El fatalismo cientificista de López–Gatell

Entre el Nuevo Héroe Mexicano y el futuro disolvente

A menos que el funcionario científico decida seguir el camino de la política dura, poco se recordará la complejidad del personaje que es antítesis del presidente que desestima la ciencia para gobernar o perforar pozos petroleros, y por quien López-Gatell no duda en decir sandeces para enaltecerlo.

El surco impide el vagabundeo a través del paisaje, y la abstracción abstrae de algo a lo cual ya no se le presta ninguna atención.
—A. N. Whitehead

Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López–Gatell Ramírez.

La velocidad de contagio del SARS–CoV–2, la incidencia de la enfermedad covid–19 en el conjunto de infectados y la gravedad que puede alcanzar en la población más vulnerable por razones de edad (principalmente mayores de sesenta años), condiciones de salud (enfermedades crónicas, tabaquismo, obesidad, embarazo, etc.), bajo nivel de acceso a servicios de salud y mala situación socioeconómica (clasificación y descripción de vulnerabilidad para la epidemia en México, aquí), parecían ingredientes suficientes para inflar la burbuja que desbordaría el sistema de salud mexicano como ocurrió en otros países (en realidad, no países enteros sino regiones o ciudades). Que no sea así a finales de mayo, a casi noventa días de la primera persona confirmada con el virus (27 de febrero), por más que algunas zonas del país —más precisamente, algunos hospitales en específico— estén sobrepasadas y existan reportajes y testimonios relatando situaciones terribles, han llevado a entusiastas a calificar de exitosa la gestión de la epidemia (por ejemplo Témoris Grecko). Otros críticos señalan fallas, torpezas y motivaciones distintas a la salud pública (Víctor Beltri).

En gran medida, el factor para pasar de una a otra perspectiva es el vocero y coordinador de la estrategia para enfrentar la epidemia, Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud del Gobierno de México, el eje de la información oficial relacionada con la epidemia, a quien centenas de miles de personas ven y escuchan en vivo cada tarde en la conferencia de prensa vespertina que ofrece desde el Palacio Nacional, con más de un millón de seguidores en Twitter. Él —o el presidente con la información que le provee— ha echado las campanas al vuelo en más de un momento, y cuando se ha visto acorralado por desmentidos y censuras pone en movimiento su arsenal retórico, por ejemplo disculpando con el mal de muchos, convirtiendo las demostraciones críticas en opiniones, respondiendo con belicosidad suave, desviando con circunloquios cientificistas, etcétera.

Las valoraciones sobre su desempeño cubren un rango amplio (de súper héroe a traidor a la patria), pareceres que suelen estar influidos por afinidades o animosidades con la 4T, embelesos por el personaje y convencimientos de cuáles son o deberían ser los objetivos centrales de la estrategia: contener el contagio, disminuir las afectaciones macroeconómicas, contar con suficientes respiradores, evitar el pánico, que el país esté listo para el T–MEC, combinaciones de lo anterior, en fin.

El comportamiento del subsecretario es excepcional en la medida en que ha sabido combinar —adrede o naturalmente— carácter, maneras, pericia, experiencia, formalismos, formulismos, astucias y disimulos, con tal de justificar y sostener la estrategia alineada a una meta concreta de un gobierno que él defiende y que le aprecia, en especial el valedor primordial, el presidente de la república. Aprovecha su autoridad de funcionario de alto nivel con una importante preparación académica y una sólida experiencia científica en su campo de especialidad, así como sus modales puntuados por la corrección y la urbanidad; se nota proclive al trato personal, al didactismo y por eso al control del salón; su trayectoria en el servicio público le ha preparado en la comunicación planificada y en la firmeza en la toma de decisiones, actitud que suele dar mayor crédito político si éstas son justificadas en público.

El comportamiento del subsecretario es excepcional en la medida en que ha sabido combinar —adrede o naturalmente— carácter, maneras, pericia, experiencia, formalismos, formulismos, astucias y disimulos, con tal de justificar y sostener la estrategia alineada a una meta concreta de un gobierno que él defiende y que le aprecia, en especial el valedor primordial, el presidente de la república.

A la evaluación de las cifras y la estrategia contra el virus se ha dedicado un incontable serie de textos en diarios, revistas y sitios (faltan estudios, reportes exhaustivos y libros, pero al tiempo). Este artículo busca comprender cómo se han articulado las singularidades profesionales e individuales del personaje con los escenarios y técnica comunicativa de la 4T, para alcanzar el “objetivo fundamental”.

Como apoyo para un punto de mira más allá del surco abierto por la urgencia coyuntural y de la necesidad apremiante de celebrar o denostar a un funcionario usaré dos libros de la filósofa y química belga Isabelle Stengers (ambos publicados por NED Ediciones), una pesimista con esperanza ya de vuelta de altermundismos y decrecentismos (el movimiento por el decrecimiento realmente no arraigó en México, el único encuentro internacional [2018] fue un recetario de chile, dulce y manteca que no cuajó); amiga, por cierto, del sociólogo de la ciencia Bruno Latour, con quien discutió temas de sus textos: la larga meditación En tiempos de catástrofes. Cómo resistir a la barbarie que viene (original en francés de 2009), que escribió ante la profundización de la crisis financiera mundial de 2008, reflexión que extendió al cambio climático y a la amenaza que a su juicio representan los organismos genéticamente modificados; y Otra ciencia es posible. Manifiesto por una desaceleración de las ciencias (2017), reunión de ensayos datados entre 2009 y 2017 sobre cuitas del estatuto de la ciencia en la sociedad contemporánea, como su captura tecnológico–industrial, la implicación social y política en su actividad y su propia organización y particiones. Dado que temas del segundo libro continúan y complementan el primero, los citaré sin mencionar la procedencia en cada caso.

Persistencias, desaciertos, aceptaciones

Hugo López–Gatell ha sido consistente a lo largo del tiempo en la mención del “objetivo fundamental” de la estrategia general contra la epidemia: “que los casos, los contagios que pueden ocurrir no ocurran en un tiempo muy breve que sature y colapse el sistema nacional de salud y que, por lo tanto, se pueda atender a las personas” (véase conferencia de prensa del 25 de mayo, minuto 32:12). Extendiendo y desmenuzando un poco, los objetivos específicos son preservar “la salud y la vida, y el bienestar y la economía que a su vez son elementos de los que depende la salud y la vida” (20 de mayo, 43:55) y evitar “el caos y el pánico […] causando el colapso de centros de salud” (17 de marzo).

El gobierno federal a través de la Secretaría de Salud eligió la estrategia mitigadora recurriendo al confinamiento voluntario y la proyección estadística, en vez de una estrategia de contención que pudo integrar, además de lo anterior, la masificación de pruebas de detección temprana en casos con o sin síntomas, el aislamiento de infectados (incluso de ciudades con transmisión acelerada del virus, al estilo chino) y la ubicación de la red de contactos personales de los portadores del virus sospechosos o confirmados, con síntomas o sin ellos, para descartar contagios en racimo.

