Elena Garro es un personaje fuera de serie. Rebelde, imaginativa, crítica del poder, sensible a las injusticias, solidaria con los desprotegidos, pionera en el desmantelamiento de la violencia y la desigualdad de género. Una creadora contestataria en todos los rubros de la existencia humana.
Patricia Rosas Lopátegui nació en Tuxpan, Ver. (1954). Profesora en la Universidad de Nuevo México, Estados Unidos. Es biógrafa de Elena Garro y ha escrito varios libros sobre la autora poblana. El más reciente consta de dos volúmenes, Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos (Gedisa, 2020). También ha estudiado y compilado la obra de Carmen Mondragón en Nahui Olin: sin principio ni sin. Vida, obra y varia invención (UANL, 2011) y Obras completas de Guadalupe Dueñas (FCE, 2017), de quien funge como su agente literaria. Su nuevo trabajo de investigación consta de la serie “Insurrectas” (Gedisa, 2022), diez libros sobre diez escritoras mexicanas del siglo XX.
—Usted es probablemente quien más conoce la figura de Elena Garro, ¿cómo nos la describiría?
—Elena Garro es un personaje fuera de serie. Rebelde, imaginativa, crítica del poder, sensible a las injusticias, solidaria con los desprotegidos, pionera en el desmantelamiento de la violencia y la desigualdad de género. Por lo tanto, estamos ante una creadora contestataria en todos los rubros de la existencia humana. Eso ocasionó un malestar en la sociedad patriarcal y autócrata mexicana en el siglo XX.
—¿Cómo descubrió a Elena Garro y por qué decidió adentrarse en el estudio de su obra?
—La descubrí en el seminario de Literatura Mexicana, en la primavera de 1977. Yo estudiaba la carrera de Letras Españolas en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). La profesora Nora Guzmán incluyó en la lista de lecturas Los recuerdos del porvenir (Premio Xavier Villaurrutia 1963). Recuerdo que leímos la novela en copias fotostáticas porque en 1977 Elena Garro estaba vetada. No circulaba ninguno de sus libros publicados hasta ese momento; ni su teatro compilado en Un hogar sólido y otras piezas en un acto (1958) ni sus cuentos reunidos en La semana de colores (1964), mucho menos Los recuerdos del porvenir.
En aquella época los escritores dominaban el panorama literario y la mayoría de las obras que leíamos procedían de los polígrafos del canon. Sin embargo, la profesora Guzmán incluyó Los recuerdos del porvenir en ese seminario y siempre le estaré agradecida, pues llegué a la escritora que se convertiría en el centro motor de mi vida personal y académica.
Me impactó la crítica acerba a la Guerra Cristera, producto del sistema político posrevolucionario, en un periodo sumamente cerrado; México vivía bajo el control absoluto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y no existía libertad de expresión, ya que los medios de comunicación vivían al servicio del gobierno.
Cuando leí Los recuerdos del porvenir me encontré con una obra muy distinta a todo lo que había leído en esos momentos. Me impactó la crítica acerba a la Guerra Cristera, producto del sistema político posrevolucionario, en un periodo sumamente cerrado; México vivía bajo el control absoluto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y no existía libertad de expresión, ya que los medios de comunicación vivían al servicio del gobierno. Entonces la novela de Elena Garro representaba un aire fresco en la literatura. También me sorprendió su análisis sobre la condición femenina, al desmontar los papeles tradicionales asignados a la mujer en la sociedad falocéntrica. Me maravilló el manejo del tiempo, la fusión y el contrapunto entre el tiempo finito mexicano y el lineal de Occidente. El lenguaje lírico, poblado de metáforas e imágenes insólitas, asimismo me atraparon desde las primeras frases: “Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente”. Elena Garro, además, exponía los abusos perpetrados en los pueblos originarios. Hay una frase que hizo mella en mi memoria. Nicolás, uno de los personajes alter ego de la autora, le dice a una de sus amigas que hace aseveraciones racistas: “Todos somos medio indios”. Es verdad, los mexicanos somos producto principalmente de dos raíces: la indígena y la española, a las que se unieron la africana.
Al leer Los recuerdos del porvenir Elena Garro me habló de una serie de circunstancias que yo vivía en carne propia. Por eso, ya no pude dejar de leerla. Me quedé “encantada”, como en el juego de la ronda infantil: “A las estatuas de marfil… una, dos y tres así”… Encantada en el sentido de dedicarme a trabajar su vida y su obra.
