Un sexenio más y la figura de Luis de Tavira es relevante para el teatro mexicano. Personalidad controvertida no sólo por el material estético de su trabajo, también por el cómo ha llegado a poner en escena una serie de montajes, ya propios, ya derivados de su gestión al frente de la Compañía Nacional de Teatro como el representante, la metáfora escénica de los últimos doce años de gobierno conservador en México.
Luis de Tavira ha sido el brazo escénico del gobierno panista que está por concluir. No significa que con gobiernos anteriores no haya disfrutado de un protagonismo excepcional, sin embargo, en el gobierno de Felipe Calderón ha gozado de mayor proyección — por la ausencia de otros maestros que le hicieran contrapeso estético y político— y por su cercanía a ciertos grupos de poder o de influencia pública. Luis de Tavira es el creador teatral emblema del panismo y el montaje de la obra La expulsión que dirigió con financiamiento de Efiteatro (y que tendrá una extensa gira en 2013) a través de Farmacias Similares, es una muestra más de su cercanía al ideal político-católico (tradición de la que no rehúye) y exaltar al mismo tiempo su omnipresencia en los presupuestos, sistemas de teatros y subvenciones públicas.
Es curioso que un hombre que se presenta como progresista, que públicamente ha expresado ideas políticas propias de una personalidad cercana a cierta izquierda moderada obtenga los presupuestos, los vínculos y el respaldo de un gobierno claramente reaccionario, de figuras públicas (empresarios, por ejemplo) conservadores y paulatinamente enfrente poca resistencia de un gremio teatral que manifiesta sin pudor sus ideas políticas en la plaza pública pero es incapaz de defender, con entereza, los atropellos que ocurren al interior de la comunidad y oponer una mirada crítica.
La siguiente revisión pretende argumentar a favor de la figura de Luis de Tavira como el hábil negociador político que es y situar en la palestra algunos datos de interés sobre su trayectoria reciente, para al mismo tiempo perpetrar una breve semblanza crítica.
La expulsión
El Doctor Simi es un personaje curioso de la vida urbana mexicana. Botarga que ha invadido impúdicamente el imaginario territorial del mexicano (y recientemente de buena parte de América Latina) publicitando a Farmacias de Similares (grupo que pertenece a Víctor González Torres, empresario que en 2006 intentó ser presidente del país, sin partido político alguno que lo respaldara, orquestando una ridícula campaña política populista, autonombrándose un “Che Guevara en Mercedes”). Los bailes lascivos de la botarga, la obesa pero sonriente figura del doctor y la música tropical que utiliza para contonearse en la calle ha convertido a este personaje de hule espuma en un animador más de lo que llamarían ciertos teóricos del arte callejero: un performance involuntario. Rutinario y con el paso del tiempo cada vez menos notable, el Dr. Simi forma parte del catálogo bizarro del país, fauna urbana deplorable, pintoresca si se quiere pero que entorpece el tránsito de los peatones y suma patetismo (con su música e imagen) a la arquitectura social del país surrealista que habitamos (imagino al adolescente que trabaja como botarga del Dr. Simi para pagar sus estudios, a 35 grados a la sombra en cualquier ciudad del norte del país en verano).
Creíamos que el Dr. Simi bailoteando en la calle y entregando publicidad era la única aportación creativa de Víctor González Torres al flujo escénico de nuestra cultura y nos equivocamos. Él también, por mediación de su hermano, el sacerdote Enrique González Torres, contribuyó a la puesta en escena de La expulsión de Luis de Tavira al financiar, a través de su empresa, el proyecto teatral a través de la convocatoria Efiteatro.
Con esta ayuda a la inversión la puesta en escena La expulsión, dirigida por Luis de Tavira y escrita por José Ramón Enríquez, recrea y encumbra el tránsito de los jesuitas en la Nueva España e indaga en dos figuras fundamentales de ese episodio histórico: la orden de los jesuitas, su dedicación misionera y la visión civilizatoria que tenían de Las Indias, expulsada en 1768 del actual México por Carlos III y los avatares de Francisco Xavier Clavigero (conocido ahora como Clavijero) por oponerse a los designios absolutistas a partir de una mirada crítica con el relato imperial, y aunque ahora se ofrece bañada en el más ramplón nacionalismo, llena de cercanía para lo que podemos llamar ahora México. Sin duda, un historiador que perpetró una idea fidedigna —para su época— del pasado indígena y una valoración humanista de los pobladores originales de las tierras que fueron conquistadas.
