Diario apócrifo y elíptico de un atrevimiento

El estallido de los límites o la experiencia de contar con Diamela Eltit como lectora profesional

Yo escribía material, se lo enviaba, ella lo leía y me daba su opinión como lectora. De esta manera el “ritual” se repetía y florecía una escritura diferente, con una interlocutora real y brillante que seguía palabra por palabra ese crecimiento. Conversábamos sobre mi escritura y la suya, sobre cine, política, literatura, sobre la vida y las pasiones.

La Plata / Buenos Aires / Santiago de Chile (2000-2006)

Diamela Eltit

Cuando denomino apócrifo a este diario no es mi intención aducir falsedad ni poner en duda la fuente de su autoría sino, en todo caso, advertir la dificultad de aventurar cuál es el grado de fidelidad que este escrito mantiene en relación con lo sucedido. Sobre todo, tratándose —como lo es— de la reconstrucción de un itinerario que no fue apuntado en su momento y que hoy ineludiblemente incorpora inexactitudes. Artificio pícaro, si los hay, que echa mano a todo tipo de recursos para ubicar el contexto de una experiencia que bien podría apelar a cualquier registro o mezcla de ellos para ser narrada o puesta en escena. Lo de elíptico es casi una redundancia cuando acompaña como adjetivo a diario pero en este caso lo incluyo por la importancia de no referirse a todos y cada uno de los acontecimientos acaecidos durante estos años sino sólo a los que se relacionan directa o indirectamente con Diamela Eltit. No podría ser de otro modo, ya lo dijo —y mucho mejor— François Truffaut: “El cine es más grande que la vida porque no tiene tiempos muertos”. Lo mismo puede aplicarse a la escritura. Aclaración para el lector: en ciertos pasajes el diario adopta un estricto orden cronológico de los sucesos, mientras que en otros se torna rizomático, en algunos reticulado, en otros estratificado o con fugas disruptivas tanto en su acontecer temporal como espacial. No olvidemos que su epicentro es Diamela Eltit. Hechas estas salvedades y dado que las excusas no se escriben… que se abra el diario.

—Día “E” de noviembre de 2000

Es la mañana y con los organizadores del “I Encuentro Internacional de Escritores: Las Letras y el Pensamiento 2000″ estamos esperando en la puerta del Teatro Argentino de la Ciudad de La Plata, en Buenos Aires, a algunos de los escritores que participarán de éste. La idea del encuentro es la de crear un espacio para el cruce de las diferentes voces y reflexiones sobre la inquietante agenda del nuevo milenio, visualizando las tendencias de la producción literaria en general y en particular en la Argentina y —sobre todo— estimulando el contacto de los escritores argentinos de las diversas provincias con sus pares de otros países.

Sólo algunos de los que esperamos son: Affonso Romano de Sant Anna (Brasil), Horacio Castillo, Mario A. Presas, Nicolás Casullo, Diana Bellessi, Arturo Carrera, Idea Vilariño (Uruguay) Irina Bogdaschevski, Tomás de Mattos (Uruguay), Spiros Vergos (Grecia), Andrés Ibáñez (España), Andrés Rivera, Péter Esterházy (Hungría), Manuela Fingueret, Diamela Eltit (Chile), Ivonne Bordelois, Jean Franco (Estados Unidos), José Tono Martínez (España), Leónidas Lamborghini, Hugo Mujica, Manuel Vicent (España) y Leopoldo Brizuela, entre muchos otros.

Sandra Cornejo, excelente poeta, y responsable de la organización de este encuentro, un mes antes me había pasado dos textos de la escritora chilena invitada, esos libros se llaman Vaca sagrada y El cuarto mundo. Los leí y pensé: “Diamela no lo sabe pero ella no sólo es ‘mi’ escritora sino que me conoce muy pero muy bien, es ‘mi’ amiga”. Hay algunos otros escritores y, sobre todo, directores de cine que —aunque no lo sepan— son amigos entrañables de mi sensibilidad. Nunca los ví en persona o tal vez ya están muertos pero sus textos escritos o fílmicos despliegan ante mi mirada ávida esos pequeños/grandes universos que se afianzan dentro, atraviesan, conmueven, afectan intelectual, emocional y físicamente. Y por eso mismo son tan valiosos y necesarios para la vida. Diamela no lo sabía aún, pero ella pasaba a formar parte de mi grupo familiar de artistas queridos.

