Entre melón y melames…

Lourdes Ruiz, la Reina del Albur

Lourdes Ruiz falleció el pasado 13 de abril. Originaria del barrio de Tepito, donde nació en 1971, esta vendedora ambulante de ropa infantil fue la campeona nacional de albures, sobre los que también impartió cursos y escribió textos. El 26 de octubre de 2016 Juan Carlos Núñez la entrevistó públicamente como parte del Festival Cultural Universitario del ITESO.

Lourdes Ruiz, la Reina del Albur. Fotografía de Luis Ponciano.

Un juego, una batalla, un arte. Una bola de peladeces estúpidas o un ajedrez lingüístico; una expresión de machismo o de homosexualidad reprimida. Una esgrima mental. Unos buenos espadazos, dirían los albureros. Muestra del ingenio popular, una forma de agresión, uno de los rasgos más emblemáticos de la cultura mexicana, una espléndida gimnasia mental o un lenguaje oculto sólo para iniciados. Una vulgaridad, un divertimento, una forma de vida. Eso y muchas cosas más se han dicho sobre el albur. Algunas personas lo disfrutamos, otras lo aborrecen. Para conocer más sobre esta manera de hablar tenemos el gusto de conversar con Lourdes Ruiz, la “Reina del Albur”.

—Me dijeron que hablaría con la “Reina del Albur”, pero luego me enteré de que usted es la “Verdolaga enmascarada”.

—A sus órdenes.

—¿Reina o verdolaga?

—Las dos.

—¿De dónde salió el nombre?

—De que la verdolaga es una planta mexicana que no necesita ni un lugar ni un clima específico. Crece demasiado, se da hasta en las banquetas y no tiene límite. Así somos los mexicanos, no tenemos límite. Lo de enmascarada es porque todos nos ponemos muchas máscaras.

—¿Cómo obtuvo el título de reina?

—Fue en 1997 y fue algo muy chistoso. Yo sabía que había un concurso que se llamaba “Trompos contra pirinolas”. Me invitaron para ir a escuchar y divertirme, pero mi sorpresa fue que estaba inscrita. Dije: “Bueno, ya estamos aquí, vamos a jugar un rato”. Estuvo fabuloso. Empezamos las mujeres contra los hombres, terminamos con ellos y seguimos entre nosotras, acabé con mis compañeras, seguí con el público y luego con los jueces hasta que uno de ellos dijo: “Ya estuvo”. Cuando estaba hablando miré al público y la sorpresa fue que me encontré a mi madre y a mis hermanos. Por un momento me quedé quieta porque sabían que yo hablo así, todo el mundo lo sabe, pero yo delante de mi madre jamás había dicho albures.

—¿Qué le dijo su mamá luego de escucharla?

—Cuando terminó el concurso pensé: “Soy tonta de verdad, no me la voy a acabar, me van a tirar los dientes”, pero al salir del museo lo único que ella me dijo fue: “Yo ya sabía que hablabas así, pero no te había escuchado muy bien”.

—¿En su familia usted es la única alburera?

—No, mis hermanos sí lo hablan, pero entre nosotros, no en público. Ellos también se divertían conmigo, pero al llegar a la casa ya sabíamos que nadie hablaba más. La única que sí lo habla en público soy yo.

—¿En qué consistía el concurso?

Un juego, una batalla, un arte. Una bola de peladeces estúpidas o un ajedrez lingüístico; una expresión de machismo o de homosexualidad reprimida. Una esgrima mental. Unos buenos espadazos, dirían los albureros. Muestra del ingenio popular, una forma de agresión, uno de los rasgos más emblemáticos de la cultura mexicana, una espléndida gimnasia mental o un lenguaje oculto sólo para iniciados.

—En platicar. En hablar, por ejemplo, del trabajo que agarramos en Tepito. Ahí tenemos los diablitos para llevar la mercancía. Yo les explicaba la forma de agarrarlo: tienen en la mano un fierro, se monta la mercancía, hay que jalarle los cuernos al diablo para hacer fuerza y poderte voltear. ¡Pura diversión! No parábamos de hablar porque el albur no es: tú me dices y yo te digo. Hay que conjugar todos los verbos, es hablar, hablar y hablar; que te digan algo y que tú contestes en doble sentido.

—¿El primero que se calla pierde?

—Así es, no se puede quedar uno callado, ni tampoco se vale que uno se ría de la gente que no sabe alburear, sería un abuso.

—¿Hay reglas para alburear?

