El editor de una revista para distraídos

Entrevista con Julio Villanueva Chang, de Etiqueta Negra

No sé si a Villanueva Chang se le habían caído los papeles de un atril en otra ocasión, pero que se le desparramen mientras habla de su experiencia como editor de la revista Etiqueta Negra en la ponencia “El perfil del editor digital” sería suficiente para el título del siguiente número de la revista que edita en Perú.

Ese percance coincide con el título que ahí mismo contó de cuando Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel. Chang sabía que todo el mundo publicaría homenajes o diatribas contra su compatriota, por lo que prefirió “improvisar sobre la fatalidad de ganar un premio Nobel”, ya que en esos momentos a Vargas Llosa le toman una foto, le piden que suba una silla, se cae y la pasa muy mal. Cuenta que además de que Vargas Llosa da una docena de entrevistas, también pierde la voz. Así, quiso encerrar ese momento en la portada de Etiqueta Negra con el título: “Mario Vargas Llosa gana el Nobel pierde la voz y se cae de su silla [historia de una gran alegría]”. El homenaje, resume el editor, le parecía el más justo para Vargas Llosa.

Conversamos con el editor y cronista peruano al final del segundo Simposio Internacional El libro electrónico en español, del 11 al 14 de septiembre en el Auditorio del Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México.

Ignoro, y no le pregunté, si le había sucedido que los papeles se le cayeran en otras ocasiones, pero en tiempos de Internet seguramente provocó numerosos tuitazos. El eslogan de Etiqueta Negra es, por cierto, “Una revista para distraídos”, entendiendo la distracción como en algún momento la definió Octavio Paz: “Distracción quiere decir atracción por el reverso de este mundo”. El día que a Chang se le cayeron los papeles decidí que tenía que conversar con él.

—Quiero empezar con una frase que mencionaste cuando se te cayeron las revistas del atril, una frase que me pareció emblemática: “Las revistas cayeron como la industria editorial va a caer”. ¿Cómo observas tú, estando al frente de una revista que surge en el boom de Internet, la parte donde el lector empieza a participar como escritor? ¿Si era, más allá de una simple coincidencia, una broma o si crees que puede desaparecer la edición impresa, las revistas en papel?

—Era una ironía. Es que los negocios industriales masivos con el tema editorial de publicar revistas, periódicos, libros, ha decrecido. Cuando se me cayeron las revistas dije eso porque eso es lo que está ocurriendo desde hace algunos años, pero al mismo tiempo eso no quiere decir que va a desaparecer; al contrario, yo creo que revistas como Etiqueta Negra son unas de las tantas que van a poder sobrevivir porque nunca fueron un negocio, siempre fueron un trabajo de amor propio, de convicción por el género de la crónica, el del perfil o el ensayo, que son géneros personales donde la figura del autor, en tanto, a una voz, a un criterio de autoridad, son esenciales y vitales y producen entusiasmo, respeto y sobre todo conocimiento, que creo que es un cometido de una revista como la que dirijo.

”Hay un lío que le trae dolor de cabeza a los gerentes de la industria que tiene que ver con el papel como materia prima, pero que al mismo tiempo hace que proyectos independientes que nacen en revistas, fanzines o editoriales de garaje sean florecientes respecto de los criterios industriales. Era una afirmación irónica y paradójica; por un lado, es cierto que el negocio está en decadencia, pero por otro lado también hay más oportunidades de buscar una singularidad en proyectos independientes.

—Mencionaste que no usas Twitter y, viendo las portadas de Etiqueta Negra, son títulos que están creados como si fueran pequeñas historias; creo que una red social como ésa puede funcionar muy bien como un medio para acercar la revista a otros lectores.

«Un credo en la revista es intentar entender lo ignorado, lo que nos provoca prejuicios y convertir ese dato en conocimiento, pero al mismo tiempo en lo posible, emocionar no sólo en lo intelectual, no sólo una pasión intelectual, también recordar que las historias se tratan de gente».

