El Principito: un viaje a través del pensamiento divergente

y la naturaleza humana

Saint–Exupéry compara el pensamiento convergente y divergente y resalta la importancia de éste para enfrentar desafíos complejos y fomentar la creatividad. Este concepto es fundamentado por el trabajo del psicólogo Edward de Bono, quien acuñó el término “pensamiento lateral” para integrar las características de ambos enfoques.

El célebre Principito.

A primera vista, El Principito (Antoine de Saint–Exupéry, 1943) puede parecer un cuento para niños, y lo es. Sin embargo, si uno hace hincapié en el trasfondo de la obra se percatará de que su infantilizada forma es tan sólo una barrera de entrada para el público general. Todo el mundo es capaz de leer sus líneas, pero doy fe de que la forma en la que éstas se interpretan depende en última instancia de los ojos con los que se miren. Donde un joven de catorce años encuentra una simple analogía para disfrutar más de sus seres queridos, un catedrático de psicología analiza una posible similitud con los arquetipos, mientras que un consultor financiero se da cuenta de que hay otros empleos que le satisfarían mucho más.

El Principito, un tímido niño rubio, cuyo origen es el asteroide B612, un cuerpo celeste con una superficie tan reducida que podría equipararse a la mitad de un aula de instituto, se esmera en mantener su rutina no demasiado laboriosa: destapaba a sus tres minivolcanes, contemplaba las diversas estrellas y numerosas puestas de sol y, sobre todo, cuidaba con esmero de su flor, el objeto más preciado en su poder.

No obstante, este extraño hombrecillo de cabello dorado era extremadamente curioso. Siempre buscaba una respuesta ante cada pregunta y rara vez se conformaba con lo que sabía. Un día pensó que quizás sería buena idea marcharse temporalmente de su planeta. A fin de cuentas, deseaba con ardor visitar los confines del universo, conocer a personas diferentes y aprender nuevos conceptos. Y así lo hizo.

Cuando tenía seis años, vi una magnífica lámina en un libro sobre la selva virgen, titulado Historias Vividas, el cual representaba a una serpiente tragándose a una fiera. En esta obra se afirmaba: “La boa se traga su presa entera sin masticarla, luego permanece inmóvil y duerme durante los seis meses que dura su digestión”. Reflexioné mucho en ese momento sobre las aventuras en la jungla, e inspirándome en la descripción anterior del animal, logré trazar con un lápiz de color mi primer dibujo.

El narrador continúa explicando cómo su dibujo, que representaba a una boa digiriendo un elefante, fue malinterpretado por los adultos. A pesar de sus intentos de explicar la realidad detrás de la imagen los mayores sólo veían un sombrero. Este episodio marcó el inicio de una serie de desilusiones y llevó al narrador a abandonar su prometedora carrera como pintor a los seis años de edad.

Es francamente aburrido tener que dar las explicaciones una y otra vez a los adultos. Parece que nunca se esfuerzan en comprender las cosas por sí mismos. Los años pasaron, y como es natural, tuve que conformarme con otro oficio. Fue así como aprendí a pilotar aviones y vivía en soledad, sin nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta que me sucedió algo inesperado.

Tuvo una avería en pleno desierto del Sahara. Resulta que algo se había estropeado en el motor, y para más inri, no llevaba consigo un mecánico o un pasajero que pudiera echarle un cable. Se dispuso a realizar una reparación difícil a contrarreloj, pues apenas tenía reservas de agua para ocho días. La situación era de vida o muerte, ya que estaba más aislado que un náufrago perdido con su balsa en mitad del océano.

Imagínense mi sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía: “Por favor, píntame un cordero”. Tras frotarme los ojos, vi a un extraordinario muchachito que me miraba fijamente. ¿De dónde habría salido tal personaje? Sin pensármelo demasiado, realicé para él uno de los dos únicos dibujos que sabía hacer: el de la boa cerrada.

Al verlo, el hombrecito expresó que no quería ver un elefante dentro de una boa, ya que la serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho espacio. Quería un cordero, pero ninguno de los dibujos realizados cumplía con sus expectativas. El narrador, falto de paciencia y deseoso de continuar con la reparación del avión, enfrentó rápidamente el desafío: le mostró un dibujo de una caja y le dijo que dentro estaba el cordero que buscaba. El joven juez se iluminó y expresó su satisfacción: “Esto es justo lo que quería”.