En el curso de la crisis en México se ha presentado una serie de decisiones y ejecuciones concretas que han sido los blancos de las críticas: limitar en la fase 1 de la epidemia la realización de pruebas de detección de coronavirus únicamente a quienes reunieran la doble condición de presentar síntomas y haber viajado a países con la epidemia en crecimiento acelerado o haber tenido contacto con personas en tal caso; la resistencia desde entonces hasta hoy a masificar las pruebas a pesar del llamado a hacerlo de la autoridad científica mundial en materia de salud, la OMS (inclusive en su reciente carta a México, 4º y 5º párrafos, 26 de mayo); la lenta y deficiente aplicación de controles en aeropuertos inmediatamente antes y al inicio de la epidemia; la vacilación y el retraso del confinamiento generalizado pese a los llamados de opinadores y expertos que lo pedían por la evidencia de lo ocurrido en China, Japón, Corea del Sur, Irán, España, Italia, tanto que para cuando la Jornada Nacional de Sana Distancia llamó al encierro voluntario la población ya había comenzado a hacerlo (minuto 13:55); el titubeo para determinar cuáles actividades pararían y cuáles no (esenciales) durante la Jornada Nacional de Sana Distancia, combinado con la debilidad para hacer que algunas empresas o grupos comerciales respetaran el cierre y, en cambio, la vehemencia en detener ciertas industrias como la cervecera (provocando un fenómeno social previsible: exceso de compradores en los expendios con existencias de cervezas, a veces en colas larguísimas); el lento y caótico abastecimiento de materiales adecuados para médicos, enfermeros y personal de contacto en hospitales, situación que en menor medida pero igualmente indignante continúa, y los cuestionamientos de López-Gatell en el sentido de que son los médicos y enfermeras quienes no saben qué equipo les corresponde en función de su actividad o que no lo han solicitado adecuadamente a sus directores o que deberían denunciar la carencia o retención a las autoridades de la Secretaría de Salud —o bien, el colmo, calificando de libertad de expresión las manifestaciones de personal de salud, por ejemplo del INER el 25 de mayo (43:30 a 45:00; breve reportaje: minuto 6:45)—; la renuencia a impulsar en forma decisiva el uso generalizado de cubrebocas con el argumento endeble de no ser un mecanismo totalmente eficiente para evitar el contagio, como tampoco, por cierto, ha sido plenamente eficaz “Susana Distancia” y el “quédate en casa”, insignia de la estrategia; la prospectiva primigenia de desarrollo de la epidemia basada en el Modelo Centinela (con un “factor de expansión” variable y de naturaleza fantasma), el cual ofrece un escenario con dos semanas de retraso; las cifras oficiales de contagios y muertos que se ven alteradas al alza por investigaciones periodísticas o por modelos de científicos y opiniones de expertos, lo que ha obligado a los funcionarios a reconocer que existen conteos problemáticos no mencionados, por ejemplo la todavía no incorporación de los portadores (positivos a la prueba pero sin síntomas) y confirmados (“caso confirmado”: positivo con síntomas) en laboratorios privados, pese a que el tema fue una preocupación importante desde principios de marzo; la no confirmación de caso en parte de los decesos por falta de prueba en una proporción indeterminada, pero que estiman los críticos que puede multiplicar a los fallecidos por lo menos por 3; el anuncio de un pico (acmé) de la epidemia que se fue recorriendo pese al anuncio reiterado de que sería en un periodo preciso (6 a 8 de mayo), y ante el señalamiento de los críticos López–Gatell relativizó afirmando —como quien condesciende con un tonto— que el acmé no adviene en una hora precisa; un aplanamiento de la curva epidémica supuesto en relación con la proyección de lo que hubiera ocurrido sin la actual estrategia (proyección sólo para casos confirmados) o por comparación con los países con una tendencia mayor de contagio, ejercicio vago dado que la respectivas cantidades de pruebas —entre otros factores— son incomparables; la exclusión en la información ofrecida cotidianamente de la estimación del número de contagiados sospechosos, es decir, no asintomáticos, ni confirmados (con prueba previo triaje), que de acuerdo con otras proyecciones multiplicaría la cantidad oficial de casos acumulados hasta por 50 (ya el 8 de mayo El Paísestimaba 17), variabilidad especulativa fomentada por la insuficiente aplicación de pruebas; un “semáforo” confuso de desescalamiento del paro de actividades, el cual ha creado oposición de la mitad de los gobernadores por considerarlo arbitrario e incompleto, desconcierto en parte de la industria y el comercio y desconfianzas entre la ciudadanía.

Este muestrario de problemas, percepciones e ineficiencias —unas más escandalosas que otras— en el desarrollo de la estrategia habría hecho tambalear a un funcionario convencional. En cambio, Hugo López-Gatell continuó en pie y de buen ánimo (Mitofsky, Enkoll, Com. Política Apl.) y la estrategia es “vista con buenos ojos” por una porción grande de la población. Es cierto que en la lista hay cuestiones de diseño y situaciones operativas que rebasan la responsabilidad directa del vocero (por mencionar una, la relación con los gobernadores de los estados), pero en tanto encargado de la coordinación y vocería del avance de la estrategia a su buzón deben llegar las felicitaciones y los reclamos, como en efecto ocurre.

En un artículo reciente, Andrés Pola se explica “la credibilidad de López–Gatell como efecto de su apariencia: el hombre de ciencia es imparcial, es evidencia, es transparencia con sus datos y, sobre todo, no manipulador. Tiene un interés solo: salvar vidas. En otras palabras: Gatell es no–político…”. En ese sentido, “argumenta como si la razón sólo pudiera estar de su lado, porque él habla siempre y sólo desde la ciencia”. Su entusiasmo va en parte a contrapelo del artículo de Miguel Zapata Clavería —referido por Pola en nota a pie de página— sobre la crisis de desconfianza que vive la ciencia en el contexto de la pandemia. Zapata atribuye ese descrédito a que “se constata que puede ser usada de manera discrecional al servicio de diferentes ideologías” y a las “expectativas no realistas que provienen de una mala comprensión de la naturaleza y funcionamiento de la ciencia”.

Ante la fuerza de las afirmaciones terminantes del subsecretario doctor —por especialista en medicina interna y por su doctorado en epidemiología— con “base técnica” y “evidencia científica” dadas en vivo de cara a centenas de miles de personas —benditas redes sociales—, el empuje de los disidentes empequeñece.

Ambas visiones (Pola y Zapata) ayudan a explicar el caso excepcional del funcionario científico acreditado, responsable de una estrategia a la que los fijados le hayan problemas un día sí y otro también. El peso de autoridad científica del personaje es trascendente como lo es su puesto, pero no debemos minimizar el impacto de sus atractivos de carácter, fisonomía, genealógicos y las diversas fascinaciones que ha despertado —benditas redes sociales—.

Cuál ciencia

Isabelle Stengers señala la predominancia actual del tipo de científico convencido —genuinamente o por los beneficios personales o profesionales que le reporta— de la misión productivista de su trabajo (“sonámbulo”): satisfacer la imparable aceleración tecnológica y económica actual (o los requisitos para mantener el prestigio y el financiamiento de sus investigaciones). La función de la investigación científica perfilada como competitiva es innovar (generar ciencia aplicable, industrializable) o producir conocimiento para la “economía especulativa de la promesa” (economía del conocimiento), sin atender a cuestiones extra, salvo, eventualmente, los efectos de una determinada I+D+i (investigación y desarrollo e innovación), y no para retractarse sino para hallar la solución más eficiente en términos de ciencia competitiva bajo la premisa de que “una buena solución no se discute, se verifica, haciendo callar a los charlatanes que mezclan todo”.

