Atentado en Palacio es un intenso diálogo con la realidad. En ella Jerónimo Díaz relata la historia de un intento de magnicidio en plena etapa electoral contra el presidente Dámaso Pastor, un líder populista que prácticamente está dispuesto a todo por trascender y dejar su nombre en la historia, lo que da lugar a un intenso thriller político.
Desde la literatura se han abordado diversas realidades políticas, lo que constituye una tradición de la escritura, y el fenómeno populista no podía ser la excepción en las actuales condiciones de México y de otros países. Así, mediante la ficción se pueden hallar nuevos ángulos y hasta se pueden formular desde hipótesis hasta especulaciones sobre esa forma de entender y practicar la política.
Con el ánimo de entender y explicar esa perversa realidad desde la ficción, Jerónimo Díaz publicó su novela Atentado en Palacio (Cal y Arena, 2023), en la que, en un intenso diálogo con la realidad, relata la historia de un intento de magnicidio en plena etapa electoral contra el presidente Dámaso Pastor, un líder populista (muy parecido a conocido dirigente político de la actualidad) que prácticamente está dispuesto a todo por trascender y dejar su nombre en la historia, lo que da lugar a un intenso thriller político, una historia en la que un par de periodistas amenazan con acercarse muy peligrosamente a la verdad.
“Dámaso, siempre he visto en ti la templanza de los grandes líderes, esos que cambian historias. De joven no empequeñecías ante el poderoso y no abusabas del indefenso. Había un halo de justicia a tu alrededor. Esas dos virtudes me llevaron a apoyar tu sendero político desde su fase embrionaria hasta la cumbre”, escribe en una carta un hombre muy cercano al presidente Pastor, al que cuestiona con evocación vargasllosana: “Dámaso, ¿cuándo perdimos el rumbo?”
En un diálogo en el que se entreveran la ficción y la realidad, sobre esa novela charlamos con Díaz (Morelia, 1974), quien es maestro en Ciencia Política por la Universidad de Chicago. Ha trabajado en la Procuraduría General de la República y en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y ha obtenido los premios nacionales de Ensayo Francisco I. Madero, del Instituto Federal Electoral, en 1998, y de Ensayo Político e Investigación del Instituto Electoral del Estado de México, en 2001.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy una novela como la tuya, sobre un intento de magnicidio, justamente en esta etapa electoral y con muchísimas referencias de la realidad?
JD: Lo que me llevó a escribir la novela en un principio fue la observación de una polarización social y política que prevalece en el país, y que me parecía tenía dos posiciones encontradas con imposibilidad de establecer un diálogo.
Observaba a un sector de la comentocracia a favor del gobierno y del régimen, dedicados a justificar la acción gubernamental, por lo que, desde ese punto de vista, son más ideólogos que intelectuales, y a un sector de la opinión pública que está dedicado también a criticar todo lo que sale del gobierno, casi de manera irreflexiva.
Entonces yo veía una realidad de polarización sin posibilidad de diálogo, lo que me llevó a entender —soy politólogo— que quizá la ruta de un ensayo, que es un género literario con el que estaba más familiarizado, no era una alternativa confiable, creíble, para persuadir, para posicionar una visión particular sobre la realidad y que pudiera superar ese sesgo, que es como una loza ideológica que está en las espaldas de todos los analistas y de casi ya toda la población.
Me pareció que con el género de la novela, que recurre a la ficción y la alterna con la realidad, que explora lo que ocurre, lo que podíamos imaginar era una ruta mucho más convincente para dar un punto de vista para entender, por mi parte, la realidad, y después poderla explicar.
Con el género de la novela, que recurre a la ficción y la alterna con la realidad, que explora lo que ocurre, lo que podíamos imaginar era una ruta mucho más convincente para dar un punto de vista para entender, por mi parte, la realidad, y después poderla explicar.
En ese sentido, yo veo a la literatura como una herramienta que nos ayuda a construir un mundo muy pequeño para explicar otro que es más grande y mucho más complejo.
AR: Tú vienes del estudio de la Ciencia Política, de Relaciones Internacionales. ¿Por qué darle este trato literario a la realidad? ¿Qué posibilidades te dio la literatura para entender la realidad y explicarla?
JD: La literatura, en específico el género de la novela con el que abordo el problema de un intento de magnicidio, mezcla realidad y ficción. En eso recurriría a unas palabras que me gustan mucho de Mario Vargas Llosa: “La literatura cuenta una verdad a través de la mentira”.