Ironías aparte, La expulsión ha sido una muestra más de la influencia de Luis de Tavira en dos ámbitos, el empresarial católico y la esfera cultural. Su puesta en escena ha suscitado poco interés de la crítica y del medio en general. La gira de la obra ha cumplido con pocas funciones y a pesar de su pobre visibilidad en los medios de comunicación le fue otorgada nuevamente una cantidad nada despreciable para seguir andando los escenarios del país (1 millón 893,873 mil pesos).
Lo más rescatable de la pieza escrita por José Ramón Enríquez (editada por El Milagro y el Tecnológico Universitario del Valle de Chalco en 2011) es la suma verbal, el contenido poético que propone en su estructura y el seguimiento al novicio que pasa de la exaltación religiosa al reproche (“la soberbia del déspota ilustrado”) y la crítica. La puesta en escena fue el 6 de octubre de 2011 en el Teatro Julio Jiménez Rueda con Emilio Echevarría, Miguel Flores, José María de Tavira y Blanca Guerra en el reparto (entre otros), aunque para la segunda temporada los actores de los personajes principales fueron sustituidos.
A pesar del esfuerzo de nuestros funcionarios públicos por hacer ver a Efiteatro como un órgano plural y moderno que articule propuestas escénicas de avanzada, es evidente que estamos ante la oportunidad histórica para que los grupos de poder político y económico, con alguna cercanía al teatro o sencillamente motivados por el fenómeno de La expulsión, disgreguen en la escena pública sus conjeturas morales o su personal visión histórica del país. Por suerte, en La expulsión el encargado de esta apología histórica fue José Ramón Enríquez, un experimentado dramaturgo que logró un texto menos zalamero de lo que resultó la puesta en escena y la publicidad de la obra, aunque ¿qué sucederá si a los Legionarios de Cristo se les ocurre hacer una versión histórica de su querido padre Maciel? ¿Habrá un comité de selección lo suficientemente crítico como para negar el apoyo (lo cual significaría perder presencia en ese comité de ricos cultos y de empresarios notables como don Víctor González Torres)? ¿O será que el teatro mexicano debe sobrevivir a base de las limosnas fiscales de los dueños de la economía, la política y el entretenimiento (tan bien representados como el notable político don Víctor González Torres)?
Ironías aparte, La expulsión ha sido una muestra más de la influencia de Luis de Tavira en dos ámbitos, el empresarial católico y la esfera cultural. Su puesta en escena ha suscitado poco interés de la crítica y del medio en general. La gira de la obra ha cumplido con pocas funciones y a pesar de su pobre visibilidad en los medios de comunicación le fue otorgada nuevamente una cantidad nada despreciable para seguir andando los escenarios del país (1 millón 893,873 mil pesos). Casi la cifra máxima para no claudicar en su empeño historicista y pedagógico: la aparente deuda moral que tiene el país con la compañía de Jesús.
Lo más desconcertante, sin embargo, no es la cantidad de dinero que ha logrado esta puesta en escena (casi cuatro millones de pesos en dos años), ni el escaso número de funciones, ni su estética megalómana, ni tampoco la apología histórica o las carencias dramáticas de la puesta en escena, no el contenido innovador de su estructura o de la visión estética que nos ofrece, sino la posibilidad de acceder al estreno y a una temporada en un teatro público que pertenece al INBA (Teatro Jiménez Rueda).
Si un creador de escena mexicano, común y corriente, quiere hacer uso de ese espacio teatral para una temporada, por ejemplo, debe presentar un proyecto a través de una convocatoria pública que la propia Coordinación Nacional de Teatro del INBA prodiga. Sin embargo, la obra de Luis de Tavira (con dieciséis funciones) lo hizo mediante un convenio de concentración según el cual la empresa encabezada por Enrique González Torres (hermano del Dr. Simi y también hermano de Jorge González Torres, fundador del Partido Verde Ecologista de México) se compromete a reparar los baños de los camerinos y los del servicio público, además del sistema de audio, así como la donación de una escalera telescópica profesional.
Es decir, si un empresario influyente y un director de escena con prestigio se ofrecen a reparar los baños y hacer una donación material al espacio, podrían tener un trato de favor frente al Estado (pueden acceder a su cartelera). A pesar de la alta inversión (dos millones de pesos, en la primera emisión) no lograron encajar (o pagar el alquiler) de un teatro privado. Al parecer los espacios públicos se abren para recibir a los grupos de teatro que oferten además de un espectáculo, servicios de fontanería especializada.
