En El gran capital con Hitler Jacques Pauwels cita una gran cantidad de evidencia y relata con detalle cómo los intereses económicos de los empresarios alemanes y estadounidenses de la industria pesada y el sector financiero apoyaron al nazismo o la versión alemana del fascismo.
La guerra es un evento en el que gente que no se conoce
se masacra entre sí por las ganancias de gente que se
conocen muy bien, pero que no se masacran entre sí.
—Paul Valéry
Millionen stehen hinter mir!
[¡Millones están detrás de mí!]
—Adolf Hitler o John Heartfield (1932)
¡Der Krieg ist für die Reichen,
Die Armen stellen die Leichen!
(La guerra es para los ricos,
Los pobres proporcionan los cadáveres).
Las líneas anteriores son parte de un canto que entonaban sarcásticamente los soldados alemanes durante la Primera Guerra Mundial. En su libro El gran capital con Hitler (2009) Jacques Pauwels cita una gran cantidad de evidencia y relata con detalle cómo los intereses económicos de los empresarios alemanes y estadounidenses de la industria pesada y el sector financiero apoyaron al nazismo o la versión alemana del fascismo. Su obra nos permite comprender o entender mejor la forma en la cual los empresarios de ambos países vieron en los planes de Hitler la oportunidad de llevar muy lejos en poco tiempo sus ambiciones capitalistas, y no se equivocaron. La fachada “socialista” del movimiento nacionalista alemán que encabezó Hitler —que jamás fue socialista— y su cúpula, como lo demuestra el autor belga, sólo sirvió para atraer la atención de las masas hambrientas y humilladas luego de las medidas impuestas a Alemania por los ganadores de la contienda al término de la Primera Guerra Mundial, a través del Tratado de Versalles, entre otras imposiciones y restricciones, a lo cual habría que sumar la severa crisis económica y política que se suscitó en este país —de manera más aguda a finales del año 1929— durante la efímera existencia de la República de Weimar —liberal y democrática—. Crisis en la que los ricos capitalistas alemanes, industriales y financieros vieron en Hitler y su “programa” político autoritario una oportunidad que ni la democracia weimariana y menos el socialismo podrían ofrecerles.
Recordemos que en Alemania las “ideologías” del liberalismo y la democracia no gozaban de gran aceptación entre los hombres que ostentaban el poder político, tradicionalmente en manos de los Junkers (grandes propietarios terratenientes de la nobleza), aunque el poder económico cada vez parecía estar más bajo el control de los intereses de la alta burguesía, es decir, los grandes industriales y banqueros. En lo que ambos poderes coincidían era en su odio virulento contra los judíos o “subhombres” (Untermenschen) y los comunistas, frente a los cuales encontraron en el nazismo una “comunidad del pueblo” (Volksgemeinschaft) mediante la cual oponérseles radicalmente por todos los medios que fueran posibles.
El imperialismo y el régimen colonial, en parte detonantes clave de la Primera Guerra Mundial, habían ofrecido enseñanzas importantes y espacios de oportunidad para esta clase social en Alemania, que no dudaría en actuar con más rapidez, fuerza y agresividad a la repartición que se avecinaba del Lebensräum europeo y lo que éste arrojara, dentro y fuera del país. Olía a guerra, y ese “espacio vital” lo visionaba y deseaba la Alemania nazi para sí, en lo que llamaría la “Marcha hacia el este”.
Ni la llegada al poder del partido nazi (NSDAP, por sus iniciales) —que nunca fue de ni para los trabajadores, quienes en realidad se identificaban con la socialdemocracia y recientemente no sin dudas, sospechas e interés a la vez, con la oferta socialista/comunista— ni los primeros años de la guerra que comenzó en 1939 obstaculizaron el exponencial incremento en las ganancias del gran capital alemán y estadounidense, del cual dependió en gran parte que a partir de aquí y luego del término de esta segunda gran guerra mundial Estados Unidos se apropiaría ya sin lugar a dudas del primerísimo lugar como potencia mundial, y cuyo entramado político–social y económico–cultural tan bien describiría unos años después el sociólogo crítico Carl Wright Mills (1916–1962) en La élite del poder (1956), obra destinada a descifrar la compleja estructura de poder que emergió de la sociedad estadounidense de la posguerra.
