El gran fracaso por la legitimidad

La batalla perdida de Calderón y el Ejército

¿Por qué un ejército de 262 mil efectivos no ha podido ganar la batalla contra los narcotraficantes? ¿Por la ausencia de una estrategia inteligente, acaso por la corrupción o el alto porcentaje de deserciones?

La legitimidad por la guerra y la guerra por la legitimidad

El Hijo del Santo, Felipe Calderón, Tatiana y Margarita Zavala

La idea era y es buena. Dicho de otra forma, la estrategia es plausible y factible: jugarse la apuesta por la legitimidad con la institución con más credibilidad y aprecio en el país, el ejército, supuesto reducto incorrupto; darle una misión, la de una guerra que pueda ganar y elevar su autoestima (un ejército sin guerra o sin enemigo latente es básicamente un medio de disuasión de la sublevación popular contra las autoridades), y una causa que sea popular, la seguridad pública. A partir de ello, convocar a la unidad nacional ante un hecho superior al de una disputa electoral; no se trata ya de quién es o no es el presidente, sino de salvar a la patria del riesgo de ser mancillada, aunque sea por enemigos domésticos no tan extraños. Es plausible y factible la estrategia de la militarización por el número de efectivos militares (262 mil), por su preparación, por su equipamiento, por su financiamiento (60 mil millones de pesos), es decir, por la suma y el volumen de recursos de que dispone para hacer frente a varios grupos con menos recursos enfrentados entre sí. (Pero… ¿puede un león derrotar a unos chacales que se muerden entre sí y depredan a los cachorros de la manada? Pues depende del león.)

Si la apuesta por la legitimidad estuvo en (ganar) la guerra, el costo de la legitimidad también está en ella (perder). Por eso los opositores al presidente y su partido, los derrotados en las urnas y en los tribunales electorales en 2006, le achacan todos los muertos contados y los calculados por ellos como posibles, a Felipe Calderón: 50 mil, 100 mil, los que sean y todos los que digan. Su revancha es ésa, hacerlo un criminal de guerra. El punto es que si no tuvo legitimidad por la vía electoral, tampoco la tenga por su gobierno, a diferencia de Carlos Salinas de Gortari, que se legitimó en los hechos de su administración, en el ejercicio del poder. Para consolidar su legitimidad, el gobierno, encabezado por su ejército, debió habernos garantizado la seguridad pública en los primeros dos años de gobierno: haber abatido las ejecuciones, recuperado el territorio controlado y en disputa por organizaciones criminales, asegurado carreteras, puertos, trenes y reclusorios, reducido significativamente los secuestros, las extorsiones y la trata de personas. La señal de la victoria no puede estar en el número de bajas causadas al enemigo, es decir, en el número de criminales abatidos o capturados y entregados a la justicia, sino en el control territorial de manera permanente. La señal de la victoria sólo puede estar también en el tiempo, en el corto plazo, y no la hay: ganar la guerra en diez años o más es perderla, es una derrota nacional. No hay guerras que cuenten con popularidad a largo plazo (en lo cual radica una de las fortalezas de las guerrillas) y menos si no se ven avances importantes (si hoy hay más inseguridad que hace cinco años, es señal de fracaso).

Pero la victoria no va a llegar pronto, es decir, el fracaso es a largo plazo. No han podido ni con los que están reclusos, que siguen delinquiendo desde las cárceles. (Por cierto, las propuestas del precandidato Santiago Creel me parecen de lo más atinadas en cuanto a seguridad pública.) Felipe Calderón es un presidente cuestionado en su legitimidad electoral y ahora deslegitimado en el ejercicio de su gobierno por sus malos resultados. Si dejó de ser el presidente del empleo para ser el presidente de la guerra contra el narco, el ejército le quedó mal. No pudo ganar y así ha perdido su legitimidad. Lo dicho anteriormente, la estrategia no está equivocada; la ejecución ha fallado.

Estados Unidos ha dado un buen ejemplo de una política doméstica y resultados electorales exitosos con base en la guerra. Las (inexistentes) armas de destrucción masiva en Irak, la amenaza mundial del terrorismo contra objetivos estadounidenses y aliados, la persecución de terroristas en numerosos y lejanos países… Para ganar una elección hay que prometer acabar una guerra (traer a los muchachos de regreso a casa) y para ganar una elección hay que crear otra guerra y convocar en masa a su apoyo (soportamos a nuestras tropas). El problema con México es que el enemigo ha estado en casa (Vietnam es Michoacán; Irak, Tamaulipas, y Afganistán, Chihuahua), se entremezcla con inocentes y la legitimidad se desgasta hasta el punto de la ingobernabilidad ante la notoria evidencia de que no hay victoria del Ejército y las consecuencias las paga el pueblo. Si perder fuera del territorio es grave, hacerlo en casa es una tragedia nacional. Esta guerra la ha perdido el ejército. Y su comandante supremo no supo o no pudo poner todos los recursos de su gobierno para respaldar su tarea, como en las áreas financieras y de inteligencia (las guerras se ganan con dinero, en buena medida, y con inteligencia, en mayor medida). No puede ni poner orden en los reclusorios. Pobre ejército, que tuvo tan poco comandante y que tiene por delfín a un inútil en esta guerra, incapaz de haberle quitado un solo peso a los carteles.