—¿Cómo podríamos describir la obra de Elena Garro en esencia?
—Deconstructora de todos los valores que han oprimido al ser humano. Los eventos ficcionalizados en los textos de Elena Garro pueden suceder en una choza perdida en un pueblo mexicano, al igual que en Tokio, Nueva York, Barcelona, Estocolmo, Moscú, etcétera. Su obra es puntual y desacralizadora. Sin medias tintas.
—¿Cuáles son los referentes de la obra de Elena Garro?
—Elena tuvo una formación sólida desde su infancia. Su padre, José Antonio Garro Melendreras, originario de Infiesto, Asturias, tenía una enorme biblioteca. Desde pequeña empezó a leer a los clásicos españoles, griegos, latinos, ingleses y alemanes. Por otro lado, su madre, Esperanza Navarro Benítez, oriunda de la ciudad de Chihuahua, era una insaciable lectora, cuya consigna para sus hijas e hijo decía: “Lean, tengan virtud”. A la par de ese universo, Elena se nutrió de la cosmovisión indígena en Iguala, Guerrero, en donde radicó parte de su niñez y adolescencia. Los mozos y las mujeres que trabajaban en su casa eran indígenas y ellos la nutrieron con su manera de ver el mundo. Esa dualidad que forma parte de la identidad mexicana, Elena Garro la recibió desde muy temprana edad. En una ocasión comentó que para ella su familia española era tan importante como la indígena: “En mi familia paterna, muy corta, pero muy igual, todos éramos uno; desde los mozos: don Félix, Rutilio, Antonio, las muchachas Fili, Tefa, Ceferina, Candelaria, mi madre, mi hermanito, mi padre, mi tío, Deva, Estrellita, Boni, el Profesor, Toni, el perro, y yo”.
Considero que los referentes en Garro se encuentran desde la Iliada, la Odisea, el legado de Sócrates, Novalis, Hölderlin, Dostovieski, Bulgakov, Scott Fitzgerald, entre tantos otros. Cito la respuesta de la misma Elena a Roberto Páramo:
—Elena, ¿qué influencia reconoce en su formación literaria?
—En el teatro, la de los clásicos españoles que fueron mis primeras lecturas, pero sólo algunos autores y ciertas obras como los Entremeses de Cervantes, algunas cosas de Quevedo, otras de Lope de Vega. Desde chica me hicieron mucha impresión. El licenciado Vidriera, El coloquio de los perros, etcétera, todo el disparate español. Yo soy muy disparatada, quizá por eso se ha relacionado erróneamente a mi teatro con el del absurdo… con esa pesca de palabras.
A mí el género de la entrevista me ha acercado más aún al universo de la autora, por eso reuní sus conversaciones con un sinfín de periodistas e investigadores en Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos, dos volúmenes que publicó la editorial Gedisa–México, en 2020. Ojalá que también circulen pronto en España.
—Cuando nos adentramos en la personalidad de Elena Garro nos da la sensación de que era toda creatividad y que, estando con ella, todo podía pasar. ¿Se refleja eso también en su obra?
—Sí, definitivamente. Yo creo que eso sucedía porque Elena vivía bajo el signo de la imaginación, de la espontaneidad continua. Siempre dijo, citando a Ortega y Gasset: “Lo que no es vivencia, es academia”. Entonces en sus obras aparecen las referencias biográficas, y son así, anécdotas o situaciones inusitadas, extravagantes, fuera de la norma, pero que para Elena eran perfectamente viables. Te cito lo que respondió cuando Carmen Alardín le preguntó:
—¿Qué tanta referencia tiene la realidad concreta en la realización de su teatro fantástico?
—La realidad concreta para mí son muchas realidades, que, aunque aparentemente no vemos están ahí, como los poderes invisibles que forman y mueven a esas realidades, las transforman y las transmutan en realidades distintas.
—La obra de Elena Garro es de una gran belleza y creatividad, además dotada de gran lirismo. ¿Se debe eso a su infancia vivida junto al imaginario indio? ¿Hay otros factores?