Ahí llegan los escritores al Teatro Argentino de La Plata, algunos hilarantes —por no decir otra cosa— lo primero que reclaman es comida, ¿escritores hambrientos? y, bueno, pienso, escribir consume muchas calorías. Diamela no pide comida, pero es escritora. La veo, no aislada, pero sí un poco más apartada. Ella está observando. Me detengo en su mirada intensa que parece una cámara polaroid en pleno trabajo. Me digo: “Mi escritora está tomando instantáneas mentales”. Se mueve diferente, tiene un cuerpo con otro acento, una cierta cadencia en su caminar, enciende un cigarrillo, sonríe cálidamente, se acomoda el cabello corto con los dedos. Cuando conversa con alguien le presta mucha atención y hace foco con los ojos para agudizar el alcance de la mirada como si buscara la máxima profundidad posible. Diamela no mira, bucea en los ojos del otro.
A los escritores presentes para la jornada les entregamos una carpeta que lleva el programa con la planificación de actividades de los tres días del encuentro y una antología que la Secretaría de Cultura de la provincia de Buenos Aires publicó con los ensayos ganadores del Concurso Nacional Arturo Jauretche Edición 1999. (Aquí cabe aclarar que yo había resultado ser la ganadora de aquel concurso con un ensayo titulado “La otra viga en la cabeza de Phineas Gage” y por ello Sandra Cornejo me había invitado a colaborar en la logística de este I Encuentro Internacional de Escritores.)

—Día “F” de noviembre de 2000

Para mi absoluta sorpresa Diamela Eltit se acerca y me dice: “Anoche leí tu ensayo sobre la violencia y los medios de comunicación, me pareció muy interesante”. Quedé atónita, jamás esperé que una escritora de mi panteón personal leyera un texto mío y menos que le gustara. “De veras, es una mirada muy particular la que pones a prueba allí”, insistió. No pude hacer ni un mínimo comentario, sólo dije gracias y me fui. La gente que admiro provoca en mí este tipo de reacciones insólitas, en lugar de comenzar una conversación me siento tan intimidada que sólo atino a tomar el primer atajo: huyo hacia la izquierda.

—Día “G” de noviembre de 2000

Me detengo en su mirada intensa que parece una cámara polaroid en pleno trabajo. Me digo: “Mi escritora está tomando instantáneas mentales”. Se mueve diferente, tiene un cuerpo con otro acento, una cierta cadencia en su caminar, enciende un cigarrillo, sonríe cálidamente, se acomoda el cabello corto con los dedos. Cuando conversa con alguien le presta mucha atención y hace foco con los ojos para agudizar el alcance de la mirada como si buscara la máxima profundidad posible.

Hoy expone Diamela, ella forma parte de la mesa que dialogará en torno a la consigna “Los cuerpos del lenguaje, el cuerpo en el lenguaje, lenguaje como huella,como impronta”, junto a las escritoras Manuela Fingueret e Ivonne Bordelois.

En su ponencia, Diamela explora una de las tantas relaciones que establece el cuerpo múltiple de la globalización neoliberal, en especial la relación entre literatura y mercado. Apunto aquí en este diario algunos, sólo algunos de los conceptos que expuso Diamela porque describen con absoluta claridad y en todas sus facetas el panorama en el que nos encontramos inmersos. Y, además, porque de algún modo preanuncian las preocupaciones más urgentes que le dan cuerpo a su novela Mano de obra. (En el momento en que Diamela ofreció esta ponencia todavía no se había publicado Mano de obra, que saldría dos años después, en julio de 2002.)

Recortes de la ponencia

“El cuerpo efectivamente es una construcción. Y como tal, también es múltiple y se fragmenta en distintos espacios. Desde luego la globalización es un discurso, es decir, un cuerpo cargado de ideología. […]

La globalización trabaja esencializando la tecnología para de esa manera tecnologizar al sujeto mismo y reducirlo a ser sólo una función en el engranaje de su proyecto. —El problema no es la tecnología, que me parece importante y revolucionaria, sino su ideologización.— De manera deliberada se sobrefragmenta al sujeto para garantizar así su exilio a cualquier pertenencia como no sea la pertenencia a sus marcados signos de despertenencias. […]

La mano de obra más que barata, en verdad irrisoria, resulta crucial para el proyecto globalizador y más aún se convierte en la garantía de su discurso. Una de las operaciones más sensibles que porta este proyecto radica en terminar con las estructuras laborales de un prolongado tramado histórico que apeló a la constitución de un sujeto conectado socialmente a múltiples instituciones.
En cambio, en esta tecno-realidad se trata de inocular en los cuerpos un desequilibrio análogo a la movilidad del capital. […]