—Creo que responde a un estado de ánimo en esta etapa de mi vida, a la decisión de no dejar de leer, no disminuir mi búsqueda de estar solo que es leer y escribir. Que es una manera de estar solo, en otras palabras, aprender a estar solo. Respeto sobretodo a Twitter como una sala de urgencias, es decir, que es tremendamente beneficioso cuando se trata de anunciar una urgencia, un desastre, una tragedia, es una forma de ayudar a alguien y al mismo tiempo para hacer reclamos. Veo siempre con asombro cómo por Twitter te quejas de un mal servicio o de una línea aérea. La línea aérea, cuando es por Twitter, te responde, pero si llamas por teléfono pues tienes todos esos vericuetos y esa burocracia de las máquinas que te contestan y que jamás te resuelven el problema. Creo que si me metiera al Twitter probablemente me gustaría demasiado y ya tendría una excusa para no leer ni escribir y para estar lamentándome de que no he leído a tal autor. Ya no se trata ni siquiera de información sino de placer. Creo que el Twitter es más demandante que el Facebook. De Facebook, yo fui parte de la resistencia y lo tengo del 10 de enero de 2010, a las diez de la mañana. Elegí esas coincidencias por maniático y lo elegí porque viajaba, y al viajar anunciaba mis viajes y eso me permitía conocer a gente que me importaba. Por ejemplo, ahora hemos iniciado una especie de citas a ciegas en determinas ciudades a donde voy. En un momento en el Facebook de la revista se anuncia que voy a estar en un sitio dos horas más tarde. Lo hicimos en Bogotá, en una cita a ciegas y fueron dos personas, un italiano y una colombiana, y pude hablar un par de horas con ellos y preguntarles cómo conocieron la revista, qué recuerdan de ella, y explicarles lo que es invisible, el trabajo artesanal de leer y escribir, de pensar y seleccionar una idea, de convertir el dato en conocimiento y en tratar de publicar una revista que sea una alternativa a lo que sueles encontrar escribiendo cinco palabritas en el Google. Para mí lo importante es, en colaboración con todos los cómplices de la revista, poder producir historias de las que la gente se pueda acordar y los desengañe, a partir de prejuicios o ignorancias que tenían hasta ese momento, antes de leer el texto. Ésa es mi ilusión y es propio de un iluso.

—¿Qué es realmente lo importante en tu labor como editor: la trayectoria o la novedad de un autor; el peso de una pluma o alguien que no necesariamente sea tan visible y que pueda contar algo?

—Va en ambos criterios, ambas ilusiones. Creo que todo el mundo quisiera publicar a autores que busca desesperadamente leer y Martín Caparrós es uno de ellos y Héctor Abad es otro de ellos, Jon Lee Anderson es otro de ellos y lo fue Monsiváis, quien publicó en la revista desde el número uno hasta sus números de algunos años anteriores, y también, por otro lado, Dave Eggers, que también ha escrito cosas para la revista; Lee Anderson ha publicado cosas escritas especialmente para la revista, no solamente traducidas, que hay una cuota de traducción que sí cumplimos con la revista, sino también tener el placer, la fortuna de intuir que alguien que no es muy conocido debería ser conocido y convertirte en un promotor de esa posibilidad de ser conocido, de ser memorable, de ser buscado, de ser útil. No hay nada más extraordinario para un editor que haber tenido la fortuna de ayudar a conocer a un autor y, por supuesto, que haya ese mutuo agradecimiento por ese intercambio y esa fortuna de estar juntos, de haber sido parte de una historia de la revista y una historia personal. Creo que las dos cosas valen.

”Buscar a un autor consagrado no necesariamente es garantía de que haya un texto memorable, y buscar a un autor desconocido, anónimo, incógnito, no es garantía de tener un texto desechable. Se dan, por supuesto, lógicas, pero fuera de ellas existe el azar. Yo creo que un trabajo del editor es estar atento al azar. Yo creo bastante en mi intuición como cronista, como editor, sobretodo como lector. También creo en conocer a la gente cara a cara. En ese sentido, nos nutrimos de la red, la revista no pudo haber existido sin la Internet.

—¿Por qué?

—Porque es una revista internacional hecha en el Perú y, a pesar de que comercialmente no vive de suscriptores ni de exportaciones ni de que esté presente en librerías o se pueda enviar el ejemplar impreso a la puerta de tu casa, la mayoría de sus autores son extranjeros y la mayoría de sus lectores son extranjeros, junto a los lectores nacionales. Por ejemplo, yo edito bastante usando el chat, usando el Skype, y son experiencias de intercambio sobre una idea, sobre la escritura, sobre el trabajo de campo, sobre los detalles, a través del paso del tiempo; a veces se resuelven textos en dos semanas, a veces se resuelven en un año y medio como el perfil de Leonardo Faccio sobre Lionel Messi, que se convirtió en un libro. A veces hay un tiempo intermedio, como algo más de mes y medio o dos mes, como con Alberto Fuguet y la historia de su tío que luego se convirtió en un libro, que se llama Missing.

