BUSCANDO EL CANON OFICIAL DE LA HISTORIETA

Releyendo a Juan Sasturain

El inicio del canon más respetado y oficial parte del supuesto romántico que divide a la humanidad en dos bandos, uno bueno y otro malo, donde el último, por justicia poética, termina perdiendo. Así planteado el escenario, ciertos nombres sólo aparecerán cuando la conveniencia política aconseje volverlos escarmientos públicos para los indecisos que miran desde bastidores.

Juan Sasturain

En 2004 Juan Sasturain publicó Buscados vivos, una recopilación con entrevistas y textos sobre Hugo Pratt, Francisco Solano López, Oski, César Bruto y un largo etcétera, una continuación, si se quiere, de El domicilio de la aventura pero también una manera de retomar los autores básicos de su canon, ampliándolo un poco, sí, pero todavía sembrando esos silenciosos blancos conspirativos sobre nombres básicos del género.

La tarea de selección y limpieza de Sasturain, por lo tanto, sigue atada a su viejo artículo “La última década larga de la historieta argentina”, donde recorre treinta y seis años del género, de 1950 a 1986, dinamitando los puentes hacia los autores dudosos, estableciendo los cimientos del canon y levantando sus primeras murallas, la expresión más visible del mecanismo con que empujara los mismos nombres adentro y alejara al resto entre ambiguas acusaciones buscando unir el pasado idealizado de Hora Cero y Frontera con el compromiso político alcanzado, supuestamente, durante su etapa como director de Fierro.

Los primeros párrafos dan el tono general de la tarea: “Esa historieta sabia, fuerte, humanista, argentina en la manera, el tono, la carnadura de los héroes, que el viejo H. G. Oesterheld clavó como una lanza en el corazón mundial del género desde sus revistas Hora Cero y Frontera hasta el filo de la década de 1960. Luego vendría la noche […]. Con el cierre de la segunda época de Misterix termina un ciclo dorado. […] Se impone la producción adocenada, rutinaria en su profesionalismo, que desde las revistas de Editorial Columba comenzaban a monopolizar el mercado”.

El inicio del canon más respetado y oficial (basta leer los últimos libros críticos editados) parte de este supuesto romántico que divide a la humanidad en dos bandos, uno bueno y otro malo, donde el último, por justicia poética, termina perdiendo: así planteado el escenario, ciertos nombres sólo aparecerán cuando la conveniencia política aconseje volverlos escarmientos públicos para los indecisos que miran desde bastidores.

La condena empieza en “se impone la producción adocenada, rutinaria en su profesionalismo, que desde las revistas de Editorial Columba comenzaban a monopolizar el mercado”. El guionista o dibujante que entre dentro de las coordenadas de mercado será expulsado sin importar la calidad del producto… Sasturain enseña con el ejemplo: “Apenas asomaba en las páginas de Columba la ductilidad mercantilizada del prolífico guionista Robin Wood, que ya por entonces construía sus éxitos con la certeza de un best-sellerista”.

Mejor poner atención ahí porque Sasturain está dictando cátedra: pone ductilidad y desliza “mercantilizada”, agrega prolífico para aplastarlo inmediatamente con un “best-sellerista”: así Wood y sus historietas desaparecen para siempre dejando a Oesterheld como el único artista que durante la década de 1960 no “se mercantiliza”.

Sasturain salva, entonces, la pureza, establece la primera frontera de su reino y se lanza hacía 1974, listo para comentar los primeros títulos de Carlos Trillo: Un tal Daneri, El Loco Chávez y las adaptaciones de cuentos infantiles o clásicos del terror hechas junto a Breccia pero ya no adjetiva: aquí no hay ductilidad mercantilizada, el inmenso éxito de Trillo no se contamina de los ejercicios del best-sellers y lo mismo sucede con la interminable cantidad de series que le siguen.

Tampoco se menciona el beneficio económico: entre caballeros y amigos ciertas cosas se dejan de lado. Por si quedan dudas: “Tanto Muñoz-Sampayo como Trillo-Breccia aparecen como una alternativa creadora y marginal al sistema. El dinamismo del proceso que desencadenan los segundos los llevará a marcar definitivamente la producción del periodo en todos los niveles”.

La línea trazada por Sasturain encadena toda esta operación de limpieza con su propia revista, pero todavía necesita otro eslabón y algunas astucias para llegar hasta ahí sin despertar sospechas de favoritismo: para eso está la recién creada revista Skorpio: “Un nuevo medio intentará explícitamente en ese 1974 retomar la línea perdida, una década atrás, de los últimos avatares del periodo áureo, ese Misterix de Mort Cinder, Garrett y Wattami: la buena historieta de aventura para un público masivo”.