Esos “charlatanes” suelen presentar reparos a ciertas I+D+i aunque sean científicos —por lo general no del mismo campo que los desarrolladores— o simples activistas con conocimientos pero sin datos de primera mano: “No está probado, por lo tanto, no se trata más que de una opinión, y debe ser puesta en igualdad con otras opiniones”. Las opiniones en democracia se confrontan en los medios de comunicación donde los debates científicos importantes brillan por su ausencia, en las universidades y en las ONG en las que la indignación abunda pero no la influencia social y política (a veces tampoco el conocimiento), en las publicaciones y los congresos de científicos donde los solitarios investigadores opositores del mismo campo se ven obligados a apegarse a esa “forma de ‘civilidad’ […] que implica no dar valor más que a lo que es capaz de ponerlos de acuerdo”: los datos, los hechos, la evidencia científica. Y de las consecuencias de una recién I+D+i que no ha sido aplicada o puesta en práctica, evidentemente, no hay datos, sólo conjeturas si acaso a partir de experiencias similares anteriores —por definición no idénticas—. Por lo tanto, una vez más, no hay demostración, nada más opinión.

Stengers —quien presumo apoyaría el desempeño general de López–Gatell— no se opone a la investigación, el desarrollo y la innovación, sino a las maniobras de las compañías para diluir los obstáculos de relevancia en gobiernos y sociedades ofreciendo inversión, mercadotecnia, responsabilidad social empresarial, y destacadamente la vocería de reputadísimos científicos y el ofreciendo espacios de diálogo donde oír todas las posiciones/opiniones y combatir por las buenas a opositores legos o expertos. (Ahora que el mundo clama por un tratamiento y una vacuna acortando procesos y estirando criterios para probar fármacos aceleradamente en miles de personas, lo que está generando a las compañías farmacéuticas una inmensa riqueza (conocimiento) que a la postre sabrán aprovechar, es recomendable Pautas bioéticas. La industria farmacéutica entre la ciencia y el mercado, de Ricardo Páez, una panorámica de las dinámicas del sector; 2018, FCE.)

Para contrarrestar esa estrategia Stengers se muestra moderadamente favorable con los “dispositivos del tipo […] «jurados ciudadanos», o «consulta ciudadana», o ‘convención de ciudadanos’” que (cursivas de la autora): “cuando son eficaces […] constituyen verdaderos operadores igualitarios”, espacios donde se propicia “la confrontación de expertos que, en general, se ignoran mutuamente, prosiguiendo las cuestiones allí donde esos expertos [los sonámbulos] no quieren ir, interesándose en consecuencias que fueron ignoradas […] consideradas como concernientes a otros protagonistas, ausentes de la escena”. Ya se ve que la propuesta de la filósofa no es del tipo de consulta ciudadana que atestiguamos para nuestra desgracia en tierra del subsecretario.

¿Qué resultado espera Stengers de esas polémicas?

…no tiene nada que ver con el milagro de decisiones que «pondrían a todo el mundo de acuerdo». Ella [la medida] traduce la exigencia de que las decisiones sean tomadas con la consciencia más fuerte de sus consecuencias. Ninguna decisión es inocente, lo que importa es la prohibición de ignorar, de olvidar o, peor, de humillar. Aquellos que participan en el proceso político deben saber que nada borrará la deuda que une su decisión con sus víctimas eventuales.

López–Gatell es, en efecto, “el hombre de ciencia” que quiere Andrés Pola, un hombre capaz de realizar afirmaciones —con sus datos en la mano— como: “estamos teniendo éxito en las medidas que México anticipó” nada menos que una semana antes de entrar en la fase 2. Aunque en su circunstancia Hugo López–Gatell no se cuenta entre los científicos “sonámbulos” de la industria farmacéutica (incluso se le ha enfrentado: 1 y 2), sabe como ellos que invocar la “evidencia científica” fortalece la autoridad frente a auditorios. Es más, puede acrecentársela si se concentra y especializa en los propios datos sin permitir que se ‘mezclen con todo’, máxime si es capaz de multiplicar las presentaciones y demostrar su fertilidad en términos de prospectiva, así resulten augurios en toda regla como el supuesto acmé del 6 al 8 de mayo que veinte días después no se consuma (“no se preocupen, no se angustien”) y que otros científicos —de otro campo— plantean que será a mediados de junio.

Ante la fuerza de las afirmaciones terminantes del subsecretario doctor —por especialista en medicina interna y por su doctorado en epidemiología— con “base técnica” y “evidencia científica” dadas en vivo de cara a centenas de miles de personas —benditas redes sociales—, el empuje de los disidentes empequeñece.

Tiene razón Pola cuando se refiere a la “transparencia con sus datos”. Una de las sorpresas que el personaje dio a la audiencia de las conferencias vespertinas fue la sistematización en la presentación, justamente, de sus números, en particular, como es lógico, de los apremiantes: “confirmados acumulados” (contagiados con síntomas + positividad en prueba) y “defunciones” (sólo los graves confirmados que mueren, puesto que contar a los ya fallecidos no confirmados es “inmanejable”, 27 de mayo). Sin embargo, con el paso de los días unas cantidades tan moderadas levantaron sospechas y con ello se generó la demanda de los otros datos (infeliz expresión de nuestros días). Hubo entonces una proliferación de etiquetas en la que es ya la tercera diapositiva fija de cada conferencia y luego una cauda de gráficos de detalle: a las categorías originales se incorporaron “confirmados activos”, “sospechosos acumulados”, “negativos acumulados”, “personas estudiadas”.

Guiño a quisquillosos de la transparencia, la proliferación numérica y visual ha servido también para crear la sensación de más acciones de medición cuando en realidad son derivaciones de un mismo panorama sesgado por el bajísimo nivel de pruebas, la desestimación de casos asintomáticos, la tardía (¿evasiva?) sistematización de recuento de positivos de laboratorios privados (apenas el 15 de mayo se anunció en la conferencia que serían incorporados en próximas fechas), etcétera.

En relación con las estimaciones de expansión de la epidemia, una solicitud frecuente de columnistas y periodistas por el número aproximado de contagiados totales, con síntomas y sin ellos, orillo al subsecretario a presentar el Modelo Centinela, un muestreo con base en información de 475 (0.018%) de las 26 mil Unidades del Salud Monitoras de Enfermedades Respiratorias del Sistema Nacional de Salud (una explicación puede leerse aquí), y con él un factor de expansión actualizable que inició en 8, avanzó a 12 y para la fase 3 se desechó, del que nunca se aclaró cómo resultaba pero según el subsecretario permite estimar los casos con “razonable certidumbre”.

El subsecretario no se ha dejado convencer de aclarar cómo se obtiene el factor de expansión, por lo tanto especulemos que al hacerlo evidenciaría que el Modelo Centinela “no está diseñado para controlar un fenómeno de la magnitud y complejidad de esta pandemia”, como afirma la doctora en Ciencias Médicas Laurie Ann Ximénez–Fyvie en su amplísimo artículo crítico del 7 de mayo “El fiasco del siglo: México apuesta a la estrategia equivocada ante la pandemia de covid–19” (acá una entrevista con ella en la misma fecha y otra del 27 de mayo en la que actualiza sus opiniones); ahí plantea: “La pregunta obligada es: ¿la estrategia de nuestras autoridades tiene siquiera la intención de contener la expansión de contagios?”

