Florilegio

En la tierra del faisán y del venado

Este texto, leído por el autor durante la ceremonia conmemorativa del LII homenaje luctuoso a Antonio Mediz Bolio, es también una semblanza del escritor, político y académico yucateco, precursor del indigenismo y vanguardista en toda su práctica.

Antonio Mediz Bolio

Despunta grave la nota de la caracola que se manifiesta inundando el aire. Canoro eco. Llama con aliento viejo y flota por los puntos que unen al cielo, anunciando —una ceremonia está por comenzar. Desde oquedades en espiral sopla la efeméride una vehemencia. Es al umbral del otoño a donde convoca. Y viaja entre vientos, congregándonos hoy, aquí: evoquemos al cronista del Mayab legendario, quien testificó lo maravilloso como patrimonio de nuestra región.

Evoquemos: abrir y leer La tierra del faisán y del venado es casi volver a Ochil, regresar al paraje del zorro, encontrar al maestro en su parnaso, con ojos blancos de poeta, declamando a la sombra de una ceiba.

Rodeado por mitologías que invoca.

Y hacia él convergen cuatro caminos por los cuales peregrinan a escucharle, a interrogarlo sobre magia, o pasan a saludar los amorosos Canek y Sac-Nicté, hasta el solemne rey enano de Uxmal; por las noches el búho Tunculuchú le trae un presente y de lejos distingue a la Xtabay danzando en el ombligo de la geografía luminosa, del terruño que lo inspiró a ser universal, a encontrar su originalidad entrañable.

Es al umbral del otoño a donde convoca. Y viaja entre vientos, congregándonos hoy, aquí: evoquemos al cronista del Mayab legendario, quien testificó lo maravilloso como patrimonio de nuestra región.

La tierra del faisán y del venado es una perla en la garganta de la literatura yucateca. Celebremos a su autor, una vez más, reconociendo la sensibilidad que despliega. Ese indeleble códice que impregna su voz, transfigurada en la del bardo indio, al narrar con generosa tesitura lírica los episodios que suman la saga legendaria del Mayab. No es poco decir. Existe una dedicación por la belleza condensada en este libro. Considerado ahora sin empacho un clásico, a casi noventa años de publicado aún responde lo inmemorial, todavía embruja como embriaguez de sueño y durante sus páginas perdura el sutil ingenio de Antonio Mediz Bolio, su pensamiento estético. Es consabido. Ya lo auguraba un contemporáneo suyo, Ermilo Abreu escribiendo que “sostiene el espíritu de su obra en altura tal, que al madurar sus frutos tienden éstos a organizarse y a crear fuerzas vivas capaces de energía bastante para garantizar su permanencia”.

Ermilo Abreu Gómez, claro, tenía razón y actualmente damos fe de semejante permanencia: la cosmovisión plasmada en La tierra del faisán y del venado sigue asombrando, encanta cuando relata cosas viejas a las gentes nuevas, derrocha gracia puesto que simboliza un himno que venera la grandeza de lo antiguo pero apuntando al futuro. Dirigido a generaciones nonatas. Como puente para explorar la otra orilla del tiempo, donde la naturaleza representa una catedral y tanto la superficie glauca del cenote hasta el fondo púrpura de la gruta, cada sinuoso sacbé, sendas rurales bajo estrellas o matas del monte rociadas por el alba, cualquier paisaje peninsular mana telúricas resonancias. El aura nostálgica de un remoto esplendor palpita en el silencio de sus vestigios.

Pero además de constituir un trabajo cimero dentro del contexto de la producción de su autor, La tierra del faisán y del venado significó una vanguardia para su época. Un ejemplo para las nacientes corrientes literarias del indigenismo en Latinoamérica.

Por ello aplaudimos el talento de Antonio Mediz Bolio, de nuevo su vocación, porque sabemos que tras el mérito conseguido subyace un estudio incansable de las tradiciones orales del pueblo maya, ejercicios imaginativos, reflexiones, en fin, titánicas labores que como apasionado erudito cumplió en forma cabal. Pero su herencia es más vasta.

Repasemos facetas de su quehacer intelectual para sintonizar nítida una imagen del hombre proyectado en justas dimensiones: nació a finales del siglo XIX, acá en Mérida y, como él mismo cuenta, remembrando su infancia en un texto, su primer amigo fue Bel-Xool, un pajecillo indígena con el cual trabó hermandad hasta cuando —un día que calificaría de amargo— su papá empeñó la hacienda Sacnicté, a donde pertenecía Bel-Xool, y lo perdió. Al respecto comenta: “Ese fue mi primer drama […] empecé a ser revolucionario”. Así probó la injusticia. Después recordemos al abogado titulándose con tesis en defensa del derecho de huelga o al dramaturgo pregonando cambios en la estructura social a lo largo de su pieza La ola (estrenada en 1917). Antes al artista joven revisando, con tímido candor, poemas primerizos publicados en la revista Pimienta y Mostaza bajo el seudónimo de Radamés o sublimando versos a la madre. Acompañemos al viajero exiliándose a Cuba tras el desmantelamiento del régimen maderista y al diplomático ejecutando misiones en Europa y Sudamérica. Visitemos asimismo al catedrático impartiendo materias de cultura maya en la UNAM, acompañemos al sabio traduciendo el Libro del Chilam Balam de Chumayel; al político desempeñando una diputación en el Congreso de la Unión, posteriormente senador. Oigamos al cronista refiriendo la inmersión de la emperatriz Carlota en el cenote de Mucuyché, observemos al guionista o al miembro de la Academia Mexicana de la Lengua que señaló con orgullo la característica mestiza del español que se habla en Yucatán.

Además de constituir un trabajo cimero dentro del contexto de la producción de su autor, La tierra del faisán y del venado significó una vanguardia para su época. Un ejemplo para las nacientes corrientes literarias del indigenismo en Latinoamérica.

Estos atisbos acusan versatilidad en Antonio Mediz Bolio, buscando tal vez ampliar la conciencia de su importancia, más allá de La tierra del faisán y el venado, e incentivar el interés por su obra completa: los poemas, el teatro, el periodismo. Vasto es el campo. Precisa la ocasión para rendir con deferencia un homenaje a esta pluma que nos entregó primorosos logros.

Elevemos nuestro encarecido elogio, jubiloso a pesar de conmemorar este aniversario luctuoso del ilustre Antonio Mediz Bolio porque su palabra no cayó al vacío, trasciende… pero es a través de la reafirmación constante de su vigencia como se consagra, en realidad, un legado. Por eso resulta preciso estar hoy, aquí: son importantes los ritos y en honor a la verdad ofrendamos, a manera de tributo sincero y sentido, pétalos para mantener vivo el fuego. ®

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Publicado en: Abril 2011, Ensayo

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