—Sí, uno no debe de abusar de la gente que no sabe alburear. Otras son: no quedarse callado, no hay malas palabras y no hay señas obscenas.

—¿El albur llega a pleito?

—Cuando no saben alburear sí, porque están muy confundidos. Por lo regular lo que escuchamos en la calle no son albures son majaderías, que “Préstame a tu hermana, te doy, me la das, te la quito”, son palabras muy cortas. En el albur hay que estructurar las palabras muy bien, hay que estirar, exprimir y volver a restirar para sacarle su jugo a las palabras. De eso se trata, no nada más es de meter, sacar y chingar que son los verbos que todo el mundo sabe. No, hay que conjugársela en todos sus tiempos.

—¿Es cierto que su abuelito la enseñó alburear?

Un clásico mexicano.

—Yo nací en una familia, como la de todos ustedes, en que no se decían malas palabras, y más de alguna vez me lavaron literalmente la boca con jabón, pero tenía yo unos vecinos que vendían nieve afuera de donde yo vivía, una vecindad de alto pedorraje. Ellos sí albureaban mucho, pero yo no los entendía, intuía que había algo de picardía porque se reían y yo empecé a preguntarles: “Oye, ¿de qué te ríes? ¿Qué fue lo que dijeron? ¿De qué se está tratando su plática?” Y sus contestaciones eran: “Eres mujer, estás muy chava, no te lo podemos decir, cuando crezcas”. Y eso me llenó más de curiosidad. Cuando después me empiezan a explicar de qué se reían dije: “De aquí soy, tengo que aprender a hablar igual”. Y mi primera lección que recibí de ellos fue: “Todo el mundo oye, pero pocos escuchan, aprende a escuchar y cuando tú escuches, te vas a divertir de lo que la gente diga”. Y así fue, mi abuela que vivía con nosotros nos decía: “Yo nunca me imaginé ver hijas grandes”. A mi abuelo, que también vivía con nosotros, le decíamos: “Abuelito, ¿te doy tu lechita? No hija, sácame un rato al sol, tengo frío”. Ahí están mis maestros.

—¿Cuántos años tenía cuando empezó a descubrir este doble significado?

—Nueve años, y a partir de entonces me divierto, por ahí hay una frase de Charles Chaplin que dice que un día sin reír es un día perdido, y a mí no me gusta dejar días perdidos. Ya perdí muchos, ya no quiero perder más.

—Entonces ¿los neveros sí le explicaron?

Y así fue, mi abuela que vivía con nosotros nos decía: “Yo nunca me imaginé ver hijas grandes”. A mi abuelo, que también vivía con nosotros, le decíamos: “Abuelito, ¿te doy tu lechita? No hija, sácame un rato al sol, tengo frío”.

—A los neveros los conocía desde que yo tenía cinco años, a los siete años yo empecé a descubrir todas las palabras y como a los ocho empezaron a explicarme. Recuerdo que había un sitio de camionetas de alquiler y traían letreros, uno decía: “Entre melón y melambes…”, y yo pensaba: “Un día tengo que descubrir qué significan esos puntos suspensivos, ¿por qué se los ponen? ¡Carajo!” Y qué buenas respuestas encontré (risas).

—¿Cómo las encontró?

—Leyendo la Picardía mexicana, ahí viene el complemento. Dice: Entre melón y melambes se comieron un pajarito: melón se comió las plumas y melambes, el pajarito.

—¿Se puede aprender a alburear?

—Sí, para alburear hay que desarrollar los cinco sentidos. Y para que despierte el sexto sentido, tiene uno que perder el quinto. El albur despierta los dos hemisferios del cerebro, tienes que estar pensando y hablando y volviendo a pensar. Yo siempre he dicho que si en las escuelas, si la SEP, la UNAM, el Politécnico dieran una hora de taller de albures a los jóvenes de secundaria y preparatoria, seríamos una potencia máxima en álgebra, física y química, porque no hay límite para la mente.

—Hemos hablado del albur, pero no nos ha dicho qué es.

—Es un ajedrez mental. Y no es nuevo, viene de la época prehispánica, los mexicas ya tenían ese doble lenguaje. En la época de los españoles quisieron cotorrear a la reina que estaba mal de un pie, pero no se atrevían. Le llevaron unas flores y le dijeron: “Entre el clavel y la roja, la reina escoja”. Sor Juana Inés de la Cruz también tiene por ahí una coplita que dice: “No te des a las congojas, por más mal que vayan las cosas, tú no aflojes el tamal, aunque te jalen las hojas”, así que no es nuevo.