Me parece necesario insistir que se trata de un discurso crecientemente hegemónico. Un cuerpo envolvente que se instala con la dificultad de generar otros discursos que sean capaces de solventar una diferencia. La potencia del discurso globalizador neoliberal no alcanza un correlato en otro discurso que lo equilibre, quizás porque la conformación de este nuevo escenario y la acumulación de capital que porta ha permitido desperfilar cualquier otra radicalidad que se le enfrente. Paradójicamente este proyecto globalizador cuenta con un espacio para la literatura, de la misma manera con que cuenta con espacio para cada una de las prácticas susceptibles de competir en un mercado. Pero ¿cuál es el lugar que le ofrece la globalización a lo literario? Desde luego, y no podría ser de otra manera, este proyecto piensa a la literatura como un producto competitivo en un mercado febril. […]

Más allá de lo anecdótico, la literatura que está articulada en una carga abigarrada de signos estéticos definitivamente queda afuera del proyecto globalizador pues jamás va a ser capaz de responder a las estructuras que definen los productos artísticos culturales solicitados por la tecno-realidad.

Más allá de lo anecdótico, la literatura que está articulada en una carga abigarrada de signos estéticos definitivamente queda afuera del proyecto globalizador pues jamás va a ser capaz de responder a las estructuras que definen los productos artísticos culturales solicitados por la tecno-realidad. En este punto me parece necesario señalar que no se trata de pensar la literatura como ajena a la circulación y a la venta de libros. Evidentemente lo literario, y esa es la tarea de una interesante política cultural, es un bien de consumo y como tal habita en los estantes, necesita un lugar en el presupuesto de los lectores, aspira a un análisis crítico y requiere de la realización de cada uno de los gestos protocolares que rodean su hacer. […]

Al hacer literario hoy le corresponde ese lugar radical de la diferencia en la medida que se establece como cuerpo de escritura y no como cuerpo consumible, domesticado, apaciguado, entregado de lleno a los dictámenes externos. La escritura literaria no es inocente, ni fácilmente decodificable, porque no es transparente. No lo es puesto que porta una decisión en su trabajo con los signos y en tanto opción implica una determinada política textual comprometida sólo con el recorrido que le dicta su deseo. Su remanente de goce irreductible es parte de su política y de su poder, me refiero al goce que provoca la articulación de sentidos superpuestos que le dan espesor estético a un trabajo literario y permiten una lectura abierta a una multiplicidad de interpretaciones. Inevitablemente, la obra literaria tiene una tradición, está tejida con otros textos y, por lo tanto, tiene un anclaje en el pasado.

Pero además ha puesto la perdurabilidad en el tiempo, una permanencia que no se funda en lo sagrado sino en la opacidad y resistencia que portan los signos siempre irreverentes ante el sentido común, disidentes con los mandatos oficiales. En síntesis, la crisis que amenaza el hacer literario ha sido parte de su historia y es asombrosamente análoga a las historias de interrogantes y rebeldías con las que trabaja. La crisis está ahí porque es la matriz de la escritura literaria. Esa matriz consiste en la ruptura con el uso instrumental del lenguaje o la interminable batalla por apuntar a un sentido”.

—Día “N” de noviembre de 2000

Carina Maguregui

Hoy leí Los vigilantes y, por supuesto, no hay ninguna duda: Diamela es ‘mi’ escritora. Tanto como para provocar un importantísimo movimiento tectónico de mis materiales internos. Desplazamiento, éste, que alcanza su clímax cuando devoro el libro Los trabajadores de la muerte. Punto en el que afloran desde la profundidad las grandes placas de ficción. Este fenómeno geológico desatado en mi estructura intelectual/emocional/corporal por las fuerzas disruptivas de Diamela coloca en el ombligo del escenario la cuestión de la identidad narrativa.

¿Por qué escribía sólo ensayos? ¿Podría escribir ficciones? ¿Me permitiría a mí misma la libertad —quizá deba decir asumir el riesgo— de crear en el registro que fuese? Sin saberlo, desde su escritura heterodoxa e inclasificable, Diamela me estaba proponiendo un desafío.

Meses después Diamela me diría —y aquí irrumpo con un indebido flashforward, artilugio que desconoce intencionalmente la cronología del diario—: “Nunca pierdas de vista que cada personaje tiene una poética, una erótica y una política, las que sean, y con todas las contradicciones posibles, pero las tienen”. Claro, pensé, esos personajes son los que realmente alcanzan espesura y multidimensionalidad, ésos no son los tibios, son los estallados. Y sólo una escritura exhaustiva y excesiva, si se quiere abismada, que no reconoce límites de ninguna índole o los tensiona al punto de volverlos como boomerangs contra sí mismos, es la que puede dar cuenta de la vida y la muerte de estos personajes.

