BUAP: autonomía y sucesión

Historia y futuro de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

La BUAP de este siglo debe ser una organización crítica, pero con los mejores fundamentos, no partidista. Ni propiedad de un partido de izquierda ni del partido que gobierne ni de otro cualquiera. Debe ser plural y pluralista.

Doctora Lilia Cedillo Ramírez, candidata a la rectoría de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Fotografía de Mediatik.com.mx

La autonomía

La historia de la Universidad Autónoma de Puebla es rica. Sus antecedentes se encuentran en dos entidades religiosas, el Colegio del Espíritu Santo —fundado en el siglo XVI por Melchor de Covarrubias— y el famoso Colegio Carolino, así como en dos entidades laicas, el Colegio del Estado y la Universidad de Puebla.

El Colegio del Estado nació en los primeros años de la Independencia mexicana, en 1825, gracias a un acto del republicanamente nuevo Congreso local, y tuvo que pasar más de un siglo para que otra decisión legislativa lo transformara en la universidad poblana, en 1937. Esta universidad ganó su autonomía en 1956 y en 1987 fue declarada “Benemérita” por decreto congresional y orden política del Ejecutivo poblano.

Lo sucedido en 1956, sin duda, es lo más importante. ¿Cómo se logró la autonomía de la Universidad de Puebla? Hoy que la autonomía intraestatal (de diversos órganos con fines público–sociales dentro del Estado mexicano) es anatema para algunos, vale la pena hacer memoria. No sólo hay que defender la autonomía universitaria, hay que reivindicarla y recordar su proceso histórico.

En 1952 empezaban a definirse un par de tendencias al interior de la Universidad: una tendencia autonomista y una tendencia “anticomunista”. En esa época “el primer estallido de inconformidad se presentó en el momento en que se instaurara el Pentathlón Deportivo Militar Universitario”, a causa de “la estructura del cuerpo de gobierno de la Universidad, el cual, salvo el rector, todos eran militares. Entonces prácticamente la Universidad quedaba militarizada, sino (sic) de derecho sí de hecho”.1 En 1955 se formó el tristemente célebre FUA, Frente Universitario Anticomunista (que, a la manera de algunos actores del presente, veía comunismo y comunistas hasta en donde no existían). Y en 1956 se dio un hecho estudiantil que sería decisivo para la autonomía de una universidad con pocos miles de estudiantes y dirigida por el rector Rafael Artasánchez: ese año se llevaron a cabo elecciones para renovar la mesa directiva de la Federación de Estudiantes de Puebla (FEP) y fue elegido presidente Francisco Arellano Ocampo, el candidato de la “planilla azul”, estudiante del cuarto año de Medicina, no comunista y sí convencido autonomista. Su compromiso con la lucha por la autonomía quedó asentado desde su candidatura, como consta en el número del 17 de abril de 1956 de Umbral, periódico de la planilla arellanista y luego “órgano oficial” de la FEP.

El proceso específico de la aparición de la UAP ocupó el segundo semestre de 1956. Se podría decir que arrancó en mayo y concluyó en diciembre, pero sus hechos fundamentales se concentraron en los meses de junio a noviembre.

El 10 de junio del 56, tras un decreto de febrero que quitaba las escuelas preparatorias a la Universidad de Puebla, los nuevos directivos de la FEP fueron “recibidos” por el gobernador de Puebla, Rafael Ávila Camacho, en la inauguración de la Feria de Tehuacán y ahí mismo expresaron su oposición al decreto y su deseo de una reforma a la Ley Orgánica de la Universidad para hacerla autónoma. El hermano del expresidente Manuel Ávila Camacho les pidió —para que él pudiera enviar una iniciativa de ley autonómica— cumplir dos condiciones: que el Consejo Universitario estuviera de acuerdo con la idea y que ese Consejo propusiera entonces un anteproyecto.2 El 11 de julio la FEP aprobó por unanimidad “luchar hasta lograr la Autonomía Universitaria” y formó una comisión para elaborar su propio anteproyecto, presentado el 14 de agosto al Consejo Universitario. Éste decidió la creación de una comisión para dictaminar el anteproyecto de la FEP y aprobarlo o redactar uno distinto. Esa comisión empezó a trabajar el 15 de agosto y elaboró otro anteproyecto que presentó al Consejo el 6 de septiembre. Después de largas sesiones de discusión, el día 7 se tuvo una propuesta consensuada entre las autoridades universitarias y estudiantiles, la cual fue entregada el 9 de septiembre al gobernador, quien ofreció tener una respuesta en los siguientes diez días.

Ávila Camacho no cumplió: llegó el 19 de septiembre pero no la respuesta del gobernador. De ese día hasta el 8 de octubre sólo “toreó” a los estudiantes. El 26 de septiembre, a petición de la FEP, sesionó el Consejo Universitario y pidió esperar. Arellano Ocampo dijo a Azcué para el libro ya citado y publicado por la misma BUAP:

En efecto, el día 26 se cita al Consejo, que sesiona en el Paraninfo, pero pese a la urgencia de la FEP por exigir al Gobernador una respuesta a la brevedad posible, se pronuncia por una actitud pasiva, señalando que habría que esperar hasta que el C. Gobernador mandara a llamar a la comisión del Consejo Universitario. Esto es una muestra fehaciente de que la lucha por la Autonomía Universitaria fue de los estudiantes, no de los profesores, la mayoría de los cuales se oponían a ella (p. 56).