—¿Es el albur una manera de venganza frente al poderoso?

—No, para mí el albur no es chingar al prójimo, sino divertirse. Además, para alburear debes tener un cómplice, un amigo de mucha confianza, porque no puedes abusar de alguien que no sabe alburear, sino que tiene que ser alguien muy allegado a ti.

Célebre albur, tomado de la Picardía mexicana.

—Yo tengo un amigo que se alburea a su mamá, ¿está mal?

—No, está bien, quiere decir que son buenos amigos, que hay buena comunicación y mucha confianza entre ellos. Uno debe de ocupar esas palabras para unir, no para desunir.

—¿Sabe dónde viene la palabra albur?, porque también es un juego de cartas.

—Así es, se jugaba en las pulquerías y en las cantinas, pero no sé de dónde venga esa palabra.

—¿Cuál es la diferencia entre un albur y una majadería?

—Estamos muy acostumbrados a escuchar chingaos y mentadas. Eso cualquiera lo entiende, pero un albur fino y bonito no cualquiera. Por ejemplo: Traía su saco café y se veía muy elegante, con unos zapatos blancos que al caminar parecía que sacaban chispas. El albur está disfrazado, no hay necesidad de decir ni esperma ni excremento.

—Hay quien piensa que el albur sólo existe en México, que lo que hay en otros países es doble sentido.

—No en todos lados es el mismo doble sentido que aquí. Por ejemplo, en España se cagan en todo; en la hostia, en su madre, en el muerto. En Estados Unidos patean todo y besan todo. Son lugares donde se habla más directo, pero el albur está disfrazado.

—Entonces no habría albur fino, sino que un verdadero albur es siempre fino.

—Definitivamente, tiene que ser fino para que no se den cuenta los que no saben alburear. Chava Flores era un maestrazo y hacía canciones: “El chico temido de la vecindad”, “La tienda de mi pueblo” y otras melodías. Quienes no saben del doble sentido piensan que es la crónica de un día, que alguien platica de su pueblo, piensan que es como una descripción, y no, es doble sentido totalmente, para mí es como una poesía erótica. Si leen la Biblia, el “Cantar de los cantares” trae doble sentido. Hasta el mismo Cri Cri: escuchen bien la canción de las vocales; la del chorrito: se hacía grandote, se hacía chiquito, lo que pasa es que no escuchamos bien.

—Algunos dicen que los albureros tienen una mente cochambrosa.

—Pues ya quisieran tener la mitad de la cochambre (risas).

—¿Cuáles son los ingredientes de un buen albur?

—Tener picardía y el conocimiento de las palabras. Estadísticamente el mexicano utiliza solamente 125 palabras, tenemos que enriquecerlo, leer más. El primer libro que le pido a la gente que lea es la Picardía mexicana, de Armando Jiménez. Si lo revisan se van a dar cuenta de que más de la mitad de ese libro ya lo han tenido en la boca porque ya lo han dicho. Hay que leer un poquito de Octavio Paz y de Monsiváis, que decía que para conocer la cultura mexicana hay que empezar a conocer los albures.

—¿El albur es machista?

—No, no es machista, es cotorro, divertido. Unos decían que las mujeres no podíamos alburear porque no teníamos que introducirles, y yo digo: ¡Carajo! ¿A poco comen más carne que el león?, y sí les entra. ¿Por qué piensan que solamente entre hombres pueden alburearse? ¿Qué nomás a puros espadazos se la van a llevar? Todavía vivimos en un país muy machista, pero a los machitos se les ha olvidado que macho y hombre se escribe con eme de mujer, y atrás y adelante, arriba y abajo, donde puedan, siempre va a estar sobre de ellos una mujer, desde su madre. Los hombres hablan de las mujeres, pero nosotras aprendimos que tenemos las palabras mágicas: “Con agua y jabón se borra la huella de cualquier cabrón”. Así que no entiendo por qué hay el machismo, y no es tampoco que yo sea muy feminista, no.

¿Por qué piensan que solamente entre hombres pueden alburearse? ¿Qué nomás a puros espadazos se la van a llevar? Todavía vivimos en un país muy machista, pero a los machitos se les ha olvidado que macho y hombre se escribe con eme de mujer, y atrás y adelante, arriba y abajo, donde puedan, siempre va a estar sobre de ellos una mujer, desde su madre.

