Bartlett es un priista total, lo que es un político muy autoritario, primero, y pragmático y retórico, en consecuencia. Y uno que sirvió a muchos amos, neoliberales incluidos. Todo por el poder.
Preámbulo
Heberto Castillo preguntó a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988: “¿Dónde estabas en el 68 y el 71?” Lo preguntó, con razón, antes de aliarse, también con razón, a Cárdenas contra Carlos Salinas, candidato presidencial del aún partido hegemónico. Lo mismo podía y puede preguntarse a Porfirio Muñoz Ledo, Manuel Bartlett y Andrés Manuel López Obrador, y la respuesta es la misma que en el caso de Cuauhtémoc: en 1968 y 1971 estaban en el PRI. Pero podemos extender la pregunta: ¿dónde estaban en el 88 y el 94? Castillo, Cárdenas y Muñoz Ledo contribuían a la democratización —a la transición— contra el régimen autoritario priista, López Obrador sumaba poco y grillaba más para ascender tras ellos,1 Salinas llegaba mal al poder en 1988 y lo dejaba mal en 1994, y Bartlett ayudaba a Salinas y era ayudado por él: en el 88 Bartlett ayudó a que Salinas “ganara” la presidencia y en el 92–93 Salinas ayudó a que Bartlett “ganara” la candidatura priista y la gubernatura de Puebla. Y hay más en la relación entre ambos: en los años setentas y ochentas colaboraron estrechamente y en el sexenio presidencial salinista Bartlett fue secretario de Educación Pública. ¿Cómo fue su paso por la SEP?
Meollo
Cuando Salinas toma la presidencia la educación pública está centralizada en el gobierno federal, en crisis económica (gasto nacional de 3.6% del PIB) y con problemas de calidad y de política sindical. El líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) era un senador del PRI, Carlos Jonguitud Barrios. Lo había sido por diecisiete años. En palabras del expresidente, “la inconformidad en el gremio magisterial era muy grande al inicio de mi gobierno. Se realizaron por aquellos días muchos paros masivos de maestros en la capital de la República y en varios estados del país. Maestros y maestras fuera del control tradicional […] exigían mayores salarios y democracia sindical” (México: un paso difícil a la modernidad, Plaza y Janés, 2000, p. 620). Según datos oficiales, en los primeros meses de 1989 en el Distrito Federal, contra Jonguitud y la dirigencia del SNTE, hubo 41 marchas, dos “plantones” y seis paros de labores. El proyecto de descentralización salinista tendría que ver también con evitar o minimizar esas acciones sindicales en la capital —el razonamiento: si los gobiernos estatales adquirían responsabilidades educativas, el SNTE y sus miembros tendrían que tratar con ellos, enfrentarse y negociar con los gobernadores, y las manifestaciones serían menos en el DF, con menos costos para el gobierno federal.
Supongamos que Bartlett no estaba de acuerdo con el cambio; si su desacuerdo hubiera sido abierto y fuerte habría renunciado a la SEP; quien de veras no consiente, renuncia; si Bartlett no hubiera dado su consentimiento, o simplemente no hubiera apoyado ni aceptado la resolución presidencial, habría sido despedido.
Jonguitud cayó el 23 de abril del 89 y fue sustituido el 24 por Elba Esther Gordillo. “La Maestra” no pudo subir a la dirigencia del SNTE sin el apoyo del presidente y el consentimiento —algún tipo de consentimiento— del titular de la SEP. Como reconoció Salinas, “el SNTE había sido una de las organizaciones más importantes del PRI y representaba un apoyo insustituible en la organización de la (sic) elecciones” (p. 632). Supongamos que Bartlett no estaba de acuerdo con el cambio; si su desacuerdo hubiera sido abierto y fuerte habría renunciado a la SEP; quien de veras no consiente, renuncia; si Bartlett no hubiera dado su consentimiento, o simplemente no hubiera apoyado ni aceptado la resolución presidencial, habría sido despedido, si no hubiera renunciado antes. Jonguitud no perdió su posición sindical por vocación y acierto democráticos de Salinas y Bartlett, la perdió por las presiones de la disidencia magisterial y la presión que por conveniencia sumó el presidente. Ni el jefe ni el subordinado previeron qué sería Elba Esther más allá del sexenio y bajo otras circunstancias, sólo les importaba que apoyara las propuestas de reforma salinistas.
