Volpi: Ensayos a la muerte de mi padre

Duelo y escritura, Examen de mi padre, de Jorge Volpi

“Establezco un paralelismo entre la decadencia del cuerpo de mi padre y la que vivimos en México. Mi padre se dedicaba, como cirujano, a tratar cuerpos, a intentar darles más tiempo de vida. México en este momento es una sociedad llena de cuerpos sin historia.”

«The dying detective», © Herr Magermilch.

Los vínculos entre el arte, la música, la ciencia y la literatura son cuestiones recurrentes en la vasta obra de Jorge Volpi, autor, entre otros libros, de En busca de Klingsor, El fin de la locura, No será la Tierra —que conforman su “Trilogía del siglo XX”—, además de La tejedora de sombras, Mentiras contagiosas, y el más reciente, Examen de mi padre (Alfaguara, 2016).

En este conjunto de ensayos Volpi disecciona el cuerpo y la mente de la figura paterna, a la vez que establece un paralelismo entre su cuerpo decadente y enfermo con el México actual, y cómo la percepción de ese deterioro del país natal provocó, en cierta forma, una depresión irreversible en su padre, médico cirujano, que lo llevó al ensimismamiento y a la muerte. Volpi indaga también en su propia biografía, en una suerte de juego de espejos al escribir la biografía de su padre. Ésta es una conversación con el escritor.

—¿Por qué el epígrafe de Montaigne alusivo al género autobiográfico?

—La mayor parte de los textos de quienes han escrito acerca de las muertes de sus seres queridos son novelas o autobiografías, y yo quería hacer un libro de ensayos que tienen también una parte autobiográfica y narrativa, ensayos libres a la manera de Montaigne, de allí el epígrafe del título.

—¿Trabajó mucho en la escritura de Examen de mi padre?

—Justo quise hacer lo contrario. El libro está escrito como un duelo por mi padre que duró sólo un año. Me propuse que no iba a durar más porque si no hubiera sido demasiado doloroso, demasiado tiempo. Empecé a escribirlo el 31 de enero y lo terminé el 31 de diciembre. Cada ensayo fue escrito a lo largo de un mes, empezaba el primer día y terminaba el último. No había un plan preconcebido de cuál iba a ser la longitud de cada capítulo. Son diez porque de los doce meses del año sólo hubo dos que no lo hice: uno para darme vacaciones y el otro porque estaba todavía en el Festival Cervantino y en octubre era imposible que yo escribiera. Al año siguiente hice una revisión completa del libro. Los escribí así tratando de hacer un proyecto literario vital, entonces no quise que se prolongara mucho la escritura.

—Hay este juego semántico entre padre y patria palabras que comparten una misma raíz etimológica…

—Allí está justo el sentido que quise darle desde el primer momento. La idea de escribir sobre mi padre pero también sobre mi patria, sobre el lugar de mi padre, donde él estuvo siempre. Sólo salió de la Ciudad de México un par de ocasiones para ir al sur de Estados Unidos, realmente no le gustaba viajar. Y al mismo tiempo le tocó vivir todas estas últimas décadas. Él nació en 1932, en la primera generación posrevolucionaria y me interesaba cómo fue cambiando su percepción.

—En la página 255 cita a Juan Goytisolo, galardonado con el Premio Cervantes y recientemente fallecido, a propósito de la naturaleza nómada del ser humano: “Parafraseando a Juan Goytisolo, somos lo contrario de los árboles…”. También en relación con el carácter móvil del ser humano y con el tema del viaje cita a Sebald, ¿por qué?

Allí está justo el sentido que quise darle desde el primer momento. La idea de escribir sobre mi padre pero también sobre mi patria, sobre el lugar de mi padre, donde él estuvo siempre. Sólo salió de la Ciudad de México un par de ocasiones para ir al sur de Estados Unidos, realmente no le gustaba viajar.

—El libro también trata acerca del contraste entre mi padre y yo. De las cosas que más me gustan es moverme, no me puedo estar quieto. Él era todo lo contrario: él lo hacía viajando a través de los libros, de los recuerdos, el conocimiento en general que le gustaba tener pero no moverse como tal frente a la idea de que los seres humanos, sobre todo, nos movemos y somos en algún sentido migrantes, vamos de un lugar a otro y las fronteras son artificiales. Hablando de raíces: más que un origen, creo que tenemos tradiciones.