Sólo entonces Ray Collins será reconocido como guionista, luego desaparecerá bajo la alfombra y no se lo volverá a mencionar nunca.

El truco de asociar a los guionistas con los medios donde trabajan  ya funciona: aquí (Hora Cero, Frontera, Misterix, Skorpio, Superhumo(r), Fierro), están los buenos profesionales; allá (Columba), los malos. Collins se salva en los setenta, y apenas, por sus trabajos para Skorpio, pero cuando sus guiones sean publicados íntegramente en D’artagnan, El Tony o Nippur Magnum (todas revistas de Columba) su lugar será ocupado por otros guionistas, no por calidad de trabajo (Collins es uno de los mejores y más prolíficos autores del género), sino por geografía y cercanía ideológica.

Con estas condiciones se reduce la lista de candidatos: desde la marginación de Wood queda claro que el éxito comercial implica una desvalorización del trabajo; el silencio que pesa sobre cualquier historieta publicada en Columba aporta el segundo dato para entender ese ejercicio sistemático del soslayo, la marginación y la contradicción que encabeza Sasturain.

Contradictorio porque en su artículo “Cultura nacional: las comunicaciones posibles” (1980) aparece defendiendo a Crist y Hermenegildo Sábat: “Hay dos cuestiones. La primera, ilustra las dificultades de la inteligencia nativa para aceptar mensajes que, más allá de su contenido, provengan de canales de circulación y consumo que no sean los establecidos para lo que, de una vez y para siempre, se ha determinado que es la cultura. Lo urticante no es el hecho de que Sábat sea caricaturista o que Crist dibuje habitualmente chistes sino el que ambos utilicen un medio masivo y manifestantemente mercantil como soporte para su producción gráfica. En términos de artistas, el original es el trabajo publicado —su reproducción masiva— por el que reciben un importe. La actividad plástica y la laboral no son campos opuestos sino la conjunción de lo individual expresivo y lo colectivo-comunicativo asumido como el lugar de la creatividad. Precisamente en la tensión de esos dos elementos motivada por la naturaleza del canal adoptado, reside la originalidad y el valor de la obra”.

Aunque todavía quedan algunos retoques para ocultar estos deslices involuntarios entre teoría y práctica, Fierro ya encaja dentro del modelo que busca unir el histórico 1950 con este 1984. Por eso Sasturain habla de “La tarea que estaba en el aire era la de conjugar —con reglas del juego claras y abiertas— todo lo disperso; recuperar la creatividad perdida o desorientada, satisfacer a un público mal atendido y, sobre todo, entrar en contacto con la historia y la circunstancia argentina, una cita que vino a darse —oh paradoja— cuando el rigor del proceso militar ponía a prueba las ganas de comunicar algo más que trivialidades” refiriéndose a Humo(R), un proyecto fallido a este Fierro donde Mandrafina puede ser alabado por el mediocre “Metrocarguero” guionizado por Enrique Breccia sin mencionarse su magnífico trabajo junto a Robin Wood en esa obra maestra llamada “Savarese”, que toma al personaje central de El Padrino pero invirtiendo la ecuación al convertirlo en policía.

No sólo se dividen las críticas de acuerdo con el medio: el crítico puede usar diferentes tablas de valores, negándose a comentar ciertas obras por buenas que sean (y hablamos de obras maestras como el “Dago” de Wood-Salinas o el “Águilas Negras” de Collins-Solano López); la otra aprueba desde la intención política.

Cito: “Ese futuro imperfecto tan bien contado por Altuna en Ficcionario o con Trillo en “El último recreo” y los trabajos de Juan Giménez en “Cuestión de tiempo” o “War III” —junto a Barreiro— levantando olas de admiración metálica, hubo lugar para propuestas abiertas al sentido más libre e imprevisible, como las historietas de Enrique Breccia, verdaderos ejercicios de imaginación, desbordada hasta el límite de lo narrativo posible”.

La precariedad de estos juicios, basados en una crítica hecha entre amigos que se intercambian elogios con la facilidad que da la costumbre, va a desmantelar buena parte del artículo, pero su lógica va a seguir viviendo hasta hoy.

