La noticia de que cerca de 60 por ciento de quienes pretendían cursar una licenciatura en la UdeG fueron rechazados, por falta de cupo, incluso en carreras tan poco solicitadas como Biblioteconomía, para la que sólo hubo una veintena de solicitantes, ha provocado no sólo las previsibles protestas y reacciones de desencanto de quienes no tuvieron cabida en la institución.
Desde hace años, en la Universidad de Guadalajara se ha venido dando un fenómeno singular, pero sobre todo anómalo: alumnos que egresan de las preparatorias de esa institución y, a pesar de haberlo hecho con un promedio elevado, mayoritariamente se ven impedidos para estudiar una carrera profesional en la que hasta entonces había sido su alma mater y la cual, a partir de ese momento, se convierte en algo parecido a una mala madrastra.
¿Por qué? Fundamentalmente, porque por motivos extraacadémicos las autoridades de la UdeG han venido utilizando una parte considerable del subsidio de la institución en otro tipo de cosas, antes que en ampliar la matrícula.
¿Puede haber algo más importante para una universidad que las actividades académicas? Sí, según el criterio de quienes en los últimos veinte años han mantenido el control de la UdeG.
¿Y cuáles son esas actividades que, en la valoración de los directivos de la universidad pública de Jalisco, están por encima de la ampliación y la mejoría de la oferta educativa? Entre otras cosas, la construcción, a un altísimo costo, de varios inmuebles que, aun cuando se los presenta como “culturales”, en la práctica han estado dedicados a la farándula, incluida la vertiente más descaradamente comercial de la industria del entretenimiento.
Los directivos de la UdeG también han dilapidado el dinero de los contribuyentes en actividades oropelescas y de relumbrón como el llamado Festival Internacional de Cine en Guadalajara, que está por cumplir un cuarto de siglo de existencia y, originalmente, se llamó Muestra de Cine Mexicano.
Otra de esas prioridades equívocas fue la adquisición de un equipo de futbol profesional que desde hace un año participa en la ahora llamada Liga de Ascenso. Sólo por la franquicia de El Tapatío, que fue convertido en Leones Negros, se pagó más de un millón de dólares al empresario Jorge Vergara.
En la misma relación de gastos extralógicos, con cargo al presupuesto de la UdeG, se encuentra el proyecto para abrir un pretendido centro universitario en Los Ángeles, California; la compra de tiempo-aire, durante casi diez años, a Televisa Guadalajara, y ahora la puesta en marcha de un canal de televisión propio.
¿Puede haber algo más importante para una universidad que las actividades académicas? Sí, según el criterio de quienes en los últimos veinte años han mantenido el control de la UdeG.
A lo anterior hay que sumar muchas otras cosas. Y por encima de todas, el sueño más dorado de la cúpula directiva de la UdeG, con el ex rector Raúl Padilla a la cabeza: un pretendido Centro Cultural Universitario que de manera chusca se ha propuesto multiplicar la familia de las musas, convirtiendo hasta la hotelería, la industria inmobiliaria, las tiendas de departamentos y demás ramos comerciales en otras más de las bellas artes.
Muchas de las partidas presupuestales, así como otra clase de recursos (la mermada reserva territorial de Los Belenes, por ejemplo), han ido a parar a este tipo de proyectos, negocios y empresas que poco o nada tienen que ver con la razón de ser de una universidad y menos aún cuando opera con fondos públicos.
No por comunes y habituales estos fraudulentos extravíos, cometidos a nombre de la educación pública superior, dejan de serlo, así sean callados por la inmensa mayoría de la comunidad universitaria de la UdeG y sean señalados por la derecha, la extrema derecha, el Yunque y otros fantasmas reales o imaginarios.
La noticia de que cerca de 60 por ciento de quienes pretendían cursar una licenciatura en la UdeG fueron rechazados, por falta de cupo, incluso en carreras tan poco solicitadas como Biblioteconomía, para la que sólo hubo una veintena de solicitantes, ha provocado no sólo las previsibles protestas y reacciones de desencanto de quienes no tuvieron cabida en la institución.
Tampoco ha faltado el editorialista oficioso que, al tiempo que calla los extravíos a que ha sido conducida la UdeG, dictamina que la matrícula de esta institución no debe ampliarse porque, según el parecer de quien todavía no aprende el uso del subjuntivo, Jalisco no necesita más abogados ni más médicos ni más enfermeras.
Otra reacción, no menos extraviada, es la del secretario estatal de Educación, Antonio Gloria Morales, quien se pronunció contra las carreras “humanas” (quiso decir humanísticas) como Filosofía e Historia, alegando que el mercado laboral requiere otra clase de profesionistas: técnicos e ingenieros, sobre todo. Llama la atención que esto lo diga alguien que funge como primera autoridad educativa de Jalisco, ingeniero de profesión y de quien se podría decir, a partir de su propia lógica, que ha estado desperdiciando su capacitación ingenieril para dedicarse a la política hasta llegar a un cargo (la Secretaría de Educación Jalisco) para el que, irónicamente, si algo se requiere es una buena formación humanística como la que tuvieron los más grandes educadores de la historia de México, entre otros, Gabino Barreda, Justo Sierra, José Vasconcelos, Manuel Gómez Morín, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez…
Es una desgracia que ahora la educación pública (elemental, media y superior) ya no esté en manos de este tipo de personas sino de agentes políticos de muy bajos vuelos, de educadores fementidos que, o bien no entienden cuál es su función, o son capaces de desviar, de forma grosera y descarada, recursos públicos que en teoría están destinados a la educación, pero que en la práctica sirven para algo muy distinto.®