Happy end en el Festival de Cine de Guadalajara

Segunda parte: los golpes fuera de la pantalla

Premios, trifulcas, fiestas… La estrellitis en todo su esplendor en el pasado FICG 27. No cabe duda de que los peores golpes se dan abajo del ring y fuera de la pantalla de cine. ¡Cuánta ficción!, dice nuestro colaborador.

Mariachi gringo

De la gozosa tortura pasemos a los placeres dolorosos —básicamente lo mismo. Al saber, como ya se comentó aquí, el reconocimiento a la mejor película mexicana de ficción a la estereotipada imagen de Guadalajara de Mariachi Gringo —ya saben: serenatas con canciones rancheras, caballitos de tequila y tortas remojadas en salsa picosa— y al premio a mejor actriz a Martha Higareda por la misma cinta sobre rostros nuevos con actitud discreta, sencilla y sin sobreactuaciones de telenovela como el de la joven debutante Lucía Uribe en el largometraje de Gabriel Mariño Un mundo secreto (México, 2012). Aunque obtuvo dos menciones, el Premio Mezcal y el Premio Cinecolor, esta película bien podría haber merecido algo mayor por la historia que el egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica retrata de la sensible y retraída María (Lucía Uribe), que en sus expresiones frente a un viaje que realiza de la Ciudad de México a un sitio “secreto” en otra zona del país, se disuelven bien las influencias de un cine argentino, chileno o uruguayo que dice más en sus silencios de los personajes y la manera de filmar austera de sus cineastas. Se nota, paradójicamente, en el primer largometraje de ficción del cineasta mexicano el seminario que cursó con el documentalista chileno Patricio Guzmán, un gran narrador de historias. Un mundo secreto tiene básicamente tres niveles: el que mira el espectador, el que muestra María y el que ella se guarda en sus pensamientos.

Con ese preámbulo recurro al libro Guadalajara. Los placeres de los ojos, de la insustituible y necesaria editorial Arlequín que radica en aquella ciudad. El escritor Dante Medina apunta sus reflexiones críticas sobre qué es vivir en el territorio de los tapatíos (los guadazapopaques: de Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque) y en el de los guadalajarenses (los que adoptan a Guadalajara como su lugar para morir), que dista mucho de las escenas de un estadounidense en la búsqueda de ser un mariachi en Guadalajara.

Comienza con una idea muy sugerente para la ocasión: “[Guadalajara] ha dejado de ser la ciudad titubeando entre la pueblerina novia con ‘alma de provinciana’ y la metrópoli progresista que acapara la admiración del mundo: de pueblo ya no tenemos nada, y cada vez salimos más en los periódicos disputándonos los primeros lugares entre las noticias de la vergüenza”. Y sigue con otra más como: “En Guadalajara, los culpables de la violencia son los narcos; los asaltantes son fuereños; la inseguridad es producto de la ley de las probabilidades, por tanta inmigración… nos dicen. Como carecemos de turcos, árabes, negros, musulmanes o moros a quienes echarles la culpa, decidimos darles el papel de malos a ‘los otros’, a los de fuera”.

Así por el estilo va este libro que no es novedad. Sus textos pertenecen a una colección corregida y revisada por su autor para publicarlos en el 2007 en esa editorial, pues formaron parte de una columna semanal del extinto periódico Siglo 21. En el apartado “Los peligros en Guadalajara” afirma el escritor con cierta ironía: “Si al menos los tapatíos y guadalajarenses hubiéramos desarrollado el sentido del humor, estaríamos carcajeándonos, a risotada pelona, desde hace rato. En cambio, ay, en cambio, de seguir los acontecimientos por donde van, pronto vamos a empezar a negar, por pudor, por vergüenza, por miedo al escarnio, que vivimos, o que nacimos, en Guadalajara, esa ciudad orgullosa y sobria de la que últimamente todo el mundo se la está pitorreando”.