En su libro ya citado Salinas dedica 29 páginas a la educación pública, de la 619 a la 648. El tema le importaba. Creo que le importaba más como problema político y como solución política. Pero fuera como fuere, hay un reflejo presupuestario: el gasto nacional pasa de 3.6% del PIB en 1988 a 6.2% en 1994 y 83% de este total corresponde al gobierno salinista. La SEP no era y no fue una posición menor ni relegada. Por tanto, el paso de Bartlett por la secretaría no es un hecho político–gubernamental menor ni debe ser relegado. Salinas confía en Bartlett: por eso lo coloca en una posición relevante con intereses y proyectos que eran importantes para el presidente, como la descentralización. Así resulta que, como recordó Josefina Zoraida Vázquez, “al ser la descentralización una medida política prioritaria y delicada, Salinas ofreciera la cartera de Educación al licenciado Bartlett, encargado del control político en el sexenio del presidente Miguel de la Madrid» (“La modernización educativa”, en Historia Mexicana, Colmex, núm. 184, abril–junio 1997). Entonces, Bartlett apoya políticamente el proyecto general salinista y éste incluye descentralizar la educación del Estado y gastar más, pero neoliberalmente…
Si la intención de Bartlett era sabotear el proyecto educativo salinista el presidente —que no era un tonto— se hubiera dado cuenta mucho antes de tres años y el expresidente lo hubiera dicho en un libro que tiene mucho de ajuste de cuentas con políticos que lo decepcionaron o cree que lo traicionaron.
Antes de seguir con ese proyecto destruyamos una hipótesis que me presentó un bartlista enclosetado. Según él, es posible que Salinas haya querido destruir el futuro político de Bartlett con una encomienda muy difícil como la educativa. No se sostiene: destruir por esa vía a Bartlett era destruir tres años políticos de y para la SEP, lo que hubiera sido lo mismo que el presidente autogolpeándose con mucha fuerza. Se olvida —o se desconoce— que Bartlett no fue secretario unos meses sino tres años efectivos; también que, como se dijo con evidencia en el párrafo previo, la educación pública y la SEP eran importantes para Salinas. ¿Por qué pondrías ahí la mitad del sexenio a un político hiperambicioso si lo único que quieres para él es su muerte política? Salinas dio la SEP a Bartlett porque no quería destruirlo y porque confiaba en él como operador político. Hay dos puntos de evidencia más: 1) al dejar la SEP Bartlett no murió políticamente sino que casi inmediatamente se convirtió en gobernador priista de Puebla, con el beneplácito presidencial. 2) En el libro de Salinas hay once referencias a Bartlett y ni una sola crítica. Ni una. Si la intención de Bartlett era sabotear el proyecto educativo salinista el presidente —que no era un tonto— se hubiera dado cuenta mucho antes de tres años y el expresidente lo hubiera dicho en un libro que tiene mucho de ajuste de cuentas con políticos que lo decepcionaron o cree que lo traicionaron.
De regreso al proyecto educativo de Salinas: lo veo sobre dos bases, una, la descentralización, y otra, el aumento de gasto. Ambas con dos partes: la descentralización con una parte política, pragmática, y otra ideológica, neoliberal, esto es, de seguir las recetas de las escuelas neoliberales. Aunque se esfuerza en negarlo, Salinas tenía inspiración neoliberal, no era un político de izquierda y su “liberalismo social” no era sino la fachada retórica de un esquema que combinaba circunstanciadamente —y contradictoriamente— el neoliberalismo de la mayor reducción posible del Estado y el intento de penetración sociopolítica y electoral–populista del programa gubernamental Solidaridad. El aumento de gasto tenía una parte de racionalidad pública, por los niveles tan bajos en que se encontraba, y otra de conexión neoliberal, pues ese aumento dependería de algún modo de las privatizaciones, es decir, del dinero que se obtuviera con ellas. He ahí el neoliberalismo salinista sobre educación pública: la descentralización haría más pequeño al gobierno federal, con lo que se respetaba la supuesta verdad (para los neoliberales) de que un Estado lo más pequeño posible es siempre una condición indispensable para su buen funcionamiento, y el gasto crecería si se daban las privatizaciones y de acuerdo con su propio éxito, con lo que las privatizaciones serían justificadas con gasto social (cfr. p. 625). A todo eso no se opuso Bartlett, el dizque antineoliberal histórico.
¿Tuvo éxito Bartlett en la SEP? ¿Pudo concluir la tarea política que le encomendaron y aceptó? No. Contribuyó a la descentralización neoliberalizada, pero no concluyó: contribuyó en el proceso para llegar a descentralizar, no puso en marcha la descentralización como tal.
