El odio

López Obrador, los 132 y los anarquistas

La tirada del Peje ya no es la presidencia de la república. Por eso el abandono del cosmético discurso amoroso. Lo suyo será acaudillar a un segmento muy minoritario de la izquierda pero muy decidido y violento —y si la sangre llega al río culpar a los infiltrados y a las fuerzas represivas de la mafia.

Apenas el miércoles previo a la protesta del presidente, en una comida, un famoso y muy conspicuo intelectual y promotor cultural mexicano dijo que había llegado a la penosa conclusión de que el diario La Jornada y Andrés Manuel López Obrador introdujeron el odio en la vida política mexicana contemporánea. Odio que no se veía en ese segmento de la vida nacional desde los tiempos de la Reforma. Que en la Revolución mexicana no hubo odio y que durante los regímenes del partido tricolor tampoco lo hubo, por lo menos en el discurso. Que, incluso, durante el 68, no existió el odio como fundamento de las acciones de las facciones contrapuestas.

De entrada acogí su afirmación con cierto escepticismo. Cómo olvidar los enconos de la Guerra Cristera y a protagonistas tan tristemente célebres como Tomás Garrido Canabal —también tabasqueño, por cierto. O la desalmada guerra sucia de los setenta entre asesinos con placa y guerrilleros. Pero, reflexionando, hube de darle la razón porque en lo fundamental —con escasas pero violentas excepciones— el odio no fue parte estructural del discurso político mexicano durante la mayor parte del siglo XX, considerando aparte que en lo tajante de su afirmación influyeran los continuos y sostenidos ataques que nuestro personaje ha tenido que sobrellevar tanto del diario de marras como de los seguidores del apóstol tropical.

Apenas cuatro días después sus palabras tomaron otra dimensión a la luz de los disturbios en la protesta de Enrique Peña Nieto como presidente ante el Congreso.

Ni siquiera en la misma circunstancia de hace seis años con Felipe Calderón se vio tal nivel de violencia desenfrenada.

Se vio también que las prevenciones tan criticadas de la policía federal con el cerco al Palacio legislativo de San Lázaro estaban perfectamente justificadas.

El movimiento #YoSoy132 cumplió su amenaza resumida en la frase “Si hay imposición habrá revolución”, o por lo menos revuelta.

Los #132 y sus adláteres del SME, Atencos, LaOtraCampaña y los anarquistas le cambiaron totalmente el significado a las tan cacareadas manifestaciones pacíficas.

Entonces comprendí y aquilaté en toda su magnitud las manifestaciones de odio de las que se había lamentado nuestro contertulio cuatro días antes.

La coyuntural y delgadísima envoltura de la república amorosa apenas duró los escasos meses de la campaña, y quedaron desnudos, en toda su descarnada realidad, la violencia y el odio que acompañan al discurso pejista.

El oxímoron como recurso político ha sido continuamente utilizado por AMLO y sus aliados. Así el Peje creó el odio amoroso y pacífico contra la mafia. Y así, también y a su vez, los #132 cultivaron su odio apartidista contra un partido, su odio apolítico contra un político.

AMLO tiene años predicando el odio contra sus adversarios, a los que no baja de mafiosos, ladrones, peleles y espurios. A los que no les concede el menor beneficio de la duda. Y desde su apostólica atalaya de presunta superioridad moral conmina a sus seguidores a la lucha por su desaparición como el enemigo que son. Porque no son contendientes políticos, con el mismo fin del bien común pero con alternativas diferentes de solución. No. Son la mafia que se robó al país y deben ser aniquilados. Pero pacíficamente, ¿eh? Trae la paradójica muletilla del pacifismo que muy mal empata con su discurso de odio al enemigo.

El movimiento #YoSoy132 fue un poderoso aliado que le dio a la campaña pejista un fuerte impulso que la llevó a revertir las tendencias de intención de voto de los candidatos a la presidencia.

El oxímoron como recurso político ha sido continuamente utilizado por AMLO y sus aliados. Así el Peje creó el odio amoroso y pacífico contra la mafia. Y así, también y a su vez, los #132 cultivaron su odio apartidista contra un partido, su odio apolítico contra un político.

El odio, esa vieja palabra que nos retrotrae a nuestros impulsos más primitivos y más elementales. Nivel del que la política debería estar muy lejos. Precisamente por eso también la política debe ser la guerra por otros medios. Es el manejo civilizado de las contiendas por el poder.

Primero azuzaron durante largos meses el odio contra Peña Nieto. Convocaron a protestas un día sí y otro también hasta que los días se hicieron meses, seis largos meses. Acusaron sin probar esgrimiendo chivos, pollos, comales, mandiles, tarjetas, recortes de periódico y hasta la grabación de La guerra de los mundos de Orson Welles. Lo importante no era probar nada sino hacer escándalo y convencer a los convencidos. Enardecer a los enardecidos.