En Atentado en Palacio intenté contar muchas verdades a través de muchas mentiras. ¿Cuáles son los límites de la literatura para entender y explicar la realidad? Pues quizá que el lector tiene que hacer su propia interpretación de una obra literaria, familiarizarse con lo que el autor está tratando de transmitir y crear su propia interpretación a partir de lo que lee en esas páginas.
Sobre los límites de la literatura para entender la realidad digo que son los límites de cada lector para interpretarse a sí mismo lo que ve a partir de la novela que está en sus manos.
AR: En el libro llaman la atención los orígenes, la infancia y la adolescencia de dos de los personajes, el presidente Dámaso Pastor y el fiscal Fausto Huerta, que cargan fuertes traumas desde la familia, la escuela, la religión. En ese sentido, ¿esas etapas de la vida marcan a los líderes populistas?
JD: Estamos acostumbrados a escuchar que “infancia es destino”. Yo digo, con menos cliché y sin querer abusar de las citas, que hay una que tiene un lugar preponderante en la trama de la novela, que es de Javier Cercas: “El pasado no pasa nunca”. ¿Qué tanto marca la infancia a los personajes a lo largo de su vida y para el desenlace? Marca sus vidas en función de que el pasado no pasa, de que hay algo que arrastramos, y tal vez en eso todos los seres humanos podemos identificarnos. Hay asuntos en nuestras vidas, en nuestras infancias y en nuestro pasado que determinan o moldean lo que somos.
Eso está presente en la historia, en la vida de uno de sus personajes principales: el presidente Dámaso Pastor, en el que recurro a su historia biográfica. Está también, a través de la ficción, en la vida de unos de los protagonistas, el fiscal Fausto Huerta, con una infancia muy emproblemada, traumática, difícil, que explica, en buena medida, la personalidad de ese actor.
Otra vez la ficción y la realidad, las mentiras mezclándose con la verdad para interpretar el acontecer. Regresemos a Vargas Llosa, quien decía que la literatura cuenta una verdad a través de la mentira, y quien tiene un ensayo en el que explica que las mentiras necesitan de la verdad para convencer; yo quiero agregar que las verdades necesitan de la mentira para emocionar. Eso lo quiero transmitir a través de esta novela.
AR: En lo individual estos dos personajes, Pastor y Huerta, son su memoria; pero pareciera que este país también es sus atavismos. A los que nos tocó vivir el viejo régimen, ahora nos parece que hay renacimientos y, a los que no, tal vez les parezca un déjà vu con esta apelación a la historia, al pasado, una vuelta a lo de antaño. ¿Cómo ves esto en la novela? Por una parte, los personajes están marcados por su memoria, y el país por su propia historia.
JD: Hay una realidad en el México actual que parece remitirnos a los años setenta; algunos han hecho algunas comparaciones incluso con épocas anteriores y hasta con la época de Plutarco Elías Calles se le ha llegado a comparar en algunos medios, quizá exageradamente, por el hecho de que se reproduce una forma de gobernar ya vista anteriormente.
Creo que es la experiencia propia de un presidente que llega al poder a sus casi setenta años, que lo que vivió y conoció es aquel México en el que se desenvolvió, y que ejerce el poder como no se había visto, tal vez, desde los años ochenta.
En la novela también hago un repaso de los episodios importantes que he considerado en estos últimos setenta o cien años en México, como el 68 y otros momentos históricos, para poder transmitirle al lector algo de información que puede explicar o ayudar a entender cómo ha sido la evolución del país.
AR: Otro asunto es el desarrollo de Pastor: por ejemplo, la toma de pozos petroleros, en lo que hay una ilegalidad abierta. Allí dices que comienza a someter al Estado, se convierte en intocable, y haces un recuento de ciertas ilegalidades muy presentes; pero ese líder sí denuncia las de otros. ¿Cómo pesa ello en nuestra historia, especialmente la reciente?
JD: La ilegalidad es parte de la historia del México independiente, al menos. El presidente actual juega mucho en el discurso con ser alguien que combate la ilegalidad, que está por acabar con la corrupción y con todos los vicios del pasado, con las prácticas del viejo régimen y de la anterior forma de hacer política, e incluso juega con la sensación de los intocables como una camarilla de empoderados, oligarcas que gobernaron México durante tanto tiempo, sin reconocer que, en México, si alguien es intocable es el presidente.
