Expo Congal Tijuana

La miseria de la imaginación

De todas las estupideces que dice el mesero chilango rescato la primera definición que escucho sobre la Expo Erótica: Este evento es para que vengan a ver nalgas todos aquellos que no tienen huevos para ir a la Zona Norte, al Adelitas o al Hong Kong.

Empresarios del amor

La vida me ha puesto frente a dos pornógrafos o —para suavizar el tono— dos empresarios del erotismo: Gary Kremen y Armando Rodríguez. Además de ellos, conozco quizá a un par de actores, tres o cuatro actrices, media docena de teiboleras y otras tantas y tantos sexoservidores. Ningún director, ningún distribuidor de material erótico y ningún experto en el tema. En esto último omito a los terapeutas sexuales. No tiene sentido molestar a un gremio que ya tiene demasiados conflictos para ser tomado en serio.

En la Expo Erótica Tijuana. Foto 20minutos.com.mx

En la Expo Erótica Tijuana. Foto 20minutos.com.mx

A Gary me lo presentaron unos abogados. Estaba en Tijuana para recuperar todo lo que le había robado Stephen Cohen, y no voy a narrar esa historia porque es asunto viejo y el lector puede googlearlo. Al final Gary logró recuperar una mansión, varios millones de dólares en propiedades y lo que fue la verdadera manzana de la discordia, un sitio pionero de internet en el solaz mundo de la pornografía: sex.com

Kremen es un judío regordete, de buena papada, ojos vivarachos y cabello castaño y fino como de bebé de dos años. Cuando lo conocí vestía una camiseta sin estampados que le quedaba larga, unos jeans gastados y esos zapatos que ni son tenis ni son zapatos, y me lo aclaró casi enseguida: no le interesaba el negocio de la pornografía ni el erotismo. No por inmoral o indecente o depravado. Sino por falso, ridículo, plástico, impersonal y mercantil. Además era una monserga lidiar con los personajes que pululan en el mundo de la pornografía. Luego de su aclaración pasaron más de cinco años y supe que se deshizo de sex.com y que ahora incursiona en el mundo de la energía limpia y renovable. Bastante impresionante para un tipo que vivió en San Francisco habitando uno de sus edificios en completo abandono, sin otro mobiliario que un sillón y una computadora a guisa de oficina, y muchas, muchas metanfetaminas.

Armando se ha edificado en honor a Ortega y Gasset: el hombre y sus circunstancias. Es alguien que ha decidido asumir su papel aunque rebatirá cualquier sospecha de que lo suyo es la pornografía, aun cuando su pinta de pornógrafo sea tan ineludible como su puro y su oficina. Lo suyo es el erotismo, dice.

Al otro lo conocí hace poco, y vive en Tijuana. Si algo lo caracteriza es un puro cubano en la boca que lo reduce lamentablemente a un cliché. Es el dueño de dos o tres sex shops; el más representativo está en la Vía Rápida, a un costado del Office Depot, Costco y Home Depot. Llegué a estar dentro de su oficina, que también era otro cliché horroroso y nada inesperado. Vaya: parecía la oficina de algún personaje del videojuego Grand Theft Auto. Para aderezar lo predecible tiene incluso un café donde espera vender vino y bebidas y alimentos afrodisiacos. Su mirada suave y personal contrasta con sus maneras abruptas y distraídas, e incluso con su historia entretejida para justificar el sitio que ocupa en la pujanza económica local: comenzó regenteando varios sex shops sandieguinos, que fueron propiedad de su ahora ex esposa, y por alguna forma u otra —algunas lenguas inoportunas narran que en realidad le quitó el negocio a la mujer— cimentó camino para ser el principal vendedor y distribuidor de artículos eróticos, sexuales y pornográficos en la ciudad. También es el organizador del festival que nos ocupa: la Exxxpo Erótica.

El contraste entre Gary y Armando es tan apabullante que en realidad no hay un punto de comparación entre ambos, salvo el negocio que los une. El judío es franco, ñoño y a ratos abrumador con sus pláticas de entrepreneur. Su estampa y su personalidad son la de un egresado de Stanford, donde en realidad estudió, y salvo su ojos vivaces de nerd onanista nada en él lo relaciona con la industria del sexo, salvo quizá como usuario. Armando se ha edificado en honor a Ortega y Gasset: el hombre y sus circunstancias. Es alguien que ha decidido asumir su papel aunque rebatirá cualquier sospecha de que lo suyo es la pornografía, aun cuando su pinta de pornógrafo sea tan ineludible como su puro y su oficina. Lo suyo es el erotismo, dice. Lo suyo es el erotismo con buen gusto, además, asegura. Y mientras contemplas la infaltable fotografía de oficina de su exuberante esposa le escuchas también asegurar que jamás incursionaría en la pornografía y que jamás se acostaría con ninguna de las edecanes que trabajan y modelan para él y sus promociones.