—¿Cómo logra tomar cierta distancia respecto de su padre cuando narra su carácter, la profunda depresión, su profesión de médico?

—Simplemente yo quería contarlo todo de la manera más objetiva tratando de no callar nada, de ser lo más sincero posible, y al mismo tiempo creo que la idea de que es un ensayo más que una memoria crea justamente esta sensación de distancia que permite quizá verlo mejor y hacerle una anatomía, una autopsia a él, a México y a mí mismo con esa especie de distancia que también tenía —y que tiene cualquier cirujano— frente a un cuerpo al que está interviniendo.

—Cuerpos ausentes, evocados en este libro, como los de los jóvenes desaparecidos en los lamentables sucesos de Ayotzinapa y los de la guardería ABC, hace algunos años, cuerpos que simbólicamente continúan muy presentes en nuestro México actual, un cuerpo enfermo.

—Establezco un paralelismo entre esa decadencia del cuerpo de mi padre y la que nos toca vivir en México. Mi padre se dedicaba, como cirujano, a tratar cuerpos, a introducir sus manos en ellos e intentar darles más tiempo de vida. México en este momento es una sociedad llena de cuerpos sin historia y de historia sin cuerpo. Cuerpos sin historia que son todos estos cadáveres que surgen constantemente en todo el país, que no sabemos quiénes son. O historias sin cuerpo, que es el caso de los jóvenes de Ayotzinapa. Sabemos quiénes eran, sabemos sus historias, pero no fuimos capaces realmente de saber qué pasó con sus cuerpos.

—¿Un libro interdisciplinario, como otros suyos?

—Toca muchos aspectos de la vida mexicana, por supuesto también la parte artística, la literaria; es un libro también sobre la medicina, el cuerpo, cómo se estudió cada una de sus partes. Ese carácter multidisciplinario que a mí me interesa muchísimo que va de la ciencia al arte, a la cultura, a la política, elementos centrales del conocimiento y que tiene que ver con lo que me gustaría hacer en la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM: vincular la cultura de una manera mucho más clara con la sociedad, por un lado, y con otras disciplinas, particularmente con la ciencia, por otro.

—¿La neurociencia también?

Jorge Volpi. Fotografía © Daniel Mordzinski.

—Sí, me ha interesado mucho en los últimos años. Mi libro Leer la mente trata sobre neurociencia y literatura. Aquí está muy presente en el capítulo del cerebro y el del oído, en este último caso, de cómo funciona la música en nuestra mente al vincularse con la memoria, la emoción, la inteligencia, con la capacidad de predecir las notas o las líneas melódicas, la sorpresa, el placer.

—¿Una forma de exorcizar los fantasmas de la melancolía a través de la escritura?

—El dolor es tema crucial en el libro, no sólo por la pérdida de su padre sino también de Ignacio Padilla, amigo entrañable suyo, fallecido hace un año. Nacho alcanzó a leerlo, lo comentamos aunque no llegó a verlo impreso. Incluso su último curso en la Universidad Iberoamericana fue sobre libros de pérdidas, sobre todo de padres e hijos, tema que le interesaba mucho igual que a mí. Yo le preguntaba: Nacho, ¿por qué estás tan obsesionado con estos libros si a ti no se te ha muerto nadie?, y él no lo sabía. A él no se le han muerto sus padres, ni sus hijos, ni sus hermanos, ni nadie cercano. La paradoja es que el padre y el hijo que terminó muriendo fue él. Acaba de salir Última escala en ninguna parte, libro póstumo de Nacho, yo creo que de los más logrados de ese género que tanto le gustaba: escribir para niños y jóvenes.

—¿Con qué se queda de Ignacio Padilla: sus cuentos, novelas o ensayos?

—Creo que era sobre todo un cuentista extraordinario, de los mejores de todos estos años en cualquier lengua, con una imaginación desbordada, con un estilo impresionante de cuentos para niños, y su otra labor también importantísima: discutir y ensayar en torno a Cervantes y al Quijote, otra de sus obsesiones.

—¿De verdad usted no lloró la muerte de su padre?

—Tiene que ver con muchas cosas. Una de ellas, la sensación de que lo mejor que le podía pasar en ese momento era ya morir. Estaba tan concentrado en su dolor, tan encerrado en sí mismo en una vida que no era la que él hubiera querido. ®

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Publicado en: Libros y autores

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