Efiteatro
Reza la página de CONACULTA: “EFITEATRO es un estímulo fiscal para los contribuyentes del impuesto sobre la renta que otorga el Artículo 226 Bis de la Ley del Impuesto sobre la Renta, con el fin de apoyar a los Proyectos de Inversión en la Producción Teatral Nacional. A través de EFITEATRO, los contribuyentes que aporten a Proyectos de Inversión en la Producción Teatral Nacional en México autorizados por el Comité Interinstitucional de dicho estímulo, pueden obtener un crédito fiscal, equivalente al monto de su aportación, aplicable contra el impuesto sobre la renta del ejercicio en el que se determine el crédito o poder aplicarlo en los diez ejercicios siguientes, hasta agotarlo”. Efiteatro lleva así un par de años operando y recientemente se ofrecieron los resultados de la última emisión. Sin duda se trata de uno de los grandes logros de la política cultural reciente y sus autores, los funcionarios que la hicieron posible, pasarán a la historia por equiparar el debate al seno de la maltrecha vida política mexicana con el cine (Efiteatro es consecuencia de Eficine). El teatro logró entrar a la cúpula de interés de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y aunque el fondo económico no es concursable, sino que depende de la aprobación empresarial y de una serie de intermediarios, fue bien recibida en un primer momento. A la vista de los resultados, ante la imposibilidad de ciertas compañías con un perfil independiente y combativo que no encuentran réplica empresarial a sus empeños escénicos se ha desdibujado el semblante que tenía como “convocatoria redentora”, pues pasó de provocar excitación a dolores de cabeza y resignación entre quienes no pueden cumplir la cantidad ingente de requisitos o sus posturas artísticas no convencen a los comités empresariales, a quienes no les gustaría vincular su marca con puestas en escena polémicas o que alimenten un halito verdaderamente crítico.
No ayudan los resultados de los últimos años para modificar esa visión de Efiteatro como un motor de “teatro de entretenimiento”, donde se han visto beneficiados auténticos proyectos empresariales-comerciales. Montajes derivados de la habilidad de administradores dedicados al entretenimiento (o intermediarios con mucho talento y visión publicitaria) que han visto en Efiteatro una oportunidad para hacerse de más recursos.
Vale la pena destacar, que comienza a ser común y benigno que la frontera entre el teatro comercial y el teatro cultural o universitario se difumine y el diálogo entre unos y otros aumente la calidad de los primeros y el público de los segundos. Efiteatro hasta ahora no ha garantizado ser ese contrapeso y los resultados de las últimas emisiones ascienden los peores presagios de los pesimistas a la realidad, producciones escénicas beneficiadas donde brillan nombres como el de Jorge Ortiz de Pinedo o puestas en escena como 12 hombres en pugna o Rojo (éxitos comerciales que no necesitan de subvenciones públicas o créditos fiscales incentivados por Conaculta).
Al respecto la duda que ha comenzado a subir de tono los debates en la sobremesa de los teatreros es: ¿Hace falta destinar tanto dinero a la producción teatral? Es evidente, cuando uno observa el panorama teatral nacional que muchas puestas en escena prestigiosas han costado un diez por ciento o menos de lo que destinan en Efiteatro a la producción. Lo cual indica que deben ser grandes producciones, es decir, prodigar la estética de lo monumental antes que avanzar hacia la consolidación de modelos de producción que permitan a las pequeñas y medianas empresas teatrales ser autogestionarias y conseguir estabilidad.
En un país donde la saturación de la producción teatral no es proporcional con el número de funciones o la permanencia de los espectáculos en la cartelera, donde las compañías no pueden convertirse en microempresas por la dependencia gubernamental, el atraso en los pagos y el azar de las convocatorias, es natural que se juzgue a Efiteatro como un club de ricos (entre los cuales paulatinamente entran más y mejores propuestas pero aún no hacen mayoría) que no se corresponde con la vida teatral del resto del país ni de muchas compañías del centro.
Con el monto de Efiteatro que las empresas destinan a la inversión podrían echar mano las compañías con invitaciones internacionales de dinero para costear los viajes, las salas independientes para mejorar su infraestructura, las compañías para solidificar los modelos de producción según el lugar de trabajo, los grupos en auge en zonas de violencia extrema ofrecer alternativas de ocio y tiempo libre.
Compañía Nacional de Teatro
En 2009 publiqué una reseña crítica sobre la puesta en escena de Ser es ser visto en esta revista Replicante: la Compañía Nacional de Teatro revitalizaba sus esfuerzos por encomienda de Sergio Vela, entonces director de Conaculta. A mi juicio, los resultados escénicos eran deplorables, lo cual resultaba ser un reflejo de lo que sucedía en el interior: artistas de la escena entorpecidos por una gestión oscura y decimonónica, ausente de una selección democrática y para un público concentrado en el casco central de la Ciudad de México.