En innumerables ocasiones el subsecretario se ha referido a la base científica/técnica de cada decisión/acción de la estrategia y de sus modelos (por lo menos el Centinela y el vigente a partir de la fase 3 a cargo del Conacyt). Es sintomática al respecto su declaración en la entrevista emitida el 15 de mayo por CNN con Mario González para referirse a una obviedad amparándose en la evidencia científica: “Las escuelas […] son sitios donde puede ocurrir con gran eficiencia el contacto con enfermedades infecciosas, está claramente descrito en la evidencia científica de la salud pública”.

Afable y políticamente correcto inclusive al insultar (la invectiva en contra de la senadora Alejandra Reynoso es asimismo ejemplar de los circunloquios cientificistas con los que esconde lo que quiere afirmar o rehuir, en ese caso un violento insulto), la especialización en sus datos, la sistematización en sus exposiciones y la práctica casi cotidiana de ampliar los temas con invitados asimismo especialistas (en adicciones, género, enfermería, alimentación y hasta, para vergüenza nacional y orgullo de la 4T, ciencia neoliberal con María Elena Álvarez Buylla, directora del Conacyt) fortalecen una actitud capaz de dar acuse de las críticas, reiterar la explicaciones para “algunas personas [con] un estado de confusión respecto a la terminología” (por ejemplo “cuando se usa la expresión aplanar la curva”, 25 de mayo, 20:55) y enviar los señalamientos al baúl de las opiniones (“siempre bienvenidas”) relativizándolas socarrón aun si vienen de exsecretarios de Salud (“los respeto mucho, qué bueno que opinen, qué bueno que estén activos, igual que cualquier ser humano, todo mundo debe opinar”, 7 de mayo, 42:22) o de secretarías de Salud de los estados (“qué bueno que opine, perfecto”, 7 de mayo, 43:00).

López–Gatell dice que está “siempre abierto a la reflexión, a la crítica, a la pluralidad de opinión”. ¿Por qué? …“cuando vienen oleadas de críticas —lo de menos es si parece un ataque personal o son insultos—, para nosotros es valiosísimo, porque la conducta personal formulada como expresiones públicas nos da señales que analizamos formalmente, técnicamente, para hacer el monitoreo de la epidemia” (entrevista con Mario González).

La crítica con su potencial influjo en los escuchas es, pues, un indicador de posibles conductas de la población respecto de las directrices de la autoridad. Para el subsecretario la crítica no es insumo de la estrategia, no le hace falta dado que “la definimos en enero y es para toda la epidemia” (11 de abril, 14:40), sino de ajuste o refuerzo de la estrategia de comunicación, para dirigir mejor los mensajes y reordenar la información que se da públicamente.

“Gatell es no–político”, afirma Andrés Pola pero no aclara por qué la sintaxis. Por sus antecedentes, López–Gatell parece no tener interés en desarrollar una carrera política electoral, aunque no hay garantía futura (sus desplantes son elocuentes de una personalidad que disfruta de los momentos de protagonismo y superioridad). En cambio, ha dado muestras de que sabe plenamente que su trabajo debe involucrar prácticas políticas, en concreto la comunicación política, por supuesto de despliegue limitado en el tiempo (el de la epidemia) y dirigida a públicos definidos, destacadamente las autoridades de salud de los estados, los periodistas y, sobre todo, la población en general. La crítica (la propuesta y la opinión) es un insumo técnico de índole política.

Busca persuadir de que el modelo de propagación del virus y la estrategia para enfrentarlo son más que correctas —así lo cree, “hombre de ciencia”—. Para hacerlo no duda en practicar el culto al poderoso (con su “fuerza moral”); ejecutar ardides para tranquilizar con tendencias mesuradas, como el 23 de abril anunciando 6, 7, 8 mil muertos pese a que desde el “27 de febrero […] hablamos de 12,500 personas que podrían perder la vida y podrían llegar hasta cerca de 25,000 o 30,000” (28 de mayo); descender su alta preparación para revirar las críticas con grilla: “Ahorita me acordé del doctor Narro, 307 hospitales quedaron abandonados durante la administración anterior por distintas razones” (6 de mayo). Política.

El doctor López–Gatell decidió sacar de los modelos de proyección de la epidemia en México por lo menos dos variables o aspectos que han sido relevantes en otros países: la masificación de pruebas para detectar portadores de SARS–CoV–2, o sea, infectados asintomáticos (sin covid–19), y la prescripción del uso generalizado del cubrebocas…

Ciertísimo, es imposible crear un modelo infalible de cuanto implica la epidemia. El subsecretario ha indicado que la realidad de la que habla en sus conferencias tiene dosis de incertidumbre. Atocha Aliseda Llera, doctora en Epistemología de Ciencias de la Salud, es clara sobre este tema en relación con la pandemia en entrevista con el diario El País: “en estos momentos los modelos no nos sirven. No tenemos suficientes datos ni suficiente información para poder hacer nuestros modelos”.

Explica en otra parte Moisés Soto Bajo (cursivas mías), para construir un buen modelo, éste debe reflejar los aspectos importantes de la evolución de la epidemia, y para ello hay que entender bien cómo funciona ésta. Al menos, los aspectos más relevantes. Después hay que ajustarlo bien a la situación concreta de cada lugar, como cuando colocamos el espejo retrovisor del auto antes de arrancar.

“Y lo que estamos tratando de ver o de analizar”, agrega Atocha Aliseda, “son los escenarios de lo que podría pasar de acuerdo a las variables que hay […] Sin embargo, a la hora de hacer un modelo tenemos algunas certezas —yo puedo decir que el tamaño de la población que voy a analizar es tal—, pero ¿cuántos están infectados? Pues no lo sé”.

El doctor López–Gatell decidió sacar de los modelos de proyección de la epidemia en México por lo menos dos variables o aspectos que han sido relevantes en otros países: la masificación de pruebas para detectar portadores de SARS–CoV–2, o sea, infectados asintomáticos (sin covid–19), y la prescripción del uso generalizado del cubrebocas, aunque algunos de los países señalados como ejemplares por sus resultados al enfrentar el coronavirus han incorporado ambas prácticas y pese a las alertas periodísticas para uno y otro aspecto (la reflexión más reciente del subsecretario acerca del cubrebocas: 25 de mayo, 56:30). Pero qué más da, al final el consenso le da la razón: ningún modelo de país alguno descubre con precisión cuántos infectados hay, lo más que el conductor debe hacer es ajustar su retrovisor y pisar el acelerador. Hay que decidir a dónde apuntar el objetivo que se quiera dejar atrás.