—Día “B” de diciembre de 2000

Me animo, comienzo a balbucear microficciones sobre el papel. Permito el flujo de una escritura fragmentaria originada a partir de algunas ideas-núcleo. Estos gérmenes de relato pivotean en torno a las figuras del cuerpo como texto, la quema de libros y la violencia contra el Otro como cuerpo disidente. Siento entusiasmo pero al mismo tiempo mucha inseguridad. ¿Me pertenece este territorio? La poeta Sandra Cornejo alienta mi iniciativa y le escribe un e-mail a Diamela preguntándole si yo podía hacerle llegar unos breves escritos para que me diera su opinión profesional. Diamela responde que con mucho gusto leerá lo que envíe.
Sólo así rompo la cáscara y doy rienda suelta a mi atrevimiento. Sí, el atrevimiento de mostrarle mis retazos nada menos que a Diamela Eltit. En el e-mail que le escribo, le pido que —por favor— me diga si algo de lo que va adjuntado vale la pena o si me dedico a otra cosa.

—Día “D” de diciembre de 2000

Abro el correo electrónico y recibo la ansiada respuesta. Diamela dice que es un material muy bueno, incipiente —aquí viene lo mejor—, y se ofrece a ayudarme para trabajarlo desde el lugar de lectora profesional. Su propuesta consiste en que yo escriba, le envíe los textos vía e-mail para que ella los lea y luego nos reunamos personalmente a conversar sobre sus impresiones. Este régimen de encuentros tendría una periodicidad de diez o quince días aproximadamente, lo que me “invitaba” a sostener una escritura constante.

—Día “K” de diciembre de 2000

Comienzo lo que me gusta denominar mis “sesiones personales” con Diamela. Siempre a las diez de la mañana porque es cuando —según ella— está más lúcida. (Como si existiese algún horario en el que su lucidez no colme el aire.) Me recibe en la residencia que durante aproximadamente cuatro años fue su morada en Buenos Aires. El ambiente en el que me espera es una especie de escritorio con varias pilas de libros, una computadora sobre la mesa, algunas fotos en los estantes de la biblioteca, dos sillones muy cómodos y enfrentados y un ventanal espléndido con vista privilegiada a la Plaza República de Chile. El tecito de la mañana y los cigarrillos para Diamela, una gaseosa para mí.

—Inicio del itinerario conjunto

Diamela actuó como “mi lectora profesional” durante casi dos años, guiando de un modo inusual y heterodoxo (de allí la invaluable riqueza del encuentro), la escritura y el desarrollo de mis dos novelas Vivir ardiendo y no sentir el mal y Doma —ambas publicadas en Argentina por Alción Editora en 2004.

Yo escribía material, se lo enviaba, ella lo leía y me daba su opinión como lectora. De esta manera el “ritual” se repetía y florecía una escritura diferente, con una interlocutora real y brillante que seguía palabra por palabra ese crecimiento. Conversábamos sobre mi escritura y la suya, sobre cine, política, literatura, sobre la vida y las pasiones. Las sesiones con Diamela desplegaron caminos alternativos, mostrándome formas sumamente originales de trabajar y experimentar con los textos.

Yo escribía material, se lo enviaba, ella lo leía y me daba su opinión como lectora. De esta manera el “ritual” se repetía y florecía una escritura diferente, con una interlocutora real y brillante que seguía palabra por palabra ese crecimiento. Conversábamos sobre mi escritura y la suya, sobre cine, política, literatura, sobre la vida y las pasiones. Las sesiones con Diamela desplegaron caminos alternativos, mostrándome formas sumamente originales de trabajar y experimentar con los textos.

Abro una grieta en la cronología del diario para contarles algo atemporal que se relaciona con el funcionamiento de esta experiencia. Al día de hoy, y tomando distancia del momento en que sucedió, sé que Diamela hizo la lectura ideal, y cuando digo ideal me refiero a la que yo necesitaba, superando la más formidable fantasía que pudiese haber construido. Cuando uno escribe, en cierta manera, modela el “tipo de lector” que espera para su material, aquel lector/persona/sensibilidad que sea capaz de aceptar el desafío, que no rehúse la invitación al diálogo multívoco y esté dispuesto a completar el proyecto aunque eso implique un “gasto importante” (de tiempo, de energía, de atención, de afecto y subjetividad).