—Considero que se conjugan varios elementos. Aunados a su acercamiento a la literatura clásica universal y al realismo mágico de las civilizaciones indígenas, se encuentra su sensibilidad y talento innatos. Elena contó en las entrevistas que concedió a lo largo de sus periplos existenciales que fue una niña traviesa, inquieta y fantasiosa. Jugaba a hacer teatro con su hermana Deva, al mismo tiempo que encerraban a su hermanita Estrella en un tanque para ver cuánto toleraba, o lanzaban a su hermanito a la poza de agua para observar qué le sucedía. Tal como lo narra en Los recuerdos del porvenir y en sus cuentos. Elena se salvaba del aburrimiento de la realidad cotidiana a través de la fantasía, la ilusión de mundos más acorde a sus deseos existenciales. Tenía una gran necesidad de alimentar su curiosidad. Y sus expectativas las nutrieron tanto la cosmovisión suprarreal de los pueblos mexicanos, el disparate español, así como los poetas románticos alemanes, quienes fincaron su movimiento filosófico–literario en el inconsciente, en la fantasía, en el poder de la imaginación.
Tenía una gran necesidad de alimentar su curiosidad. Y sus expectativas las nutrieron tanto la cosmovisión suprarreal de los pueblos mexicanos, el disparate español, así como los poetas románticos alemanes, quienes fincaron su movimiento filosófico–literario en el inconsciente, en la fantasía, en el poder de la imaginación.
—Mencionaste anteriormente en alguna entrevista la importancia de España en la biografía de Garro, ¿Cómo crees que pudieron influir sus viajes al país —en plena Guerra Civil con Paz y, posteriormente, exiliada— en su obra?
—España siempre estuvo presente en el imaginario de Elena Garro por el vínculo tan fuerte que sostuvo con su padre y la familia de éste. En su infancia, al mismo tiempo que escuchaba los relatos mágico–realistas de las nanas y de los mozos indígenas, esto es, a la vez que se nutría de las costumbres del pueblo mexicano, que comía atole, tacos, pozole, tamales, y que deseaba tener trenzas negras y perfumadas como las de Tefa, también en su casa se celebraban las fiestas del país de su padre. Aprendió canciones tradicionales y a bailar la jota asturiana. Elena amó España a través de su papá y de su tío Boni, dos figuras claves en su formación intelectual.
A Elena le dolió profundamente conocer el país paterno en plena lucha fratricida y así lo reflejó en sus Memorias de España 1937 (1992). En este emblemático libro aparecen su posición desmitificadora sobre la Guerra Civil, y también algunas situaciones insólitas.
Su permanencia en España incluye, asimismo, una de las páginas más desgarradoras de la literatura del milenio pasado: sus relatos autobiográficos de Andamos huyendo Lola (1980), sin dejar de lado su novela La casa junto al río (1983), obras en las que retrató la crudeza del exilio. Quizá Elena Garro no ha sido plenamente aceptada en suelo español por su crítica al país ibérico. Ojalá que eso quede superado, pues Garro criticó como nadie a México, razón por la cual estuvo en el ostracismo durante décadas.
Hoy, en España y en México, las nuevas generaciones son las que por fin están revalorando las enormes aportaciones de Elena Garro, tanto literarias como en el combate por la justicia social, la democracia y la igualdad de género.
—Se ha dicho que Elena es una de las mejores escritores que ha dado México (sin distinguir sexos), pero se la ha demonizado con las falsedades atribuidas en el 68. ¿Quién fue el artífice de esa trama y por qué se la quiso culpar?
—Elena Garro se involucró en la defensa de los comuneros de Ahuatepec, Morelos, a finales de 1956, y en enero de 1959 ganaron un juicio en contra de los terratenientes y políticos que masacraban a los campesinos para despojarlos de sus tierras. Esto molestó a la oligarquía y Adolfo López Mateos, entonces presidente de México, le pidió a Octavio Paz que orquestara la salida de su esposa del país. En febrero de 1959 Elena tuvo que abandonarlo todo y se instaló con su hija Helena Paz en París, en condiciones precarias. En el verano de 1963 regresó a México y el castigo no la detuvo en su lucha en contra de las injusticias y de la dictadura del PRI. Continuó en el activismo a favor de los campesinos, ya no sólo en el estado de Morelos, sino a lo largo y ancho del país. En 1965 se unió al movimiento de Carlos A. Madrazo Becerra, en esos momentos a la cabeza del PRI, quien buscaba reformar el partido en el poder, con el propósito de romper con el totalitarismo de la organización nacida en 1929, y crear una democracia. Elena Garro fue una defensora asidua del madracismo. En el verano de 1968 surgió el movimiento estudiantil en contra del sistema autocrático mexicano. Elena no se alió a esa corriente, pues ella y Madrazo se percataron de que se trataba de un alzamiento que buscaba eliminar a los candidatos que amenazaban la estabilidad priista, y, por ende, la estabilidad exigida por la Casa Blanca, en Estados Unidos. Debo explicar que dentro del PRI había varios candidatos que aspiraban a la silla presidencial y contendían entre sí. Por otro lado, estaba Madrazo, que para septiembre de 1968 había formado un nuevo partido político, Patria Nueva, ya que el PRI lo había expulsado de sus filas en noviembre de 1965.
