Solicitar que las ciudades en México sean planeadas con los intereses populares por arriba de los intereses de la especulación inmobiliaria sea tal vez tachado también de ingenuo.
La arquitectura, vista como una disciplina social y humanista, ha sido desde el irrumpimiento de la modernidad víctima de un lento pero seguro desprendimiento de sus dimensiones espirituales y filosóficas. En su lugar, se ha dado paso a una actividad que obedece a los principios y razonamientos del mercado, regido éste por el capitalismo salvaje que caracteriza a nuestra época. Por lo anterior, esta gran disciplina ha terminado por ser disminuida a poco más que mercancía inmobiliaria, con un valor comercial y monetario fijo, pero sin fundamentos filosóficos convincentes que apoyen su existencia ni, por tanto, la labor creativa de los arquitectos. Esto quiere decir que, si de manera más o menos general, antes del siglo XVIII la arquitectura era una actividad que tenía como fin último reflejar la conexión entre el hombre y su universo, la arquitectura hoy en día es tratada como objeto de diseño (arquitectura de autor), lo cual es equivalente a decir que es poco más que una moda. Es una demostración arrogante de los logros técnicos en materia de construcción, y poco más que forma vacua.En la primera década del siglo XXI la crisis espiritual, filosófica y social anunciada desde el siglo XIX por Nietzsche (“Dios ha muerto”), identificada también por Husserl (“La crisis de las ciencias europeas”, de 1936) y por Heidegger, se encuentra lejos de superarse. Esta crisis fue descrita por Octavio Paz de la siguiente manera: “El hombre moderno se sirve de la técnica como su antepasado de las fórmulas mágicas, sin que ésta, por lo demás, le abra puerta alguna. Al contrario, le cierra toda posibilidad de contacto con la naturaleza y con sus semejantes” [El arco y la lira (México: Fondo de Cultura Económica, 2003].
Dado que la arquitectura no se escapa de esta condición de crisis, ésta se refleja asimismo en la —en su mayoría— inocua producción arquitectónica vanguardista contemporánea dominada por los “starchitects” (arquitectos megafamosos como Frank Gehry, Saha Hadid o Rem Koolhaas) desde hace un par de décadas, los cuales junto con las nuevas generaciones de arquitectos aspirantes a la fama compiten por la forma arquitectónica más aventurada, más novedosa, más “trasgresora”. El cinismo, la autocomplacencia y el llamado a la deconstrucción paulatina de todos los valores culturales y comunitarios previos parecieran ser sus metas.
A propósito de la producción arquitectónica contemporánea, me voy a permitir utilizar un afamado escrito de Heidegger, “La pregunta por la técnica” [versión en línea], publicada en 1954, para poder analizar el estado de la arquitectura como disciplina técnica y artística y así poder develar, si los hubiera, puntos de concordancia e iluminación entre las ideas de Heidegger y sobre la producción arquitectónica contemporánea.
Técnica y tekné
La técnica, sugiere Heidegger, es inescapable, ya sea que la neguemos o que la abracemos; sin embargo, lo peor que podemos hacer es considerarla neutra. De la misma forma, el quehacer arquitectónico es ubicuo a nuestra sociedad. La arquitectura encuadra nuestra existencia, da forma e identidad a nuestras ciudades, a nuestras existencias y percepciones sensoriales, y a pesar de ello, nos mostramos —en la mayoría de los casos— indiferentes a su influencia, indiferentes a sus posibilidades como actividad reveladora de conceptos ligados a nuestra existencia. En pocas palabras, mantenemos a la arquitectura en una postura más bien neutra, codificada, dependiente del mercado, de las leyes de la compra-venta, de las operaciones inmobiliarias de las que salen beneficiados políticos, empresas constructoras, y en las que los usuarios son los perdedores. Estos últimos son, por lo general, relegados a habitar fraccionamientos que les prometen protegerlos del violento mundo urbano producto de injusticias sociales, y los esconde tras los muros y casetas de guardias de seguridad. La otra cara de la moneda son aquellos complejos habitacionales donde reina la economía de espacio, los materiales baratos, y donde es patente la falta de espacios comunitarios.Nuestras ciudades son manchas urbanas desarrolladas con poca planeación, poco o nulo respeto a la naturaleza, y para colmo, nula consideración de las necesidades espirituales y sociales que podría ofrecernos la arquitectura. De la misma manera, y regresando a su texto, cuando Heidegger nos habla de la tecnología, y aquí hay que considerar que la tecnología es también la base instrumental para la ejecución de toda obra arquitectónica, el filósofo nos demuestra que la tecnología solía tener un papel de revelación de una verdad. Lo que Heidegger, en un acto de arqueología lingüística o hermenéutica del lenguaje denomina “tekné”, término del griego antiguo, padre lingüístico de nuestra palabra tecnología, la cual era para los griegos un término emparentado con la “poiesis”, el acto poético, el cual permite “la eclosión del traer-ahí-delante”, es el vehículo mediante el cual se nos permite la revelación artística y poética del mundo, el “pro-ducir”. Así pues, para Heidegger, la tecnología y el acto de revelación de la verdad están íntimamente ligados.