Siempre me interesó la co-lectura o la co-autoría de las obras, esa clase de textos que demandan sí o sí un compromiso, una fidelidad, una postura, tanto de parte del que genera el texto como del que se apropia de él a través de la lectura y lo hace productivo.

En mi caso, cuando leo soy muy activa con el material, lo pongo en funcionamiento, acciono la perilla del “on” para que aparezca todo el potencial que lleva compactado ese artefacto. Discuto con el texto, lo subrayo, recuadro, coloco signos de admiración, de interrogación, acoto en los márgenes, peleo, acuerdo, empatizo, experimento conmoción, sobrescribo, confronto y hago dialogar al texto con otros valiéndome de la intertextualidad y señalándole puntos en común o de bifurcación con ellos. En otras palabras, me apropio del espacio textual y de su productividad infinita —como la de una máquina de movimiento perpetuo- sin el menor atisbo de culpa.

Eso es lo que me interesa desde el sitio de lectora, contar con un dispositivo artesanal y artístico que posibilite la expansión de la subjetividad, por lo tanto, mi anhelo como autora era el mismo: producir un texto que, al menos, lograse inquietar al lector. En aquel momento, si lograba inquietar a Diamela no podía pedir más.

Ella detectó uno a uno mis nudos o trabas, por ejemplo, esa tendencia muy mía a producir fragmentos extremadamente condensados al punto del paroxismo. Diamela me preguntaba o sugería —jamás indicaba qué tipo de cambios debía hacer en mi escritura y ésa es una de sus tantas virtudes.

“¿No te parece que podrías abrir este párrafo, expandirlo? Porque aquí das por supuestas muchas cosas que intuyo pero mejor sería que las narraras, que les dieras visibilidad, que hicieras el esfuerzo de desestructurar el caparazón de pensamientos que las comprime, permitiendo que se cuele el aire”. “¿No sientes al leer este capítulo que el discurso se vuelve sentencioso, que la inteligencia se torna invasora?” “¿Podrías ser más generosa a la hora de construir las interioridades de los personajes?” “¿Notas que hace falta una postura más fuerte en cuanto al manejo de la economía de los blancos en este texto?” “Si te interesa explorar posibilidades puedes probar diferentes montajes de los materiales y ver cuál de ellos es más efectivo para lo que buscas”. “Quisiera saber más de ese hermano, qué pasa con él, me quedo con la sensación de que allí asoma sólo un aspecto de su personalidad, ¿te animas a ahondar más en su subjetividad, mostrarme mejor quién es, sus motivaciones más profundas?” En este punto “¿crees posible, sin quitarle protagonismo a tu personaje central, aumentar la diversidad en tu narración trabajando la multiplicidad de voces?” “¿Te parece que podrías hacer aún mayor la diferencia de registros?” “¿Y si desdibujaras más el soporte y permitieras el flujo de la prosa?”

Y así, un sinfín de sutilezas que señalizaron el camino de un crecimiento enorme. Otro de los gestos de Diamela que me pareció dignísimo fue el de establecer una especie de trueque. Ya que su ofrecimiento era totalmente desinteresado, me dijo que para que el equilibrio se mantuviera debía darle algo cada vez que termináramos. Así pues, además de escribir yo pensaba con alegría en qué le llevaría a Diamela la próxima sesión. Como cinéfila incurable que soy, casi siempre le grababa películas difíciles de conseguir o CDs con selecciones musicales de diversas partes del mundo, también algún libro o fotocopias de libros que me interesaban y pensaba que también podían resultarle atractivos a ella. Quería sorprenderla y que mi elección le aportara algo nuevo. Me parecía fantástico que se produjera una retroalimentación en la misma sintonía de su gesto.

Su lectura profesional fue un verdadero trabajo entomológico, de disección del lenguaje, Diamela me prestó su mirada, su talento y su arte para asomarme a mi propia escritura desde todas las facetas posibles. Y el logro extraordinario es que en ningún momento sintió la muy humana tentación de inmiscuirse en la escritura. Lo suyo fue de una pureza total, lo que la revela como una maestra o guía impecable.

—Días, muchos días, de 2001

Diamela Eltit

El intercambio con Diamela se hace cada vez más potente y además disfruto plenamente las sensaciones que genera este fenómeno de escritura a dos voces: una que escribe, la otra que lee. De este inagotable work in progress, que aún hoy sigue resonando en mí, nacen dos textos.

Durante 2001 se gesta Vivir ardiendo y no sentir el mal, que inicialmente se titulaba Corpus. El texto comenzó con la idea y la forma de una nouvelle completa y una inacabada dentro de otra novela madre. Estos cuerpos textuales encastrados se correspondían con las metamorfosis corporales de la autora y las dos protagonistas principales de sus novelas. Pero como la escritura es una empresa impredecible y tiene su propio temperamento de aquello quedó sólo la nouvelle que prescindió de todo el andamiaje que la había alzado ganando en calidad al deshacerse de 130 páginas.