”La historia de la revista ha sido una historia internacionalista, una historia que a pesar de haber sido parida en Perú siempre ha tenido esa idea de complicidad sin fronteras. Siempre ha tenido esa idea de poder hacer visible lo que no nos importa en otras partes. Por qué habría que tener una historia que ocurre en Butango, por qué nos importaría un historia sobre piratería en Togo, por qué quedaríamos pensativos con una historia sobre la noche en Laponia, que publicamos en el número dos, cómo ese ser habitante de un lugar donde hay épocas en que todo el tiempo es noche produce una personalidad que ignoramos y que nosotros tal vez nunca aceptaríamos, nunca soportaríamos, nunca toleraríamos. Un credo en la revista es intentar entender lo ignorado, lo que nos provoca prejuicios y convertir ese dato en conocimiento, pero al mismo tiempo en lo posible, emocionar no sólo en lo intelectual, no sólo una pasión intelectual, también recordar que las historias se tratan de gente. Por eso es que nos gusta tanto publicar el género de perfil, son retratos sobre personas que intentan entender a esa persona, uno de ellos, de los más exitosos de los últimos meses, es el perfil de Carlos Slim, que se titula “Carlos Slim, un mecenas que usa calculadora. ¿Puede el hombre más rico del mundo ser una buena persona?” En cualquier historia intentamos que el género de la crónica, del testimonio o del ensayo, produzca un debate, que leerlo sea entrar a discutir ideas, ignorancias, prejuicios, costumbres y que haya una actitud crítica… y eso nos produce un placer, nos produce unas ganas de seguir haciendo eso.

—La revista es irreverente…

—Sí hay un sentido del humor que no es buscado, sino que es parte de nosotros. Si no fuera parte de nosotros nos saldría muy mal. Supongo que no siempre nos puede salir muy bien, pero sí es un estado de ánimo que es la contraparte a lo que yo te dije: “Mi estado de ánimo no me permite tener un Twitter en esta época de mi vida”. Tal vez más adelante. Uno elige cosas por razones arbitrarias, muy personales, por ejemplo, yo quiero conocer Asunción, Paraguay, y me dieron la oportunidad de escoger una historia entre Haití, Brasil, Paraguay, Uruguay… Paraguay es un país que me intriga; la historia ocurría en un río, con un tronco gigantesco en una canoa, y me di cuenta de que mi estado de ánimo ahora y mi impulso de energía no me permitía eso. Yo quería una situación más urbana y elegí Montevideo, porque también quería conocerlo. En otra situación, alguien te podría decir por qué escogiste Montevideo, por qué irte a una terminal de bus a hacer una historia sobre una terminal de bus, por qué un centro comercial, en lugar de la aventura de viajar con un tronco de un lugar a otro o de un río, pues obviamente hay respuestas personales para eso que tiene que ver con el estado de ánimo, en un momento como éste, y en ese sentido quienes hacemos la revista y quienes escriben en la revista muestran esos estados de ánimo y uno sabe cuándo elegir a un autor para hacer una historia en lugar de otro y en esa cualidad de elegir puede ser una virtud o un defecto. El instinto ayuda justamente a crear en la revista un traje de obrero elegante, pero al mismo tiempo saber hacer un traje a medida del autor y tratar de persuadirlo para que salga un poco de su traje de siempre y al mismo tiempo ellos persuadirnos de nosotros entrar en el traje que ellos usan y que no hemos usado antes.

”Es una aventura en la que el azar, el estado de ánimo y los principios son más decisivos que lo programado y el deber. El sentido del humor es parte del ADN de la revista, es de fábrica. Quienes hacemos la revista tenemos ese sentido del humor y ojalá que conecte con el sentido del humor de la gente. Creo que el periodismo ha estado enfermo de solemnidad, que excluye que incluso en la situaciones más trágicas también hay situaciones ridículas o humorísticas y que esas pequeñeces son las que nos definen. No solamente los actos sino en la personalidad contradictoria tras ellos, que son protagonizadas por las personas, que son los personajes de nuestras historias. Por eso es que tú vas a ver en casi todos los títulos de la revista son personalizados.

—¿Cuál es el momento que están viviendo este tipo de revistas frente a la gama de cosas que se pueden ver por Internet, tanto en blogs, revistas en línea, la misma Etiqueta Negra que está parcialmente en línea? ¿No están dispuestos a entrar de lleno a Internet?

