El mundo progresa

El mito del votante racional

La democracia presupone que nacimos para discutir y opinar en los altos asuntos del gobierno. Pero ¿y qué tal si tenemos creencias que están mal con respecto a temas de relevancia política y económica?

Corría el año de 1767 cuando el rey de España, Carlos III, decretó la expulsión de los jesuitas de todos sus territorios, incluida la Nueva España, la cual estaba entonces gobernada por el virrey Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix. El marqués publicó una proclama en la cual advertía a los vasallos que deberían de aceptar las leyes del rey “Pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.

La democracia presupone precisamente lo contrario: que nacimos para discutir y opinar en los altos asuntos del gobierno. Pero ¿y qué tal si tenemos creencias que están mal con respecto a temas de relevancia política y económica? Esto es lo que preocupó a Bryan Caplan, un economista estadounidense que escribió un libro llamado El mito del votante racional, que es el que me permito resumir aquí.

En ese libro divide en cuatro categorías los errores de los electores de su país.

—Los prejuicios contra el mercado, los cuales tienen su raíz en pensar que los asuntos de comercio y beneficio son juegos de suma cero en los que el beneficio de una persona es la pérdida de otra. No han aprendido que el libre intercambio es una situación en la que ganan ambas partes y que en un mercado libre los beneficios llegan con la innovación en la reducción de costos.

—Los prejuicios contra los extranjeros, vestigio quizá del hombre primitivo, consistente en desconfiar “de ellos”, incluso cuando nuestra prosperidad se incrementa en función de lo global que es la división del trabajo. Los extranjeros no quieren invadirnos, quieren vendernos cosas útiles.

—Los prejuicios a favor del trabajo son la creencia de que lo que nos hace ricos son los empleos, en lugar de los bienes, y que por lo tanto cualquier cosa que elimine puestos de trabajo es mala. Si eso fuera realmente cierto podríamos prosperar ilegalizando todos los inventos creados después de 1920. ¡Piense en todos los puestos de trabajo que crearía!

—Finalmente, los prejuicios pesimistas son la opinión de que cualquier problema económico es prueba de un declive más general. ¡Hay muchas personas que realmente se creen que somos más pobres de lo que lo eran nuestros abuelos!

Permítanme explicar un poco más a detalle dos de estos sesgos que creo nos quedan más a los mexicanos: el del trabajo y el del pesimismo.

Sesgo a favor de la creación de empleos

Se cree que generar empleos es la esencia del crecimiento económico, cuando podría plantearse las cosas completamente al revés: la destrucción de empleos como la esencia del crecimiento. La idea es que es la productividad y no el empleo lo que hace crecer a los países.

Si se les pregunta directamente a las personas si es mejor poca productividad contra mucha productividad, pocas personas estarían a favor de la primera opción. Pero si se les pregunta sobre la creación de empleos las cosas cambian. El problema es que sólo generar trabajo es malo porque no aumenta la cantidad de bienes que se producen. Así, si tenemos mucha gente produciendo lo que poca gente podría producir no se crea riqueza sino pobreza.

El problema es que, como individuos, para prosperar sólo se necesita tener un trabajo. Pero, como sociedad, para que haya prosperidad se requiere de los individuos generen su trabajo, creando bienes y servicios que otros necesitan.

El ejemplo clásico es la Revolución industrial. Cuando aparecieron máquinas que podían hacer el trabajo de muchos empleados éstos comenzaron a destruirlas por temor a perder su trabajo. Pero a la larga las máquinas aumentaron la productividad y se generó más riqueza y más trabajos.

El problema es que, como individuos, para prosperar sólo se necesita tener un trabajo. Pero, como sociedad, para que haya prosperidad se requiere de los individuos generen su trabajo, creando bienes y servicios que otros necesitan.

Para progresar lo que se requiere es incrementar la proporción en que un esfuerzo da un resultado. Frédéric Bastiat, un economista francés, decía un poco en broma que el arquetipo de esta forma de trabajo es Dios: Él sin esfuerzo alguno puede lograr resultados infinitos.

Veamos un ejemplo, en 1800, 95 de cada cien estadounidenses eran necesarios para alimentar a todo el país; para 1900 esa proporción se redujo a 40%, y en la actualidad se necesita solamente 3%.

Esta idea es dura, razón por la cual es impopular. Es cierto que los momentos de transición son difíciles pero requieren adaptación por parte de las personas. Recuerdo una anécdota que me contó mi hermano que trabajó en un banco cuando éstos comenzaron a fusionarse entre ellos. Uno de los empleados más viejos no pudo adaptarse a usar computadora y decidió renunciar antes que aprender a usarla.

Claro que no todos están de acuerdo con esta visión. La Organización Internacional del Trabajo propone todo lo contrario: que la generación de empleos ocupe un lugar importante en las políticas económicas y sociales de los países. Esta organización creó un documento llamado Programa Global de Empleo, en donde expone su visión.

Prejuicios pesimistas

En general, todas las personas tienden a pensar que las condiciones económicas no son tan buenas como en realidad son. Siempre se dice que las cosas van de mal a peor. Es una tendencia a sobreestimar la severidad de los problemas económicos.

Caplan hace la siguiente analogía. Supóngase que se lleva a un médico pesimista un paciente que tiene 102 grados de temperatura (Fahrenheit). El galeno puede decir que tiene una “fiebre peligrosa” pero también exagerar y decirle al paciente que sólo le quedan dos semanas de vida.

El pesimismo sobre la economía tiene la misma estructura. Se puede ser pesimista sobre los síntomas de problemas en la economía o sobre toda la economía. Su sugerencia es que deberíamos de tomar distancia y ver el progreso utilizando periodos lo suficientemente grandes.

Me voy a permitir dar sólo unos datos del libro Optimismo racional, de Matt Ridley. Desde 1800 la población mundial se ha multiplicado por seis y, sin embargo, la esperanza de vida es más del doble y el ingreso real se ha incrementado más de nueve veces. Tomando una perspectiva más corta, en 2005, comparado con 1955, el ser humano promedio en todo el planeta ganaba casi tres veces más dinero (corregido por la inflación), comía un tercio más de calorías de comida, enterraba un tercio menos de hijos y podía esperar vivir un tercio más de vida.

Como muestra de que las cosas no van tan mal y que, de hecho, van a ir mejor, presento una de las gráficas del libro en la que se observan las previsiones para el Producto Interno Bruto o PIB, el PIB per cápita y la población mundial para los siguientes cien años. Como se puede observar, las cosas pintan bien. ®

Bibliografía
Caplan, Ryan, The Myth of Rational Voter. Why Democracies Choose Bad Policies, Princenton University Press, 2006.

Ridley, Matt, El optimista racional. ¿Tiene límites la capacidad de progreso de la raza humana?, Taurus, 2010.

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Publicado en: Ciencia y tecnología, Junio 2012

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