Para maximizar los beneficios, los capitalistas (hombres de negocios) —en opinión del autor— puede que no estuvieran dispuestos a todo, pero casi, como por ejemplo eliminar a todos los competidores posibles, existentes o potenciales. Situación que en un contexto de guerra como el que aquí se suscitó permitiría y justificaría además el derrumbe o inhabilitación de toda barrera moral que se pudiese considerar distorsionante del libre mercado y el espíritu del capitalismo: todo se valía, incluyendo vender armas al enemigo que podría con ellas mismas asesinar a los compatriotas militares o civiles con los cuales el primero se topara. Pauwels expone en su obra los servicios que los fascistas —capitalistas de ambos países— realizaron para el gran capital —Big Business—, como por ejemplo grandes contratos estatales, disolución sangrienta de los sindicatos incluyendo a sus líderes y defensores corporativos de éstos, así como la permanente persecución de la izquierda socialista y comunista, acusada de bolchevique y judía.
Pauwels expone en su obra los servicios que los fascistas —capitalistas de ambos países— realizaron para el gran capital —Big Business—, como por ejemplo grandes contratos estatales, disolución sangrienta de los sindicatos incluyendo a sus líderes y defensores corporativos de éstos, así como la permanente persecución de la izquierda socialista y comunista, acusada de bolchevique y judía.
Los trabajadores alemanes, antes beneficiados por el primer “Estado de bienestar” en el mundo bajo el gobierno militarista de Bismarck, tras el término de la guerra en 1918, se encontraban hambrientos y harapientos, se sentían ninguneados y rechazados por una sociedad que los consideraba perdedores y cobardes. A comienzos de la década de los años treinta éstos de pronto se vieron y se sintieron considerados y hasta lisonjeados por el nuevo régimen violento, pasando a formar parte en principio de los megaproyectos de ingeniería civil e infraestructura que el gobierno requería para hacer efectiva la consolidación de los planes que muy pronto comenzarían a cobrar forma, para, poco después, conforme se acercaba el final de esta década, muchos de ellos se vieron obligados a cambiar el uniforme de trabajador por el de soldado, quedando así prisioneros de intereses que no volvían a corresponder con los suyos ni con los de sus necesidades más inmediatas. Lo anterior, además de confluir en una atroz política social regresiva en Alemania, dejó 13.5 millones de alemanes asesinados, heridos o tomados prisioneros entre 1939 y 1945.
Para algunos otros autores el apoyo del gran capital al régimen nazi se trataba de la organización de la venganza terrorista contra la clase obrera orquestada por la misma burguesía alemana industrial y financiera, como resultado de la culpabilización que esa elite le adjudicaba en la derrota en la primera gran guerra. Entre los enemigos que identificaba como claves en la posible obstrucción de las magnas ganancias que Hitler podría ofrecerles, el Big Business señalaba a los socialistas, los comunistas, los judíos y otras minorías étnicas, como los gitanos y los eslavos, los sindicatos obreros, los anarquistas y alemanes que fungieran como disidentes en operación o potenciales por razones biológicas, intelectuales y políticas, entre otros. Si los industriales y los financieros querían tener éxito en sus propósitos debían apoyar a Hitler y su visión de la política, incluyendo la guerra a los enemigos de Alemania, es decir, aquellos con quienes esta elite tenía cuentas pendientes que cobrarse o pudiesen entorpecer sus expectativas directamente, o los objetivos de su líder Hitler indirectamente, con los cuales construyeron una relación simbiótica perfecta. La recuperación real que se estaba dando en Alemania a partir de mediados de los años treinta no lo era del país, sino de ciertos individuos encumbrados en la “clase dirigente”, es decir, los que financiaban al régimen capitalista; en ocasiones, desde los castillos en los cuales habitaban; otras desde sus aparatosas y suntuosas oficinas, y otras desde el extranjero y no siempre siendo “solo” de nacionalidad alemana.
Las consecuencias del apoyo que la gran elite capitalista ofreció a Hitler, como por ejemplo los clubes de industriales como el Hamburger Nationalclub von 1919, el Keppler–Kreiso las élites industriales de Essen, Konigswinter, entre otros, incrementaron sustancial y rápidamente sus ganancias. Pauwels expone que la destrucción de los sindicatos y toda otra fuerza opositora de izquierda, o no, permitieron que la explotación y manipulación de la fuerza obrera —incluyendo el campo conforme el fin de la década de los años treinta y los esfuerzos de guerra así lo requirieron— alcanzara niveles extraordinarios. Pone el ejemplo de que en Alemania, para finales de 1942, los obreros de Opel y de Singer trabajaban sesenta horas semanales. Los industriales alemanes e incluso pequeños burgueses se beneficiaron de la mano esclava judía y extranjera y de la confiscación masiva de los negocios y propiedades judías, incluyendo sus cuentas bancarias y ahorros no sólo dentro de Alemania, sino también en los lugares en donde las tropas alemanas mantenían la ocupación, saqueando joyas, obras de arte, tierras y negocios familiares, entre otras cosas, cuyas expropiaciones iban por lo general directamente a manos de los capitalistas alemanes al ser consideradas botines de guerra.
