De la demagogia al teledrama

Las mujeres de Peña Nieto, de Alberto Tavira

Con la imagen pública, pero sobre todo privada de su candidato presidencial para este 2012, el Revolucionario Institucional ha realizado la juntura explosiva entre la política autoritaria a la antigua y las más recalcitrantes aspiraciones de buena parte de la sociedad mexicana, tanto las legítimas como las pueriles.

En un ensayo fundamental de la teoría política contemporánea, “Sobre políticos, honestidad y la alta amoralidad de la política” (en México publicado por la revista Nexos en marzo de 1996), Niklas Luhmann afirmó que los asuntos personales de los políticos, como los líos de faldas, las disputas familiares o sus gustos, preferencias e inclinaciones cotidianas, no deberían tener papel alguno ni en su desempeño público ni en la manera de evaluarlo. Acotó en aquella ocasión Luhmann:

En circunstancias en las que los medios masivos sirven como los guardianes de la moralidad, lo relativo al control moral de los sistemas funcionales toma la forma de escándalos… Esto no establece por adelantado qué conducta llevará a un escándalo. Que los asuntos amorosos perseguidos en cuartos de hotel deban ser parte de esto, probablemente sea sólo una peculiaridad de la cultura estadounidense.

La aseveración del eminente sociólogo alemán tenía como trasfondo impulsar la comprensión de la política como un sistema funcional plenamente diferenciado, con el énfasis puesto en los aspectos pragmáticos de su ejercicio en tanto que red de decisiones institucionales y no como el espacio voluntarioso de individuos pretendidamente carismáticos. La teoría de los sistemas funcionales de Luhmann siempre tuvo como punto de referencia los desarrollos societales de las naciones del Primer Mundo y él mismo lo reconoció en diversos lugares de su obra: en el Tercer Mundo esa diferenciación funcional es todavía un proceso en marcha, es decir, inmaduro e inacabado.

En consecuencia, en nuestras naciones la vida privada de los políticos incide en su vida pública y, más todavía, refleja los lugares de sombra, los goznes débiles de su personalidad que, en definitiva, pueden afectar su desempeño público. En México y en muchos otros países en desarrollo la personalidad de los políticos profesionales queda al descubierto al observar su comportamiento en la intimidad. Aún más: muchos de ellos explícitamente utilizan el poder para fines personales; del consuetudinario enriquecimiento ilícito a las disputas por la repartición de bienes conyugales o la custodia de los hijos, a lo largo y ancho de la república los políticos se sirven de las instituciones del Estado para solventar fines personales.

Por ello no es baladí el testimonial de primera mano que el periodista de política y espectáculos Alberto Tavira presenta sobre Enrique Peña Nieto, el actual candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (que estuviera en el poder durante setenta años manteniendo un régimen autoritario y semidemocrático en el país). Escrito con un estilo sencillo y directo, lleno de anécdotas cotidianas, amorosas y familiares, con una direccionalidad narrativa propia de las revistas de sociales y apta para el gran público, puede dar la apariencia de ser justamente un texto que no sale de ese cartabón. Pero sería un gran error catalogarlo sólo en este sentido, puesto que el periodista se esmeró con éxito en inocularlo con un ácido componente denunciatorio que opera como testarudo subtexto entretejido en la historia biográficamente acotada que narra. De este componente periodísticamente corrosivo, publicado por Océano [2012], son particularmente inquietantes los siguientes datos.

Estas anécdotas, recogidas de viva voz de quienes las vivieron junto o en torno a Peña Nieto, revelan a un hombre desleal (engañó varias veces a su primera esposa teniendo incluso hijos fuera del matrimonio), irresponsable (el bebé de él y Yessica, Luis Enrique, murió al cabo de cáncer con muy poco apoyo moral por parte de su padre) y machista (la mencionada relación con Solano terminó al cabo porque “era rebasado” por la cantidad de mujeres que “se le ofrecían”, entre ellas Angélica Rivera)

1. Era diciembre de 2005. Yessica hacía realidad uno de los más grandes sueños de casi toda mujer: convertirse en madre. Sin embargo, debido a que su pequeño era fruto de la relación con un hombre casado, que tenía tres hijos y, por si fuera poco, estaba sentado en la silla de gobernador del Estado de México, ella había asumido que se convertiría también en padre para el bebé [p. 24].