Ahora bien, un concepto clave para el entendimiento del texto de Heidegger sobre la tecnología es la relación que ésta establece con la naturaleza, una relación por demás superflua, de desdén por parte de la tecnología hacia el entorno natural. De esta manera, Heidegger describe la sumisión de la naturaleza a manos de la tecnología, hasta el punto en que la agricultura, por dar un ejemplo, se convierte en la “industria mecanizada para producir alimentos”, a diferencia del campesino que establece una relación de respeto con su tierra, la cual lo vincula al mundo, sus estaciones y establece el ritmo de su existencia. Este concepto es el que Heidegger llama “Bestand” en su natal alemán, el concebir a la naturaleza como una reserva de recursos listos para ser explotados. De manera analógica, yo me atrevería a sugerir que la arquitectura se ha convertido en un instrumento tecnológico listo para ser implementado. La arquitectura se ha convertido en una herramienta tecnológica lista a ser desplegada. Por ejemplo, en un abrir y cerrar de ojos se es capaz de construir barrios enteros de casas de interés social, idénticas, estáticas, defectuosas de antemano, y que en la gran mayoría de los casos carecen de la mínima inversión en espacios comunes o parques. Por otro lado, la arquitectura al servicio del Estado es igual de deficiente. Se gastan enormes cantidades de dinero en concebir edificios monumentales carentes de significado para el pueblo, las únicas razones por las cuales la gente les conoce; sin embargo, son por las grandes fallas, retrasos en sus procesos de construcciones, y por convertirse en símbolos de la insatisfacción que una gran parte de la población siente hacia el Estado. Ejemplos recientes: el nuevo edificio del Senado y el Faro de Luz [en la Ciudad de México].
La arquitectura, vista como una disciplina social y humanista, ha sido desde el irrumpimiento de la modernidad víctima de un lento pero seguro desprendimiento de sus dimensiones espirituales y filosóficas. En su lugar, se ha dado paso a una actividad que obedece a los principios y razonamientos del mercado, regido éste por el capitalismo salvaje que caracteriza a nuestra época.
La esencia de la tecnología, dice Heidegger, no es nada tecnológico. En otra palabras, lo que se hace con las herramientas no es en esencia tecnología, la tecnología tiene que ver con el aspecto ontológico del objeto, el cual tiene la capacidad de revelarnos algo. En este sentido, me gustaría hacer hincapié en la manera en que la arquitectura, vista como una disciplina tecnológica, tiene la capacidad ulterior de revelarnos algo. En específico, y aquí tomo prestado otro concepto visto desde la luz heideggeriana: el concepto de “habitar”. La preocupación de Heidegger en cuanto a considerar a la arquitectura mero objeto artístico, lo llevó a desarrollar la idea de “habitar” desde su punto de vista ontológico. Para él, “habitar” tenía una dimensión de encontrarse en armonía con el mundo; en otras palabras, “habitar” el mundo es una actividad liberadora, cultivadora, nutritiva espiritualmente. Ideas que consideraba perdidas a mediados del siglo XX [véase otro texto básico del pensamiento heideggeriano: “Construir, habitar, pensar”].
Sería ingenuo de mi parte pensar que en este mundo —dominado a través de intricadas relaciones económicas y sociales—, problemas como la sobrepoblación, la pobreza, la degradación del ambiente, no desempeñan un papel decisivo en la ecuación. En este sentido, por ejemplo, demandar que todos los desarrollos de casas de interés social cuenten con abundantes parques y espacios comunitarios, donde la gente establezca lazos con sus vecinos y donde los jóvenes particularmente desarrollen habilidades sociales, de empatía y de vínculo con una comunidad, sería anunciado por muchos como una demanda desmesurada, dado que los altos costos de semejantes lujos no lo permitirían. Solicitar que las ciudades en México sean planeadas con los intereses populares por arriba de los intereses de la especulación inmobiliaria sea tal vez tachado también de ingenuo. Sin embargo, al parecer no todos tienen la misma actitud de sumisión que la mayoría. Existen arquitectos que realizan el esfuerzo de mostrar las posibilidades de la arquitectura como arma y herramienta tecnológica reveladora de soluciones. Habría que ver, por ejemplo, la labor de arquitectos como Alejandro Aravena, arquitecto chileno que ha puesto gran énfasis en el desarrollo de conjuntos habitacionales de interés social con una dimensión más humanista. El ejemplo de Hassan Fathy, notable arquitecto egipcio, viene también a la mente. En Egipto, Fathy dedicó gran parte de su carrera a rescatar técnicas tradicionales de construcción y a diseñar vivienda de bajo costo para la población marginada. Como Fathy y Aravena hay muchos, y habría que demandar que todos nuestros arquitectos tuvieran una conciencia social, ética, y humanista más desarrollada.
Las últimas palabras de Heidegger en el ensayo sobre la tecnología pudieran interpretarse como un llamado a la acción. Dice el filósofo: “Cuanto más nos acerquemos al peligro, con mayor claridad empezarán a lucir los caminos que llevan a lo que salva, más intenso será nuestro preguntar. Porque el preguntar es la piedad del pensar”. En este sentido, habría que comenzar a preguntarnos por qué no nos merecemos ciudades más democráticas, con un desarrollo urbano mejor planeado, o barrios en donde tengamos derecho a salir a caminar o a jugar con nuestros hijos tranquilamente, y donde la arquitectura fuera capaz de revelarnos que la existencia humana encierra posibilidades, dimensiones y carismas que ya hemos olvidado. ®