—Lo vamos hacer, pronto. En un mes ya va haber una edición digital. Es decir, que la puedas ver en digital y en un kiosko. Yo creo que la ventaja, que a la vez es una desventaja, es que hemos vivido al margen de la decadencia de la industria o los éxitos de la industria, es decir, pase lo que pase, tenemos antídoto de sobrevivientes y hay épocas en que quieres cerrar la revista, tú mismo quieres encargarte de poner la palabra chao en la portada.

”Creo que en revistas independientes han ido cerrando, como Lateral, de Barcelona, pero hay revistas como El Malpensante y Etiqueta Negra que son independientes; en el caso de El Malpensante viven de la suscripción, porque hay ciertos hábitos de suscripción en Colombia; en Perú no lo hay. Han conseguido sobrevivir porque los lectores encuentran que esas revistas no van a tropezarse con tanta frecuencia con lo que está disponible en la red o en otros medios más tradicionales. Creo que eso ha sido el antídoto contra la muerte de esas revistas.

”Nosotros siempre hemos vivido una situación de zozobra, de precariedad y cualquier crisis es natural o de una industria como la periodística o la editorial, pues sí nos va a afectar pero estamos acostumbrados a vivir así, a convivir con esos problemas, a resolver ese día a día. Entonces, qué más da.

—La ironía es ese estado permanente de crisis, una revista como Etiqueta Negra requiere estar en esa crisis constante para seguir burlándose de la realidad…

—El acta de nacimiento de la revista está en un carta en el número cero que yo escribí. Yo decía que nosotros seguiríamos tocando nuestra música como la orquesta del Titanic, aunque el barco se estuviera hundiendo y, mira, es eso. Nosotros seguimos tocando nuestra música aunque el barco se hunda. A mí siempre me gustó esa dignidad de la orquesta que podía ser un acto de irresponsabilidad con sus familias de los músicos, no lo sé, cualquiera podría tener sus interpretaciones, pero creo que si hay algo que recuerdo de Titanic es eso, pero esa conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra precariedad y de la revista como un acto colectivo de amor propio, de perseverancia, de exigencia crónica, de ilusión, de hacer esto como un acto de cariño y de respeto por el oficio, de ser afortunados a pesar de todo, creo que es más sincero que ponerse a lloriquear, quejarse, dar lecciones de moral, ir dando consejos. A mí, cuando alguien me pide consejos, evito darlos. Lo que sí puedo hacer es mostrar el trabajo de las personas que trabajan con nosotros, el nuestro y mío propio. Eso es de lo que yo hablo.

—La mayor ironía sería que si se cayera la industria editorial en medio de una presentación sobre el libro electrónico…

—Es una cuestión del mundo de los negocios, que no podemos evitar que tiemble el piso en el que estamos parados nosotros, pero pues en Lima siempre ha habido temblores y terremotos y siempre hemos tenido ese cielo panza de burro, albino, apagado, que dura varios meses del año y que Herman Melville comparó con el color blanco de una ballena. Cita un párrafo donde dice que “Lima es una de las ciudades más tristes del mundo, la sin lágrimas”.

”Alguna vez Martín Caparrós hizo un comentario sobre el comentario de un lector desde Canadá al que le sorprendía mucho que Etiqueta Negra fuera hecha en el Perú y no en México o en Buenos Aires. Caparrós dijo: “De México y Buenos Aires lo pueden esperar sentado”; en ese momento Caparrós dijo que Etiqueta Negra era la mejor revista de crónica del continente. No sé si lo seguirá siendo, pero es un asunto secundario. Nosotros no escribimos ni para Google ni para ganar premios, es un asunto vital, es un asunto de placer, de amor propio, de entusiasmo. A mí me produce retortijones de emoción que publiquemos de vez en cuando un texto memorable y que el autor empiece a ser buscado a partir de ese texto publicado en la revista y que sea un texto producto de las conversaciones, de las oposiciones. Enriquecido por ambas experiencias, y eso es un placer impagable y también es una historia secreta. Es difícil contar esas historias. Es parte del código de un editor.

—Háblame de ese papel del editor en este momento en el que cada vez más personas se editan a sí mismos. ¿Hay un temor a que se pierda el editor como tal o habrá un resurgimiento de este oficio?