Por eso recurro a ese episodio histórico de los años noventa con la toma de cincuenta pozos petroleros, que fue una crisis social en Tabasco, que se realizó por el líder pero que acabó en nada en términos jurídicos. Hubo acusaciones e investigación, el Ministerio Público desahogó diversas diligencias y hubo un expediente que fue cerrado por arte de magia, por un carpetazo desde Los Pinos.
Desde entonces eso hace intocable al personaje, esa sensación que a mí me permite interpretar que después lo llevaría a hacer un plantón en la Ciudad de México sin temor a sufrir represalias, y hasta a una intentona de impedir la toma de posesión del presidente electo en el Congreso de la Unión. En 2006, entre la comentocracia había un miedo a qué iba a pasar ese día porque había la amenaza de que no pudiera llevarse a cabo, e incluso se llegó a considerar si se podía desarrollar la ceremonia en sedes alternas, qué decía la Constitución al respecto, etcétera.
En ese entonces candidato intocable: puede hacer muchas ilegalidades y no sufrir las consecuencias de sus actos. Eso lo planteo, pero, otra vez, si lo hago a manera de ensayo y recurro al análisis político, creo que no podría llegar a persuadir a los lectores, o lo haría dentro de la cancha de ese juego sesgado donde ya no hay diálogo.
Toda esa información nos habla del en ese entonces candidato intocable: puede hacer muchas ilegalidades y no sufrir las consecuencias de sus actos. Eso lo planteo, pero, otra vez, si lo hago a manera de ensayo y recurro al análisis político, creo que no podría llegar a persuadir a los lectores, o lo haría dentro de la cancha de ese juego sesgado donde ya no hay diálogo. La novela permite, por su ficción, entrar en esos terrenos sin caer en el sesgo porque tiene su propia trama y su propia historia.
AR: En la novela aparece un par de periodistas, los hermanos Fonzi, quienes son muy arrojados y quedan cerca de conocer la verdad completa. ¿Cómo es el mundo de la prensa en la novela?
JD: La prensa y los medios de comunicación viven una realidad muy difícil, que no habían tenido, desde hace cinco años. Desde Palacio Nacional (también hay alusiones en el libro) hay una política de mordaza contra la prensa adversa, y esa política la sufre un personaje de la historia, que pierde su empleo porque exhibe un gasto frívolo de uno de los hijos del presidente viajando en unas vacaciones.
Estos dos periodistas rivalizan con la versión del atentado del Ministerio Público. En la realidad, en el mundo político en que vivimos, creo que representan ese periodismo que quiere abrirse paso para buscar la verdad, pero que es sometido por el poder porque este es más fuerte.
AR: Sobre el líder, Dámaso Pastor, se habla de su formación en la universidad y su posterior ingreso en el PRI, lo que le reclaman sus compañeros. Es como una mezcolanza de izquierdismo radical con el nacionalismo revolucionario, que da lugar a una idea de democracia más bien entendida como derechos sociales. ¿Lo ves así?
JD: Ésa es una interpretación de lo que veo en el presidente: creo que su visión no es la de una democracia liberal. Se identifica con el liberalismo mexicano de Juárez, del siglo XIX, pero no con la democracia liberal construida en Europa, la que entendemos en la ciencia política, sino más bien igualitaria.
Él no entiende la democracia como las libertades de los individuos, sino como el acceso universal a niveles básicos de bienestar, que la población marginada pueda acceder a la salud, a la educación, a un nivel mínimo de ingreso. Ésa es la concepción que tiene de democracia, más social, más igualitaria, y menos de libertades individuales.
En la trama de la novela hay una especie de paradoja porque le reclaman al presidente Dámaso Pastor que se inscriba en el PRI. Uno de los amigos, que tiene hasta un nombre socialista porque tiene una familia identificada con el comunismo, le reprocha su inscripción en el partido oficial, y Dámaso le responde: “Es la forma de poder, en un futuro, hacer justicia, porque la lucha hay que darla desde dentro, no desde fuera”.
Le contesta su compañero: “A mí me sorprende porque es extraño que alguien de izquierda, alguien demócrata, a favor del cambio, se registre en el Revolucionario Institucional, porque la lucha era contra esa organización”.
Uno de los amigos, que tiene hasta un nombre socialista porque tiene una familia identificada con el comunismo, le reprocha su inscripción en el partido oficial, y Dámaso le responde: “Es la forma de poder, en un futuro, hacer justicia, porque la lucha hay que darla desde dentro, no desde fuera”.