La duda sobre la obtención de los presupuestos (a qué partida general correspondían) y las cualidades estéticas de la obra en cuestión causaron natural polémica. La CNT se ha convertido en el gran tema de debate de los años recientes en el teatro mexicano. Lentamente la discusión se apagó y, a pesar de algunas voces discrepantes, el presupuesto para la producción creció hasta alcanzar los 19 millones 599 mil 480 pesos en este 2012.
A reserva de conocer el presupuesto para el año siguiente, vale la pena destacar el esfuerzo económico enorme, de casi siete millones de pesos para el pago de honorarios, que el gobierno mexicano destina para mantener a la CNT (es decir, una tercera parte de lo que cuesta la producción anual). Cifras, en todos los sentidos, exultantes.
Luis de Tavira (creador emérito desde 2006 por el Fonca) podría tener todos los méritos artísticos para dirigir durante un sexenio la Compañía Nacional de Teatro. Es un creador honorable y aunque cuestionable su visión de la teatralidad, pertenece a un grupo de artistas del teatro mexicano reconocidos internacionalmente con algunas puestas en escena memorables. Sin embargo, los criterios de elección de las obras, la invitación a ciertos directores, diseñadores y autores, las curiosas entrevistas a los intérpretes que desean hacerse con una beca para ser parte de la Compañía y los exabruptos de sus colaboradores hacen de la CNT un espacio de natural desconfianza. Mientras en buena parte de la república teatral los grupos independientes prácticamente subvencionan al Estado (el atraso de los pagos es proverbial), existe una cúpula intocable donde la feroz administración pública no puede llegar: la CNT.
La hábil gestión de los recursos a través del Fonca les confiere un hálito casi divino, un lugar seguro para la creación de sus puestas en escena (además tienen a su servicio un teatro propio en Coyoacán) y las ventajas de las relaciones públicas (pueden equipararse, como ya lo han hecho, con “otras compañías nacionales” del mundo) han logrado la antipatía de buena parte del sector que intuye que existen dos tipos de teatreros en México, los de la Compañía Nacional de Teatro y los que esperan seis meses (o más) para cobrar lo que el Estado les debe por su trabajo.
Al no existir una ley o reglamento, el INBA y el Conaculta no tienen un parámetro para cuantificar y ponderar el valor del trabajo de un creador al interior del país y lo que sucede en el centro. La disparidad de sueldos es grosera y proyecta un debate ausente del teatro nacional. ¿Cuál debe ser el salario mínimo de un creador escénico pagado por el Estado? ¿Existen frente a las instancias culturales federales dos tipos de artistas, los de primera (CNT) y los de segunda (los que pagan impuestos y entregan un recibo de honorarios o factura)?
En este 2012 que se apaga lentamente hubo elecciones federales, en las cuales, más allá de la preferencia ideológica, quedó claro que el poder de los medios masivos de comunicación exasperó a buena parte de la comunidad artística y en especial a los profesionales de las artes escénicas, quienes denunciaron continuamente atropellos y se convirtieron en ojos críticos de la irregular contienda electoral. Como es natural y acaso consustancial con la profesión, era notable la cercanía de la mayor parte de lo que podríamos llamar la “comunidad teatral” por el candidato que representaba la opción de izquierda moderada.
El resultado, por todos conocido, exasperó a más de un teatrero mexicano que prometió mantener una actitud crítica con los poderes fácticos y no aceptar “la imposición mediática y política” que representa Enrique Peña Nieto. Resulta curioso, para quien esto escribe, percibir tal compromiso político y acaso un genuino sentimiento ideológico electoral, pero al mismo tiempo corroborar, una vez más, el silencio del sector para con los poderes fácticos internos. Me basta con recordar la suma de críticas (en lo público y privado) que muchos creadores nacionales hicieron al remozado proyecto de la Compañía Nacional de Teatro en 2008, al citado estreno de la puesta en escena Ser es ser visto y el debate que provocó la cantidad de familiares de Luis De Tavira involucrados en las puestas en escena recientes de la CNT, y en pocos meses, ver cómo uno a uno van aceptando dirigir, actuar, escribir o colaborar con la dirección artística de la CNT.
El dinero, sin duda alguna, la certeza de un pago más que el prestigio o la cercanía estética con el director artístico (y su profusa metodología) son la fuerza que atrae a más de un creador, en especial a actores que han visto en la CNT un “nuevo FONCA”, otra fórmula para refugiarse en el ogro filantrópico.