¿O Expo Congal? Foto 20minutos.com.mx

¿O Expo Congal? Foto 20minutos.com.mx

Comprendes entonces que el negocio que nos concierne no podría sobrevivir sin las apariencias, sin la pulcritud de la simulación, sin el encanto de lo aparente y sin las delicias de la sospecha. Los que lo conocen deben comportarse como el marido de una fichera que sabe que quizá también se acuesta con los clientes, pero ha preferido pensar que solamente baila y se emborracha en las piernas de ellos. O como el camarógrafo o el grip que asiste en una casa productora pornográfica y llega a casa con su esposa e hijos a confesarse, cada día, de que no hay tentación de por medio: que lo suyo es profesión y trabajo.

O como Armando: que para organizar su Expo Erótica dirá que lo suyo es promover el erotismo en una ciudad como Tijuana (cualquier cosa que Tijuana signifique, claro es).

Una junta en la oficina del “curador”

Lo primero que me hallo al subir las escaleras es un estante angosto, iluminado con una lámpara instalada a ras del techo. Encima hay dos o tres botellas. Distingo que una es de tequila y pierdo el interés en las demás. A un costado del mueble está la entrada del baño. Cuando llego a ese punto contemplo la oficina tal cual es: a la derecha hay un tubo para striper que me provoca una sonrisa de compasión, a la izquierda hay sillones forrados en imitación de piel. Enseguida de ambos preámbulos hay un escritorio amplio, resguardado por dos sillas. Atrás del escritorio espera Armando, sentado y sonriente. Hay un enorme monitor en medio de un anaquel que ocupa toda la pared del fondo, y su luz domina la habitación como si fuera un invitado adicional, un Gran Hermano pornográfico. Nada de eso: en la pantalla están desplegados casi una veintena de cuadros del circuito cerrado de televisión. Encima del anaquel, casi hasta tocar el techo, hay cajas y cajas de puros y cigarros. Armando nos espeta enseguida: Hubieran llegado antes y alcanzan a ver a las morras modelando las piezas que van a estar en pasarela en la expo.

Una pena, sin duda. Contemplo el piso laminado de la oficina e imagino el sonido de los tacones y de los pies descalzos de las jóvenes que modelaron numeritos para el organizador de la expo erótica.

No hablamos de tetas ni culos ni prostitución o pornografía. Hablamos de la otra cara de la moneda: de números sólidos y duros, y para eso, el hombre es vigoroso y cabal: espera un aproximado de nueve mil a once mil personas en la expo.

¿Y esas morras de dónde las sacas?, le pregunto, y él responde vagamente que las contrata por evento, que le sale más barato que contratarlas a través de una empresa de edecanes. Pienso de inmediato en un par de jovencitas que vi hace meses paradas en la salida de un lavado de autos, en pleno bulevar Clouthier, el prócer del panismo demócrata. Ambas vestidas con traje de baño a dos piezas, agitando ambas una bandera todavía más ridícula que ellas. A veinte metros, tres calafias interrumpen el tráfico mientras suben y bajan pasaje. ¿Y si una de ellas trabaja para Armando?, me pregunto. No sé si me consuela pensar que quizá la vuelva a ver en el escenario de la expo erótica.

Antes de finiquitar nuestro asunto nos enfrascamos en pláticas vulgares y pretenciosas. No hablamos de tetas ni culos ni prostitución o pornografía. Hablamos de la otra cara de la moneda: de números sólidos y duros, y para eso, el hombre es vigoroso y cabal: espera un aproximado de nueve mil a once mil personas en la expo. Imaginen que el diez por ciento deje doscientos pesos además del boleto de entrada, dice. Asiento con toda mi enorme cabeza y me pongo a recordar lo que Julian, un actor porno, me dijo una vez: Para actuar en una película tres equis, amigo, no importa el tamaño, sino que tengas la seguridad y el desenvolvimiento para que, al menos, tengas una erección que dure el tiempo necesario y las veces que lo exija el director.

Un día antes (día de preparativos, de curaduría)

Es jueves 15 de agosto y estoy adentro del salón Mezzanine. Pienso en todas las fiestas de quinceaños, bodas y convenciones que se han celebrado en el edificio. Pensé en ello cuando platicaba con unos meseros que esperaban al encargado de la barra de cerveza para pedirle trabajo. Entre ellos hay un mesero defeño, un chilango omnipotente, como todos los chilangos, que se llama Manuel. Yo sé el teje y maneje de bares, cantinas y congales, muchacho, jura. Luego se embarca en especulaciones sobre Tepito y la docena de secuestrados del bar Heaven, de cómo todo está más allá de las mafias en la Ciudad de México. El hombre sabe preparar tragos pero también es experto en mafias capitalinas.