Tal vez al lector le parecerá un abuso tanta cita. Es que el libro tiene 504 páginas permeadas de párrafos, frases y palabras que se acomodan para los momentos que vi en una ciudad en la cual he vivido, en la que tengo grandes amigos y amigas, una exnovia, varios amores frustrados, enamoramientos en cada esquina y hasta un editor que me impulsa a decir no lo que quiero, sino lo que veo —y lo que leo—, parafraseando al fallecido periodista potosino, fundador del semanario Zeta de Tijuana, Jesús Blancornelas.

“Acontecimientos aislados” a la vista de todos

Y durante aquella semana de celebraciones fílmicas en Guadazapopaque hubo muchos acontecimientos “aislados”. Tal como adjetivó Iván Trujillo, director del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, a la golpiza que un hombre experto en su oficio le propinó al actor Tenoch Huerta en la entrada de la Mansión Magnolia —que curiosamente nadie sabe quién es, ¿por qué será?—, lugar donde se realizó la fiesta que ofrece el Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE) cada año en el FICG a la prensa cinematográfica y de cultura; actores, productores y demás fauna cinéfila —y alcóholica— que la acompañe. Todos asisten gozosamente al evento, el cual gusta mucho por la profusión de cerveza y tequila gratuito, pero también porque suenan los nostálgicos éxitos de Timbiriche o la Sonora de Margarita. Esa noche de miércoles, 7 de marzo, tras mi incomodidad por la entrega “a discreción”, por parte del personal del IMCINE, del libro Luces, cámara, acción: Cinefotógrafos del cine mexicano, de Elisa Lozano y Hugo Lara. Decidí que si una herramienta de trabajo no se otorga, porque al parecer el IMCINE y muchos periodistas creen que es un regalo que se nos da, mucho menos iría en la búsqueda de un brazalete pare entrar a una fiesta más. Cuestión de enfoques o desenfoques.

Los fuera de foco en el FICG

Al mediodía había asistido a la presentación de ese libro en la cual, por cierto, se cuestionó el precio de la publicación —ochocientos pesos— y cabe la pregunta, pues por un precio más bajo se consigue el libro de Carlos Bonfil sobre el cartel cinematográfico en México, e incluso puede conseguirse a trescientos pesos en los puestecillos de libros usados de la avenida Miguel Ángel de Quevedo en la Ciudad de México. Cristina Prado Arias explicó, a regañadientes, que esto se debía al precio único del libro, lo que ocasiona que no se pueda bajar su costo. Ahora entiendo por qué en el festival de cine de Morelia del año pasado la misma funcionaria, directora de promoción cultural cinematográfica del IMCINE, le arrebató de las manos al crítico Carlos Bonfil un ejemplar del libro, en el que éste trabajó, como si se lo fuera a robar y el cual Bonfil solicitó para utilizarlo en la presentación y con el cual también los fotógrafos ahí presentes capturaron el momento para ilustrar sus notas. Así, en ese tenor, sucedió con uno de los autores del libro sobre cinefotógrafos: “Ni a mí me dieron el libro”, me dijo Hugo resignado. Tal pareciera que la “instrucción” es nada para promoción y además ponerle un precio para coleccionistas más que para lectores. Entrega, eso sí, libros a la prensa “amiga” a la mitad de la presentación, pensando acaso que nadie se va a percatar de ello. La paradoja es que somos los mismos de siempre los que asistimos a este tipo de eventos y a mí no quedan claros esos criterios de tú sí y tú no y en Guadalajara, a donde va prensa “acreditada”, no fue la excepción. Un detalle que me pareció interesante, eso sí, fue la breve estancia del cinefotógrafo griego que ha vivido en México, Alexis Grivas, quien al salir del pequeño salón en la Expo Guadalajara interrumpió a los presentadores para señalar que los homenajes y reconocimientos como el Mayahuel se deberían de extender a la labor de los cinefotógrafos y no sólo a actores y directores; después de todo, ellos son los primeros espectadores de la película.