2. —Soy un hijo de la fregada —le dijo Peña a [Rebecca] Solano durante una comida que tuvieron el 21 de junio de 2007 los dos solos en un privado del restaurante Sir Winston Churchill’s, en Polanco. Habían llegado a las 3 de la tarde y salieron a las 2 de la mañana—… [p. 95].

3. Enrique Peña Nieto tenía programada del 3 al 14 de noviembre de 2007 una gira de trabajo por varias ciudades de Japón, Corea del Sur y China con el fin de atraer inversión económica para el Estado de México. No quería ir sin su novia, así que invitó a Rebecca para que lo acompañara […] Enrique y Rebecca conocieron juntos la Muralla China y el Palacio Imperial. Fueron sin escoltas, sin asistentes, sin presiones de agenda. Caminaban tomados de la mano, en libertad [pp. 101-106].

4. El parentesco entre Montiel y Peña Nieto viene por el lado del abuelo materno de Enrique… Pero más allá de los lazos de sangre, estos dos hombres están unidos por algo que en política se vuelve alianza casi indisoluble: un pacto de lealtad, un sistema de trato que incluye agradecimientos, admiración, oportunidades, incentivos, favores, discreción. Entre ahijado y padrino impera una tradición de respeto y cuidado mutuos; es un tema de pertenencia a una misma estirpe, de posiciones históricas, de entendimiento de jerarquías en el poder [p. 57].

Estas anécdotas, recogidas de viva voz de quienes las vivieron junto o en torno a Peña Nieto, revelan a un hombre desleal (engañó varias veces a su primera esposa teniendo incluso hijos fuera del matrimonio), irresponsable (el bebé de él y Yessica, Luis Enrique, murió al cabo de cáncer con muy poco apoyo moral por parte de su padre) y machista (la mencionada relación con Solano terminó al cabo porque “era rebasado” por la cantidad de mujeres que “se le ofrecían”, entre ellas Angélica Rivera1), pero por sobre todo muestran a un funcionario público que se sirve del Estado para fines frívolos: aprovechar un viaje oficial para disfrutar con una amante es algo que solamente una sociedad con un analfabetismo político tan pronunciado como la nuestra puede pasar por alto. Las fotografías del mencionado viaje ofrecidas por Tavira en el libro son espeluznantes: observamos en ellas a una pareja en luna de miel y no a un servidor de la nación en viaje de negocios. En el mismo sentido va la anécdota de la cita romántica en el restaurante Sir Winston Churchill’s: a cualquier gerente (ya no digamos directivo) de una empresa importante le produciría escalofríos ausentarse medio día laboral para irse a ligar toda la tarde (el referido día 21 de junio del 2007 fue jueves). Pero tal parece que Peña Nieto no pensaba que una gubernatura como la del Estado de México era una empresa importante.

¿Qué decir al cabo de su estrecha relación con el oscuro exgobernador Arturo Montiel? Acusado de enriquecimiento ilícito desde el fin de su mandato en 2005 (señalamiento que lo obligó a dejar la precandidatura presidencial del PRI con miras al 2006), con la certeza de numerosas y costosas propiedades a nombre de sus hijos, operador determinante en el ascenso al poder gubernamental de Enrique Peña Nieto, su más reciente fechoría explica claramente la truculenta ruta de afinidades con el hoy candidato a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional: la utilización del Poder Judicial del Estado de México para la comisión del delito de secuestro (de sus propios hijos) en agravio de su exesposa, la ciudadana francesa Maude Versini.2 Ambos personajes entretejidos por una forma de hacer política para el usufructo personal y de camarilla; para la preservación de un sistema de corruptelas, desvirtuación de la ley y de actuar unilateral en beneficio de unos cuantos, que no se corresponde en lo absoluto con las altas demandas de funcionalidad política que el mundo globalizado contemporáneo requiere. Emisarios al fin de un pasado que en nuestro medio se niega a morir por más que en el resto del mundo haya sido superado tiempo atrás.

Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera

El libro de Tavira pone de manifiesto asimismo el arribo vertiginoso, en la figura de Enrique Peña Nieto, de la chabacanería nacional sin cortapisas; kitsch clasemediero al que él mismo pertenece (su programa infantil favorito era el Chavo, recibió una educación católica recalcitrante, tuvo todos los automóviles de moda en los ochenta, es afecto al pop nacional, etcétera), por más que, a juzgar por sus propiedades y estilo de vida, también comentados en el texto, posea una considerable fortuna personal.

La foto de la boda con la actriz de Televisa Angélica Rivera [p. 130] es elocuente al respecto: una pareja reciclando el cliché del vestido largo de blanco y el frac, con la mole imponente del recinto católico catedralicio como trasfondo, revestidos por la impecabilidad de quien se asume como “gente bien”, en concordancia con los mandatos del tradicionalismo mexicano, aburguesado, hipócrita, superficial. La puesta en escena de la boda en segundas nupcias de Enrique Peña Nieto se halla en perfecta concordancia con la última estratagema del Partido Revolucionario Institucional para intentar el regreso al Poder Federal. Porque el PRI, con su enorme aparato heredado del pasado no ha actualizado ninguno de sus presupuestos de fondo, ha mantenido una dinámica de alineación de sus cuadros fundamentales, de hegemonía práctica, conceptual y de imagen, así como un desempeño político basado en “el incumplimiento selectivo de la ley”, como dice Roger Bartra, pero ha encontrado un pivote para ajustarse a los tiempos actuales de la política de marketing: se ha convertido en el recolector de la cursilería nacional, en el generador de la fuerza centrípeta del kitsch mexicano.

Allí convergen las necesidades reales de progreso económico y confort social de una sociedad en desarrollo con un variopinto conjunto de vicios conductuales e ideológicos históricos: el catolicismo light, el amor romántico estereotipado, la idea de la familia tradicional hipostasiada, la visión esencialista de los roles de género con su concomitante aceptación del machismo, la creencia ideologizada de que “como México no hay dos”, es decir, que toda anomalía comportamental social es validada por nuestra pretendida condición excéntrica en el mundo, esto con el anejo dispensamiento de la corrupción, los abusos de poder y la perpetuación de una ciudadanía enana y apática.

La foto de la boda con la actriz de Televisa Angélica Rivera [p. 130] es elocuente al respecto: una pareja reciclando el cliché del vestido largo de blanco y el frac, con la mole imponente del recinto católico catedralicio como trasfondo, revestidos por la impecabilidad de quien se asume como “gente bien”, en concordancia con los mandatos del tradicionalismo mexicano, aburguesado, hipócrita, superficial.

Así, con la imagen pública, pero sobre todo privada de su candidato presidencial para este 2012, el Revolucionario Institucional ha realizado la juntura explosiva entre la política autoritaria a la antigua y las más recalcitrantes aspiraciones de buena parte de la sociedad mexicana, tanto las legítimas como las pueriles; lo que muchos críticos han observado es cierto: la actual imagen de ese partido ha pasado de la demagogia al teledrama. De esta manera, Peña Nieto y su entorno social y familiar se convierten en un talismán para los sueños aspiracionales de miles de mexicanos. Cosa que movería más a la compasión que a la indignación, de no ser por el tétrico trasfondo de ello: en verdad las clases medias nacionales saben que al cabo de varias generaciones no habrá movilidad para ellas en el escalafón social, que existe una condena de clase y carencias para todas ellas, puesto que ni el sistema económico ni el sistema educativo, tradicionalmente vistos como los medios de la movilidad social, pueden siquiera ofrecer un mínimo de esperanza en este sentido. En consecuencia, esas masas sensibles al manejo de imágenes hueras ven en Peña Nieto y sus desplantes cursis magnificados mediáticamente un reflejo de sus anhelos, la consagración de lo que quisieran ser si la vida fuera otra.