Dice Pauwels que no menos de 12 millones de obreros fueron importados de los países ocupados, además de los considerados prisioneros de guerra y los cautivos que trabajaban en los campos de concentración, cuya mano de obra era gratuita y esclava.
El escritor e investigador belga, experto en la historia del nazismo, ejemplifica con el caso del trust industrial químico I.G. Farben (constituido por Bayer, Hoechst, Agfa y BASF) sobre la estrecha relación de colaboración que tuvo con el programa de armamento de Hitler durante la guerra, contribuyendo entre cosas en la construcción de una fábrica gigantesca en las proximidades del campo de Auschwitz donde los internos laboraron hasta morir de fatiga, hambre, gaseados o de un disparo. Narra que estos obreros–esclavos morían a razón de uno de cada cinco al mes, mientras las ganancias del monstruo industrial ascendieron anualmente, en promedio, de 47 millones de reichsmarks en 1933 a 300 millones en 1943.
Pero I.G. Farben no fue más que un grano en el arrozal del capitalismo genocida del nazismo y sus fieles colaboradores, la mayoría de ellos estadounidenses, lo cual resulta más llamativo por el hecho de que Estados Unidos poco después del inicio de la guerra en Europa se convirtió en enemigo de Alemania y sus aliados, fortaleciendo las evidencias y la tesis central que Pauwels expone en su libro. Entre estas empresas y grupos financieros colaboradores del régimen nazi de origen y capital estadounidense se encuentran, entre otros, los siguientes: Ford Works (ubicada a las afueras de Colonia, fue perdonada por los bombardeos aliados que arrasaron el resto de la ciudad, no sin antes haber suministrado camiones y material de guerra), General Motors, IBM (cuya administración, estadística, censo y marcación con números en la piel de los prisioneros de guerra en campos de concentración y de exterminio, en su mayoría judíos, fue muy efectiva), Du Pont, Dow, Coca–Cola, ITT, Singer, Kodak, Standard Oil (que usó canales clandestinos para entregar combustible y otros pertrechos a Alemania), RCA, por un lado. Muchas de estas grandes empresas e industrias hicieron múltiples negocios dentro y fuera de territorio alemán con Siemens. Por otro lado, el Guaranty Trust, el Chase Manhattan y el J.P. Morgan mantuvieron durante toda la existencia del régimen nazi en el poder, la Reconstrucción y posteriormente, estrechas y fluidas relaciones con el Dresdner Bank, el Commerzbank y el Reichsbank (entre 1934 y 1945), este último el Banco Central del Reich, además de filiales, subsidiarias, comercializadoras, entre otras, que casi en su totalidad ya tenían relaciones comerciales con empresas y el gobierno alemanes antes del inicio de la guerra, aspecto que poco después utilizarían —y hasta la fecha— como justificación —que no disculpa— de su colaboración con el régimen nazi alemán. Incluso el capital industrial y financiero estadounidenses no dejarían de abastecer a Alemania de maquinaria y equipo a los gerentes alemanes desde Estados Unidos en principio, y ya más entrada la guerra, muchas veces desde países neutrales de manera clandestina. Business is business and Big Business is Big Business.
Tras la rendición de Alemania las empresas estadounidenses, a pesar de la crisis que vivía el país ocupado, destruido y derrotado, la potencia norteamericana se hizo de empresas y subsidiarias en territorio alemán obteniendo ganancias, cobrando indemnizaciones excesivas y la reconstrucción de instalaciones que solían ser mucho más modernas que en el tiempo inmediatamente anterior a 1933 y durante el nazismo. Ninguna nación se benefició tanto del ascenso del nacionalsocialismo al poder, su expansión y su caída que los intereses económicos estadounidenses, con Roosevelt y Truman a la cabeza apoyando los caprichos y voraces intereses de los gurús del Management estadounidense, entre los cuales se encontraban frustrar el Plan Morgenthau, tendiente a desmantelar la industria alemana con el argumento de impedir que Alemania volviera a armarse; además de teorizar sobre la política económica y monetaria que habría de instrumentarse en el territorio ocupado para impedir el avance e influencia de la también victoriosa Rusia soviética.