De todas sus estupideces rescato la primera definición que escucho sobre la Expo Erótica: Este evento es para que vengan a ver nalgas todos aquellos que no tienen huevos para ir a la Zona Norte, al Adelitas o al Hong Kong.

La anticapital del erotismo.

La anticapital del erotismo.

Adentro el orden de las cosas parece haber sido planeado por el cantinero chilango. Puedo imaginarlo sonriente, con su cabello color sal y pimienta, bajo de estatura, vientre abultado, como músico veterano de algún festival OTI edición setentas, convertido en curador del erotismo local. Imaginemos que ha sido su toque lo que decidió lo siguiente: al fondo hay un escenario, que parece más bien cadalso sin horca ni guillotina, con una pantalla contra la pared y luces de escenario. A la derecha de éste el curador dispuso una habitación rectangular con show para mujeres; lo sabes porque la pared más larga tiene impresa los cuerpos brillosos, morenos y bronceados de tres stripers. A la izquierda del escenario hay una zona VIP. No puedo imaginar quienes serán esas very important people.

Al centro del salón hay módulos para los expositores. Armando, el verdadero curador del evento, domina la exposición con dos enormes espacios, uno de los cuales está coronado con área para sus invitados. En la pared derecha el Hong Kong colocó un escenario para sus mujeres. Más adelante, en la misma pared y en un espacio más reducido, La Cueva del Peludo montó un tubo y varias butacas. Todo parece forrado por el mismo tapicero que fabrica el mobiliario de los restaurantes de comida china.

En la pared izquierda hay espacios para el arte erótico. Cualquier cosa que eso signifique para Armando. Hay incluso una tarima donde habrá body painting. Sobre la misma pared, casi en la esquina, hay espacios para asociaciones civiles que harán pruebas gratis e inmediatas de VIH. El contraste entre la pared izquierda y la derecha invita a muchas interpretaciones. Arte, activismo civil y bares con mujeres que se desnudan (decirles bailarinas es un eufemismo que insulta el concepto mismo del baile y la danza) son asuntos que para el organizador deben permanecer diametralmente opuestos. La izquierda y la derecha de una mente que ha decidido enarbolar el erotismo local.

En la salida lateral, justo entre el espacio del Hong Kong y La Cueva del Peludo, hay una salida que llevará al asistente a una zona a cielo abierto de alimentos y al área de fumadores. Ahí veo cómo instalan el armatoste de un toro mecánico, solo que en vez de bovino el curador ha mandado esculpir un enorme falo de color rosa uniforme.

La gracia del curador tiene reservado un toque esplendoroso. En la salida lateral, justo entre el espacio del Hong Kong y La Cueva del Peludo, hay una salida que llevará al asistente a una zona a cielo abierto de alimentos y al área de fumadores. Ahí veo cómo instalan el armatoste de un toro mecánico, solo que en vez de bovino el curador ha mandado esculpir un enorme falo de color rosa uniforme. Completito: testículos, tronco, balano o glande. El que lo desee podrá subirse para que lo sacuda el falo mecánico. Comida y pene gigante al aire libre, porque quizá el curador sabe, de manera inconsciente, que la yuxtaposición entre la pared derecha y la pared izquierda no basta para expresar su noción de erotismo. Un erotismo dividido, sujeto a márgenes, definido y al final ramplón y ridículo, como un pene tremebundo que gira y se mueve en vaivén mientras otros comen.

¿Caben tres días en uno solo?

La teoría de la relatividad explica que sí, y el concepto de erotismo del organizador también. Igual que un empleado, o un obrero común que un lunes checa tarjeta, y mientras padece el tedioso transcurso de las horas, de repente descubre que es jueves y farfulla agradecido que mañana será viernes, por fin. De la misma forma, asistir el viernes dieciséis era lo mismo que asistir el domingo dieciocho. Cualquiera de los tres días ofrecía la misma función. Como uno de esos circos ciclados que no terminan de irse de la ciudad. De esto podrán dar fe los que trabajaron en la expo pero no los asistentes, y es que ¿quién podría dejarse esquilmar doscientos pesos más para asistir más de un día? Seguro no faltó quien.

