¿Encarna el futbol la verdadera esencia masculina? ¿Hay mujeres capaces de ver solas un partido? ¿Las mujeres que juegan ese deporte han perdido su femineidad? A estas y otras cuestiones trata de dar respuesta la autora de este ensayo.
Cuando la humanidad se sienta en sus culos ante un televisor a ver veintidós adultos infantiles dándole patadas a un balón no hay esperanzas.
—Fernando Vallejo
A diferencia de otras mujeres, no tengo aversión por el futbol, quizá porque en mi casa no tuve que lidiar con hombres fanáticos. Pero es un hecho que tampoco soy ninguna aficionada. En todo caso, me es indiferente. Para que mejor me entiendan: si un día haciendo zapping me topo con un partido de futbol mi cerebro registra la imagen del partido como esas líneas de colores que salían hace algunos años cuando un canal no estaba transmitiendo ningún programa.
A pesar del creciente interés femenino por este deporte, el futbol como espectáculo sigue siendo un asunto de machos. Cliché o no, forma parte de una eterna lucha entre los dos géneros. Lucha que primero vivieron las niñas en casa con el padre, quien convertía los domingos familiares en domingos de futbol. (Pero eso sí: toda la familia tenía que estar reunida, aunque el padre y los hijos varones estuvieran pegados al televisor emitiendo, de vez en cuando, gritos desaforados y una palabra de tres letras.) Después, siguiendo quizá lo que Freud llamó el complejo de Edipo, esas mujeres se buscan novios y esposos con la misma afición por el futbol. Y después vienen los hijos, a quienes el papá quiere inculcarles, a como dé lugar, esa pasión por el fut. Conozco a una mujer que, después de pelearse toda la vida con su papá y con su esposo a causa del futbol, tuvo un hijo cuya primera palabra (durante el Mundial de Francia 98) fue GOL.
Mi telenovela, tu futbol
Esta guerra entre hombres y mujeres, provocada por el futbol (o acaso disfrazada en él), tiene múltiples rostros. El lugar más común es quizá la lucha por el control del televisor. Tengo una amiga que empezó a ver telenovelas para que su marido no le cambiara al futbol, y su argumento era que las dos cosas son igual de estúpidas. Cada vez que su marido la critica por ver esa clase de basura ella le recuerda que su futbol es igual de enajenante. Al final la recamara se vuelve el campo de batalla y el control remoto, ese aparatejo que todo lo controla (valga la redundancia), es el que tiene la última palabra. Mi amiga inclusive dice que si un día se divorcia, como venganza, se va a ir de la casa con todo y control remoto.
Pero lo que los hombres todavía no han entendido, pues todavía tratan de enseñarnos el “gran arte” que hay detrás del fut, es que lo que nos parece estúpido a las mujeres no es el deporte en sí, sino la manera de postrarse a la televisión por tantas horas. No les basta con ver el partido: tienen que ver también la repetición, el noticiero, los goles…
Por otro lado, el futbol sigue siendo para muchas mujeres una especie de máscara de la verdadera esencia masculina. Y quizá toda la aversión hacia éste sea únicamente, en un plano más simbólico, el eterno reclamo hacia los hombres. Desde el punto de vista de una mujer los hombres pueden dejar de lado todo por el futbol: la vida familiar, los hijos, una ida al mercado, un compromiso. Pero también está la otra cara de la moneda: el fut también es usado por muchas mujeres para manipular a sus esposos. No falta la típica que usa un partido como arma para conseguir sus propios fines y, en ese juego que se da todavía entre muchas parejas, la mujer “le da chance” a su marido de ver el partido a condición de que después la lleve de compras.
Habrá quien venga con el argumento de que hay mujeres que no se pierden un partido y que hasta disfrutan viéndolo con su pareja, pero seamos realistas: ¿cuántas de verdad son aficionadas? Para empezar, es muy poco común que una mujer vea sola un partido. Le preguntas a la mayoría si ven el fut solas y, casi todas, responden que sólo en los mundiales. Pero incluso con las fans del futbol (pues no faltan), ¿cuántas no lo son sólo porque les gusta el trasero del defensa de su equipo? ¿Realmente disfrutamos las mujeres del futbol o somos más bien como las de ese anuncio de hace unos años —quizá de Bacardí— en el que un hombre les tenía que enseñar a unas mujeres cómo gritar GOL con euforia?