La gran autoerotización nacional militar

La idea era y es buena. Dicho de otra forma, la estrategia es plausible y factible: jugarse la apuesta por la legitimidad con la institución con más credibilidad y aprecio en el país, el ejército, supuesto reducto incorrupto; darle una misión, la de una guerra que pueda ganar y elevar su autoestima (un ejército sin guerra o sin enemigo latente es básicamente un medio de disuasión de la sublevación popular contra las autoridades), y una causa que sea popular, la seguridad pública.

Los nombres de las calles, poblados, innumerable infraestructura pública y las cotidianas ceremonias cívicas escolares y gubernamentales son un extenso recuento de militares proclamados héroes e íconos de la nacionalidad ligados a gestas guerreras. Un hilo dorado bordado por la historia oficial ata a todos ellos al ejército: generales, cadetes y patriotas voluntarios forman el mosaico de los discursos conmemorativos (absurdamente si consideramos que muchos de ellos fueron guerrilleros y traidores al ejército al que debían lealtad). La mayoría de esos héroes han sido grandes perdedores, derrotados o traicionados por sus compañeros de armas. México no ha tenido un Washington ni un MacArthur (tal vez sí a algún Lincoln): Hidalgo, Allende y Aldama, decapitados; Guerrero, fusilado; los “Niños Héroes”, muertos en combate en una batalla perdida (sin haber evitado que el enemigo tomara la bandera nacional); Madero, asesinado por militares; Villa, emboscado, asesinado y decapitado; Zapata, acribillado en una emboscada; Carranza, asesinado por militares; Obregón, asesinado, etcétera.

Ese mismo hilo ha bordado las derrotas como supuestas victorias: cuatro acciones militares heroicas de Veracruz son en realidad tres fracasos (marcador: México 1-3 extranjeros); celebrar la victoria de una batalla el 5 de mayo es ignorar la derrota de una guerra, como festejar para siempre un gol en el primer tiempo luego de que el marcador final fue de uno a cinco en contra, como si los japoneses festejaran Pearl Harbor luego de las bombas atómicas; país que tiene por héroes a pilotos sin una sola victoria, que tripularon aviones con emblemas de Estados Unidos con un par de misiones de combate fallidas y rinde honor a los que murieron a causa de su torpeza; un ejército que fue segregado como sector corporativo del partido, traumatizado por el 68 y atado de manos en el 94 contra quienes le declararon la guerra, para mayor sorna de un encapuchado y sus fans extranjeros en turismo revolucionario por el suelo patrio.

El ejército es amigo y enemigo

Felipe Calderón

La actual guerra contra el crimen organizado se enlaza también a la historia patria en boca del presidente, pero el problema de Calderón es que sus generales le fallaron y ahora no puede reclamarles (véase y véase). Se la jugó con ellos y con ellos perdió, pero públicamente sólo puede elogiarlos. Triste país si su ejército no puede hacer una operación militar en la sierra de Durango donde, supuestamente, está el Chapo Guzmán, o para detener al desertor Lazcano. El ejército parece que no asume un hecho fundamental: estamos en guerra. Asumirlo quiere decir con todas sus consecuencias. Así como sólo se saca el cuete para tronarlo, el que saca el ejército de los cuarteles debe hacerlo para llevarlos a una guerra en serio. Esto debe ser de manera proactiva, más que preventiva, y disuasiva, más que persecutoria. Así como la policía federal ha tenido más de cuatro años para reestructurarse y crear una fuerza de efectivos altamente capacitados, también el ejército hubiera podido adiestrar fuerzas especiales para operaciones urbanas y de inteligencia, pero parece que no las hay.

Si vamos a los resultados, las fuerzas armadas mexicanas son ineficientes, es decir, para ser eficaces necesitan muchos recursos y altos costos. Entre Ejército y Marina emplearon a más de cuatrocientos elementos para matar a cinco criminales en el departamento de Arturo Beltrán Leyva en Cuernavaca y abatir a otros veinte que fueron en su apoyo. El resultado en contra fue de tres bajas de marinos, uno muerto y dos heridos, luego de cuatro horas de balacera a un condominio, el terror en toda la ciudad, el allanamiento de los domicilios de los vecinos, su cateo y su desalojo, el asesinato de la familia del marino caído a causa de la imprudencia del jefe supremo de las fuerzas armadas al querer fabricar a un héroe con nombre y apellido, así como una fotografía infame que degradó la acción de los castrenses como para dar gusto al Chapo Guzmán, al mostrar humillado el cadáver de su enemigo. Una victoria pírrica: ganada en combate y perdida en la comunicación social. Caso similar fue en Tampico, con ocho horas de balaceras por toda la ciudad para matar a Tony Tormenta.