El cine y la literatura desde hace unas décadas han contribuido a alimentar a veces, y en otras ocasiones a desmitificar, como aquí lo hace Pauwels, el hecho de que el gobierno alemán actuó rápidamente en esa coyuntura histórica a la confiscación y expropiación de los intereses económicos estadounidenses, perdiendo así estos últimos el control sobre ellos. Pero ¿quién pudo haber creado y alimentado este “mito”?
Pauwels describe en su libro que incluso tras el ataque japonés a Pearl Harbor, hecho que motivó la declaración de guerra de Estados Unidos al Eje Berlín–Roma–Tokio y su entrada en el conflicto bélico, estos grupos industriales y financieros en su mayoría se siguieron financiando de manera más que importante, además de continuar beneficiando paralelamente al régimen nazi. El cine y la literatura desde hace unas décadas han contribuido a alimentar a veces, y en otras ocasiones a desmitificar, como aquí lo hace Pauwels, el hecho de que el gobierno alemán actuó rápidamente en esa coyuntura histórica a la confiscación y expropiación de los intereses económicos estadounidenses, perdiendo así estos últimos el control sobre ellos. Pero ¿quién pudo haber creado y alimentado este “mito”? Ellos mismos, e intentan seguir haciéndolo a través del cine hollywoodense, principalmente. Sea que la balanza se inclinara a favor de la Alemania nazi o en su contra, el capital estadounidense no perdía, todo lo contrario. Malgré tout, se aseguraron de que en la reconstrucción alemana los soviéticos apenas pudieran participar, apoyándose por lo general en alemanes que habían ocupado una posición importante de autoridad o mando en el régimen nazi, incluso si habían orquestado o ejecutado matanzas indiscriminadas de civiles en los campos de la muerte o en los distintos frentes, particularmente en el este.
Pauwels —como lo hiciere James Whitman en su texto Hitler’s American Model. The United States and the making of Nazi Race Law (publicado en 2017), para dar a conocer la influencia que tuvieron las leyes raciales estadounidenses en contra de la población afroamericana en Estados Unidos para la conformación de las Leyes de Nuremberg, suscritas principalmente en contra de la población judía en Alemania, en principio— no busca en esta obra llevar a cabo una mera revisión y conteo de los hechos y las versiones que corren en la misma línea acrítica de lo que “ya pasó y por tanto, no vale la pena volver a ello”, típica postura de la historiografía sobre el tema y que, hacia el final de su obra, Pauwels señala que tanto los recuentos populares como académicos del fascismo alemán han oscurecido por lo general el papel del gran capital y las elites de ambas naciones. La bibliografía que empleó el políglota Pauwels para escribir su libro es vasta, seria y crítica, proponiendo una reflexión en el mismo tenor que oscila entre una perspectiva que va de lo microscópico a lo macroscópico y viceversa sobre la historia —y la objetividad de los historiadores—, secuestrada en gran medida por el desinterés y la conveniencia de quienes financian los grandes proyectos de investigación, de producción científica universitaria y no necesariamente académica, y sobre todo por el mismo Big Business que se erigió triunfante sobre los cadáveres de millones de seres humanos a partir de la década de los años treinta del siglo pasado, con la única pretensión de borronear su descarada complicidad con la maquinaria del Tercer Reich. Podemos afirmar que ese gran capital nazi–alemán/estadounidense contrató los servicios de Hitler, en un contexto histórico en el cual las condiciones resultaban inmensamente favorables para ambos socios.
Sin este apoyo el régimen nacionalsocialista difícilmente habría podido establecerse, perdurar y mucho menos haber expandido sus fronteras tan fácil y rápidamente a partir de 1938–1939. Menos aún habría podido después de 1945 recuperarse tan rápida y exitosamente de la devastación material, humana y moral en la que el pueblo alemán amaneció luego de la derrota.