A Madrazo lo eliminaron en un supuesto accidente aéreo, colocaron una bomba en el avión en el que viajaba con su esposa, el 4 de junio de 1969. A Elena Garro no la asesinaron física sino intelectualmente, mediante la leyenda negra.
En el marco de la masacre de Tlatelolco, efectuada el 2 de octubre de 1968, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz acusó a Carlos A. Madrazo y a Elena Garro, entre otros personajes subversivos del statu quo, de ser las principales cabezas de un complot comunista para derrocar al gobierno. Esta farsa, articulada principalmente por Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, y la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía secreta del régimen bajo el mando de Echeverría, crearon esa farsa para eliminar de la arena política a Madrazo, quien iba ganando popularidad para las elecciones de 1970, y Elena Garro por su afiliación al estadista tabasqueño y por su activismo. A Madrazo lo eliminaron en un supuesto accidente aéreo, colocaron una bomba en el avión en el que viajaba con su esposa, el 4 de junio de 1969. A Elena Garro no la asesinaron física sino intelectualmente, mediante la leyenda negra. La acusaron de ser espía del gobierno, de haber denunciado a los estudiantes y a los escritores ligados al movimiento estudiantil.
La farsa salta a la vista. Elena Garro nunca fue comunista, todo lo contrario; denunció siempre las atrocidades que se cometían en la URSS, en China y en Cuba. Decía que el comunismo era la otra cara de la misma moneda; capitalismo y comunismo no eran distintos, aunque de ellos Elena prefería el capitalismo por la absoluta falta de libertad de expresión en los países liderados por la URSS. Por otra parte, Elena Garro no pudo haber denunciado a los estudiantes y escritores afiliados al movimiento estudiantil porque esa corriente no era clandestina; se trataba de un movimiento abierto a la opinión pública, por lo tanto, sus simpatizantes y defensores se denunciaban con su presencia en los mítines y manifestaciones en los auditorios o en las calles.
La farsa orquestada por el gobierno mexicano siguió su curso y Elena Garro vivió los últimos treinta años de su vida estigmatizada por esa leyenda negra. Todavía hoy, en pleno siglo XXI, una gran mayoría de los lectores creen en esa historia creada por la oligarquía, ya que seguimos viviendo en una sociedad patriarcal, en la que se defiende a Octavio Paz, y Elena Garro, paradigma de Eva, Pandora o de Malinalli (mal llamada la Malinche) es la culpable de todo.
—¿Cree que existe una relación entre la capacidad de ensueño que tenía Elena Garro y su vida trágica y tormentosa?
—La tragedia para Elena Garro comenzó cuando conoció a Octavio Paz y se casó con él. Antes de su matrimonio era una joven promesa, con múltiples intereses literarios y artísticos. Algunos miembros del grupo de los Contemporáneos la consideraban una joven prodigio. Estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y se desempeñaba como actriz y coreógrafa del Teatro Universitario. Su vida no era tormentosa. Su padre y su madre apoyaban sus estudios y su proyecto de llegar a ser una joven moderna e independiente. Como dijo Elena Garro en las primeras líneas de su novela autobiográfica, Mi hermanita Magdalena (1998): “La desdicha empezó en mi casa con la desaparición de mi hermanita Magdalena”, aludiendo al fin de un modo de vida, para iniciar otro bajo la férula de Octavio Paz. Elena Garro comentó que sólo podía escribir sobre lo que conocía y le había sucedido.
Falta mucho por hacer. Considero que no es suficiente reeditar las obras de Elena Garro y de sus coterráneas rezagadas, como Guadalupe Dueñas, Luisa Josefina Hernández, María Luisa Mendoza, Amparo Dávila, Inés Arredondo, por mencionar a algunas de las mexicanas, sino que hace falta que sean lectura obligatoria en los planes de estudio de enseñanza media y superior.