Esa paradoja es, al mismo tiempo, una explicación del espíritu esencialmente pragmático que caracteriza a este presidente. No digo que eso sea malo: el presidente es sumamente pragmático, como expreso en la novela: no es de valores y de principios, sino de causas y de metas. No estoy ni siquiera haciendo una crítica: es nada más una forma de entender la política de manera distinta; hay presidentes que privilegian los valores y otros que prefieren las metas, y una de éstas es la transformación social, y eso es lo que le ocurre a este presidente.
Eso es lo que le pasa a este presidente; ese pragmatismo es lo que puede explicar que cambie de partido político, porque empezó con el PRI, se fue al PRD, después formó el suyo propio. Es decir: el pragmatismo es lo que permite que pueda incorporar a su gabinete, a su equipo de trabajo y a su partido a figuras que antes estaban en otros partidos.
Es un presidente que practica el pragmatismo, que está peleado con los principios y con los valores, que son mucho más arraigados, que no son flexibles. Creo que eso define la personalidad de este presidente.
AR: Otra parte de esa definición: hablas de que Dámaso Pastor pierde la elección en 2006, derrota de la que destacas un aspecto: la soberbia. Esta venía de antes, mezclada con la ilegalidad. Como se ve en la novela, doce años después había gente que decía no haberse enterado de todo ello, y entonces sí gana la elección.
JD: La novela tiene, ya desde el aspecto literario, muchos juegos personales que incluí y que no son tan evidentes; por ejemplo, el de la soberbia. Los siete pecados capitales están presentes en cada uno de los personajes, y el presidente tiene el de la soberbia.
Lo planteo así porque en 2006 tenía una ventaja abismal en preferencia de intención de voto sobre su más cercano rival, lo que está en la novela. El entonces candidato del PAN, Felipe Calderón, antes de ser candidato, de ganar la contienda interna en su partido, no figuraba en ninguna encuesta; las casas encuestadoras ni siquiera lo incluían en sus estudios demoscópicos porque veían a otros aspirantes.
Eso, de alguna manera, nos dice que López Obrador iba en caballo de hacienda y no tenía rival, y el que lo era ni siquiera había sido considerado en un principio. Tenía una ventaja enorme, que se fue reduciendo hasta que acabó en el medio punto porcentual en contra y todo el conflicto electoral.
Atribuyo esa derrota, más que a los aciertos de una candidatura de derecha o al apoyo del régimen (que seguramente lo hubo) en esa contienda, a los desatinos, a los exabruptos y a la soberbia del candidato. Creía ya tener ganada la elección y empezó con un discurso mucho más virulento que espantó a vastos sectores de la población, que al final creyeron ver un poco más de amenaza en su candidatura en ese momento.
AR: Sobre el populismo hay unos señalamientos fuertes en el libro, como que “los líderes populistas levantan las llamas de esperanza entre sus seguidores, pero su retórica queda muy lejos de sus logros, lo que da lugar al paternalismo”. ¿Qué nos dice esto ya no del líder sino de las sociedades que abrazan el populismo?
JD: Dice mucho más el populismo de las sociedades que de los líderes que lo enarbolan. Habla de sociedades con temor, que no se atreven a avanzar por sí solas. El populismo desemboca en el paternalismo, lo que refiere, hasta por etimología, la necesidad de un tutor, de alguien que decida por nosotros. La gente, el electorado, las sociedades depositan en alguien más, en una voz externa, la toma de decisiones. Las personas no se sienten capaces de poder progresar por su propia cuenta, de tomar sus propias decisiones, sino que necesitan un líder que las tome por ellas.
Habla mucho del miedo de las sociedades, sobre todo las latinoamericanas, y también de una realidad que ha pesado sobre ellas: que cuando alguien quiere avanzar, no lo logra. Hay un sistema que impide el progreso, que el camino no es el que observamos en democracias liberales y en países de primer mundo, donde la meritocracia, el talento, la capacidad y el esfuerzo reditúan en mejores niveles de vida y en cambios familiares.
No, tal vez aquí, en nuestra región, en nuestro país, en América Latina, el talento pesa menos y pesan más otras cosas. Creo que eso está detrás del populismo, que es un término ya muy sobado, muy desgastado, que ha perdido significado: a veces lo asociamos casi de forma inmediata con liderazgos de izquierda, pero puede venir de cualquier orientación ideológica. Donald Trump es un populista que le habla a un sector social en Estados Unidos nativista que busca proteger a su comunidad, un populismo de derecha.