Quién mejor que la misma Diamela —es a ella a quien todos queremos leer— para sintetizar las obsesiones de mi texto:

“Vivir ardiendo y no sentir el mal abre un escenario singular y convulso, regido por una estética que no se da tregua a sí misma. La escritura como gesto fundamental permite que se desencadene un relato apasionado y apasionante. Wilborada, la monja que se imprime en la letra, construye su historia mientras espera serenamente que se cumpla la siniestra profecía que la habrá de arrasar.

”La horda albina se acerca a San Gall movilizada por un deseo de violencia impostergable. La muerte atraviesa la novela y, en su trazado inexorable, permite que Wilborada, encuadernadora de libros para la Biblioteca de San Gall, urda magistralmente la escena en la que se va a cursar su sacrificio.

”Carina Maguregui adviene al territorio literario con un texto que conmueve por su delicada pericia. Ingresa portando un imaginario contundente que recrea y legitima el espesor de la poética como soporte narrativo. Su libro se detiene en un espacio remoto de la historia para extraer de allí un personaje que renace revolucionando los siglos.

”La historia técnica y cultural del libro, su antigua materialidad artesanal, se encarna en Wilborada. La historia penetra en el centro de su subjetividad para que estalle la multiplicidad de sentidos. Cuerpo, libro, letra, sangre, muerte se trenzan y se superponen parapetados en una arquitectura literaria que resulta definitiva y asombrosa.”

Dada su generosidad, la labor de Diamela no se limita a la ya de por sí trabajosa lectura profesional mencionada sino que agrega al paquete su sorprendente vocación por tejer redes de conexiones. Diamela quiere que me contacte con otras escritoras y que comience a moverme en un espacio de interlocutores válidos con quienes compartir experiencia literaria. Me presta un texto fabuloso de Ana Arzoumanian (titulado La mujer de ellos) y uno de Liliana Heer (Ángeles de vidrio), me pasa sus teléfonos y me incita a comunicarme con ellas.

Diamela tiene ese don para propiciar encuentros, talento que la convierte en una especie de “Celestina literaria”. Es como si ella nunca dejara de leer, no sólo los objetos-libro sino las personas-texto, nos observa, nos lee, nos analiza, nos deconstruye y de inmediato detecta las probables intertextualidades. Permanentemente está haciendo un montaje de cuerpos/texto como lo hace con los montajes de sus libros y advierte los complementos viables o intertextualidades personales. Y no se equivoca.

Diamela tiene ese don para propiciar encuentros, talento que la convierte en una especie de “Celestina literaria”. Es como si ella nunca dejara de leer, no sólo los objetos-libro sino las personas-texto, nos observa, nos lee, nos analiza, nos deconstruye y de inmediato detecta las probables intertextualidades.

Gracias a su insistencia me abrí a escritoras y personas formidables como Ana Arzoumanian y Liliana Heer, con quienes construí una amistad y una complicidad en las preocupaciones de la escritura, de la cotidianeidad, de la vida. Diamela también actuó como intermediaria para que conociera a una excelente crítica literaria, lectora voraz y escritora como lo es Silvia Hopenhayn, a quien admiro tanto. Una vez terminada Vivir ardiendo y no sentir el mal, Diamela me dio el e-mail de Julio Ortega, de la Universidad de Brown, y me dijo que le enviara el texto para ver lo que opinaba. Además, durante todo el año, me invitó a las numerosas reuniones que realizaba con escritores.

Cuando en 2002 finalicé la novela Doma, Diamela me puso en contacto con Marisol Vera para que exploráramos la posibilidad de publicar el texto en la editorial Cuarto Propio. Tuvimos una serie de conversaciones con Marisol —a través de correo electrónico— y casi concretamos el proyecto de editarla en Chile. No se dio, pero faltaron muy pocos pasos para que eso sucediera.

En otro momento Diamela me pasó los e-mails de Jean Franco y Francine Massiello para que les escribiera y luego les enviara mis textos. Ella es una máquina de crear lazos y vínculos, todos de extrema calidad humana y artística. Elimina las “islas” y nos invita a acoplarnos unos a otros. Con Ana Arzoumanian hemos logrado una amistad extraordinaria y siempre decimos ¡¡Qué suerte que Diamela cruzó nuestros caminos!! Insisto, hay que ser muy generoso para tomarse el trabajo de articular estas redes. Diamela asumió un compromiso proteico que la coloca, como en las reacciones químicas, en el rol de una enzima o catalizador biológico que aumenta las velocidades de las reacciones biológicas, es decir, pone en marcha unos procesos textuales y la configuración de unas redes que sin su intervención demorarían tiempos indeterminados.