El libro de Alberto Tavira es un documento valioso y valiente sobre la personalidad de quien aspira a ser Presidente de México. Lo publica a sabiendas del poder que pueden poseer personajes oscuros como los herederos del famoso Grupo Atlacomulco del Revolucionario Institucional. Hasta la fecha, nadie lo ha desmentido y sí, en cambio, han salido a la luz pública personas, especialmente mujeres agraviadas, que han denunciado a Peña Nieto en el mismo sentido que las entrevistadas por el periodista. Y hay un dato curioso que él resalta y que vale la pena mencionar para finalizar: el candidato presidencial del PRI no nació en Atlacomulco sino en la Ciudad de México:

Cuenta la leyenda que, en los años cuarenta, una vidente de nombre Francisca Castro Montiel hizo la siguiente revelación a los notables de Atlacomulco: “Seis gobernadores saldrán de este pueblo. Y de este grupo compacto, uno llegará a la presidencia de la República”. Francisco Cruz y Jorge Toribio Montiel, en su libro Negocios de familia, explican que Peña es el sexto gobernador que proviene del Grupo Atlacomulco y por tanto en él descansan las esperanzas de varios de los miembros del clan. Pero hay un ligero detalle en la predicción, del que pocos se han percatado: “Sólo uno de ellos ha de alcanzar el anhelado sueño presidencial y ése ha de ser nacido en Atlacomulco…”, continúa Francisca, y da la casualidad que Peña Nieto nació en el Distrito Federal. Bueno, eso me lo dijo su propia madre [pp. 38-39].

Una ciudadanía sólida, informada, activa y con plena asunción de sus poderes políticos no dejaría al azar esotérico que personajes con serias debilidades personales, dudosos en su formación profesional y ligados a muchos de los elementos más perniciosos para la correcta funcionalidad del sistema político llegaran o no al poder. Ejercería su fuerza de voto a favor del beneficio colectivo y en contra del beneficio de camarillas y de individuos astutos y aviesos. Por desgracia, como Luhmann supo ver en su momento, eso sigue siendo un privilegio de otros países, en otras circunstancias y en otros mundos. ®

Notas
1 En los momentos finales de su romance Solano y Peña Nieto sostuvieron la siguiente conversación (el primero que habla es Peña Nieto):

—Pues los niños se fueron con su tía Claudia (Petrelini), entonces invité a Angélica a comer el domingo.

—¿Qué Angélica?
—Pues Angélica Rivera.
—¿Cómo por qué, Enrique?
—Pues porque está haciendo la campaña y la invité a que conociera Ixtapan.
—Tú te estás dando cuenta de que estás haciendo cosas que no debes, ¿verdad?
—Pues tú para qué te vas.
—¿Qué hiciste?
—Nada. No me preguntes nada. No quieres saber nada.
—¡Dime! ¿Sí o no?
—No me preguntes.
—No te soporto. Me das asco… [pp. 110-111].

2 Al respecto, véase la investigación del semanario Proceso en los artículos de Anne Marie Mergier, “Maude Versini: ‘Voy a dar la batalla…’” en el número 1839 (29 de enero de 2012) y “Las múltiples trampas de Montiel” en el número 1841 (12 de febrero de 2012), al igual que el texto “Un regalo para Calderón”, de Homero Campa, en el referido número 1839.

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Publicado en: Abril 2012, Política y sociedad, Slider-Portada-3

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  1. Jorge Mendoza

    Qué buen retrato hace el autor de esos círculos en la élite del poder. Y provoca escalofrios que EPN llegue a la presidencia, no saben esos mexicanos en la que se están metiendo.

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