El azar, Paul Auster y yo

Ya no podré beber un whisky con Paul…

Resta seguir leyéndolo y volver a él como quien entra a una iglesia por un poco de fe, con la certeza de que siempre la encontraré entre cada una de las páginas que escribió.

Paul Auster en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2017. Foto: FIL Gdl.

Intento recordar cuál fue mi primer encuentro con la obra de Paul Auster. No logro dar con el momento preciso y pienso que está bien, que aquellos autores que nos han cambiado la vida se presentan como fantasmas o susurros poderosos cuya esencia y permanencia es eterna, a diferencia de las voces artificiales que pretenden, cuales vendedores de ilusiones, decirte cómo pensar, sentir, actuar; éstas pronto se olvidan.

Lo que sí recuerdo es cuán impactante fue para mí su literatura desde la perspectiva creativa y personal. Leer a Auster me descubrió las posibilidades de la novela, la construcción de historias con prosa simple aunadas al uso de la memoria. La vida de Paul tuvo destellos constantes de ficción que supo materializar, sus libros entonces tenían, además de ese virtuosismo narrativo, un mensaje para los escritores en ciernes que buscan cómo contar algo; sin proponérselo se convirtió en el maestro de tantos de nosotros.

Sus penurias como traductor en Francia o el final de los años setenta en los que pasaba la noche en un saco de dormir, apenas con sus libros y un cuaderno, con deudas, una vida personal en crisis y rechazos literarios; tiempos cuando la escritura fue el ancla a la cual se aferró para que no lo consumiera la sensación de fracaso.

En lo personal no pocas veces me inspiró y sacó del hoyo. A él vuelvo cada que el ánimo se desinfla para leer sus ensayos personales. Saber que no siempre fue el autor de culto, sino que perteneció a la estirpe de humanos sin perspectiva de futuro me hace sentir cercano a él. Sus penurias como traductor en Francia o el final de los años setenta en los que pasaba la noche en un saco de dormir, apenas con sus libros y un cuaderno, con deudas, una vida personal en crisis y rechazos literarios; tiempos cuando la escritura fue el ancla a la cual se aferró para que no lo consumiera la sensación de fracaso. A punta de palabras “comenzó a escribir y lo que era caos adquirió sentido” (Luis Alemany). Salió del abismo y pienso que lo hizo para decirnos a los que estamos aún en él: tú también puedes hacerlo.

Soy un escritor que imita y no pocas cosas he imitado de Auster. Gracias a aquella historia en la que cuenta que Willie Mays no pudo firmarle una bola de beisbol porque ni él ni nadie a su alrededor traía una pluma, y que a partir de entonces siempre cargó con una; es que yo no salgo de casa sin la mía, así sepa que no habrá cabida para la escritura.

Si desde la secundaria había adquirido una afición por las máquinas de escribir, después de leer La historia de mi máquina de escribir me convirtió en un coleccionista de estos artefactos en los que solía crear poesía, cartas y ensayos personales de manera anacrónica en un mundo en el que se tolera el ruido de la música de letras soeces, gritos y otra contaminación auditiva, pero no el tecleo mecánico de la tinta sobre el papel.

La única vez que lo vi en vivo fue en la Feria del Libro de Guadalajara, hace muchos años y —como su vida y obra— por un golpe del azar. Bernardo, mi compañero de viaje, había insistido en que fuésemos a la presentación del libro de un político en el hotel Hilton, frente al recinto de la feria. Lo acompañé por morbo y porque no había nada mejor en la agenda. A punto de iniciar la presentación recibí el mensaje de Manuel, un buen amigo que por aquellos años trabajaba como periodista, quien decía que se encontraba en la rueda de prensa de Paul Auster. Me invitaba a asistir echándose el trompo a la uña para que pasara sin tener gafete de prensa. Lo logró y escuché a Paul durante la casi media hora que duró el encuentro con los reporteros. Al final accedió a firmar algunos libros, por lo que la mayoría de los presentes dejaron a un lado la seriedad del oficio y se abalanzaron sobre él para conseguir una firma. Yo no lo hice, no tenía libro ni la actitud de aquellos individuos, pero unos momentos después, con gran sorpresa, vi venir a mi amigo Manuel con un ejemplar de 4 3 2 1 —en aquel entonces su reciente novela—, el cual me entregó con la firma de Auster en el interior. Creo que pocas veces he recibido un regalo de implicaciones tan maravillosas y que despertara en mí una gratitud infinita.

Yo no lo hice, no tenía libro ni la actitud de aquellos individuos, pero unos momentos después, con gran sorpresa, vi venir a mi amigo Manuel con un ejemplar de 4 3 2 1 —en aquel entonces su reciente novela—, el cual me entregó con la firma de Auster en el interior.

La relación del azar, Paul Auster y yo tal vez sea algo que inventé, pero me gusta y es un lazo que siento que nos une. Ayer, por ejemplo, antes de que supiera la noticia de su muerte, le di muchas vueltas a la idea de comprar su última novela. Desde antes de su publicación, y a sabiendas de que la escribió a contra vida, el deseo de leerla se volvió obsesivo. Decidí postergarla sin pensar que cuando lo haga será la primera vez que lo lea post mortem y eso duele un poco.

Hace años soñaba, con un dejo de posible realidad, convertirme algún día en un escritor afamado como él, al grado de que las circunstancias me llevaran a Nueva York y pudiésemos pasar un tiempo juntos, beber un whisky en algún bar de Brooklyn y mirar un partido de béisbol como solía hacerlo con Phillip Roth. Tampoco ocurrirá.

Resta seguir leyéndolo y volver a él como quien entra a una iglesia por un poco de fe, con la certeza de que siempre la encontraré entre cada una de las páginas que escribió. Buen viaje Paul, en el plano literario no quedó nada pendiente. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Libros y autores

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