Cómo leer la Biblia con seriedad

Y cómo enfrentarse a los textos sagrados

¿Cómo ha llegado la Biblia hasta nosotros? ¿Quién decidió qué libros la configuraban? Estos son temas que pueden ser apasionantes para todo el mundo con independencia de si se considera un creyente devoto o un convencido ateo.

Ejemplar de la Torah, uno de los libros que componen el Tanaj hebreo que contiene varios capítulos del Antiguo Testamento cristiano.

Alfonso Carlos Comín, famoso por ser cristiano y comunista, daba en sus Preferencias un “sí” a la Palabra y un “no” la interpretación. Pasaba así por alto que toda palabra es palabra interpretada. Al receptor nunca llega en toda su pureza lo que el emisor quiere decir sino una determinada representación mental del mensaje. Eso es algo que suelen olvidar todos los fundamentalistas que en el mundo han sido, siempre convencidos de que tenemos acceso a la voluntad de Dios de una manera directa y pura, como si no hubiera por el camino ningún tipo de interferencia derivado, por ejemplo, de nuestros prejuicios.

Aunque aceptemos que la Biblia es palabra divina, nada obliga a considerar que nuestra interpretación también lo es.

Enfrentarse a los textos sagrados es cualquier cosa menos sencillo. Recuerdo que, hace ya demasiados años, le comentaba a un compañero de militancia cristiana que las gentes de izquierdas y las de derechas suelen seleccionar las citas bíblicas que más se adecuan a sus ideologías respectivas. Mi amigo me respondió, con una seguridad, pasmosa, que para evitar este sesgo estaban los Estudios de Evangelio. No me convenció. Cuatro reuniones al año resultaban del todo insuficientes y la metodología tampoco ayudaba demasiado.

A muchos cristianos les importa poco una lectura bíblica desde las ciencias sociales. Si Jesucristo fue o no un personaje histórico es algo que no dice nada a su fe. Confieso que no entiendo demasiado bien su postura porque su religión se fundamenta en que Dios se revela en la historia. Si somos creyentes, adentrarnos en las circunstancias concretas en las que se redactaron nuestros libros sagrados se vuelve indispensable. Esa es, seguramente, la única forma rigurosa de hacer teología. Si nosotros no explicamos algo con las mismas palabras a un niño de cuatro años y a un hombre de cincuenta, ¿por qué deberíamos tomar al pie de la letra el contenido de unos libros que se dirigían a un público sin nuestros avances científicos y tecnológicos?

Si buscamos un conocimiento con un mínimo de fiabilidad, haremos bien en contar con historiadores, filólogos, sociólogos, antropólogos o psicólogos. Nuestra intuición no es suficiente.

No basta, por tanto, con acercarse a la Biblia buscando inspiración para la vida. Hay que ser conscientes de que esa obra no fue siempre lo que es hoy. ¿Cómo ha llegado el texto hasta nosotros? ¿Quién decidió qué libros la configuraban? Estos son temas que pueden ser apasionantes para todo el mundo con independencia de si se considera un creyente devoto o un convencido ateo. Si buscamos un conocimiento con un mínimo de fiabilidad, haremos bien en contar con historiadores, filólogos, sociólogos, antropólogos o psicólogos. Nuestra intuición no es suficiente.

Catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, Julio Trebolle ha publicado El proceso de edición de la Biblia Hebrea y Griega (Trotta, 2024), en el que desgrana para nosotros muchas cuestiones técnicas que necesitamos para adentrarnos en lo que hoy denominamos “Antiguo Testamento” y su proceso de formación a lo largo de los siglos, un dilatado periodo en el que sus diversos libros no se habían reunido aún en un solo volumen. El texto hebreo antiguo sirvió de base para la traducción griega, la denominada “Septuaginta” o “Biblia de los Setenta”, realizada, según la tradición, por setenta sabios que coincidieron milagrosamente en sus versiones.

Debemos, por un lado, buscar las palabras más fieles a la intención original de los autores. Por otro, hay que afinar a la hora de establecer cuál es su significado. Los fundamentalistas y los anticlericales piensan, todavía hoy, que sólo existe una lectura posible: la literal. Se desprecian así muchas otras líneas de interpretación, como la del carácter alegórico. Los seis días de la creación del mundo, sin ir más lejos, no tienen por qué ser seis días exactos. Los mitos no son ciencia ficción, como a veces se asegura despectivamente, sino relatos en los que la fantasía nos sirve para expresar cuestiones importantes sobre el ser humano. La verdad literaria no se identifica necesariamente con la verdad periodística, como tan bien nos recuerda Pierre Bayard en Cómo hablar de los hechos que no han ocurrido (Cátedra, 2025).

Así, en unas traducciones del Cantar de los Cantares leemos “te doy mis pechos” y en otras “te doy mi amor”. No es exactamente lo mismo.

El público general, por desgracia, permanece ajeno a las transformaciones profundas que han experimentado los estudios bíblicos. Hoy sabemos que, durante los siglos inmediatamente anteriores a la aparición del cristianismo, los libros del Antiguo Testamento circulaban en diferentes versiones. También debemos tener en cuenta que los traductores, al elegir una palabra, no actuaban sólo por criterios lingüísticos. Detrás de su proceder existían razones teológicas que les conducían a privilegiar una determinada interpretación. Así, en unas traducciones del Cantar de los Cantares leemos “te doy mis pechos” y en otras “te doy mi amor”. No es exactamente lo mismo. En un caso se pone el énfasis en el erotismo del encuentro entre dos amantes y en el otro se espiritualiza esa historia para hablarnos de Dios y el ser humano.

Trebolle nos ofrece una aproximación extremadamente científica de la Biblia, dentro de una tradición ilustrada que propugna investigar las Escrituras con los mismos métodos que emplearíamos en cualquier otra obra. Eso es algo que los fundamentalistas no están dispuestos a admitir de buen grado, con lo que, en la práctica, vienen a mutilar el sentido de la Revelación, convirtiéndola en un dogma ahistórico. Se crean así falsos problemas, como el que enfrenta a la religión con la ciencia. Desde una perspectiva creyente se puede aceptar que la lectura de la Biblia no es única: depende del contexto en el que se realiza. Si hoy la investigación nos proporciona una comprensión más avanzada y sutil, ¿por qué íbamos a renunciar a ella en beneficio de una exégesis primitiva y rígida? ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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