La interpretación sigue, no se detiene, está ahí para esparcir cierta luz, no enceguecedora como la de las teorías cuánticas sino un resplandor tenue, reposado, casi la llama de una vacilante bujía que en cualquier momento puede extinguirse.
Cuando se considera la historia del pensamiento de Occidente, eso que vagamente se llama filosofía, la figura que se estampa en la mente no es una línea recta sino una espiral. En efecto, en círculos concéntricos se recorre el mismo terreno, es decir, se avanza en profundidad. La mayor parte de las disciplinas filosóficas se encuentran en ese gran sistematizador y taxónomo que fue Aristóteles, entre ellas marcadamente la metafísica, la lógica, la ética y la política, algo más empolvadas y con innúmeras lagunas ‒al menos a ojos modernos‒ también están la física, la poética y la retórica.
Los grandes cambios en el pensamiento, las revoluciones ‒esa revolución copernicana en particular que Kant pretendió instaurar como rasgo de la modernidad son nuevos mapas de un territorio antiguo. Nuevos, desde luego, no en el sentido de inéditos o no conocidos; nuevo es más bien el énfasis o si se quiere el sentido, ese Sinn de la Begriffsschrift de Frege, no el significado o Bedeutung. Frege decía que expresiones como el lucero de la mañana, der Morgenstern, y el lucero de la tarde, der Abendstern, tenían el mismo significado o extensión, es decir mentaban el mismo objeto ‒el planeta Venus‒ pero lo hacían con otro sentido, con otra intención. Alborada y ocaso son dos fenómenos diversos, con distintas connotaciones aunque, en el caso de los cuerpos celestes que los griegos designaban como Eos y Hesperis, con igual denotación.
Un cambio de sentido semejante o análogo ‒ahora que se ha puesto en boga el término‒ parece darse cuando Kant hace de la epistemología ‒teoría del conocimiento o gnoseología‒ el organon de su sistema, acotando así a la lógica y la ontología, volviéndolas necesitadas de justificación. De hecho, las salvedades sobre las condiciones del conocimiento, aquello que lo hace posible y legítimo, estaban dispersas en lo que los medievales, herederos de Aristóteles, llamaban logica maior o crítica. La acusación de idealismo, subjetivismo y relativismo se alzó desde entonces y no fue sino hasta que Trendelenburg en Berlín tomó como alumno a Franz Brentano y que éste diseminó su semilla aristotélica, realista y atenta de los desarrollos en las ciencias exactas, cuando surgió en el ámbito de expresión germana una forma no kantiana de pensamiento, que ahora ha venido a designarse como filosofía austriaca. Edmund Husserl, Kazimierz Twardowski, Carl Stumpf, Anton Marty, Christian von Ehrenfels y Alexius Meinong se contarían entre los más egregios discípulos del autor de la Psychologie vom empirischen Standpunkt (1874).
Las salvedades sobre las condiciones del conocimiento, aquello que lo hace posible y legítimo, estaban dispersas en lo que los medievales, herederos de Aristóteles, llamaban logica maior o crítica.
De Heidegger, un mal pupilo de Husserl, bastante influido por atavismos kantianos y veleidades poéticas cercanas a Nietzsche, procede Hans-Georg Gadamer, uno de los consagradores del término hermenéutica, palabra mágica en algunas facultades de filosofía ‒denominada más bien crítica literaria o textual en el mundo anglosajón. Una idea encomiable de Gadamer es el apego a los textos filosóficos, el zurück zu den Sachen selbst husserliano, actualizado como zurück zu den Texten der Philosophen, una auténtica vuelta a los escritos originales de los filósofos, añadiendo varias epoches o puestas entre paréntesis de prejuicios históricos y conceptuales, prescindiendo de tratadistas de carácter general, historiadores de la filosofía y meros académicos amateurs, afectos a citar nombres y esgrimir conceptos.
Para variar, también de Aristóteles quiere desprenderse aquella valiosa clasificación entre los términos y su significado en unívocos, equívocos y análogos, complementados con las nociones de emisor, receptor, código y mensaje, que alegadamente pusiera en circulación Ferdinand de Saussure, elementos que vendrían a completar cierta concepción actual de la hermenéutica. Se trataría ahora de salir alegremente al mundo e interpretarlo, “leer en el gran libro de la naturaleza”, pero no como quería sir Isaac Newton con un aparato unívoco, transparente, las matemáticas (que con todas las antinomias que se quiera jamás van a caer en las equivocaciones de los espurios métodos de la filología).
