El pollo a las brasas

Aunque el tren estaría a unos 25 metros de distancia de mi punto de cruce y el maquinista hizo resonar la alarma, alcancé a cruzar las vías con aplomo, sin suponer nada al futuro ni recordar nada del pasado, como dicen le sucede a los moribundos.

Alto

uno.

Los sábados me gusta comprar medio pollo asado a las brasas con Ezequiel, un amigo que me lo gané cuando le conseguí un libro muy leído en los años setenta, El varón domado. Para llegar al expendio, bajo una pendiente de tierra y árboles antes de cruzar las vías del tren. Como todos los días, cada sábado el ferrocarril pasa regularmente y con cierta frecuencia, ya sea en dirección sur o norte. Este sábado escuché la advertencia del carguero antes de llegar a la pendiente de troncos secos y viejos. Aun así avancé con la seguridad de que pasaba yo primero antes que la sarta de vagones de color crema y café con el logotipo de Southwestern y miles de graffitis de cholos diseminados en los cuatro puntos cardinales de donde sea.

Aun así avancé con la seguridad de que pasaba yo primero antes que la sarta de vagones de color crema y café con el logotipo de Southwestern y miles de graffitis de cholos diseminados en los cuatro puntos cardinales de donde sea.

dos.

¿De dónde provino esa mi seguridad para suponer que le ganaría el paso al tren? Creo que aquí caben unos antecedentes. Acabo de salir del pozo en que me hundió una crisis sanitaria provocada por la gripe, que me devora una vez al año. Después de despedir el mes de diciembre con una serie de aguaceros y amenazas de nieve que o me cogieron en la calle o me vi obligado a padecerlos. No fue sino a mediados de mes cuando, gradualmente, se me oscureció la salud. El organismo comenzó con los síntomas conocidos: flujo nasal y flemas abundantes, tos a media noche y un cansancio incontrolable. El instinto de conservación me acercó a una médica general que me prescribió inyecciones, jarabes y pastillas para los efectos colaterales que traen consigo las enfermedades tercas: gastritis, hipo y sed. El día anterior a lo aquí expuesto, o sea, la intención de comprar medio pollo asado con macarrón y papas fritas, el organismo me indicó, ese mediodía soleado, que prescindiese del cuello alto, la bufanda y los guantes oscuros.

tres.

Con el paso de los años y la travesía intermitente por periodos de enfermedad o recaídas, he desarrollado la facultad de la hipnosis sobre los otros o sobre mí mismo. Me explico: he imantado voluntades a la subordinación; he desarrollado raptos de videncia. Dones que se me otorgan al recuperar la salud y poseer así un excedente de energía que, si lo deseo, la canalizo a voluntad y a conciencia. Como lo decía al principio, esta vez mi aplomo no me permitió, como en ocasiones anteriores, resbalar y caer de nalgas en la pendiente pronunciada de terrones para llegar al expendio de Ezequiel. Calzaba zapatos de goma y el coraje de no esperar impaciente el paso del animal ciego. Aunque el tren estaría a unos 25 metros de distancia de mi punto de cruce y el maquinista hizo resonar la alarma, alcancé a cruzar las vías con aplomo, sin suponer nada al futuro ni recordar nada del pasado, como dicen le sucede a los moribundos. Para cuando la serpiente de acero terminó de atravesarse en el camino, yo ya cargaba mi ración de pollo al carbón, ya había saludado a Ezequiel con el consabido choque fraterno de puños —“La emoción de la adrenalina”, me dijo. “Adrenalina mis huevos”, le respondí con el pensamiento—, mientras la fila de vehículos en una y otra dirección, eran las cuatro de la tarde, sábado, se había dilatado.

cuatro.

De regreso a casa todavía me detuve a saludar a la peluquera de mi barrio y a sus dos niños. Le conté mi “hazaña” y, claro, me reprochó la actitud temeraria de atravesarse al paso del tren. Fue hasta que subí las escaleras de los tres pisos del edificio donde vivo cuando me percaté de que traía húmeda la trusa, parte de la ingle y parte del pantalón que vestía ese día. Después de la comida a solas y antes de hacer una siesta (la opción era dormitar en casa o cabecear en la función de cine), opté por lavarme luego de despertarme. ®

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Publicado en: Marzo 2013, Narrativa

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