El primero de octubre se reunieron Ávila Camacho y la dirigencia estudiantil: el gobernador volvió a posponer la respuesta. Tres días después, reunido extraordinariamente el Consejo Universitario, se dio a conocer lo que sonaba a burla: el gobernador envió “una serie de preguntas […] para normar el criterio de los técnicos [del gobierno], encargados de estudiar las posibilidades del otorgamiento de la Autonomía Universitaria” (p. 58). Eso dos semanas después del día que el mismo Ávila Camacho había puesto como límite para responder —tras estudiar, se supone— la propuesta universitaria. ¿Qué logró así el gobernador? La gran marcha del 8 de octubre.

La mañana del 8 de octubre se llevó a cabo una asamblea general de alumnos de la Universidad y se aprobó “por aclamación” salir a las calles al mediodía. Los estudiantes marcharon y recorrieron pacíficamente el centro de la ciudad. Recordó Arellano Ocampo: “La mañana del 9 de octubre fue sorpresiva para mí, pues todos los periódicos de la ciudad [Puebla] y de la capital [el DF] alababan la ordenada manifestación y hacían énfasis en la unidad estudiantil en la lucha” (p. 60). El 10 de octubre reaccionó el gobernador: invitó a su oficina a la dirigencia de la FEP y comunicó —¡gran  coincidencia!— que sus asesores ya le habían entregado los dictámenes y ahora redactarían una iniciativa de ley.

Lo esencial se había ganado: la autonomía por ley de la Universidad. El nacimiento formal y posteriormente real de la Universidad Autónoma de Puebla. Todo el proceso descrito duró poco más de seis meses, lo que es relativamente poco tiempo, y fue el resultado de una suma: un conjunto de estudiantes racionales, claros y firmes —además de pacíficos.

Pero Ávila Camacho no cedió en todo… Según el líder de la FEP, el 26 de octubre una secretaria anónima le avisó que la iniciativa del gobernador incluía un Consejo de Honor como máxima autoridad en lugar del Consejo Universitario del anteproyecto consensuado en la Universidad. La FEP fijó su posición en un manifiesto del 28 de octubre. El 12 de noviembre se reunieron gobernador y líderes estudiantiles y acordaron continuar el proceso con el proyecto oficial de Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Puebla. Al final se aceptó, particularmente, la existencia transitoria de un Consejo de Honor con integrantes nombrados por el gobernador por única vez —los que elegirían al primer rector de la nueva etapa.

Lo siguiente fue la formalización: el 21 de noviembre se abrió un periodo extraordinario del Congreso poblano (XXXIX Legislatura), se aprobó por unanimidad lo general, se pidió dictamen de las comisiones de Educación y Gobernación y el día 22 quedó aprobada la Ley, publicada el 23 en el periódico oficial.

Lo esencial se había ganado: la autonomía por ley de la Universidad. El nacimiento formal y posteriormente real de la Universidad Autónoma de Puebla. Todo el proceso descrito duró poco más de seis meses, lo que es relativamente poco tiempo, y fue el resultado de una suma: un conjunto de estudiantes racionales, claros y firmes —además de pacíficos— y un gobernador un tanto necio pero no tanto como otros. Al final del día, los estudiantes y todos los autonomistas tenían razón y Ávila Camacho, aunque se resistió, lo entendió. Entendió en octubre de 1956 lo que también entendieron los estudiantes en noviembre: que habría sido más costoso estacionarse en la intransigencia. Si hoy algunos recordamos a Rafael Ávila Camacho como gobernador de Puebla (1951–1957) es sobre todo por la Ley Orgánica de la UAP.

La sucesión

La BUAP de este siglo debe ser una organización crítica, pero con los mejores fundamentos, no partidista. Ni propiedad de un partido de izquierda ni del partido que gobierne ni de otro cualquiera. Debe ser plural y pluralista, y eso que se consiguió en el 56: autónoma. Legal, real, cabal y apasionadamente autónoma. Y además de libre y abierta, debe ser excelente. Debe alejarse de los fetichismos y las inercias que hacen pasar por trabajo de investigación y espíritu universitario lo que en realidad es acumulación de formalismos y burocratismo.

Ya es hora de otra etapa en la vida de la BUAP: la de los académicos y las académicas constantes y con méritos reales que dirijan sin aspiraciones partidistas ni gubernamentales una organización respetuosa de los derechos humanos y consagrada a la educación, a la investigación científica y humanística y a la publicación del conocimiento.

Los gobiernos estatales deben respeto a la BUAP y su comunidad, mientras que la BUAP se debe a Puebla y le debe a Puebla… Puede ser mejor. Debe ser mejor. Debe serlo por decisión y acción internas. El apoyo externo debe ser para ello, para alcanzar la excelencia que prestigie a todos.

Para la rectoría 2021–2025, ¿a quién debería elegir el Consejo Universitario? Desde mi perspectiva, a la investigadora Lilia Cedillo. Sería bueno que este mes surgiera la primera rectora de la BUAP, no hay duda, pero esa referencia estadística no es la razón principal por la cual Lilia Cedillo merece la rectoría. La merece porque su trayectoria es, entre todos quienes fueron y son aspirantes, la de mayor y mejor experiencia universitaria, y la de perfil más académico. Ya es hora de otra etapa en la vida de la BUAP: la de los académicos y las académicas constantes y con méritos reales que dirijan sin aspiraciones partidistas ni gubernamentales una organización respetuosa de los derechos humanos y consagrada a la educación, a la investigación científica y humanística y a la publicación del conocimiento. Esa nueva etapa debe iniciar con Lilia Cedillo. ®

Notas
1 Karmele Azcué, El movimiento estudiantil poblano (1952–1957). Entrevista con Francisco Arellano Ocampo, Puebla: BUAP, 1992, p. 13. Este libro olvidado pero útil es la base principal de mi reconstrucción histórica.
2 Derogó el decreto “antipreparatorias” el 31 de julio.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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