—Son muchas las autoras cuya escritura quedó en un segundo plano frente a la de sus parejas. Afortunadamente, en estos últimos años estamos viviendo un periodo de redescubrimiento o revalorización de las autoras del Boom, ¿Qué opinas de este proceso? ¿Crees que ha ayudado a que la obra de Garro llegue con más fuerza a nuevas generaciones de lectores?
—Sí, aunque apenas se ha iniciado ese proceso. Falta mucho por hacer. Considero que no es suficiente reeditar las obras de Elena Garro y de sus coterráneas rezagadas, como Guadalupe Dueñas, Luisa Josefina Hernández, María Luisa Mendoza, Amparo Dávila, Inés Arredondo, por mencionar a algunas de las mexicanas, sino que hace falta que sean lectura obligatoria en los planes de estudio de enseñanza media y superior. Esto es, que en las secundarias, en las preparatorias y en las universidades esas autoras se lean como parte del programa de estudios, de la misma manera en que se leen Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges…
—¿Cómo siente actualmente el círculo cultural de México la figura de Elena Garro?
—Pues el círculo cultural mexicano, el de las capillas literarias, el que controla y domina los medios y la opinión pública, siguen percibiendo a Elena Garro como la “traidora”, la “loca”, la “acosadora de Octavio Paz”. Nada ha cambiado. Esa leyenda negra empezó desde que Elena y Octavio eran novios, pues el mismo poeta se encargó de difundir esos conceptos entre sus amigos, todos machistas como él. La prueba de que muy poco ha cambiado se encuentra en la reciente edición de las cartas de Octavio Paz a Elena Garro, Odi et amo (2021), de Guillermo Sheridan. El análisis de Sheridan en torno a las epístolas de Paz está elaborado bajo la misma temperatura misógina y patriarcal de los años sesenta del siglo XX. Sheridan pretende defender lo indefendible, es decir, las amenazas de un novio tóxico, posesivo, controlador, envidioso del talento de su “amada”, a quien percibe más bien como un objeto de su propiedad. Gracias a las redes sociales, a que ya no estamos únicamente supeditados a la prensa vendida, se han logrado avances para desmantelar el machismo exacerbante de figuras como Octavio Paz.
—En el documental La cuarta casa, un retrato de Elena Garro vemos a una mujer resignada que ha aprendido a vivir con el dolor y el desengaño. Usted que la pudo conocer y entrevistar, ¿qué sentía exactamente Elena Garro en sus últimos años de vida?
—Se sentía triste y profundamente decepcionada de ver que su lucha y su enorme sacrificio —como el de Madrazo y el de tantos otros líderes que combatieron como ella— no habían propiciado un cambio verdadero. En cuanto a su obra, le daba gusto descubrir que los jóvenes lectores la consideraran una buena escritora, aunque ella aparentemente no se lo creía. Yo creo que Elena Garro sabía de la trascendencia de su legado, pero era una persona sencilla, amena, que detestaba la vanidad y la prepotencia de sus pares varones. En una entrevista con Carlos Landeros, en 1965, comentó:
—Volvamos al tema literario. ¿Crees que los escritores mexicanos son subdesarrollados?
—Sí, empezando por mí misma. Sin gran armada no hay clásicos. El desarrollo económico está fundado en el desarrollo de las ideas y a la inversa. Cuando un país culmina económicamente, culmina culturalmente. Los dos aspectos son inseparables. Son la pregunta y la respuesta.
—Bueno, pero lo que es innegable es que existe en México una novelística importante. Por ejemplo, Rulfo, Yáñez, Fuentes, José Emilio Pacheco, Castellanos, García Ponce y tantos novelistas jóvenes más…
—Bueno, tanto ellos como yo, hacemos esfuerzos loables por llegar a ser realmente escritores, pero desde luego ni Yáñez, para empezar por el más viejo, ni Pacheco que es el más joven, pasando por Rulfo y Fuentes, nos podemos equiparar a escritores como Bernanos, o Jünger, o Faulkner. Ellos sí son escritores porque no sólo manejan ideas, sino que las descubren. Nuestras obras son resultados, más o menos inteligentes, de las de los escritores extranjeros.
Obviamente sus respuestas molestaban a sus colegas, a esos escritores que cuando el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz la acusó de “soplona”, no dudaron en congraciarse con el régimen de Díaz Ordaz y después con el de Echeverría, desacreditando y atacando a Elena Garro. La enemistad entre ella y los intelectuales “de izquierda” de los años sesenta estaba a flor de piel. Elena nunca pactó con el poder, a diferencia de sus coterráneos, a quienes llamaba “izquierdistas de café”, ésos que aplaudieron a los perpetradores de la masacre de Tlatelolco para recibir becas, viajes y así poder difundir sus obras, entre ellos Octavio Paz, el Premio Nobel de Literatura 1990, y Carlos Fuentes.