La inteligencia de las fuerzas armadas es, al parecer, limitada, y las decisiones a partir de ella son, a veces, lejos de ser las mejores posibles y ejecutadas a partir de cantidad más que de calidad de efectivos. Compárense los casos con la ejecución de Osama Bin Laden en Pakistán, cuando un comando incursionó en la casa donde se encontraba, mató a todos sin bajas propias y trajo consigo el cadáver del enemigo sin una sola fotografía y sin proclamaciones de heroicidad de los participantes en la operación. Sin artilugios tecnológicos, véase otro ejemplo, en Perú detuvieron a la comandancia de Sendero Luminoso sin un solo disparo. En México los carteles operan con radio y teléfonos comunes y corrientes, pero no hay un anticipo a sus acciones; las fuerzas federales actúan por reacción y por prevención aleatoria (retenes).

Puede ser que el problema principal no es ni su ineficiencia ni su falta de inteligencia, sino la corrupción. Entiéndase como corrupción no la venta de su trabajo a favor del enemigo, sino que se trata de una institución con un diez por ciento de deserción de sus efectivos al año. En una década el ejército completito se largó a otro lado. Para un desertor hay principalmente dos opciones: irse a trabajar a Estados Unidos o dedicarse a la delincuencia. Según fuentes militares, uno de cada tres elementos de los que integran las organizaciones criminales es uno de sus desertores. Si hay 500 mil individuos que trabajan directa o indirectamente con organizaciones criminales, entre Ejército y Marina podrían haber sido fuente de reclutamiento de 150 mil de ellos. Uno de cada diez de ésos que marcharon el 16 de septiembre va a desertar antes del próximo desfile y uno de treinta se va a dedicar, probablemente, a entrenar sicarios. Triste país. (Véase y véase)

Creo que el presidente no se atreve a emprender una reforma institucional en las fuerzas armadas que nos garantice que así como hay deserciones entre sus efectivos no haya también, junto con ellos o de otra forma, traspaso de recursos materiales y logísticos a las organizaciones criminales. Me parece que no hay un programa de prevención y seguimiento a deserciones o su persecución. ¿Si en los últimos diez años cincuenta mil elementos hubieran desertado llevándose las armas a su cargo? ¿Cómo podemos diferenciar armas de las que supuestamente ingresan por las fronteras provenientes de Estados Unidos o de otros países de aquéllas que poseen los militares mexicanos, si muchas de ellas son idénticas, cuando se presentan junto con los detenidos o bienes incautados tras los operativos contra miembros de los cárteles? ¿Cómo sabemos que las granadas que utilizan los criminales no provienen también de almacenes militares, así como los equipos de radio que utilizan para coordinar sus actividades? Así como están las cosas, el ejército forma parte del problema de seguridad nacional tanto como es su garante.

¿Quedan otros espacios para la legitimidad?

¿Cómo sabemos que las granadas que utilizan los criminales no provienen también de almacenes militares, así como los equipos de radio que utilizan para coordinar sus actividades? Así como están las cosas, el ejército forma parte del problema de seguridad nacional tanto como es su garante.

Acciones apreciadas para la legitimidad habrían sido las hechas en cuanto a combate a la corrupción, pero no hay alguna memorable al respecto. El principal logro proclamable está en cuanto a salud, los afiliados al Seguro Popular, pero el problema es que ha sido a costa del deterioro de la calidad del servicio (aumento del volumen de atención sin la misma proporción en el incremento de recursos para proporcionarla). El principal hecho que valdría la pena destacar, como fuente de legitimidad, es la reforma constitucional en materia de derechos humanos, que aun siendo un trabajo multipartidario, bien podría haberse montado el presidente en él para haber construido su discurso como el presidente de los derechos humanos, pero fracasó en su comunicación social dejando pasar esa gran oportunidad (a diferencia de Ebrard, por ejemplo, que se atribuye reformas legales progresistas como logros propios).

En su libro El hijo desobediente, Felipe Calderón dice: “Mi propósito será construir la unidad nacional sobre la legitimidad democrática y lograr acuerdos sobre cómo establecer un Estado de derecho vigente para los mexicanos y claro para el mundo, cómo recuperar la seguridad pública, cómo hacer que nuestra sociedad iguale oportunidades […] Sé que debo elegir mis batallas y mis prioridades, y estoy preparado para ello […] Imaginemos ahora el 2012.” Ya no sigo ni hago el recuento de sus promesas incumplidas (“Mi política fiscal será bajar impuestos”).

Ni siquiera hay algo destacable en cuanto a legitimidad por formar un gabinete con personas que gocen de reconocida buena reputación, por inclusión de numerosas mujeres, por algún símbolo en ellos. Nada. La legitimidad que mantiene proviene de otras dimensiones de la gobernabilidad: por la estabilidad económica y por una modesta estabilidad. El problema mayor del PAN para la próxima elección no es tanto la falta de un buen candidato (competitivo) como la precaria legitimidad del presidente. ®

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Publicado en: Letras libertinas, Septiembre 2011

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