—Días, muchos días, de 2002

Estoy escribiendo Doma. La idea central es la de un cuerpo que se presenta al lector como un texto donde la carne y las intervenciones conforman una trama semántica para ser leída. La intención que me anima es que la mirada vea así en el cuerpo escrito, en la herida del otro, su propia sombra, el doble del que no puede desasirse. Quiero encontrarle un formato a una historia en la cual las personas son obligadas a adoptar posturas resultado de la metamorfosis quirúrgica que las dispara transformadas, lejos de una posición natural: inmovilizadas, vendadas, encogidas, canalizadas, enrolladas en sí mismas.

Una historia en la que el organismo no esté enfermo sino convertido en enfermedad por los aparatos médicos: el cuerpo es enfermado por la imposición de un orden clínico. Busco poner en escena cómo la animalidad natural —de los fluidos, de las sustancias, del instinto, de la muerte— es desvitalizada, cosificada en un objeto híbrido entre el jadeo intermitente de la respiración y el flujo eléctrico de los cables.

Necesito ofrecer al lector la belleza trágica del cuerpo inerme, vulnerable, terrorífico en su indefensión. A partir de aquí, descubierto el velo de la violencia, que la escritura avance hacia los márgenes del sentido, erigiendo el cuerpo textual como zona de resistencia.

Aspiro a que en este texto, como lo señaló Michel Foucault, el cuerpo humano sea el lento resultado de acciones artificiales y represivas que incesantemente le imponen las tecnologías del poder. Para estas tecnologías incluso las funciones vitales, la nutrición, la sexualidad, la enfermedad y la muerte son factibles de ser sometidas a manipulaciones médicas, económicas y políticas, es decir, a unos procesos de control.

Necesito ofrecer al lector la belleza trágica del cuerpo inerme, vulnerable, terrorífico en su indefensión. A partir de aquí, descubierto el velo de la violencia, que la escritura avance hacia los márgenes del sentido, erigiendo el cuerpo textual como zona de resistencia.

Nadie mejor que Diamela para internarse en este terreno escabroso. La experiencia se repite del mismo modo que con Vivir ardiendo… y el resultado nos satisface a ambas. Doma está terminada en 2002.

—Julio de 2002

Se publica Mano de obra de Diamela Eltit. La autora elige una cita de Sandra Cornejo como epígrafe para su libro: “Algunas veces, por un instante, la historia debería sentir compasión y alertarnos”.

—Muchos días de 2003

Diamela termina su estadía en Buenos Aires y regresa a Chile. Nos mantenemos en contacto vía e-mail y por las visitas que ella realiza en diferentes momentos al país.

Se presenta la posibilidad que Alción Editora de Argentina considere para su catálogo la edición de Vivir ardiendo y no sentir el mal primero y luego Doma.

—Muchos días de 2004

Ambas novelas son publicadas con diferencia de pocos meses por Alción en 2004.
Doma lleva la contratapa de Diamela que dice:

“La novela Doma alude a un momento radical del cuerpo, explora con una sorprendente precisión el momento ‘biológico’ en que se le retira al sujeto su condición más humana —su cuerpo discursivo— para intervenirlo como mero campo orgánico desde una aguda e incesante apropiación médica.

”Los órganos se convierten así en sede, en plataforma deshumanizada para cursar una experiencia técnica que no puede sino aludir al poder. Así, desde la pérdida del poder del cuerpo, se establece un viaje en el cual se implanta, de manera omnipotente, la tecnología médica como cuerpo de poder.

”Ángela Zaño se va a convertir en la protagonista de una experiencia en la que participa desde la máxima ausencia. El adentro y el afuera en que transcurre la vuelven habitante de un espacio ambiguo que duplica y, más aún, amplifica el dolor.

”En tanto simple resonancia de sí misma, ingresa al lugar más devastado de la reclusión médica para convertirse en simple ficha médica, caso clínico, órgano extirpable. De manera creciente cuerpo y mente inician un proceso de mutua aniquilación. No se contienen porque la presencia amenazante del bisturí pareciera ensañarse en una perversa ‘operación’: producir en Ángela Zaño un desalojo de sí misma de incalculables proporciones.

