Los protagonistas de Flores rotas (de Jim Jarmusch) y de Keita! La herencia del griot (de Dani Kouyaté) emprenden un viaje en busca de personas con quienes necesitan hablar del pasado. Pero el significado y el poder que ese pasado tiene sobre el presente es muy distinto en cada caso.
Desde la última vez que hablamos pasaron cosas importantes en tu país y también en el mío, pero acá estamos para hablar de cine así que te propongo que por hoy hagamos de cuenta que el cine de ficción sirve para evadirnos de la realidad, que simulemos creer que cuando hablamos de cine no hablamos de nosotros mismos. Por eso me gustaría contarte una historia (como hacen los padres, los abuelos y las niñeras con los niños) que tiene príncipes encantados y misterios por resolver. Voy a empezar por presentarte a los protagonistas, que parecen lejanos entre sí pero yo creo que tienen mucho en común. Don es un hombre de mediana edad, estadounidense, que resulta muy atractivo para las mujeres pero que parece no poder (o no querer) sostener una relación por mucho tiempo. Conozco su historia porque me la contó un grupo de personas (camarógrafos, actores, iluminadores, vestuaristas y mucha otra gente) dirigidas por Jim Jarmusch, y a Jim en general no le gusta contarnos el pasado de sus personajes, así que vamos a centrarnos en lo que importa, su presente (2005) cuando recibe una carta misteriosa, en la que una antigua amante le informa que tiene un hijo que ha salido a recorrer el país para tratar de encontrar a su padre, es decir al mismo Don. Con los pocos datos que obtiene de la carta (que no está firmada ni tiene remitente) y lo que Don recuerda de su pasado, Winston (vecino y amigo de Don) prepara un viaje para que su amigo visite a cinco antiguas amantes en busca de pistas que le indiquen quién pudo haber escrito la carta. Ahora que ya sabés quien es Don y para qué comenzó su viaje, voy a presentarte a nuestro segundo protagonista, Djeliba. ¡No! No abandones el nombre sólo por la concentración de consonantes y la pronunciación desconocida, podés pronunciar la j como una i para que la voz que lee en tu mente no tenga que saltear la palabra cada vez que aparezca. Djeliba es un griot, es decir la persona encargada de transmitir la historia y tradiciones de una comunidad. Los griots no escriben, sino que hablan o cantan y así transmiten esas historias que contienen una sabiduría ancestral, por lo que son respetados consejeros en muchas sociedades de África occidental. Si sabés inglés puedo dejarte un link para que aprendas más sobre los griots, pero prometeme que no vas a leerlo ahora, que no quiero que te distraigas de nuestra historia. Djeliba tiene un sueño sobre el inicio del mundo y las organizaciones humanas, una señal de que es hora de comenzar su trabajo, y abandona su aldea en busca de Mabo, un niño de la familia Keita, a quienes la familia de Djeliba (los Kouyaté) han servido como griots desde siempre. Djeliba busca a Mabo para contarle la historia de los Keita, y la explicación del surgimiento de ese apellido.
Djeliba y Don están muy alejados en espacio y tiempo, porque aunque el filme que el primero protagoniza (Keita! La herencia del griot) es sólo diez años anterior al de Don, la ciudad moderna donde vive el pequeño Mabo no se parece a ninguna ciudad estadounidense de la década de 1990. Pero supongo que ya adivinaste por qué quiero hablarte de ellos: ambos emprenden un viaje en busca de alguien con quien quieren hablar sobre el pasado, sobre el inicio de algo. En el caso de Don, quiere averiguar los orígenes de un supuesto hijo, mientras que Djeliba quiere contar los orígenes de la familia Keita. Las intenciones son parecidas pero no son las mismas y la forma en que los filmes nos llevan por este recorrido tampoco son iguales. Quizá lo sepas, pero si no lo sabés te lo cuento ahora: los filmes tienen formas de guiar nuestra mirada: un objeto que se repite en varios escenarios sin ninguna razón aparente, o que es ubicado en el centro del plano, iluminado de una forma especial o manipulado por un personaje atraerá siempre nuestra atención. En Flores rotas nuestra mirada es guiada principalmente por primeros planos que se detienen sobre objetos, y esas imágenes son siempre aquello que Don está mirando, es decir que por momentos su mirada y la nuestra se identifican. De la misma forma, nuestro interés se identifica con el suyo: buscamos pistas, contradicciones, el significado de una mirada intensa o de un gesto involuntario.