”El albur no es exclusivo de hombres, no es exclusivo de mujeres, ni tampoco es para que la mujer se empodere, creo que sería más correcto que nos albureáramos entre hombres y mujeres. El albur es parte de nuestra propia forma de vida y hay que jugársela. A veces nos toca reír, a veces nos toca llorar, pero no todo el tiempo estamos sufriendo, así que hay que divertirnos porque la propia vida es un albur. La gente que se ríe está sana. Hay mucha gente enojada con la vida, todo el día corre y ya no platica. Y eso no está bien, uno tiene que darse su tiempo. Mi día empieza a las cinco de la mañana, tengo a una jovencita y hay que llevarla a la preparatoria; luego, trabajar en el puesto, hacer de comer, pongo la lavadora, pongo la olla exprés, traigo el teléfono encima, estoy barriendo la casa y dando órdenes, pensando qué me falta de mercancía para el puesto y todavía me doy tiempo para mí, para dar el diplomado de albures, para escribir, así que sí se puede. Hay que divertirse. Yo, cuando la vida me da la espalda, le pico el culo para que se me voltee.

—Algunos afirman que el albur es una expresión de homosexualidad reprimida.

—Mientras ellos se la repriman es bronca de ellos (risa). Mientras el inconsciente no los traicione, no pasa nada, la bronca es cuando ya el culo los empieza a traicionar, ahí es donde está el detalle. El albur es para divertirse.

—¿Cómo hay que defenderse de un albur?

—Con otro albur.

—¿Y los que se autoalburean?

—Eso es que yo, con lo que digo, me introduzca la misma que quise dar. Es normal que nos autogoleemos, no pasa nada, ni tampoco le va a pasar nada al que le digamos un albur. Es nomás parte de la diversión.

—El lenguaje políticamente correcto en el que hay que cuidar lo que se dice porque alguien se puede ofender ¿es un problema para los albureros?

—No, les damos la misma gata, nomás que revolcada. Cada quien tiene su propia jerga, los licenciados tienen sus propias palabras y de todos modos nos chingan. El médico igual, tiene sus propias palabras, y de todos modos nos va a chingar, nos va a cobrar de más por decirnos algunas palabras raras que de todos modos quieren decir lo mismo que las que sí entendemos.

—¿Esta es una buena época para el albur?

—Siempre ha sido una buena época para el albur. Hay que divertirse y dejar de pensar en que va a pasar mañana. Yo solamente vivo el hoy porque no sé si mañana vaya a amanecer o no.

—¿Por qué da talleres de albur?

—Para mí es importante porque es parte de lo mexicano y se está perdiendo este doble lenguaje. Hoy los chavos solamente se llaman güey. Ya no tienen ni su nombre. Se confunde el albur con el doble sentido, se está perdiendo la forma de respeto hacia la gente mayor. Se están perdiendo muchos valores y el albur te da esos valores y ese conocimiento.

—¿Es fácil enseñar el albur?

—Sí, profesor, sí es fácil enseñarlo (risas).

—¿Y cuál es el método?

—(Risas) Es cuestión de enriquecer el vocabulario y despertar los cinco sentidos. Ya pocas veces acariciamos o tocamos, ya no degustamos nuestra comida, nada más la ingerimos, hay que olfatear. Una vez despiertos nuestros sentidos, nuestro cerebro está alerta y podemos hacer mil juegos con las palabras. Por ejemplo, a la gente que no conoce cómo llegar a Tepito yo le digo: “Se ponen en Pino Suárez, conocen el centro, se voltean y abren a Tasqueña, pero ahí en Pino Suarez, viendo para la Catedral, se pueden venir derecho. El centro los acoge con los brazos abiertos”. Es como un croquis de cómo llegar al barrio, pero al pobre que lo oye ya le pusieron bien sabroso.

Al tercer lugar le damos un raspado de anís, al segundo lugar se le invitan unos ostiones en el centro, pero el primer lugar se lleva la reata de oro.

—¿A sus alumnos avanzados les da premios?

—Sí, les doy tres premios. Al tercer lugar le damos un raspado de anís, al segundo lugar se le invitan unos ostiones en el centro, pero el primer lugar se lleva la reata de oro.

—¿Le gustaría que cuando muera quedara inscrito en su lápida algún albur?

—Me gustaría que mi epitafio dijera: “Aquí yace”, luego puntos suspensivos y abajo: “chingó” (risas). Ese sería mi epitafio.

—Muchas gracias, Lourdes. Vamos a abrir el diálogo al público.

—Sí, agarren el micrófono, no se apene. Se vale que pregunten de todo.