”Doma, con su escritura impecable e implacable emprende un importante derrotero estético, instala pormenorizadamente el drama del cuerpo para producir uno de los textos más elocuentes en torno a la escena del dolor y el escenario del poder.”

Consecuente con su manera de ser, cuando viaja a Buenos Aires, Diamela se lleva varios ejemplares de ambas novelas para hacerlos circular en Chile. Sin descanso, continúa con su cruzada de redes.

A fin de año Ana Arzoumanian reúne en su casa a unos escritores cubanos invitados a Buenos Aires para unas lecturas organizadas por la revista Tsé Tsé y el Instituto de Cooperación de España. Así conozco a José Kozer y a Soleida Ríos. Intercambiamos libros y cuando Soleida ve la contratapa de Doma dice: “Pero chica, tienes un escrito de Diamela, ahora voy a leerte con más interés”.

—Muchos días de 2005

En noviembre de 2004 conocí a Soleida Ríos en casa de Ana Arzoumanian, es 2 de enero de 2005 y estoy en La Habana Vieja, más precisamente en Obrapía, entre Mercaderes y Oficios. Vine a visitar Cuba y, una vez aquí, llamé a Soleida por teléfono y me dijo: “Si quieres conocer de verdad este país vente a mi casa, es muy humilde, pero te la ofrezco”.

”Doma, con su escritura impecable e implacable emprende un importante derrotero estético, instala pormenorizadamente el drama del cuerpo para producir uno de los textos más elocuentes en torno a la escena del dolor y el escenario del poder.”

Pasé un mes en la calle Obrapía, porque en la mitad de cuadra se encuentra el apartamentito de Soleida Ríos. Treinta días confraternizando con sus amigos y amigas escritores, poetas, dramaturgos, críticos, músicos, artistas plásticos, ceramistas. Antes de viajar le había contado a Diamela que mi próximo destino era Cuba, ella —por supuesto— conocía al escritor Arturo Arango, que dirige la Gazeta de Cuba, y me pasó su dirección para que lo visitara y conversara con él. Así lo hice.

Soleida organizó una presentación de mis novelas para que compartiera con escritores y público en general la experiencia de contar con una lectora profesional como Diamela Eltit. El evento se realizó en el Palacio del Segundo Cabo y el nombre de la muy querida escritora chilena resonó varios días en el malecón.

—2006

No veo a Diamela todas las veces que me gustaría, pero cada vez que visita Buenos Aires nos reunimos a charlar y nos mantenemos al tanto de nuestras vidas a través del correo electrónico. Aunque su presencia para mí es constante.

Tengo tanto para agradecerle, entre todo lo que le debo está el hecho de haber leído —por su recomendación— el libro El desierto y su semilla,del escritor cordobés Jorge Barón Biza, totalmente desconocido para mí, pero que me impactó de tal manera como para hacer esta mención, ya que Diamela me recomendó decenas y decenas de libros de diversos autores y autoras.

Para terminar quisiera apropiarme de unas palabras de Derrida dedicadas a Levinas y regalárselas a Diamela.

Derrida dice: Cada vez que leo o releo a Levinas me siento colmado de gratitud y admiración; colmado por esa necesidad, que no es una limitación sino una fuerza amable que obliga y nos obliga, por respeto al otro, a no deformar ni torcer el espacio de pensamiento, sino a ceder ante la curvatura heterónoma que nos relaciona con el otro en su completud (o sea, con la justicia, como Levinas lo afirma en una formidable y poderosa elipse: ‘la relación con el otro, es decir, la justicia’”.
Y Derrida culmina así:

“Para definir la rectitud, Levinas explica, en su comentario sobre el Tractate Shabbath, que la conciencia es la ‘urgencia de una destinación que lleva al Otro y no un eterno regreso al yo’, una inocencia sin ingenuidad, una rectitud sin estupidez, una absoluta rectitud que es también una autocrítica absoluta, que se lee en los ojos del que es el objetivo de mi rectitud y cuya mirada me cuestiona. Es un movimiento hacia el otro que no regresa a su punto de origen en la forma en que regresa una desviación, incapaz como es de trascendencia: un movimiento más allá de la ansiedad y más fuerte que la propia muerte. Esta rectitud se llama Temimut, la esencia de Jacob”.

Este diario fue escrito para el Coloquio Internacional de Escritores y Críticos: Homenaje a Diamela Eltit, realizado del 17 al 19 de octubre de 2006 en la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile.

—2011

Veo a Diamela cada vez que vuelve a la Argentina; este año fue en abril.

La extraño, siempre. ®

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Publicado en: Existenz, Septiembre 2011

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