«Hay otro editor que es un editor minoritario, escaso, que es una persona cuyo oficio es la curiosidad y que parte de su rutina es trazar o construir un puente en el que la curiosidad se encuentre con la inteligencia y además ocuparse de resolver el problema de cómo narrar esa inteligencia, ese placer por descubrir y eso que yo llamo desengañar».

—Hay un editor cuya identidad pública es la de un administrador, alguien con quien tú conversas y pactan una fecha de entrega, una cantidad de palabras, la presencia de un fotógrafo o de tus fotos y que es un trabajo simultáneo con varios autores, y ese editor pasa su tiempo resolviendo problemas administrativos, respondiendo mails, reuniéndose cinco veces al día. Ése es el editor tradicional de las corporaciones. Hay otro editor que es un editor minoritario, escaso, que es una persona cuyo oficio es la curiosidad y que parte de su rutina es trazar o construir un puente en el que la curiosidad se encuentre con la inteligencia y además ocuparse de resolver el problema de cómo narrar esa inteligencia, ese placer por descubrir y eso que yo llamo desengañar. Si nos referimos al segundo, ese editor pues casi nunca ha existido ni está en la mente de la mayoría de escritores o periodistas independientes, casi nadie ha sido editado.

Etiqueta Negra es una revista que es parte de una tradición de revistas que editan, que hacen de la edición un intercambio y la posibilidad de que un texto ‘a’ sea publicado como un texto ‘b’ o ‘z’ o ‘x’. Dependiendo de la calidad original en que le entregaron el texto, de una conversación previa con el autor sobre la idea. Intentamos editar por ideas no por anécdotas ni por temas ni por noticias. Intentamos convertir el encargo, en lo posible, en una experiencia. No sólo dejarlo en ese nivel de repartir encargos con autores. Intentamos convertir el dato en conocimiento, es decir, un editor tiene que ser un lector decente de textos narrativos como textos ensayísticos y en nuestro caso también escribirlos, es decir, no ser el editor que alguna vez escribió, sino que sigue escribiendo y que entiende cómo trabaja interiormente un autor y las cosas que le suceden en esa aventura, en ese trance, en esa dedicación, en ese acto de concentración en un momento en que la norma es la multitarea y la procrastinación y eso es lo que yo he encontrado en el tiempo en que yo renuncié a la revista, que fue en el número 44 o 45 del 2007 al 2011, y volví a dirigir la revista en su número 91. Encontré que toda esa comunidad minoritaria pero afortunada de nuevos cronistas ya no estaban tan disponibles. Algunos eran nuevos hombres o mujeres casados con hijos, que ya habían construido en ese lapso una reputación y por lo tanto por la escasez de cronistas y de autores en quienes confiar, los buscaban por todas partes y tenían trabajo de sobra y ya no podía contar con ellos. En este momento estamos en un trabajo de crear otra comunidad y lo otro es que ahora hay trabajo por todas partes, paradoja con la decadencia del negocio. Ser freelance ahora es de lo más normal. El problema es que todos se asumen como trabajitos y el diminutivo no es peyorativo, es lo que está sucediendo; es decir, para pagar las cuentas aceptas una cantidad de trabajos y no hemos aceptado a decir no. Entonces, no nos comprometemos de una manera ambiciosa con ninguno de ellos y es un estilo de vida mayoritario, y con ese estilo de vida los autores que colaboran con una revista como Etiqueta Negra un editor tiene que adaptarse a que un autor desaparezca o acepte y lo haga tan bien como tú esperabas, porque tiene que hacer ene trabajos para pagar las cuentas y además tiene que mantener a sus hijos, y mientras haces eso tratas de seguir con la misma ambición o una ambición mayor o has afinado tus criterios de leer y escribir, que creo que me ha pasado cuando he vuelto a la revista, pero ésa es la dinámica normal ahora.