Hay que tener cuidado: la descentralización no es inherentemente neoliberal, como la centralización no es inherentemente demoizquierdista. Así, la idea original de la Constitución de 1917 era poner la educación en manos de los municipios, Lázaro Cárdenas apostó por la centralización educativa —o por la federalización en el sentido de llevar más al gobierno federal— y hay otros casos distintos, mientras que dos secretarios de Educación Pública que no son sospechosos de neoliberalismo tenían proyectos descentralizadores —o a favor de la federalización en el sentido de devolver a los gobiernos locales—, a saber: Jesús Reyes Heroles, secretario liberal del presidente neoliberal Miguel de la Madrid, y Porfirio Muñoz Ledo, secretario multifacético del insólito presidente–perro José López Portillo. Ambos secretarios fracasaron en sus intentos descentralizadores, a final de cuentas descartados por sus jefes. La descentralización salinista, como ya se dijo, sí tenía relación directa con el neoliberalismo. Si hay descentralización no necesariamente hay neoliberalismo, pero si hay neoliberalismo necesariamente hay intentos o formas de descentralización, y por eso las hubo en el sexenio 1988–1994.2
Pero ¿tuvo éxito Bartlett en la SEP? ¿Pudo concluir la tarea política que le encomendaron y aceptó? No. Contribuyó a la descentralización neoliberalizada, pero no concluyó: contribuyó en el proceso para llegar a descentralizar, no puso en marcha la descentralización como tal. En un sentido, fracasó, al ser el secretario que empezó los procesos preparatorios pero no el que pudo iniciar el proceso formal final. Bartlett fue sustituido por Ernesto Zedillo en 1992. En mayo de ese año Zedillo y Salinas firmaron con Elba Esther Gordillo el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, que incluía la “federalización” educativa o la descentralización a la que no se opuso ni saboteó Bartlett. Y si Bartlett fue colaborador de los presidentes neoliberales De la Madrid y Salinas, también lo fue otro obradorista del presente, Esteban Moctezuma. “El secretario de Educación Pública, Ernesto Zedillo, y el subsecretario responsable del proceso [de implementación de la descentralización], Esteban Moctezuma, coordinaron estas labores de manera eficaz y comprometida”, escribió Salinas (p. 632). Con la descentralización se transfirieron a los gobiernos estatales, entre otros elementos, más de 100,000 inmuebles, más de 22 millones de bienes muebles y aproximadamente 700,000 profesores (p. 631). Éxitos y fracasos relativos de Bartlett bajo Salinas…
El único éxito político completo de Bartlett en la SEP fue el establecimiento del sistema de Universidades Tecnológicas. Según Salinas, “la creación de la Universidad Tecnológica fue uno de los proyectos educativos más importantes de mi administración” (p. 647). ¿Es un éxito educativo histórico? ¿Cuál fue su calidad educativa promedio?
Colofón
Manuel Bartlett no es en sí un neoliberal pero tampoco un antineoliberal. Ni es un hombre de izquierda. Es un priista total, lo que es un político muy autoritario, primero, y pragmático y retórico, en consecuencia. Y uno que sirvió a muchos amos, neoliberales incluidos. Todo por el poder. Sólo cuando las puertas más poderosas se cerraron, cuando sólo tenía la opción opositora, Bartlett se vistió de antineoliberal izquierdista. Esta desviación, que lo llevó a algún acierto externo pero no borra ni supera sus errores y daños a terceros, es lo que volvió a ponerlo fuera de la oposición, gracias a la izquierda simulada de otro priista, Andrés Manuel López Obrador. Vueltas paradójicas de la política. ®
Notas
1 Es obvio que Cárdenas y Muñoz Ledo no sólo habían ascendido sino que querían un poder más alto, no eran actores altruistas ni demócratas puros y perfectos. López Obrador era un político menor comparado con ellos y quería no mantenerse en las alturas nacionales sino llegar a ellas; como él no abandonó al PRI en 68 y 71 pero el PRI no lo elevó más a él antes (fue presidente del partido en Tabasco) en 88 López Obrador salió formalmente del PRI. Digo “formalmente” porque culturalmente nunca dejó de ser priista, sólo incorporó ingredientes personales y retóricos al priismo. Cárdenas y Muñoz Ledo no me parecen admirables sino preferibles a López Obrador, y han contribuido más que él a la democracia en México. Bartlett es mucho peor que todos ellos, como se verá inmediatamente…
2 También hay que tener cuidado con otros puntos: a) un Estado reducido puede ser disfuncional y puede serlo por corrupto; de hecho, la reducción de un Estado puede tener relaciones con la corrupción; b) un Estado más grande que otros puede ser más funcional que ellos; los Estados sueco, danés y noruego son Estados grandes (no excesivos ni totalitarios) y son mucho mejores que todos los estados latinoamericanos recortados, y c) Algunas privatizaciones pueden ser necesarias y algunas no. Necesarias o no desde una perspectiva prosocial o a favor del mayor bienestar público–social. En esto no hay verdades empíricas universales y absolutas, ni a favor ni en contra. Quien dice que todas las privatizaciones son malas o todas son buenas no puede ser un científico social. Algunas privatizaciones salinistas estaban justificadas, otras no o se hicieron mal; no puedo dejar pasar que de los procesos salinistas salieron casos como el de Ricardo Salinas Pliego, Carlos Cabal Peniche, Ángel Isidoro Rodríguez, alias El Divino, y Alonso Ancira.
Sobre otra cara de la moneda, la “nacionalización”, véase aquí.