Ésta es quizás una de las mejores analogías que podría emplear para introducir el concepto de pensamiento alternativo. El psicólogo John Paul Guilford describió dos enfoques principales a la hora de abordar desafíos que demandan cierto esfuerzo cognitivo. Por un lado, el pensamiento convergente se utiliza para resolver problemas unidimensionales en un universo cerrado con límites definidos y de solución única.

El narrador introduce al lector en la dicotomía del pensamiento convergente y divergente. El pensamiento convergente se emplea para resolver problemas con soluciones únicas y predefinidas, donde las propiedades y los elementos son conocidos de antemano y no varían a medida que uno avanza en el proceso de resolución. Este enfoque es eficaz para desarrollar habilidades lógicas y matemáticas, pero puede resultar limitante cuando se busca proponer soluciones más ingeniosas.

Por otro lado, el pensamiento divergente no se restringe a la adopción de un único plano, sino que varía entre diferentes perspectivas y actúa removiendo supuestos, desarticulando esquemas, flexibilizando posiciones y creando nuevas conexiones. Ahora, los problemas se ubican en un universo abierto y presentan múltiples soluciones, cada una radicalmente distinta de la anterior. El camino a seguir ya no está trazado ni sigue secuencias previstas que exijan una respuesta concreta.

El narrador compara ambas formas de pensamiento y resalta la importancia del pensamiento divergente para enfrentar desafíos complejos y fomentar la creatividad. Este concepto es fundamentado por el trabajo del psicólogo Edward de Bono, quien acuñó el término “pensamiento lateral” para integrar las características de ambos enfoques.

El encuentro con el Principito en el desierto del Sahara no solamente cambió la vida del narrador, sino que también introdujo al lector en un viaje filosófico y psicológico a través de las experiencias del pequeño príncipe.

El juego no va de buscar contestaciones inequívocamente certeras, sino más bien de formular preguntas chocantes, hipótesis disruptivas y proposiciones creativas. Al evaluar un problema es muy habitual la tendencia a seguir un patrón natural de pensamiento, por ejemplo, las sillas son para sentarse, el suelo para caminar, los vasos para ser llenados con líquido, los sombreros para ponérselos en la cabeza, etcétera.

El narrador destaca la importancia de la lateralización, que consiste en romper con patrones rígidos y predefinidos mediante provocaciones de pensamiento y soluciones creativas. Este enfoque, según el narrador, permite escapar de las limitaciones del pensamiento convergente y explorar ideas innovadoras.

Llegamos así a una de las enseñanzas fundamentales que El Principito nos ofrece: la importancia de cuestionar las convenciones y ver más allá de las apariencias. El encuentro con el Principito en el desierto del Sahara no solamente cambió la vida del narrador, sino que también introdujo al lector en un viaje filosófico y psicológico a través de las experiencias del pequeño príncipe.

El narrador, ahora convertido en un piloto de avión, se ve enfrentado a la necesidad de reparar su aeronave en medio del desierto. Este contexto sirve como escenario para la aparición del Principito y su solicitud de un cordero. La insistencia del niño en obtener un cordero vivo y que viva mucho tiempo revela su conexión especial con la naturaleza y su aprecio por la vida.

A través de esta anécdota, Saint–Exupéry nos invita a reflexionar sobre la diversidad de perspectivas y la importancia de comprender las necesidades y los deseos de los demás. La obstinación del Principito en obtener un cordero que cumpla con sus expectativas refleja la naturaleza única de cada individuo y la dificultad de comunicarse efectivamente cuando las interpretaciones difieren.

Además, el hecho de que el narrador sea capaz de entender las necesidades del Principito y adaptarse a sus peticiones resalta la importancia de la empatía y la flexibilidad en las relaciones humanas. Saint–Exupéry nos muestra que la comunicación efectiva va más allá de las palabras y requiere una comprensión profunda de las emociones y expectativas de los demás. ®

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Publicado en: Ensayo

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