En Flores rotas nuestra mirada es guiada principalmente por primeros planos que se detienen sobre objetos, y esas imágenes son siempre aquello que Don está mirando, es decir que por momentos su mirada y la nuestra se identifican. De la misma forma, nuestro interés se identifica con el suyo: buscamos pistas, contradicciones, el significado de una mirada intensa o de un gesto involuntario.
Espero que no te moleste que me aparte por un momento de nuestro tema para hablarte de uno de mis escritores favoritos. En La historia interminable la emperatriz de un mundo fantástico le explica a Atreyu, su héroe, que el objetivo del viaje que le ordenó hacer no era otro más que el viaje en sí mismo, ya que el relato de ese viaje serviría para atraer la atención de Bastián, a quien Atreyu había buscado por todas partes y que en realidad era un niño que leía las aventuras del héroe. Creo que en las palabras de las emperatriz, Michael Ende (autor del libro) explica el objetivo de toda la ficción de viajes: incluso si los viajeros tienen una misión que cumplir, desde Indiana Jones hasta Lope de Aguirre, lo que nos atrapa no es la duda sobre el éxito de la empresa (¿acaso alguna vez dudaste de Indiana?) sino el recorrido que hacemos con el protagonista. Por eso espero que no te moleste que te cuente el final de Flores rotas, que en cualquier caso es coherente con la filmografía de Jim Jarmusch: el misterio no se devela, entre palabras no dichas y pistas contradictorias podríamos pensar que cualquiera de esas mujeres es la madre del hijo de Don. O ninguna, porque en realidad ni siquiera podemos saber si la carta decía la verdad. En el viaje de Don, en que buscamos una verdad objetiva, no podemos confiar en nada. Quizá por eso él no hace lo que yo (en mi infinita candidez) hubiera hecho: preguntar directamente a cada una de esas mujeres si ella le envió una carta, quizá con la esperanza de que quien ha sabido mentir por escrito no sepa hacerlo en persona.
Por el contrario, durante toda su estadía en casa de Mabo, Djeliba hace muy claros sus objetivos e intenciones, y encuentra también una franca oposición. Al principio, el griot es respetado como tal pero pronto el poder de su palabra se hace evidente: Mabo deja de ir a la escuela para poder escuchar las historias de Djeliba y cuando regresa aparta a sus amigos del aula para contarles lo que aprende del griot, y así es como aparecen sus enemigos. Elegí este filme no sólo porque Djeliba está de viaje, sino también porque las historias que cuenta incluyen viajes y viajeros, cada uno con su propia misión, que en su camino son protagonistas o testigos de eventos maravillosos: personas con la capacidad de anticipar el futuro, seres que cambian su forma de humana a animal, hombres de fuerza extraordinaria y objetos que se convierten en paisajes. Cuando Mabo cuenta la historia a sus amigos, uno de ellos responde, sorprendido, que eso no es posible. Pero otro de sus amigos le da una respuesta que demuestra, a quienes somos ajenos a esa cultura, lo que significa la palabra del griot: “Tiene que ser cierto, porque él lo dijo”. Estos niños han sido criados en una cultura moderna y racionalista, hablan francés en la escuela donde aprenden matemática y la teoría de la evolución; el padre de Mabo conduce un coche y su madre ha contratado a otra mujer para que se ocupe de las tareas domésticas. Y sin embargo, las antiguas palabras del griot anidan en ellos con la fuerza de la verdad. Si te gustaría saber más sobre las sociedades en las que las historias míticas siguen siendo significativas y verdaderas podrías leer el libro de Mircea Eliade Mito y realidad. Pero no lo googlees ahora, que en el párrafo siguiente quiero contarte algo personal.
Djeliba no habla en francés (idioma que Mabo usa en la escuela y con sus padres) sino en lengua mandinga (por supuesto no reconozco el idioma, supongo que es esa lengua por los datos que nos da el filme). Mabo comprende y habla el idioma, de la misma forma que comprende la importancia de la realidad que Djeliba trae para él. Argentina también fue una colonia, como Burkina Faso, pero aquí de las culturas originarias no queda casi nada, y su lucha es más por supervivencia que (como en el caso de Djeliba) por su difusión. Los historiadores podrán darme su explicación sobre por qué las cosas son como son en mi país, pero a mí todo eso me sabe a poco, quizá porque me lo dicen en castellano. A veces pienso que a todas las escritoras latinoamericanas les pasa lo que a mí: en Malinche, un mito que es más tuyo que mío, encontré mi antepasado glorioso (con esa gloria mezquina que se nos permite a las mujeres), pero todavía lamento que de mi sangre toba no me quede más que los rasgos de mi abuela y la carencia de esa historia que me explique por qué no tengo un nombre, ni siquiera un apodo, en una lengua que no conozco. Mi etnocentrismo (que quizá aprendí con el castellano o quizás es una falta de mi carácter) alguna vez me hizo pensar que esta ausencia de palabras propias, esta traición en cada sílaba, es lo que define al colonizado. Pero en África ser colonia es otra cosa, o eso es lo que nos muestra Keita!… con sus lenguas coloridas y sus historias plagadas de maravillas, en un mito que sigue vivo y más de lo que pensamos (vas a saber por qué al final del siguiente párrafo).