Por fortuna —quiero creer que ésa fue la razón y no una serie de circunstancias ajenas al evento— no muchos decidieron asomar la nariz al lugar. No fueron ni siquiera los nueve mil que Armando supuso como mínimo. Y los que fueron tendrían que admitir que no había nada en todos los metros cuadrados de exposición que invitara al erotismo sino al morbo. Uno muy desinfectado, rociado con el penoso astringente del mal gusto. Ideal para el que deseara contemplar el espectáculo de la Zona Norte sin ensuciarse los zapatos con el mismo pavimento que recorren las paraditas, los borrachos patibularios, los mariachis, los vendedores de droga y demás fauna de la calle Coahuila, zona de tolerancia local.

De las mujeres que deambulaban ¿qué decir? ¿Es justo responsabilizarlas por sus limitaciones? Por supuesto que no. Cuando se trata de explotar el cuerpo femenino como si fuera un trozo de jamón y no un ser dinámico, de movimientos, figuras, contornos y sombras, la expo hizo lo suyo.

En ello habrá que agradecerle a Armando Rodríguez por la sutil descontextualización del congal tijuanense. Y por incluir además los artículos made in China que vende en sus tiendas. Sin olvidar la posibilidad de hallarte a la panda de artistas que fueron a colgar sus lienzos, grabados y óleos en honor a un erotismo inexistente, casi para ofrecer un toque de elegancia a un vodevil que incluso falló en vender las ventajas y placeres de un strip joint.

El escenario que posiblemente, en la imaginación del organizador y sus empleados, era la atracción principal padeció todo lo que sucede cuando la dirección, el montaje y la producción no existen. Los presentadores jamás rebasaron del chascarrillo ramplón y de la vulgar coprolalia. Durante los tres días subieron a cuanto ingenuo se dejó a que jugara a ponerle el condón a un dildo, a bailar —contonearse con la gracia de un convulso— y restregar el cuerpo con otra persona sentada, y en general se dedicaron a exhibir los pudores y tapujos de una ciudad que, por más posibilidades y esfuerzos, no termina de madurar sexualmente. Tanto, que permiten ser reducidos a espectáculos anodinos. Incluso un domingo con Chabelo acaba por ser más erótico en comparación.

De las mujeres que deambulaban ¿qué decir? ¿Es justo responsabilizarlas por sus limitaciones? Por supuesto que no. Cuando se trata de explotar el cuerpo femenino como si fuera un trozo de jamón y no un ser dinámico, de movimientos, figuras, contornos y sombras, la expo hizo lo suyo. Vaya, el organizador debería reconsiderar el nombre de su numerito y llamarlo Expo Congal. Porque ninguna de las mujeres que trabajó ahí hizo otra cosa además de exhibir sus carnes a rajatabla. ¿Bailar? Claro que no. Lo de ellas tuvo la gracia de una garza herida, y de erótico ni siquiera el más mínimo elemento del imaginario pornográfico.

Vaya, Armando y sus empleados deben suponer —y quizá, para mayor inri y tristeza, atinan en sus suposiciones— que el erotismo local se limita o reduce a la exhibición indiscriminada de mujeres semidesnudas, mocetones musculosos y artículos de alcoba. Eso, o quizá proyecten su eros personal sin pena alguna. Quizá no haya nada más erótico para él que una simple fórmula para esquilmar al público en general, ganar algo de dinero y proyectar, de una vez por todas, los escenarios de su inconsciente.

¿Hasta cuándo padecerá Tijuana de este tipo de eventos? La falta de curaduría es un mal general. Desde los festivales de arte y cultura hasta su única expo erótica. Actividades que ni siquiera tienen el sentido común del consenso para incluir en el número las diversas expresiones que ya hay en Tijuana y que podrían aportar a la educación e imaginación del tijuanense. ¿Es de verdad el congal y sus empleadas la única expresión del erotismo local? ¿Basta con prestarles media pared a pintores para presumir heterogeneidad?

Sobra decir además las implicaciones que hay en el uso indiscriminado y voraz del cuerpo femenino. Lo que sucedió en esta expo no fue otra cosa que trata de blancas legal o políticamente correcta. ¿No termina siendo eso la exhibición vulgar, incontenida, tosca, penosa, ridícula y a ratos hilarante de una pandilla de mujeres que trabajan en bares desnudándose? Dudo muchísimo que ninguna de ellas haya llegado por pie propio a ofrecer su acto a título y ganancia personal.

Francamente, el único mérito de Armando Rodríguez y su Expo Erótica fue sacar los productos que se venden en la Zona Norte, sacudirlos de sus tabúes, agregarles otros y reempacarlos para venderlos —más caros, además— a una audiencia que se quiere ahorrar la molestia de buscar estacionamiento en la calle Primera y que él, obviamente y aunque lo niegue, no considera ni madura ni inteligente para algo más enriquecedor que el simple desfilar de nalgas, senos, carne magra y dildos de cuestionable calidad. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Octubre 2013

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