La habilidad política de Luis de Tavira es proverbial y su oratoria lúcida, personalidad fáustica y brillante lo proveen de una metonimia política que lo hace aparecer en cualquier escenario político y de hacer converger los mejores destinos para sus huestes y echar a andar los caballos de la ignominia en contra de sus comentaristas críticos.
Sobre un personaje como Luis de Tavira, tan fascinante por lo que representa en una comunidad tan estrecha como es el teatro mexicano, quedan en el aire, como es costumbre, muchas preguntas, algunas de las cuales serás despejadas en la próxima gestión cultural sexenal; encamino unas cuantas para centrar el debate más en la gestión pública de la Compañía Nacional de Teatro (y sus aristas) y menos en la figura imperial de De Tavira. Por ejemplo: ¿Qué sucederá con la Compañía Nacional de Teatro? ¿Seguirá siendo el brazo escénico del gobierno federal o se convertirá en un órgano democrático donde directores y grupos notables del país realicen largas residencias artísticas? ¿Se mantendrá el monumental esquema de estipendios a actores y creativos? ¿Cómo integrarán el repertorio de la Compañía, quién decidirá para qué público, qué autores, con qué criterios impactar en la sociedad? ¿Seguirá siendo un órgano de producción teatral que duplica las funciones de instituciones públicas dedicadas a incentivar producciones escénicas originales? ¿La Compañía Nacional alcanzará a ser verdaderamente patrimonio del país o seguirá anclada en el centro elitista de la Ciudad de México? ¿Presentarán un plan de creación y renovación de públicos? ¿Tratarán de llegar a estratos sociales más amplios?
Y sobre el programa de Efiteatro: ¿Seguirá siendo un club de asignación donde sólo los teatreros con vínculos empresariales puedan participar? ¿Podrá avanzar hacia un fondo concursable (como sucede con las convocatorias del Fonca)? ¿Vale la pena invertir tanto dinero en megaproducciones teatrales cuando hace falta destinar recursos a compañías y espacios independientes para convertirlos en empresas culturales? ¿El problema del teatro mexicano (y que seguramente Efiteatro lo podría aminorar) es la producción escénica o construir verdaderos circuitos profesionales que hagan circular las puestas en escena ya existentes? ¿Seguirán siendo inalcanzables los criterios y los trámites fiscales para grupos del interior del país donde la masa empresarial es desconfiada, alejada de las artes y poco comprometida socialmente? ¿Dejará de ser un fondo que garantiza al teatro comercial el acceso a estipendios públicos? ¿El director artístico de la millonaria Compañía Nacional de Teatro seguirá siendo beneficiado?
La relación entre Luis de Tavira (el otrora teórico impertérrito del teatro mexicano) y el Dr. Simi no es más que un símbolo más para el catálogo bizarro de anécdotas que ocurren dentro de la vida pública de nuestro oficio, una metáfora de cómo el arte escénico depende de la visión historicista de los grupúsculos de poder económico, del ánimo conservador y burgués de la sociedad para recoger una cuantiosa propina que al mismo tiempo sea una exaltación histórica y un blindaje político, una forma de quedar bien con derecha e izquierda, de presentarse como progresistas (los jesuitas son los menos conservadores de una tradición retrógrada) y también de guiñar un ojo al duro corazón conservador del gobierno en turno. La habilidad política de Luis de Tavira es proverbial y su oratoria lúcida, personalidad fáustica y brillante lo proveen de una metonimia política que lo hace aparecer en cualquier escenario político y de hacer converger los mejores destinos para sus huestes y echar a andar los caballos de la ignominia en contra de sus comentaristas críticos.
Quedan, todo hay que decirlo, numerosos directores, escenógrafos, autores y sobretodo intérpretes fieles a cierto estoicismo romántico que está cimentado en la tradición del teatro independiente. De las pequeñas compañías escénicas, las salas alternativas y festivales que sobreviven más por la entereza personal de los creadores que por hondos esfuerzos institucionales. Las pequeñas compañías del teatro independiente mexicano, las que fluctúan en ciudades medianas, en las fronteras (norte o sur) o directamente en zonas de violencia extrema deberían ser la directriz de un estipendio fiscal como Efiteatro y no el arrebato religioso en escena, la megaproducción de lo que México “pudo ser de haber resguardado al orden jesuita”. Esos grupos, esos creadores que esperan meses para recibir un pago, que sortean dificultades burocráticas para acceder a teatros públicos, que reciben sueldos miserables (cuando los hay) y deben esperar la dictaminación de largas convocatorias para seguir haciendo su trabajo con dignidad, son la verdadera compañía nacional de teatro, los que realmente se esfuerzan por crear y renovar público, los acompañan a su sociedad, están en sintonía con ella. ®
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