Jacques R. Pauwels (1946) nació en Gante, Bélgica. Es historiador, investigador y escritor. Emigró a Canadá en 1969 después de estudiar Historia en la Universidad de Gante, instalándose en las proximidades de Toronto. En la universidad de esta ciudad —York University— se especializó en la historia social de la Alemania nazi, obteniendo el doctorado en 1976. En El gran capital con Hitler Pauwels no sólo muestra numerosas, claras y flagrantes evidencias de la colaboración entre grandes capitales alemanes y estadounidenses, principalmente, además de otros de procedencia diversa para apoyar el régimen hitleriano, no sólo antes de la Segunda Guerra Mundial, sino también después de ésta para la Reconstrucción y más allá de este periodo. Sin este apoyo el régimen nacionalsocialista difícilmente habría podido establecerse, perdurar y mucho menos haber expandido sus fronteras tan fácil y rápidamente a partir de 1938–1939. Menos aún habría podido después de 1945 recuperarse tan rápida y exitosamente de la devastación material, humana y moral en la que el pueblo alemán amaneció luego de la derrota y el papel que le correspondería desempeñar en la repartición de la culpa histórica por los millones de vidas humanas perdidas. Una vez más aquí, el cine hollywoodense ha cumpliddo un papel muy importante en tal oscurecimiento.
Ni este “relato” ni la tesis de Pauwels terminan aquí, como bien lo sabe el lector de estas líneas. Al final del Prólogo de su texto el historiador canadiense dice que
El nazismo hitleriano y el fascismo en general fueron muy beneficiosos para los capitalistas estadounidenses; por eso, después de 1945, continuaron apoyando a las dictaduras más o menos abiertamente fascistas como las de Franco, Suharto o Pinochet. A fin de cuentas, para el “capital” norteamericano, la guerra representaba muchas más promesas todavía que el fascismo: la guerra —no importaba cuál guerra ni contra quién— se reveló como un cuerno de la abundancia, que generaba fabulosas ganancias a las grandes empresas, los industriales y los banqueros de Estados Unidos. Por eso este país continuó haciendo la guerra después de 1945 y aún continúa en ella —¡incluso con un presidente que puede vanagloriarse de haber recibido un premio Nobel de la paz! (p. 23).
El dramaturgo y poeta judío–alemán Bertolt Brecht (1898–1956), gran lector de Karl Marx, advertía en alusión al tema aquí tratado en su pieza teatral La resistible ascensión de Arturo Ui (1941) [Der aufhaltsame Aufstieg des Arturo Ui] sobre la relación lujuriosa y perversamente libidinal entre el fascismo alemán y el siempre resiliente capitalismo, capaz de generar nuevas formas simbióticas de matanzas masivas científicamente planeadas y administradas como régimen de gobierno:
[…] So was hätt einmal fast die Welt regiert!
Die Völker wurden seiner Herr, jedoch
dass keiner von uns zu früh da triumphiert
Der Schoss ist fruchtbar noch, aus dem das kroch.
(¡Una vez algo así casi gobierna el mundo!
Los pueblos lograron hacerse con él, sin embargo,
que nadie nos cante triunfo demasiado pronto,
continúa fértil el vientre del que surgió aquello).
Puede que el fascismo no procree capitalistas necesariamente, pero la indolencia, la indiferencia, el miedo, la ignorancia, el odio, el fanatismo que se alimenta de todos los anteriores, entre otros psicotrópicos de los cuales la (ultra) derecha históricamente ha mostrado alimentarse, regurgitar y vomitar “régimen”, aunados al más puro y único espíritu del capitalismo —porque no puede ser ni tener otro—, sirva para gestionar, nutrir y comprometer los intereses egoístas y cínicos inherentes al capitalismo y que anhelan y desean enfermizamente las elites capitalistas nacionales, siempre dispuestas a hacer del régimen político su socio, cómplice, garante y amante, tanto como lo fueron los partidarios de Hitler y su régimen tanto en Estados Unidos como en Alemania. Pauwels concluye el cuarto capítulo de su obra con lo siguiente:
En efecto, Hitler colmará las expectativas que industriales y banqueros habían depositado en él. Incluso se puede decir que llevará a cabo todos los puntos importantes de su “programa” más diligente, completa y despiadadamente que si lo hubieran hecho ellos mismos si tuvieran el poder en sus manos. A eso viene a añadirse otra ventaja, al menos para un futuro más lejano: dado que la mayor parte de los grandes banqueros e industriales jamás se afiliaron personalmente al plebeyo NSDAP […], tendrán mucho margen, a la salida de doce años de una dictadura nazi de la que fueron los padrinos, para disociarse del nazismo y de los nazis, para responsabilizar a Hitler y para declararse piadosamente inocentes (p. 62). ®
Referencias
Brecht, Bertolt (2013), La resistible ascensión de Arturo Ui. Biblioteca virtual OMEGALFA.
Pauwels, Jacques (2019), El gran capital con Hitler. Madrid: Edithor.
Whitman, James Q. (2017), Hitler’s American Model. The United States and the making of Nazi Race Law. Princeton and Oxford: Princeton University Press.