En efecto, como decía Schleiermacher, maestro por cierto de Trendelenburg, en esas espesuras de los textos y de hallarles sentido no hay más que Gefühl, buen gusto, olfato, tino o phronesis (previsión sensata como decían los griegos) y Gadamer no se cansó de aconsejar. ¿Qué mejor método se quiere? Si es que la sapiencia o la sabiduría de las abuelas puede llamarse método. Los iniciados en la hermenéutica dicen que es un arte y una ciencia a la vez, poniendo de relieve su carácter práctico o de reglas de manejo para los usuarios y su inclinación por apadrinar a la metafísica o más bien servirle de fámula o heraldo para lograr que se la acepte de nuevo en la jerga académica hodierna, de donde fue expulsada en parte por el gran filósofo de Königsberg y todas las derivaciones materialistas y cientificistas de sus escuetas e influyentes doctrinas.
Los iniciados en la hermenéutica dicen que es un arte y una ciencia a la vez, poniendo de relieve su carácter práctico o de reglas de manejo para los usuarios y su inclinación por apadrinar a la metafísica o más bien servirle de fámula o heraldo para lograr que se la acepte de nuevo en la jerga académica hodierna.
Ahora la posmodernidad viene a estar representada por una disciplina, bajo una denominación que parece no rechazar los distintos satélites nacionales, el mundo germano, el anglosajón y el francés. Mauricio Beuchot en sus Perfiles esenciales de la hermenéutica (México: FCE, 2009) intenta aclarar cuál es su particular visión sobre esta disciplina de nombre sonoro, que él insiste en caracterizar aún más, estrechando el campo semántico, como hermenéutica analógica e icónica. Entender por qué es analógica (justo medio entre subjetivismo y objetivismo, absolutismo y relativismo, nominalismo y realismo) y por qué es icónica (icono para Charles Sanders Peirce, filósofo pragmatista estadounidense, era todo símbolo u objeto cultural portador de un sentido, una intencionalidad) es lanzarse a la aventura de leer esta curiosa guía de viaje que conducirá al lector por los cinco continentes del diletantismo artístico y aun científico, desde la poesía, la filología, el derecho, la interpretación bíblica (el autor es fraile predicador adscrito a la orden de Santo Domingo), la legitimación de la metafísica, la importancia de la ética en el mundo moderno, pasándole lista ‒en menos de 200 páginas es imposible esperar otra cosa‒ a una serie de nombres desde Nietzsche, Dilthey, Habermas, Cassirer hasta Foucault, Lyotard, Lévinas, Deleuze, Derrida, Baudrillard y Lipovetsky, sin dejar de lado a Paul Ricœur, Bataille, Benjamin, e incluso algunos filósofos analíticos como Putnam, Rorty y McIntyre y, last but not least, los españoles, el dominico peninsular Juan de Santo Tomás (también O.F.P. o sea dominico), María Zambrano y Xavier Zubiri.
Todos conviven en paz, campechanamente en esta visión integradora, más propia de un historiador de la cultura que de un pensador sistemático o un celoso académico. Un opúsculo digno de la colección Breviarios, cuya lectura deja siempre algo: una sonrisa de complicidad o ironía velada en el colega, o bien otra sonrisa de admiración y extrañamiento ante los intentos de un nuevo Vico y esta scienza nuova, clave indispensable para desentrañar los meandros de la era posmoderna, una época en que la filosofía entendida de la manera tradicional como esclarecimiento último de los conceptos (o más bien las palabras) ha migrado de los departamentos de lógica y matemáticas a los de estudios literarios, al menos ésa ha sido la evolución que ha sufrido en el mundo anglosajón, donde autores como Deleuze o Derrida se ven más como teóricos del lenguaje que pensadores formales propiamente dichos. Mauricio Beuchot, el autor de este instructivo librito, tuvo también que mudarse en la Universidad Nacional Autónoma de México de Investigaciones Filosóficas a Filológicas. Es el espíritu de los tiempos. Lo que cuenta es que la interpretación sigue, no se detiene, está ahí para esparcir cierta luz, no enceguecedora como la de las teorías cuánticas sino un resplandor tenue, reposado, casi la llama de una vacilante bujía que en cualquier momento puede extinguirse. ®
Juan Heladio
De tu referencia a Heidegger ¿a qué atavismos kantianos te refieres?