Afirma Isabelle Stengers (cursivas mías):

las investigaciones estadísticas o los modelos de tipo operativo que están al servicio de una decisión que se debe tomar (o de la que se espera que será tomada) […] ciertamente pueden presentarse en términos de objetividad, de método, de hechos, pero lo que producen debería ser llamado “información” sobre un estado de los asuntos, sobre una situación cuyas categorías responden primero y ante todo a un poder de actuar, de evaluar, de reglamentar que les es exterior. Podría decirse que actúan como un órgano de percepción, seleccionando y estructurando lo que interesa (o debería interesar) a toda institución que tenga el poder de asociar consecuencias a lo que es percibido. Esta estructuración puede ser llamada “objetivación”, definición unilateral relativa a una posibilidad de acción […] Los “pares” o “colegas competentes” no tienen aquí ningún papel particular. En cambio, la definición de lo que para estas prácticas es pertinente da un papel muy particular a la acción política. […] es un acontecimiento propiamente político, para bien y para mal.

El subsecretario: “Una epidemia cuando se maneja con criterios políticos, deja espacio al oscurantismo en el manejo de la información [¿se referirá a las especulaciones sobre el factor real de expansión de la epidemia?], se toman decisiones arbitrarias a veces contrarias a lo necesario en la materia técnica [no hacer pruebas, v.gr.], se vuelve más ineficiente [¿para calcular momentos críticos, como el acmé?]” (entrevista con Mario González).

El modelo mexicano realizado por expertos matemáticos del Conacyt nutre de información a la estrategia para satisfacer el objetivo central (eludir la inundación de los hospitales del Sistema Nacional de Salud con enfermos de covid–19), obedece así a criterios de política pública en condiciones extraordinarias, combinados con un intento de promoción política del actual gobierno a partir de una situación de infraestructura sanitaria específica. El subsecretario en entrevista con Mario González:

CNN. Sí llama la atención, doctor, todavía, el alto nivel de mortalidad […] casi un 10% de mortalidad, 10.5% en algunos días. Es una tasa muy alta, muy superior a lo que estima la OMS.

HLG. […] En México está sobrestimada la letalidad. Y en México es irreal que tengamos una letalidad del 10%. Tenemos menos que eso. ¿Cuánto? No lo sabemos. No lo podemos calcular, pero es menos. En otras palabras, estamos en el lado seguro en el sentido de que estamos conscientes de que estamos exagerando […] La consecuencia directa de subestimar los contagios es sobrestimar la letalidad y también las hospitalizaciones y también la proporción de casos graves.

[…] cuando se hace la crítica de “México subestima sus casos”… igual que Estados Unidos, igual que Francia, igual que Alemania, igual que el Reino Unido… Insisto en esto, eh, porque cuando se nos hace una expresión crítica de esta reflexión —que por otro lado me parece totalmente legítima—, casi nadie de quien ha expresado una crítica en notas de prensa o en columnas o en las redes sociales, se pone a pensar que ningún país del mundo puede contar directamente esos casos. Hay una diferencia… Quizá —no podría decir que ninguno porque a lo mejor hay alguien más que lo ha dicho vocalmente, en voz del gobierno, que haya dicho “no tenemos intención alguna de suponer o pretender o simular o decirle a la opinión pública que vamos a medir todos los casos”—. Nadie lo dice. Nosotros sí lo decimos. Porque lo sabemos con una base técnica, una base científica, una base metodológica. Sería una incongruencia que la autoridad sanitaria diga quédate en casa para evitar contagios y evitar que desplaces a los que necesitan hospitalización y al mismo tiempo pretenda que está documentando todos los casos. Entonces, como eso es incompatible —y los sabemos, con una base técnica y científica—, deliberadamente y abiertamente, de cara a la sociedad, le hemos dicho desde el día menos veinticuatro: no tenemos intención alguna de contabilizar a todos los casos. Sí nos interesa contabilizar a los casos graves.

[…] Pero una cosa que no se ha acabado de entender o distinguir: los que están reducidos, los que están subestimados son los leves, los graves [están contados] al cien por ciento…

CNN. Sí, pero son factores de contagio [los casos leves], que ésa es la clave…

HLG. Claro, claro, pero justo, por eso decía…

CNN. Si te sientes mal…

HLG. … quédate en casa.

[…]

CNN. […] ¿Somos capaces en México de afrontar nuestros problemas? […] En infraestructura médica…

HLG. De origen no lo éramos. Y nosotros en este gobierno que empezó el primero de diciembre de 2018, abierta, deliberada, explícitamente, hemos reconocido lo que ya se conocía por innumerables análisis técnicos hechos por la OMS, la Organización Panamericana de la Salud, instituciones académicas, la OCDE, la CEPAL, que México tenía un déficit muy importante —para el tamaño de país, para la dimensión económica de este país, la decimoquinta del mundo— en capacidad del sistema nacional de salud.

Aunque en la entrevista el subsecretario alcanza a dar un cariz de pasado político al “déficit muy importante […] en capacidad del sistema nacional de salud”, pues “de origen [el 1 de diciembre de 2018] no éramos” capaces de afrontar nuestros problemas de salud, las reiteradas evidencias periodísticas de desabasto (minuto 4:35) y desorden en el sistema de salud dan un panorama de presente y futuro incierto. Esa situación más la problemática transición del Seguro Popular al Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) vuelven comprensible que evitar el colapso del sistema de salud fuera el eje de la estrategia, el criterio central del modelo y el tema axial de las conferencias hasta finales de abril: camas, ventiladores, insumos médicos. La medición de contagios no era prioridad quizás para no desviar los recursos y la atención destinados al equipamiento médico, acaso también por la escasez de pruebas en el mundo. Sí lo era, en cambio, conjurar la catástrofe de la 4T con un escenario hospitalario a la italiana que se ha logrado sortear —la ocupación nacional de camas con ventilador ronda 35%—. López–Gatell está en posibilidad de copiar la expresión de Marcelo Ebrard tras la negociación “exitosa” con Trump por las caravanas migrantes: “Misión cumplida, señor presidente”.

El subsecretario ha sido directo: del 70% a 80% de la población del país se contagiará de coronavirus; de ese total la mayoría (±85%) no presentará síntomas mayores, pero entre 5% y 7% sí alcanzaría una gravedad de muerte, previo internamiento hospitalario. Frente a ese destino sólo quedaba ralentizar el contagio con una estrategia de mitigación, lo reiteró apenas el 27 de mayo ante senadores: es más importante “diferir” el número de casos que disminuirlos. El primer paso era garantizar el equipamiento de hospitales, luego diluir los contagios en el tiempo (Jornada Nacional de Sana Distancia) y esperar que la proyección no se desbocara; el modelo, entonces, no necesitaba de ciertos factores, destacadamente la masificación de pruebas, pruebas, pruebas.

El subsecretario ha sido directo: del 70% a 80% de la población del país se contagiará de coronavirus; de ese total la mayoría (±85%) no presentará síntomas mayores, pero entre 5% y 7% sí alcanzaría una gravedad de muerte, previo internamiento hospitalario. Frente a ese destino sólo quedaba ralentizar el contagio con una estrategia de mitigación.

La estrategia de contención era el otro camino, uno costoso y esforzado que —se ha dicho reiteradamente— quizás sólo China tiene la capacidad de llevar a cabo de manera rotunda. Aislamiento forzoso en enormes zonas (allá ciudades) y confinamiento obligatorio de las poblaciones, realización de pruebas en cantidades gigantescas y posteriormente al desconfinamiento el uso intensivo de tecnología de seguimiento de la movilidad de los infectados y un monitoreo de temperatura omnipresente, además de medidas sanitarias generalizadas en el espacio público que incluyen cubrebocas, geles, disciplina de distanciamiento, etcétera. Y en México, junto con ello, debido a la situación de pobreza de la mayoría de la gente, una estrategia económica para contener la depauperación extrema y la pérdida de recursos de la población confinada e impulsar la actividad económica que soporta el empleo más frágil y las dinámicas colectivas (aquí una entrevista con Miguel Székely con propuestas).