Cuando las mujeres bajan a las canchas
Desde hace unos años las mujeres se han abierto paso en la práctica del futbol y de los deportes en general. Hasta ahora esta práctica había estado reducida casi únicamente al ámbito varonil, cuestión que se arrastra desde los lejanos tiempos de la Grecia antigua cuando sólo los machitos podían participar en los juegos olímpicos.
Las relaciones de dominio y de poder patriarcal de la sociedad se han expresado en el deporte como un hecho cultural, ya que la participación de la mujer en él está mediada por las representaciones sociales instituidas que otorgan todavía el dominio, control y poder a los hombres.
Jugar futbol para las mujeres significa una ruptura social contra un sistema injusto, inequitativo y dotado de significación masculina. El futbol femenino es una esfera que cobra significado y sentido para las mujeres futbolistas, que buscan en él un espacio para afirmarse como sujetos sociales.
Y en muchos casos el futbol femenino representa una forma de emancipación de la mujer para liberarse de las ataduras. La lucha de estas mujeres es por la equidad de género y un atreverse a vencer la resistencia frente al poder masculino en el futbol. Por ejemplo, en el norte de Nigeria, que es mayoritariamente musulmán, se formó en 1997 un equipo de futbol femenino, el Niger Queens, que en 1999 alcanzó el cuarto lugar en la final de la Copa Mundial de Estados Unidos. En una sociedad y cultura como ésa el futbol definitivamente supone una forma de emancipación femenina. Y es que esas mujeres no la tienen fácil pues tienen que enfrentar una oposición. Los reproches más frecuentes que reciben, tanto las jugadoras como sus padres, son que el fut obliga a las chicas a ponerse ropa indecente y a correr el riesgo de lastimarse, e incluso de quedar estériles.
Ese tipo de censura no ocurre solamente en el África musulmana. En América Latina hay quienes dicen que las mujeres que practican el fut no hacen más que masculinizarse y perder su feminidad. Las futbolistas son discriminadas, señaladas y censuradas. Y el problema es que, además, cuando las mujeres ingresan al terreno de los deportes, no tardan en hacerse escuchar comentarios estigmatizados que las tachan de lesbianas.
¿Ganando espacios?
Eso de que las mujeres hayan comenzado a ganar espacios otrora demarcados y conformados por la masculinidad merece una reflexión. Nadie pone en duda que las mujeres nos sintamos atraídas por espacios que nunca hemos tenido y en los que siempre hemos sido espectadoras. Pero el hecho de que algunas mujeres se pongan a patear al balón y otras a gritar GOL no es ningún avance feminista: en el fondo sólo sirve a los hombres para confirmar el discurso moderno de la igualdad.
Estos “terrenos ganados” no hacen más que legitimar la cultura masculina al someter a las mujeres todavía más a su cultura. Y a fin de cuentas el peligro de todo esto radica en imitar esa cultura masculina y sus valores como campo de entrenamiento del dominio, pues no olvidemos que el futbol, y los deportes en general, nacieron y se perpetuaron a través del entrenamiento simbólico de la guerra: someter al otro, derrotarlo.
Estamos todavía lejos de ver en la sociedad contemporánea, en cualquier lugar del mundo (incluidos los países más “desarrollados”), un modelo de igualdad genérica. Aún no desaparecen las mujeres dominadas, subyugadas y maltratadas por hombres. En algunos países, los índices de violencia de género le pueden poner a cualquiera los pelos de punta. A pesar de la feminización de las carreras y del empleo, el poder económico y político sigue siendo monopolio masculino. Por ello, el salir a los estadios en realidad no dice mucho sobre una similitud de los sexos y, en todo caso, lo único que dice es que nos hemos sometido más al imitar la cultura del dominador.
Y aunque así fuese, que el futbol femenino fuera una especie de puerta para que las mujeres se emancipen, los espacios que las mujeres debemos ganar son otros. La mujer del siglo XXI debería ser más como esa Tercera Mujer de la que habla Lipovetsky: aquella que reivindica tener estudios y trabajo pero que al mismo tiempo no rechaza las diferencias existentes entre ambos sexos. Y es que la Tercera Mujer rechaza el modelo de vida masculino, el dejarse absorber por el trabajo y la atrofia sentimental y comunicativa. Esta mujer ha dejado de envidiar el lugar de los hombres y ya no está dominada por “el deseo inconsciente de poseer el falo”. Finalmente, las mujeres deberíamos de reconocer una positividad en la diferencia hombre-mujer y deberíamos ver en la persistencia de lo femenino un enriquecimiento de nosotras mismas y no un aplastamiento ni un obstáculo a nuestra voluntad de autonomía. ®