Paso en limpio, aclaro y repito por si no se entendió: a la hora de comentar las historietas la posición política suma puntos frente a la calidad: de esa forma, el “Ficcionario” está, según Sasturain, “tan bien contado”, aunque el escenario escrito y dibujado por Altuna acumule clichés (mundo superpoblado, sexo público, policía corrupta, marines brutales, drogas, chicas bonitas y fáciles) en una historieta superada por el propio autor en Time Out; siguiendo ese criterio obtendrán brillo historietas mediocres como el “Ministerio” de Ricardo Barreiro y Solano López, y sus guardias “esese” que tienen la cara y el cuerpo de Superman pero usan uniformes nazis: “Algunos dicen que su creador se inspiró al darles forma en la figura de un villano popular de tiempos idos, un ser maligno que imponía sus caprichos gracias a su fuerza sobrehumana. Al parecer, sus uniformes están también basados en mitos semejantes”.

Aprobar y festejar públicamente títulos mediocres no es una casualidad y menos un error, es el efecto buscado, confirmado cuando se elogia “El sueñero” de Enrique Breccia y el comentario de Sasturain, de nuevo, apenas menciona  la predictibilidad de las tramas, los personajes huecos y los diálogos torpes dignos de un principiante (“Voy a prezentarme… Zoy Capitán Binchuko, el tío de Yacs Custó”); una historieta que pasa de la mitología boba (Sirko Roman-ho) al panfleto político con piratas ingleses, cipayos y menciones a Elhje-Neral.

La escobita mágica sigue enchufada y funcionando para separar al lector de sus dudas y convertirlo a la verdadera fe: “Los lectores de Fierro”, escribe Sasturain, y esta vez los elogios están destinados a él mismo, “han sabido compartir con asombro y perplejidad pero con unánime admiración, inclusive cuando la aventura golpea a las puertas de la patria y de este tiempo, y se contamina de polémica y de violenta lucha partidaria e ideológica […] Atravesada por la historia contemporánea como por vientos inmanejables, Fierro participa en el gesto de la puesta al día de la historia con el país, rompe el divorcio entre aventura y circunstancia nacional. Pero no lo hace puntualmente, a través del equívoco COMPROMISO, sino trasponiendo contenidos de la identidad y los destinos colectivos en el marco artístico más específico. Es el caso de “Perramus”…”

Borges se transforma para “Perramus” (Juan Sasturain, guiones, Alberto Breccia, dibujos) porque el personaje público es irritante, pero el escritor deslumbra y la tarea de salvataje lo convierte en un personaje querible y cercano a la revista.

Todos esos intentos —de “Ficcionario” a “Perramus”—, coronados por la corrección política y el mensaje cerrado de las parábolas para entendidos, terminaran superados artísticamente por la parodia feroz de Fontanarrosa y no por la aparente “contundencia testimonial” del Peyro de “Las semillas”, “Hermandad” o “Gracias, Sr. Nuys”.

Es lo que hay en 1986, y Sasturain se detiene ahí, pero los canonizadores oficiales siguen recuperando su idea de construir una historia del género que conecte una serie de puntos fijos e invariables (Oesterheld, Trillo, Sampayo y Barreiro entre los guionistas; Hora Cero y Frontera, Misterix, Skorpio, Superhumo(R) y Fierro en las revistas) dejando en la oscuridad y a pie al resto.

El resultado final de estos macizos tratados de fe nunca se aparta demasiado de la línea trazada originalmente: Ray Collins, Alfredo Grassi, Julio Álvarez Cao, Robin Wood, Carlos Albiac, Armando Fernández y Ricardo Ferrari siguen esperando, lejos de estos historiadores-cartógrafos que creen que la Tierra es plana y está sostenida por cuatro inmensos elefantes sobre un abismo. ®

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Publicado en: Cómic, Julio 2010

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  1. Daniel Horacio

    Totalmente de acuerdo, me hace acordar a la linea trazada por los criticos de las novelas policiales como Mempo Giardinelli alabando la novela NEGRA por sobre la novela ENIGMA dado que el padre de la novela Negra Dashiel Hammett era comunista y fue perseguido por MacCarthy en los 50, eso lo hace superior a los novelistas policiales de la novela Enigma, para Giardinelli tanto el nombrado Hammett como Chandler eran superiores a Agatha Christie, cosa que nadie esta negando pero tomar a A.Christie como representante unico de la novela deductiva es un aprovechamiento, tampoco si vamos al caso Hammett puede decirse que sea superior a distiguidos escritores policiales como John Dickson Carr, Nicholas Blake o Patrick Quentin por nombrar a algunos.

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