Preguntas del público

—¿Le han ganado alguna vez en los albures? y ¿Cómo alburearía a un pelón?

—Bueno, su motivo debería de tener. Y fíjese que no, no me han ganado. A veces llegan hombres muy gallitos y empiezan a decirme. Yo los escucho, me río, les doy chance para que sigan hablando más, les doy las probaditas y cuando menos se dan cuenta se las dejo ir y se las desdoblo adentro.

—Tú que le hallas, ¿Tepito es albur?

—(Risas) Fíjate que la gente dice que en el barrio roban, violan y matan. Es parte de las etiquetas que nos han puesto, pero el Centro de Estudios Tepiteños, que es el que pertenezco, nos hemos encargado de limpiarle el nombre, pero solamente hemos logrado limpiar dos letras, la “t” y la “e”, lo demás siempre lo van a traer sucio.

—¿De qué es tu negocio y en dónde te lo encuentro?

—Me lo encuentras aquí (risas). Tengo un puesto de ropa de niño, vendo calzones de bajo color y si la gente trae dinerito también mamelucos.

—Si el albur es un ajedrez, ¿cuál sería la defensa básica?

—Depende del albur. Por ejemplo, si un hombre alburea a una mujer ella le puede decir: “Es tan poco el amor que me presumes”, eso es de lo peor que le puedes decir a un hombre porque lo estás minimizando.

—¿Cuál es su opinión sobre los comediantes de la tele?

—Soy muy obvios. En cambio, antes eran más finos: Sergio Corona, el mago Frank. Los carperos eran buenísimos: Palillo, Chaf y Queli, Raúl Vale y ya habíamos dicho de Chava Flores y Cri Cri.

—En el sur de Jalisco es muy famosa una narración popular, de más de cien años, que es “El ánima de Sayula” ¿La conoce?

—Sí, de hecho, en el diplomado les pido que la lean.

—¿Tu hija también sabe alburear?

—Sí, no los dice, pero los entiende muy bien y se divierte mucho. Una vez la llevé a una feria del libro. Yo le decía a la gente que los domingos vendo enchiladas de hoyo y raspados de anís. Mi hija escuchó a algunas personas que decían: “Vamos a preguntarle dónde vende”, porque querían probar las enchiladas de hoyo.

—Ya que hablas de tu familia ¿tu papá ya es grande?

—Y todavía me da gasto, fíjate (risas).

—Aparte de vender mamelucos, eres una referencia cultural, ¿cómo te sientes con eso?

Doña Lourdes Ruiz y el entrevistador, Juan Carlos Núñez.

—Es una responsabilidad muy grande, sé que soy reconocida, pero no puedo marearme y decir: “La chingona soy yo” porque, recordando las palabras del barrio, el chingón chingó a su madre, o sea, rápido me poncho. Yo sé que un día dejaré lo que hago porque todos estamos de paso en esta vida. En cambio, mi barrio ahí se va a quedar. Para mí Tepito siempre será el actor principal y al que yo le debo de parar el cucurucho es al barrio.

—Con ese carácter tan alegre, ¿te gusta que te toquen la cucaracha o que te pongan el corrido de Culiacán?

—Fíjate que me gusta que me toquen la cucaracha y con la lengua (risas).

—¿Cuál es su albur favorito?

—La propia vida es un albur y ése me gusta, me gusta disfrutar la vida.

—En lengua náhuatl la palabra Tepito significa chiquito, ¿será albur?

—Me da miedo cuando se ponen en ese plan filosófico (risas).

—Me preguntan que cómo alburearía a Peña Nieto, ya ve que dice que no se despierta cada mañana queriendo joder a México.

—No, se lo chinga todo el tiempo, más bien, ya nos chingó.

—Y Donald Trump que dice que nos va a poner un muro para no tener a violadores mexicanos.

—No pues ya lo tiene adentro.

—Ahora que están de moda los mensajes electrónicos ¿el albur es mejor hablado o no importa en que medio pase?

—Te lo puedes pasar por donde quieras, no importa.

—¿Qué deseabas ser de pequeña?

—Yo quería tener una casa con un jardín, un hijo, un puesto de pollos y conocer Europa. Tengo una hija, un departamento que no tiene jardín, pero tiene macetas, conocí Europa y tengo un puesto, no de pollos, sino de ropa interior de niño. Y no me quiero morir. Me veo muy viejita con un bastón, pero de toques así a los que me quieran empujar les digo: “Háganse pa’llá cabrones”. He rebasado ya las expectativas que tenía cuando era niña. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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