Insuficiente y temeraria, la mitigación acaso era inevitablemente la opción más apropiada para México.

Es conveniente recordar que el 7 de mayo —una semana antes de la emisión de la entrevista con Mario González— el subsecretario dijo: “las personas con síntomas leves con bajo riesgo de complicarse. ¿Cuántas son? Muchísimas, centenares de miles, ojalá fuera millones, porque eso es lo que va a detener la epidemia”, refiriéndose por supuesto al escenario hipotético de alcanzar una inmunidad de rebaño, aunque advirtió que “no existe toda la certidumbre científica de que la inmunidad va a ser efectiva, protectora” (para el contexto completo desde la pregunta del reportero: 7 de mayo, 51:40). Precisamente porque no hay “certidumbre científica”, se trata de una esperanza que, por otra parte, es de muy compleja y riesgosa realización, como explica el Octavio Miramontes, doctor en Física.

Lograr el objetivo general de no saturación hospitalaria mediante la estrategia de mitigación y sin una estrategia económica suficiente, ha generado el pronóstico de aumento de la pobreza en la magnitud estremecedora de 10 millones de personas (Coneval) y una cifra proyectada y actualizada por el subsecretario de muertos de 30 mil (es decir, entre España e Italia) contradiciendo el objetivo específico de proteger “el bienestar y la economía” junto con “la salud y la vida”. Esta inevitable paradoja de la estrategia es vivida como condición por una gran cantidad de la población que sin posibilidad de ingresos quedándose en casa ha debido salir a trabajar y así lo sabe el subsecretario (23 de mayo, 15:55).

A la “pregunta obligada” de Laurie Ann Ximénez–Fyvie, “¿la estrategia de nuestras autoridades tiene siquiera la intención de contener la expansión de contagios?”, la respuesta sería: no precisamente. “No tenemos intención alguna de suponer o pretender o simular o decirle a la opinión pública que vamos a medir todos los casos […] leves” que “ojalá fueran millones”. La estrategia quiere la inmunidad de rebaño, que implica el sacrifico de personas vulnerables a la enfermedad, pero no en un periodo corto sino alargado pues el “objetivo fundamental” es “que los casos, los contagios que pueden ocurrir no ocurran en un tiempo muy breve que sature y colapse el sistema nacional de salud”. La perspectiva científica del subsecretario es una especie de fatalismo modular.

Solo así se explica la negligencia con poblaciones determinadas como los trabajadores petroleros o marginales como los enfermos mentales, los niños de la calle y los migrantes. Para eso tampoco hace falta un conteo y registro escrupuloso de fallecidos (Beto, minuto 1), de por sí problemático como certifican Andrés Castañeda y Sebastián Garrido, aunque es posible obtener un panorama por rutas alternas, como demuestran Mario Romero Zavala y Laurianne Despeghel. En cambio, “los graves al cien por ciento” —claro, los graves hospitalizados—.

De la misma forma, resulta inútil invocar la experiencia en otros países respecto de la masificación de pruebas o el uso de cubrebocas —y a quien lo haga le receta el subsecretario su consabido “no hay evidencia científica” (o sea, es una opinión), y hasta podría mandarlos a leer la entrevista con Atocha Aliseda: “Si yo estoy registrando de formas muy distintas no voy a poder saber por qué unos sí tienen éxito y por qué otros no. O por qué las políticas que sí funcionaron en algunos países, en otros no”.

Para Miguel Zapata Clavería la mitad del descrédito de la ciencia entre el ignorante con curiosidad (al ignorante común la ciencia le hace lo que el viento a Juárez) la atribuye a su posible uso “discrecional al servicio de diferentes ideologías”. No es imprescindible que en la urgencia sanitaria se explicite esa entrega a la ideología (que de todos modos lo hace el presidente del país, burdo como gusta ser), basta con demostrar claridad en los objetivos y actuar en consecuencia despejando el terreno de charlatanes, opinadores de buena o mala fe, periodistas nerviosos y público con “expectativas no realistas que provienen de una mala comprensión de la naturaleza y funcionamiento de la ciencia”.

“Ninguna decisión es inocente”, recordemos que dice Isabelle Stengers. Los modelos de tipo operativo —añade— son acontecimientos políticos en plenitud. Ineludibles en crisis como la del coronavirus, el modelo elegido en México se determinó políticamente en función de variables y criterios del gobierno del proyecto de la 4T, lo mismo que los programas económicos para la coyuntura. También ha sido una acción política la respuesta de subsecretario a las reconvenciones de comentaristas y críticos. Stengers agrega: “Aquellos que participan en el proceso político deben saber que nada borrará la deuda que une su decisión con sus víctimas eventuales” y propone la “convención de ciudadanos”.

Justamente un escenario de ese tipo, con pretensión igualitaria, facilita el descarte de inconformes y la persuasión de audiencias (“cuando son eficaces”: Isabelle Stengers). Ha sido excepcional el caso mexicano en ese sentido, gracias al espacio elegido —el Palacio Nacional—, y a un vocero con atractivos de la naturaleza que se prefiera señalar: frívolos o trascendentes.

El modito importa

Isabelle Stengers distingue dos perfiles de personajes notables no necesariamente disociados cuando una catástrofe ocurre: por una parte, los portavoces de “un provenir monstruoso” y no pocas veces emisarios de un futuro que sólo será posible mediante inmolaciones.

En el contexto de la pandemia, en ese grupo estarían quienes creen que la población debió continuar con actividades normales salvo las personas vulnerables y, por lo tanto, dar libre flujo al coronavirus entre la gente de menor riesgo para lograr una inmunidad colectiva o de rebaño y así curar en sano al grueso de la sociedad sacrificando a los débiles que en su momento no pudieran demostrar su morbilidad. De esta opinión participa gente disímbola: científicos (por ejemplo Anders Tegnell, el principal consejero científico del gobierno sueco), miserables usureros atrapa–tontos como Ricardo Salinas Pliego o retrógrados mandatarios como Jair Bolsonaro y personas comunes.

En México, López–Gatell coquetea con esa idea y ha actuado en consecuencia, veladamente, como hemos visto, dando además al contagio carácter de inmoralidad dado que, según este doctor el poder moral “no es de contagio” y, consecuente con su totemismo, decretó la ejemplar inmunidad del presidente. De ese disparate idólatra —que lo ha seguido tanto que dos meses y medio después tuvo que reconvertirlo intelectualizándolo, 27 de mayo— a la maldad del actual gobernador orate de Puebla, habría un paso si no fuera porque el científico ha dado aproximadamente 90 pruebas de sensatez, solo o acompañado, frente a la nación, en el palacio que vio morir al héroe antonomástico por decreto moral de la 4T, Benito Juárez. (Y todo sea dicho, en el caso del subsecretario de México, además, los dislates no mellan su prestigio salvo entre la población susceptible.)