Pero, sean de izquierda o de derecha, los populismos tratan de decir y ofrecer lo que la gente quiere escuchar, la que pone en manos de ese líder su futuro.
AR: Hay una contradicción del líder: ¿cómo se combina su obsesión por su legado, por su paso a la historia, con sus muy escasos resultados? Es lo que le pasa al presidente Dámaso Pastor en la novela.
JD: Los resultados están a la vista de todos; otra vez, allí el análisis político está ya muy condicionado por el sesgo entre dos posiciones ideológicas e interpretaciones que chocan y que no pueden dialogar, aunque me parece que, en términos generales, el país sigue presentando déficits en crecimiento económico, por ejemplo.
o que vemos no es un “expresidente en funciones” sino un presidente que alarga su mandato a través de veinte iniciativas de ley que buscan direccionar su proyecto de régimen político y que es de mucho más largo plazo.
Los resultados no son los de un presidente que transformaría la realidad nacional y, efectivamente, hay una obsesión por dejar un legado, por trascender, que choca con la realidad de los resultados.
Éste es un presidente que, aparentemente, ha escrito casi veinte libros, y no habíamos conocido a uno que, durante su mandato, hiciera dos (tú sabes lo que implica la redacción de un libro: es un esfuerzo, son muchas horas). Eso nos habla un poco de la obsesión por su legado.
Tiene esa necesidad, y recurre mucho a la figura de Benito Juárez, que es su mantra, por esa necesidad de trascender, de tener un lugar en las páginas de la historia, de dejar un legado.
Quiero hacer una comparación: hace seis años había un chiste en la opinión pública sobre el presidente Peña Nieto: se le llamaba “el expresidente en funciones”, porque daba la sensación que ya había dejado el mando al presidente electo y que él ya se desentendía del cargo, que en sus últimos seis meses ya estaba viendo otra cosa.
Ahora lo que vemos no es un “expresidente en funciones” sino un presidente que alarga su mandato a través de veinte iniciativas de ley que buscan direccionar su proyecto de régimen político y que es de mucho más largo plazo.
Eso nos remite a una obsesión por el lugar que va a ocupar en la historia; con sus resultados magros, que ni siquiera a él deberían satisfacer por toda la ambición que tiene, es una combinación explosiva, lo que marca mucho la historia de la novela.
AR: El libro me recuerda dos casos en los que personas venidas de las ciencias sociales recurrieron a la novela en coyunturas de elecciones presidenciales: en los años ochenta Francisco José Paoli con Madrugando amanece, y en 2006 Jaime Sánchez Susarrey con La victoria. En ese sentido, ¿cómo observas hoy la literatura enfocada en temas políticos?
JD: Es una veta de la literatura un poco gelatinosa: escribir novela política nos tiene (y yo lo experimenté) en el difícil camino donde marcamos nuestras ideas, pero, al mismo tiempo, no queremos dejar de crear literatura y perdernos del camino de la palabra escrita, del texto que trasciende.
En eso radica su dificultad frente a otras novelas creadas a partir de una biografía personal (aunque todas las novelas son autobiográficas) pero que son mucho más ficción, o las históricas, que recurren a la investigación documental.
Es una veta muy gelatinosa, y, reconociendo esa realidad, me esforcé mucho por tratar de ofrecerle al lector una novela que, sobre todas las cosas, pudiera ser entretenida, que pudiera atraer y que quisiera seguir leyendo, y que pudiera ser de interés para lectores a los que no les interesa la política pero que quieren una historia de emociones y de movimiento. Eso intenté.
Debo mencionar que en la novela también planteo un aspecto importante y con realidad factual en México: la novela empieza con un atentado, el intento de homicidio del presidente en funciones. El punto es: ¿qué pasaría en México si un presidente en funciones cae en coma? No lo sabemos. Hay una Constitución Política que habla de la falta absoluta del presidente, pero ¿qué significa “falta absoluta”? ¿Quién interpreta cuándo se actualiza esa hipótesis? Es algo muy nebuloso que podría, en una situación hipotética, orientarse en una respuesta que no recaiga en la sensatez de cuándo nombrar o no a un presidente que lo remplace, sino en la respuesta que venga de la conformación política del Congreso.
Ésa es una pregunta que quise plantear en el inicio de la novela porque hay una carencia en nuestra Constitución, que no dice nada sobre la falta absoluta y deja todo en manos del Congreso para resolver, pero es algo muy nebuloso. ®