”Hay una escasez de editores, ahora se discute esta disolución del editor en el sentido de que ya no hay una persona que está vigilando los criterios editoriales en la red, porque en la red, salvo que tengas filtros que en algunos casos se usan solamente para evitar mensajes groseros, pero todo lo demás, incluyendo una gran cantidad de tonterías, dependiendo de las culturas, porque si tú ves, por ejemplo, la página de comentarios del New York Times y la comparas con la de El País vas a ver una diferencia cultural que no sé si se deba a la educación, al tipo de lectores, a un editor o a una normalidad en opinar y tener otro tipo de argumentación, o si tiene que ver con una cultura protestante versus una cultura católica. Todo puede ser decisivo y también puede ser caprichoso, pero si se habla de esa disolución del editor y de textos colectivos, en el que justamente los comentarios de los lectores ocasionales forman parte ya del texto producido por un autor, que empieza a corregirlo a partir de gente que sabe cosas que él no sabe o que corriges cosas cuando has incurrido en un error, pues es cierto que ese tipo de editor tradicional, el administrador más que el lector exigente, es cierto que ese editor-administrador va a ser menos editor y va a ser más administrador, aunque nominalmente le seguimos nombrando editor. Esta parte es un poco confusa, hay que tener cuidado.

”Si tuvieras que elegir el antes, en que el autor publicaba y a lo más recibías cartas que se publicaban según el criterio del editor de un periódico, y en dejar la puerta abierta para que entre todo, yo supongo que lo segundo es preferible a lo primero, y sin embargo ha creado una impunidad, de maledicencia, de malentendidos, de difamaciones. Si nosotros en la vida privada nos quejamos de gente que habla de uno sin conocerte, imagínate una condición moderna del autor que está expuesto a todo tipo de elogios e insultos inmerecidos. Si tenemos en cuenta eso también tendríamos que tener en cuenta lo otro, se está expuesto a elogios e insultos merecidos, pero es una situación que ya no tenemos tiempo de equilibrar, simplemente sucede y te vas acostumbrando. Un día le hablaba a Martín Caparrós de eso, en su blog escribe textos magníficos que producen una cantidad de comentarios que hay que ser valiente y tener una piel dura. No sé si cinismo, pero sí creo que más valentía y convicción, para poder seguir creyendo y haciendo público eso que tú tratas de traducir en una mirada que intente ser la más justa posible.

© Guido Bonfiglio

—En tu presentación leíste un texto sobre el proceso en que se fue tu madre. Me llama la atención que es un texto muy íntimo…

—Es como una época en que dirigí la revista. Conviví entre la euforia por parir cada número y la tristeza de ver cómo mi madre se estaba muriendo. Eso es lo que intenta decir ese texto, con ocasión del número 100, recordando cómo paríamos la revista mientras mi madre se iba muriendo, cómo eso fue una vida privada, en la que casi nadie participó porque también uno elige cómo vivir ese dolor, cómo vivir sus tragedias de familia y cómo eso, por un lado, a mí me alentaba a hacer una revista en lo posible más memorable, pensando que mi madre era la primera lectora de la revista, quien realmente la leía, al margen de que fuera su hijo, alguien a quien le interesaba decirme cosas sobre ella y eso para mí fue decisivo. Eso que cuento de cómo ella, al no poder dormir, se levantaba de su cama y era hora en que yo estaba trabajando, se acercaba por mi espalda a asomarse a ver qué cosa estaba yo escribiendo. Eso es imborrable para mí y eso es una metáfora del trabajo, de la fe, del amor propio, de cómo también haces cosas por amor a los que más quieres, porque crees que lo que haces tiene un efecto en la vida interior y personal de la gente.1 Si yo no lo creyera, es decir en la vida individual de algunas personas, si yo no lo creyera no lo haría. Fuera de esa abstracción amorfa que es lo que se llama el público uno hace la revista para uno mismo.

—¿Contar una cosa muy íntima frente a los lectores es la intención de inventar una soledad propia?

—No, no. Yo lo leo porque siento que al ser un desconocido es una forma de entender, casi de inmediato, lo que yo hago. Fue una búsqueda de entendimiento, un entendimiento en lo posible urgente, pronto. Un entendimiento casi inmediato. Es decir, yo leí una carta personal, estoy simplemente recordando lo que nos emociona a todos, que es cierta lecciones que te da tu vida privada.

—Sobre Etiqueta Negra, ¿cuando el editor propone un título utiliza la ironía para ocultarse o para revelar sus temores?

—Ni uno ni lo otro. La ironía, al contrario, es una forma más potente de decir lo que quieres decir, no es una forma de ocultarse; es una forma que a veces es más elegante, a veces es más ingeniosa, a veces es más delicada, pero de ninguna manera una forma de barnizar lo que quieres decir, en el sentido de poner una lámina de opacidad. Elegir la ironía en lugar del sarcasmo, por ejemplo. Yo por lo menos lo entiendo como una forma, como decía Gay Talese, “de decir la verdad sin ofender”. En algunas ocasiones puede provocar disgusto, en algunas ocasiones puede ser celebrada.