Al segundo grupo de notables que caracteriza Stengers lo denomina “nuestros responsables”. Son los líderes y políticos —gobernantes, jerarcas, poderosos, etc.— que sin mostrar alarma (“todo está bajo control”, sería su lema) ven con genuina preocupación cómo los desastres pueden alterar la normalidad socioeconómica global que asimismo propicia algunas de las catástrofes e incrementa (eso sí siempre) el impacto humano, social y económico de cualquier calamidad, natural o provocada. Desde luego, creen firmemente que deben sostener el statu quo: “puesto que es imposible hacer otra cosa, es preciso [sic] confiar en el capitalismo”, enfatiza Stengers. Son “aquellos que se sienten responsables de nosotros y se presentan como tales, precisamente cuando están en un estado de pánico frío” confiando “en el efecto movilizador de una catástrofe”.

En este rebaño hay de todo, no necesariamente neoliberales. Existe, por lo menos, otra comunidad: “La necedad es algo de lo cual se dirá más bien que ella se adueña de algunos”, prosigue Stengers destacando con cursivas.

Y lo hace muy particularmente de aquellos que se sienten en posición de responsabilidad y que entonces se convierten en […] “nuestros” responsables [que] desconfían de nosotros […] saben que deben responder de nosotros, como un pastor [dispuesto] a seguir al primer charlatán, a dejarse estafar por el primer demagogo. […] La necedad es activa, se alimenta de sus efectos.

Agrega Stengers: “No son responsables [ni unos ni otros] del porvenir; pedirles cuentas a este respecto sería hacerles demasiado honor”. Así que advirtiendo que “no hay que esperar gran cosa de su parte”, les demanda por lo menos lo siguiente y que parecería acatar a la perfección el subsecretario de México: “Son responsables de nosotros, de nuestra aceptación de la dura realidad, de nuestra motivación, de nuestra comprensión de que sería en vano mezclarnos con cuestiones que nos atañen” pero que sobrepasan nuestras posibilidades de reacción individual o grupal.

El subsecretario consigue “nuestra comprensión” repitiendo y actualizando a diario metódicamente información y complementándola con nuevos datos, mejorando sus esquemas aclaratorios o exponiendo temas conexos; ha conducido “nuestra motivación” (así, decenas de miles de personas se conectan a las conferencias vespertinas diarias —benditas redes sociales—), todo ello para advertirnos de “la dura realidad” de la pandemia, de sus efectos en la vida social y económica.

Imposible pensar en México hoy sin el subsecretario como no sea para meternos en un tobogán de doble frustración: por una rampa, la seca ineficacia institucional a que nos tiene acostumbrada nuestra experiencia o nuestra desconfianza, aunque en la actual crisis no ha sido tanta a pesar de las deficiencias en los conteos, los desabastos y las incompetencias inerciales del sistema nacional de salud que, aparte, los medios han atenuado con el encomio diario del trabajo de los genéricamente llamados profesionales de la salud; la otra vertiente del tobogán es atroz: la agresividad desde el capitel político nacional con descalificaciones, amenazas, vaivenes morales, invectivas (contra los médicos privados, nada menos), mentiras, estúpidos triunfalismos (“domamos al virus”, sabio susurro del subsecretario, supongo), en fin, el conocido arsenal retórico del demagogo que es el actual presidente de los Estados Unidos Mexicanos, gustoso en su parodia de mesías a cargo de pastores y rebaños.

La presencia del subsecretario (la persona y el carisma de Hugo) y sus maneras cabales (el eficientísimo burócrata, la corrección del político sensible del nuevo siglo y la serenidad del CEO) han venido a destacar la necesidad nacional de soluciones tanto como de amabilidad, atención, asertividad, certidumbre y una formalidad (los dos vocativos de su preferencia son “usted” y el nombre–cargo del aludido, por largo que pueda ser) que es asimismo demostración simbólica de respetuosa, sana e irrevocable distancia.

El personaje del momento en México posee una estudiada —casi podríamos decir que con base técnica y científica— comunicación corporal y verbal para proyectar rectitud —derecho al andar y permanecer sentado—, honestidad y valor —mira siempre de frente al hablar y reafirma con las manos—, involucramiento y apertura —manos y brazos adelante con amplios movimientos suaves—, sinceridad y ecuanimidad —correcta dicción, léxico diverso, volumen controlado y modulación de la voz en un rango medio—, don de gentes y sonrisa suave y fácil.

La prestancia de su desempeño se basa en el realismo cauto (“estaríamos hablando que 6,000, 7,000 u 8,000 que podrían perder la vida”); la explicación detallada, vocación didáctica, creatividad y tino (ahí están las sesiones dedicadas a la niñez, las madres y las enfermeras); la ecuanimidad (estable a pesar de repetir explicaciones y racional hasta cuando se molesta y ataca); la flexibilidad (capaz de modificar su esquema expositivo); el dominio profundo del tema (abarcando numerosas interconexiones); la sencillez y el escrúpulo desde la entrada (“damos inicio siendo las 19:01”); la ritualidad institucional (“damos la bienvenida a la [enfermera, subsecretaria, general, director]” etc.); la disponibilidad ante la prensa (sabe los nombres de los reporteros más frecuentes en las conferencias, recuerda preguntas o deudas informativas); la empatía sobria del especialista (“lamentamos muchísimo esta situación”, “nadie debe ser objeto de”); la corrección política (en ocasiones llegando al ridículo: “colegas y colegos”).

Su liderazgo y la eficacia del personal que usualmente acompaña al subsecretario (básicamente los doctores Ricardo Cortés y José Luis Alomía) se ven reflejados en el apego al protocolo (“con su permiso, señor subsecretario”) y el sostenimiento del tono de lo invitados: funcionarios y responsables de área explican con propiedad y suficiencia (la elocuencia y las diapositivas del subsecretario son el molde) en una conferencia de prensa abierta —benditas redes sociales— cuyo antecedente básico, probado para mantener la atención pública y control ante la prensa, y no obstante desperdiciado ad nauseam, son las mañaneras del presidente de México.

La relación con la prensa no está desprovista de lisonjas (“agradecimiento por su trabajo responsable, cuidadoso y sólido”: 26 de abril, 57:55). Propiamente hasta la fase 3, cuando se vio obligado a desechar el Modelo Centinela ante los cuestionamientos que no aclaró, López–Gatell fue prácticamente intocable y la multitud de sus defensores (y fans) acallaron discrepancias (benditas redes sociales). En términos generales, los periodistas hasta la fecha cuestionan con cortesía, hasta timidez que los extranjeros detectan muy mexicana (uso y costumbre aprovechada al máximo primero que nadie por el presidente), acaso como respuesta al buen trato del subsecretario aun si señala limitaciones (“les digo con todo aprecio: si ustedes piden, con mucho gusto se da [información] en la medida en que ustedes hagan preguntas más elaboradas y no el mismo tema siempre”, 8 de abril, 1:02:00)— y a la cortesía edulcorada y aduladora (“su pregunta es muy pertinente”, “la pregunta que plantea es extraordinariamente importante”, “aprecio mucho su pregunta”).

