feminismo radical y prohibicionista.

Rosalía no es la reguetonera más sobresaliente sino la española que llegó a montarse en una industria en la que no se habían podido montar las mujeres latinoamericanas hasta que la industria se mudó a un lugar donde los puritanos raciales y religiosos gringos apoyados por el feminismo radical blanco no tiene peso.

Feminismo, perreo y feminicidio

Con toda la violencia sexual contra mujeres que oyen reguetón y perrean sería bueno tener la simpatía del feminismo, pero no es así. Algunas expresiones del feminismo se suman a la condena contra mujeres que perrean y oyen reguetón en compañía de varones. El perreo es tan mainstream pues hacerlo entre amigas o círculos de mujeres se ha normalizado, pero con varones en antros y sonideros mixtos no tanto. Incluso las feministas heteras critican a otras por “objetivarse” y seguir el “mandato” heteropatriarcal de perrear con varones. Los feminismos lésbicos y trans se han ocupado de lo suyo y de la transversalidad de clase y raza que les ocupa, promoviendo la música urbana lésbica y trans. Sin embargo, muchas heteras se parapetan en expresiones radicales del feminismo —sobre todo el prohibicionista radical y el terf— para alinearse con la misoginia y el conservadurismo moral y condenar o callar ante la condena de mujeres que no siguen el manual de Coral Herrera contra el amor romántico.

Por ejemplo, en redes sociales muchas mujeres se unieron al linchamiento contra Shakira cuando Bizarrap se le unió para cantar sobre la infidelidad de su exmarido. Juntaron sus voces a las de decenas de hombres que la acusaban de no tener sororidad con la mujer que no la tuvo para ocasionarle el sufrimiento que la llevó a sacar esa canción. El duelo de la colombiana era insignificante frente a su error de cantar por despecho, lo cual es un signo inequívoco de amor romántico. Desafortunadamente para Shakira, el feministómetro detecta esas falencias de inmediato. Mujeres heterosexuales prominentes como la escritora española Rosa Montero se sumaron a la lapidación que se duplicó cuando hizo dueto con la reguetonera Karol G para cantar sobre el tema.

Mientras muchas feministas heteras vigilan que otras ajusten sus relaciones erótico–amorosas lejos del amor romántico, es un hecho que el reguetón y el perreo son variables frecuentes en el feminicidio. Me percaté de eso durante mi curso de Bad Bunny, ése que las buenas conciencias no querían que diera. Se inscribieron estudiantes de programas de estudios culturales, fans del cantante y docentes de enseñanza media y superior que quieren entender más a sus alumnes. Me llamó la atención que se inscribiera un criminólogo del Estado de México. Cuando le pregunté por qué, me dijo que quería comprender los prejuicios en torno al reggaetón y el perreo porque en su experiencia forense ambos son un factor recurrente en el feminicidio.

El tema volvió a salir cuando un periodista me contactó para decirme que tenía unas cifras sobre reguetón y bienestar que él intuía podían ser importantes, pero que como no era fan del género no podía interpretarlas. Acordamos intercambiar información y así fue como me enteré de que muchas mujeres jóvenes escuchan reguetón en contextos de violencia extrema. La encuesta sobre Bienestar Autorreportado del INEGI (2022) indica que en México 36 por ciento de la población se considera satisfecha con su vida, pero al reducir este universo a la población que escucha reguetón por encima de cualquier otro género musical, el índice de satisfacción absoluta aumenta a 42 por ciento.

De estas personas felices con su vida, la mayoría son mujeres de entre 18 y 24 años, un segmento de la población que también es víctima de trata y violencia sexual y feminicida. La mayoría de estas mujeres viven en estados con índices de violencia criminal muy alto, como Guanajuato, Chiapas y Chihuahua, entre otros. Es claro que hay una correlación entre violencia y goce de las mujeres en el contexto del reguetón y el perreo que en mi experiencia como investigadora merece una examinación cuidadosa.

Cuando llevé a cabo una investigación sobre feminicidio entre 2012 y 2017 la geografía de la violencia criminal y la feminicida era la misma. Los hombres que perpetraban violencia criminal, sexual y feminicida eran también los mismos. Este antecedente geográfico de la violencia y el feminicidio indicarían que hay por lo menos dos hipótesis en cuanto a la geografía de la felicidad, el reguetón y la violencia sexual y feminicida: 1) las mujeres oyen reguetón y perrean para sobrevivir la sordidez de la violencia que las rodea, o 2) las mujeres son víctimas de violencia feminicida por perrear y escuchar reggaetón.

Nada debería ser más feminista que ser feliz, y escuchar reguetón y perrear no debería tener vínculo alguno con la violencia. El feminismo hetero radical y terf podría contribuir como aliado político, pero su feministómetro detecta de inmediato si esa felicidad va de la mano con el amor romántico, la sexualización del cuerpo propio y otras deficiencias hetero como tener sexo y bailar con hombres. De esta forma el feminismo moral ya no se hace cargo, se pasa del lado de los varones que nunca se callan una condena contra las mujeres que desobedecen su mandato.

Es cierto que no todas las feministas heteras condenan el reguetón y el perreo “heteronormados”, y cada vez somos más las feministas que admitimos públicamente que el reguetón y su baile no se encuentran peleados con el feminismo cuando éste se entiende como un movimiento incluyente, transversal y solidario con todas las mujeres, no como una entidad superior que da certificaciones y se deslinda de quienes no obtienen una. ®

Nota

La autora es investigadora del Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN) de la UNAM. Impartió el curso “Reggaeton como resistencia al colonialismo estadounidense y masculinidad suave como capital sexual: el fenómeno Bad Bunny”. Dará una versión ampliada de éste en el CISAN en mayo.

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Publicado en: Música

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