”En esencia, la ironía no es una forma literaria, es una visión del mundo. Ser irónico es una forma de mirar el mundo y de aprender a convivir con él. En su forma más elemental de una ironía es afirmar algo cuando en realidad quieres decir lo contrario, pero tienes que crear un guiño público, suficientemente claro para que no sea un malentendido. Es una forma de mirar el mundo, es una forma menos lineal, más lateral de asomarse a mirar lo que sucede, lo que no sucede.

—¿Quién es ese lector distraído, en el que se piensa como eje de Etiqueta Negra?

—Distraído, en el sentido que dice Octavio Paz: “Distracción quiere decir atracción por el reverso de este mundo”. Ese lector distraído por supuesto soy yo. Gran parte del placer de hacer una revista es la posibilidad de intuir qué cosa es lo que creemos que algunas personas quisieran leer sin saberlo.

«Hay un momento de egoísmo en el editor. Hay un momento en que tienes que ir en contra del propio público y defender tus convicciones, tus intuiciones. Un editor decente no es el que complace a sus lectores, lo que tú haces es intentar desengañarlos, pero es un intercambio. Ellos también te están desengañando a ti. Si no yo no estaría aquí».

”Hay gente que nace con el don, no en el sentido esotérico, de leer la mente de una determinada comunidad de lectores, de cómplices, y es muy difícil transmitirles eso en una clase, en una entrevista. La única forma en que yo he encontrado para transmitirlo es citar una serie de ejemplos infinitos hasta cansarlos.

”Al mismo tiempo me escucho a mí mismo y leo, eso es escuchar a muchísima gente, no sólo a los autores sino todas esas influencias y deudas que tienen los autores de esos ensayos, de esas novelas, de esos artículos periodísticos, de esas películas, de esas canciones, de estas orquestas. Todo sirve. Todo entra en ese archivo privado íntimo que tú siempre estás escuchando simultáneamente y estás eligiendo un detalle que revele una verdad mayor y eso es lo que a mí me pasa.

—Digamos que el editor es un escucha…

—Escuchar es un acto contra natura y más aún ahora. Escuchar por más de dos minutos a alguien, en términos cerebrales, va decayendo la atención, va decayendo la curiosidad. Se necesitan profesores cada vez más que sean showman, stand up comedians, para que realmente puedas sostener la curiosidad, la atención de algo, que son parte necesaria de la inteligencia. Alguien decía que la memoria con la atención eran igual a la inteligencia y yo creo que tenía bastante razón y tener esa habilidad, ese encanto, esa experiencia, para sostener la curiosidad, la atención y que en consecuencia de todo eso sea el entendimiento y al mismo tiempo un afecto, una reacción de indignación, de risa, de ser parte de una comunidad. Eso es lo más caro que existe para un editor y para sus autores y eso es lo que yo estoy buscando todo el tiempo, y quién es el primero que se da cuenta de sus fracasos, yo. Por más de que ese texto sea legible, bien escrito, ameno encima del promedio.

”Un editor sabe que no todo lo que publica es muy bueno. Es el primero que debe saberlo. Por eso es que la gran conquista de la revista, del último año y medio, ha sido conseguir una regularidad, una extraña regularidad, en la legibilidad y el apetito por leer esos textos para quien pudiera tener la revista. Eso es lo que yo he intentado juzgar de mí mismo, de mi equipo, y siempre es bueno escuchar lo que puedan decirte, pero la última palabra la tienes tú. Hay un momento de egoísmo en el editor. Hay un momento en que tienes que ir en contra del propio público y defender tus convicciones, tus intuiciones. Un editor decente no es el que complace a sus lectores, lo que tú haces es intentar desengañarlos, pero es un intercambio. Ellos también te están desengañando a ti. Si no yo no estaría aquí. No estaría viajando por esa generosidad, pero para merecerlo tengo que seguir trabajando, tengo que dormir menos, tengo que conseguir aliados y tengo que aprender a entender la personalidad de cada persona; al mismo tiempo, crear una identidad de la revista para que un autor o una autora sepa que está escribiendo para Etiqueta Negra y no para cualquier otra revista. Eso hay que defenderlo. ®

Nota

1. Lectura de La indiscreción de asomarse por la espalda, de Julio Villanueva Chang, publicado en Etiqueta Negra, número 100, noviembre de 2011.

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Octubre 2012

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