Cuando se han intentado cuestionamientos afilados por lo regular han resultado fallidos (“a ver, cuénteme más”) por carencia de aplomo y de experiencia o por exceso de astucia (“¿le ha mentido a México?”, 6 de mayo, 40:35). Entre las excepciones han estado las interpelaciones de Alejandro Lelo de Larrea por la reactivación de las industrias en principio catalogadas como no esenciales con tal de no detener las obras del presidente (7 de abril, 56:30) y por llevar López–Gatell a su hijo un fin de semana al Palacio Nacional desobedeciendo su propia indicación de “quédate en casa” y que suscitó una respuesta inusual del subsecretario, descalificatoria (13 de abril, 58:25; este periodista también llamó la atención sobre la ausencia de la sana distancia en la cotidianidad del Subsecretario).

Las críticas de comentaristas y las investigaciones del periodismo nacional y extranjero planteando los cuestionamientos de mayor peso (sobre las cifras, las consecuencias de la obstinada negación a realizar pruebas masivamente, etc.), el estilo del subsecretario las suaviza y da por zanjadas rápidamente.

La consecuencia ha sido doble. Isabelle Stengers cree que la “convención de ciudadanos”, “cuando es eficaz” puede convocar a “protagonistas” usualmente “ausentes de la escena”, entre ellas “víctimas eventuales” de las decisiones. “Ninguna decisión es inocente, lo que importa es la prohibición de ignorar, de olvidar o, peor, de humillar.” Acostumbrados a la aspereza, intimidación y vaguedades del adalid del subsecretario, las conferencias vespertinas sobre la situación de la epidemia han llegado a proponer un ambiente de horizontalidad, precisión, avance y acaso lo más importante, dignidad. Un montaje de dignidad en el que el protagonista no duda en transferir la centralidad, en validar con la misma atención preguntas periodísticas que comentarios personales y propuestas sobresalientes o ingenuas, en trascender la inmediatez física para dialogar con preguntadores de distintas edades grabados en video (niños, madres), en propiciar el acercamiento de los encargados de las más diversas responsabilidades de gobierno con la que debe ser su audiencia natural, los mexicanos.

Isabelle Stengers:

Ser capaz de situarse, de situar lo que uno sabe, de ligarlo activamente a las cuestiones que uno hace que importen y a los medios puestos en obra para darles respuesta, implica ser deudor a la existencia de los otros, de aquellas y aquellos que plantean otras preguntas y hacen que una situación importe de otra manera, que pueblan un paisaje en un modo que impide su apropiación en nombre de cualquier ideal abstracto.

El segundo efecto ha sido el cumplimiento de uno de los objetivos específicos de la estrategia: evitar “el caos y el pánico”. Un periodo de crisis que transcurre en un clima de alerta pero no de espanto (aunque a la postre ha sido contraproducente, pues la alerta no alcanzó a disuadir bodas y fiestas, festejos de 10 de mayo y del Día del Niño), con una sensación de dominio producida por las conferencias conducidas por un representante de gobierno excepcional, experimentado y hasta portador de nuevas masculinidades con quien —independientemente de las aportaciones de sus invitados— el espectador queda con la sensación de haber aprendido un montón: naturaleza y acción del covid–19, historia de la epidemiología, que la neumonía es lo mismo que la pulmonía, las posibles respuestas emocionales de la población, el esquema de responsabilidades institucionales de la nación en materia de salud, cómo se hace una vacuna, cómo reaccionar ante quien recurre a las tradiciones religiosas y las creencias populares para enfrentar la enfermedad o la contingencia, los efectos nacionales de la desigualdad socioeconómica, la desnutrición y la pésima alimentación, etcétera.

Científico, académico y diseñador del proyecto de reforma del Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica, gran parte de la experiencia de López–Gatell ha sido explicar, contextualizar, resolver dudas y dar los conocimientos mínimos necesarios, crear reportes, verificar avances y ajustar modelos. Cuando menos con esa base, se trata de una personalidad que genuinamente o impostando ha logrado tejer relaciones simbólicas, potenciadas por la transmisión directa de las benditas redes sociales, acerca de la ética del servicio público, de la empatía como declaración intencional sistemática, de la responsabilidad profesional/personal mediada por el espacio público, de la participación ciudadana convertida en aprendizaje colectivo, del liderazgo como validación del conocimiento, del cientificismo como construcción del poder.

Tres meses de exposición doble a diario —pues el subsecretario también suele estar en las mañaneras— han generado un desgaste. La sobreexposición terminó por desvelar rasgos de personalidad que por lo menos incomodan. Previsibles ciertas características de sus respuestas, ahora sabemos que López–Gatell es de una verbosidad que puede llevarlo a excesos como el de la “fuerza moral”, a una belicosidad soterrada en algunas reacciones con la prensa y más evidente como la larga y puntillosa respuesta agresiva a la senadora Alejandra Reynoso. Así, adquiere nueva dimensión el momento, a un paso de la vileza, cuando sugirió a principios de año motivos corruptos de los padres de los niños con cáncer que se manifestaban por reactivar el tratamiento de sus hijos: “no nos queda claro”, dijo el Subsecretario, “a qué agenda atienden” —a pesar de él tener un hijo.

Es el conjunto de su educada gestualidad, sus habilidades de comunicación, su ejemplar retórica, la discreta parafernalia de presentación, su imagen de cordialidad así sea con sus críticos más feroces, la autoridad de su puesto, su currículum, lo que le permite a Hugo López–Gatell decir casi cualquier cosa sin causar escándalos.

La dinámica de gestión del régimen de la 4T ha llevado a identificar como verdaderamente confiables a un secretario (Marcelo Ebrard) y a un subsecretario, y cómo no, si es el régimen de la banalidad y corrupción, la desvergüenza y petulancia de protegidos prepotentes como Bartlett Díaz y Salinas Pliego, la ridiculez y la ignorancia de gobernadores como Barbosa, el fingimiento de logros de funcionarios como Durazo y la indolencia baladrona del actual presidente de México.

Ambos han cumplido con rapidez y competencia los encargos asignados por el presidente, pero sólo el segundo ha agregado al esclarecimiento público de razones y resultados en el escenario honorífico de la 4T, un estilo que lo supera.

En algunos meses, si no nos aplastan las prometidas segundas y terceras olas de la pandemia (hasta que la vacuna aparezca), comenzará la revisión a fondo —ojalá— de los resultados de la estrategia. El subsecretario recibirá reproches y felicitaciones, a veces por la misma cuestión. Sus competencias no se pondrán a revisión salvo por algún medio que quiera cepillar todavía más a la celebridad, sobre todo si se integra al grupo de expertos del Reglamento Sanitario Internacional de la OMS. La estrategia y sus decisiones serán valoradas con esa “forma de ‘civilidad’ […] que implica no dar valor más que a lo que es capaz de ponerlos de acuerdo”, el caldo en que gusta guisar el subsecretario: “sustento técnico”, “evidencia científica” y el dictamen se convertirá en experiencia para enriquecer el sistema nacional de salud. Es lo deseable, lo que hará retornar el agua al surco.

A menos que el funcionario científico acreditado decida seguir el camino de la política dura, poco se recordará la complejidad del personaje que es antítesis del presidente que desestima la ciencia para gobernar o perforar pozos petroleros, por quien Hugo López-Gatell no duda en decir sandeces para enaltecerlo. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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