Y ese sábado 1 de diciembre pasó lo que pasó. Los daños se van a arreglar. Lo que no veo por dónde se arregle es el odio que el Peje y sus huestes alimentan y expulsan. Como en toda profecía autocumplida denuestan la represión pero auspiciándola y buscando desesperadamente la víctima propiciatoria que le eche más combustible al fuego de su odio. Nada les vendría mejor. Histérica e histriónicamente Monreal se desgañitó en cadena nacional con la vil mentira de la primera y ansiada víctima del sexenio de Peña Nieto.

(Y, por cierto, deberían contratar a la policía del Distrito Federal como headhunters: ahora resulta que al azar detuvieron a puros estudiantes de excelencia, académicos brillantes, defensores de los derechos humanos, promotores de la paz, educadores ambientales, comunicadores, filósofos y artistas. Están muy desaprovechados, cualquier departamento de recursos humanos estaría encantado de utilizar sus atinados servicios, macanas aparte…)

A mí me parece muy claro que la tirada del Peje ya no es la presidencia de la república. Por eso el abandono del cosmético discurso amoroso. Lo suyo será acaudillar a un segmento muy minoritario de la izquierda pero muy decidido y violento —y si la sangre llega al río culpar a los infiltrados y a las fuerzas represivas de la mafia. Estar a las caiditas de cualquier incidente político o cualquier inconformidad popular para treparse en la cresta de la ola y aprovecharse políticamente. Una rebeldía continua, profesional y muy bien administrada. Y así seguir viviendo del movimiento y que éste provea de financiamiento, líneas ágata en la prensa y minutos en los medios, pero sobre todo de carne de cañón para protestas físicas y virtuales en la calle y en la tierra de nadie en que se ha convertido la web y las redes sociales, donde los insultos y las amenazas campean a diestra y siniestra. Donde las exageraciones, las medias verdades y las mentiras completas surgen y se retransmiten a velocidad digital. Donde el odio crece y se desparrama con un fervor digno de mejor causa. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Diciembre 2012

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  1. René González

    ¿Reprobar un discurso de odio es polarizante? ¡El discurso de odio es el polarizante!
    Creo que es muy clara la diferencia entre el odio —esa humana debilidad— y el discurso político de odio.
    Y explícitos discursos de odio en la política mexicana son muy escasos. La revolución no los tuvo. En los posteriores regímenes el discurso político de odio fue prácticamente inexistente aparte de la guerra cristera. Igualmente en el 68.
    Existe encono en nuestro país por múltiples razones. Pero el único político que tiene un explícito discurso de odio es López Obrador. Y reprobarlo no es nutrir el encono, es denunciar el uso político de ese atizamiento del rencor social —que precisamente hace AMLO. Señalarlo es el primer paso para tratar de disminuirlo.
    Y estoy de acuerdo en que el diálogo hace mucha falta. Y me queda muy claro que la mayoría de las fuerzas políticas están dispuestas al diálogo, lo han demostrado en estos últimos 15 días. Todas, excepto la que dirige Andrés Manuel López Obrador. Él sigue empecinado en atizar el encono y el rencor y en las diatribas contra sus adversarios más que en comparar y evaluar las distintas propuestas. Cada vez es más evidente lo rudimentario del discurso de odio del Peje, cada vez más…
    Es claro que la desigualdad genera odio. Y es muy reprobable que un político quiera lucrar con esa lamentable situación atizando el odio en lugar de unir sus fuerzas con las otras fuerzas políticas para remediarla.
    Te mando un saludo.

  2. José María Cabrera

    Pues este tipo de discursos polarizantes tampoco son muy conducentes a la concordia que digamos. Y muy mentirosa y tendenciosa esa lectura de que nunca hubo odio en nuestra historia; simplemente los casos que usted mismo señala ya son botón de muestra de lo que pasa cuando el pueblo pierde la paciencia.

    Además, achacarle todo el encono que existe en nuestro país (resultante de las ineficaces, indolentes y brutales gestiones de los gobiernos priístas y panistas) a una sola persona, suena a cacería de brujas.

    Excesivos ellos y excesivos ustedes. Esto pinta muy mal, pues ni la clase política ni los analistas ni los «intelectuales» (ni, mucho menos, el pueblo) son capaces de enfriar sus cabecitas y tomar todo en su justo peso, sin caldear los ánimos y disponerse al diálogo, que es lo que hace falta.

    Muy mal por todos los que se dedican a nutrir el encono, empezando por usted, Sr. González.

    PD Si en las revoluciones no hay odio, entonces no sé que será lo que anima a las turbas hambrientas de alimento y venganza cuando se deciden a ello. Eso debería tener en cuenta la clase dirigente. Llegado ese momento no hay ni a donde mirar, todo es caos, sangre y destrucción. Genera más odio la desigualdad que cualquier discurso.

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