El bolero de Cabrera Infante

Saliva de tigre triste

El texto, escrito en cubano, desborda el lenguaje mediante el experimento con lo lúdico de las palabras, la oralidad popular de Cuba y la nostalgia del desenfado tropical de la vida nocturna, en extinción impuesta por el régimen totalitario castrista desde 1959.

Guillermo Cabrera Infante.

El rumor es que la novela Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante, es un libro difícil. Difícil pero popular. Lo leí por recomendación de Julián Herbert. Tal vez sea una secuencia natural pasar de Tristram Shandy a Ulises y cerrar con TTT. ¿Cuántos lectores tendrá la edición crítica del 2010, comentada por Enrico Mario Santí y Nivia Montenegro?

El libro que conseguí en la FILMTY 2019 es la cuarta edición de esa versión. La novela ha sido calificada por el canon crítico como la más audaz del boom latinoamericano de los años sesenta. Fue publicada en la ciudad de Barcelona en 1967, durante el exilio de Cabrera Infante en España.

El texto, escrito en cubano, como lo advierte el propio autor, desborda el lenguaje mediante el experimento con lo lúdico de las palabras, la oralidad popular de Cuba y la nostalgia del desenfado tropical de la vida nocturna, en extinción impuesta por el régimen totalitario castrista desde 1959. Es casi contemporánea de El mundo alucinante, una novela de aventuras (1965), de Reinaldo Arenas, y De dónde son los cantantes (1967), de Severo Sarduy.

Disfruté muchísimo el tono confesional y testimonial del punto de vista desarrollado por la mayoría de los personajes como Silvestre, Arsenio Cué, Vivian Smith–Corona (“una máquina de escribir de simular”), Códac, Cuba Venegas, Laura Díaz; principalmente en monólogos, sueños, digresiones en primera persona y diálogos…

La génesis tripartita del libro se remonta a 1961, al momento en que confluyen tres acontecimientos en la vida de Guillermo Cabrera Infante: la prohibición del cortometraje P.M. realizado por Orlando Jiménez Leal y Alberto “Sabá” Cabrera Infante (hermano del autor), que mostraba escenas de la vida nocturna de La Habana en el estilo free cinema; el cierre de la revista Lunes de Revolución de la cual era director y la muerte de la joven cantante cubana de boleros Fredesvinda García Valdés, en quien se inspira el personaje de La Estrella y que seguimos en la secuencia Ella cantaba boleros, presente a lo largo de la novela.

Vista del amanecer en el trópico fue un acercamiento previo en 1964, un texto que refleja la intención de construir tres secuencias narrativas intercaladas, que en la versión publicada en 1967 ya con el título Tres tristes tigres (originalmente llamado La noche es un hueco sin borde) se fragmentan hasta la ruptura de la trama, quedando esquirlas autónomas después del estallido musical de la narrativa.

Disfruté muchísimo el tono confesional y testimonial del punto de vista desarrollado por la mayoría de los personajes como Silvestre, Arsenio Cué, Vivian Smith–Corona (“una máquina de escribir de simular”), Códac, Cuba Venegas, Laura Díaz; principalmente en monólogos, sueños, digresiones en primera persona y diálogos, así como el uso de las palabras compuestas como bombobombo, miamiga, casasola, marinovia, airelibre, sofácama, villamiseria, que tienen un ritmo caribeño y la sonoridad del “idioma” cubano que finalmente construyen un museo de lenguaje visto desde la distancia temporal del presente.

También hay una proliferación de referencias a otros autores como Hemingway, Joyce, Homero, Dante, Carroll, Melville, Proust, Eliade, Shakespeare, Verne, Sterne… en un espectro que va de lo clásico a lo moderno, lo popular de los refranes o dichos y lo culto de los recursos de un maestro de la prosa que fusionan una belleza latente que deleita y cautiva durante la lectura. Encontré usos de la página similares a los utilizados en Tristram Shandy: páginas en negro, páginas en blanco, fragmentos del texto que necesitan un espejo para ser leídos y el capítulo sin escribir titulado “Algunas revelaciones” a manera de broma.

La presencia cinematográfica es intensa, desde las alusiones a actores mexicanos como Jorge Negrete, Arturo de Córdova o Mario Moreno Cantinflas, y a los norteamericanos Betty Davis, Fred Astaire, Buck Jones, Rock Hudson, Doris Day y Mirna Loy, entre otros, así como el recurso del montaje que presenta un mosaico de relatos sin secuencia aparente.

Hace algunos años visité La Habana en dos ocasiones, igual de memorables. Recuerdo con frescura oír a las isleñas gritando por la calle, hablándose de balcón a balcón, conversar entre ellas o conmigo, escuchar la radio rumbo a Varadero dando boleros como los que aparecen en la novela: “Noche de ronda”, “Nosotros”, “Mala noche”, “Júrame”, “Sobre una tumba una rumba”, “Miénteme” o “Déjame sola”, algunos de ellos con el fulgor de la conmemoración de la pérdida que Cabrera Infante puso a brillar desde la desilusión, la censura y la lejanía. ®

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Publicado en: Éstos son nuestros papeles

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