Voy a contarte el desenlace de Keita!… pero no te preocupes, porque hay mucho más para ver en ese filme (por ejemplo, no te dije nada sobre el príncipe encantado). Ante la amenaza de la madre de Mabo de abandonar a su familia si Djeliba no deja de contarle historias a su hijo, el griot decide dejar su tarea inconclusa. Mabo se queda sin saber la historia de su apellido y también nosotros, que hasta que no comienzan los créditos del final no podemos creer que nos dejaron a medias justo cuando Sundjata (el príncipe en cuestión) está en un momento clave, enfrentando la traición, el exilio y a punto de pasar quién sabe cuántas aventuras. Nos perdemos, justamente, el viaje de Sundjata. Acongojado por la partida de su maestro, Mabo corre fuera de su casa a buscarlo, pero Djeliba ya no está ahí. En la calle encuentra a un cazador que hemos visto en las historias que el griot contaba. Mabo lo reconoce como si las palabras se hubieran convertido en imágenes ante sus ojos. Ahora quizá deba aclararte que el tiempo del mito está en los orígenes pero que se hace presente con la representación o narración de ese mito, por eso no es extraño que un personaje que acompañó a los antepasados de Mabo ahora lo visite. Ante el pedido del niño, el cazador le dice que él no puede contarle la historia de los Keita porque no es un griot, pero que el niño encontrará otros griots a lo largo de la vida (mi traducción dice “en tu camino”). Mabo alza sus ojos al cielo y pide ayuda a un pájaro. Y ese es el final del filme. No sólo Mabo y nosotros nos quedamos a la mitad de la historia de Sundjata sino que también los espectadores sólo vemos el comienzo, casi diría el germen, de lo que seguramente será la aventura de Mabo. Ahora es el momento de añadir un dato significativo: tanto Dani Kouyaté (director del filme) como su padre Sotigui Kouyaté (el protagonista) son griots por sangre y vocación. A diferencia de los apocalípticos que anticipan el fin de las culturas orales arrasadas por la tecnología, Dani se alegra de haber nacido en un siglo en que el griot puede difundir sus conocimientos a través del cine. Djeliba le advirtió a Mabo, antes de comenzar su historia, que podría tardar en contarla toda una vida, esa vida será la de Mabo, que deberá construir el significado de su nombre. Pero nosotros también hemos visto sólo el comienzo de una historia que, contada por griots, se carga de un sentido originario. Dani Kouyaté (que jamás filmó segundas partes como “La venganza de Sunjata” ni “Keita reloaded”) ha sabido evitar la cristalización que ha matado tantas tradiciones orales al pasar a un medio perenne: sólo nos cuenta una parte de la historia. Así el pasado y nuestra forma de leerlo y darle significado puede seguir siendo una actividad hecha en el presente y pensando en el futuro, incluso en el contexto de la verdad indiscutida del mito. A diferencia de Don, que en búsqueda de la verdad objetiva se queda con la impotencia de la incertidumbre, para Mabo la duda es el comienzo de una búsqueda.Si leíste alguno de mis artículos anteriores es probable que te preguntes dónde está mi hipótesis, qué es lo que quiero demostrar o sostener sobre estos filmes, por qué no hago más que contarte el recorrido de estos personajes. Supongo que en el fondo no tengo ninguna conclusión para darte ya que elegí estos filmes porque me dejaron con la sensación final de un misterio: en Flores rotas era un misterio irresoluble, en Keita!… un misterio por construir, quizá a lo largo de toda la vida. Pero nuestros protagonistas sí tienen algo para decir que, a falta de palabras más sabias (no soy un griot), aquí transcribo para vos. Un joven que quizá sea su hijo le pregunta a Don si tiene algún consejo para dar. Don responde con frases que podrían describir esta y otras películas de Jim Jarmusch: “El pasado se ha ido, eso lo sé. El futuro aún no está aquí, cualquiera que sea. Así que lo único que hay es esto, el presente”. Por su parte Djeliba, justo antes de partir, le dice a Mabo: “Recuerda que éste es un mundo antiguo y que el futuro surge del pasado”. ®