—Sabemos que Octavio Paz limitó la labor literaria de Elena Garro. ¿Cómo fue el contexto en el que escribía sus poemas?
—Octavio Paz le prohibió escribir y mucho menos publicar poesía porque ése era su terreno; así se lo dictó su marido. Paz fue un hombre muy competitivo, inseguro y ambicioso. Elena Garro era lo opuesto; no le interesó el poder ni sobresalir en las capillas como escritora. Eso no quiere decir que no deseara publicar y que su obra fuera reconocida, pero no a costa de traicionar sus principios ni de convertirse en una persona al servicio del poder para lograr prebendas. Por eso, Garro vivió siempre a salto de mata.
Elena nunca pactó con el poder, a diferencia de sus coterráneos, a quienes llamaba “izquierdistas de café”, ésos que aplaudieron a los perpetradores de la masacre de Tlatelolco para recibir becas, viajes y así poder difundir sus obras, entre ellos Octavio Paz, el Premio Nobel de Literatura 1990, y Carlos Fuentes.
Sus poemas los escribió a escondidas de Paz; muchos se perdieron; probablemente los destruyó. Los que sobrevivieron a las quemas y a sus mudanzas son los que compilé en Cristales de tiempo (2016), en el marco del centenario de su natalicio. Esa edición, con algunas actualizaciones, es la que circula en España gracias a David Matías, editor de La Moderna, quien hizo un excelente trabajo. Como ilustraciones, se reprodujeron algunos poemas del puño y letra de Elena Garro. Además, la portada nos remite al mundo de la poeta.
—Fuiste la encargada de revisar y editar personalmente los poemas de Garro. En Cristales de tiempo encontramos varias versiones de un mismo poema, algo que nos ayuda a entender su proceso creativo. ¿Qué actitud consideras que tenía la autora frente a la escritura?
—Te voy a responder con lo que me dijo Elena Garro a finales de 1997: “Para mí el oficio de escribir es solitario, se da en esos momentos en que brota la voz interior. Por eso la verdadera creación es única e invendible. ¿Quién le apuesta a la imaginación?, ¿a quién le interesa comprar los sueños?, ¿a un político? Entonces cuando escribo lo que veo, no pienso en las consecuencias, esa voz interior es la que lleva el mando”.
—La poesía de Garro parece a veces muy controlada, y otras veces se sumerge en procesos de escritura automática. ¿Consideras que su escritura fue también, en muchas ocasiones, una vía de escape o una forma de queja?
—Elena Garro asumió su vocación de escritora y, como tal, siguió a Balzac y a Dostoyevski: “La novela es vida”. Por lo tanto, la escritura fue otra de las armas que utilizó para combatir la misoginia, el totalitarismo, la corrupción, las injusticias sociales, sin concesiones, y desde luego, sin hacer literatura propagandística. Garro decía que para hacer propaganda estaban los políticos.
—Para terminar, ¿qué pregunta no le hemos hecho a Patricia Rosas Lopátegui que le hubiera gustado responder?, y si fuera posible ¿qué respuesta nos daría?
—Aunque no se trate precisamente de una pregunta, quiero agregar que me da mucho gusto saber del interés de la revista miligramo por revisar la vida y la obra de Elena Garro. Siempre, desde que inicié mi trabajo de investigación en torno a Elena, supe de la relevancia de España en ella. Finalmente, los españoles, mujeres y hombres, empiezan a descubrir su trascendencia y a sentirla también suya. Eso me llena de alegría. Elena Garro, una de las autoras que mejor conoció y captó México, nunca tuvo la nacionalidad de su lugar de nacimiento; como hija de asturiano, en aquellos años la ley mexicana señalaba que los descendientes de extranjeros llevaban la nacionalidad del padre. Elena Garro, al cumplir la mayoría de edad, debió reclamar la nacionalidad mexicana pero no lo hizo, pensando que, al estar casada con Octavio Paz, en automático sería mexicana.
Independientemente de las leyes y de la burocracia, creo que Elena Garro fue por antonomasia un símbolo de nuestra identidad dual: indígena y española. ®
—Esta entrevista se publica de manera simultánea en la versión impresa de la revista española miligramo.