Premio Maguey: los otros ojos de Guadalajara

Un mundo secreto

Por la noche decidí ir al Cineforo de la Universidad de Guadalajara para atestiguar la entrega del primer Premio Maguey Cine de Culto al director canadiense Bruce LaBruce, para luego ver la exhibición de su filme más reciente L.A. Zombie (Estados Unidos, 2010). Entre hombres musculosos semidesnudos disfrazados de zombies y jóvenes frágiles, fanáticos del director, una chica buscaba una butaca donde sentarse; le hice una señal de que el lugar a un lado mío estaba desocupado: “Hace mucho tiempo que no estaba tan lleno el Cineforo. Me confié pensando que habría muchos lugares, como siempre”, me dijo mientras daban las once de la noche y esperábamos a que comenzara la función con la entrega del premio a LaBruce para luego ver la divertida película, que su creador definió como cine gorn (gore más porn).

L.A. Zombie es la historia de un ser —también musculoso— protagonizado por el actor y modelo francés Francois Sagat que surge del océano Pacífico. Durante una hora vemos cómo este zombie revive con el simple hecho de salpicar con su semen podrido a hombres fornidos que han sido asesinados o muertos por diversas circunstancias. Una película inofensiva que no entiendo cómo pudieron censurar en Australia. Si el lector quisiera saber más sobre LaBruce valdría la pena mirar la ópera prima de la francesa Angélique Bosio Abogar por la putería (Francia, 2010), un documental acerca de la trayectoria de ese cineasta que gusta de transgredir hasta la misma homosexualidad con un toque de ironía. Sin embargo, el realizador señala, como lo apunta Laura Sepúlveda Velázquez en su nota “Con la crítica a cuestas” en la edición especial del periódico Mayahuel, que ese documental no muestra la represión que la comunidad gay vivió en los años setenta: “Vengo de una generación de homosexuales, donde existía mucha rabia, en los años setenta, cuando me tuve que quedar en el clóset y reprimir mi sexualidad porque crecí en un rancho y eso fue característica de mi generación, de gente que estaba siendo objeto de hostilidad, juicio moral y una vez que salías del clóset estabas enojado de que te hayan reprimido a expresar tus deseos” (Mayahuel, 6 de marzo, p. 7).

Una noche antes tuve la oportunidad de conocer la famosa discoteca gay Mónicas, “la discoteca gay con más trayectoria en el occidente del país”, se lee en su sitio en internet. Esa misma que Pavel Cortés Almanzar, ahora director general de programación del Premio Maguey, filmó en el documental Make up (México, 2009), presentado durante la edición de FICG de 2010. Un sitio donde homosexuales y heterosexuales la pasan muy bien. Con la euforia que produce el show de un travesti en el escenario cuando canta “You think you’re a man”, homenaje al dragqueen setentero Divine de las películas del escrupuloso, crítico, escatológico, de bigote ligero y lector de ocho periódicos muy temprano al levantarse cada día John Waters, quien fue reconocido en la edición XX del festival tapatío de cine.

Del Premio Maguey se pueden sumar muchas cosas más como el homenaje póstumo al artista plástico, escritor y director de cine inglés Derek Jarman, quien también dirigió videoclips a grupos musicales como Pet Shop Boys o The Smiths y de quien se presentaron filmes como Jubilee (1978), The Angelic Conversation (1985) y Caravaggio (1986).

Habrá que seguirle la pista al Premio Maguey, el cual estuvo conformado por veinte películas provenientes de festivales internacionales y sus secciones sobre diversidad sexual como: Frameline —Festival Internacional de Cine LGBT de San Francisco; Teddy Award —Festival Internacional de Cine de Berlín (Belinale); LesGaiCineMad —Festival Internacional de Cine Lésbico, Gai y Transexual de Madrid y Out On Screen —Festival de Cine Queer de Vacouver. Tengo la impresión que el Premio Maguey tendrá tanta fuerza por sí sólo que en cierto momento será un festival aparte en Guadalajara. Aunque no pude ver todos los trabajos de esta nueva sección que intenta promover la cultura de la no discriminación en temáticas sobre “orientación sexual diversa”, la película argentina Mía (2011), dirigida por Javier van de Couter, ganadora del Premio Maguey, es una magnífica historia basada en un sitio real llamado la Aldea Rosa o Aldea Gay, donde vivían travestis y homosexuales, en Buenos Aires, que fue desmantelado por el gobierno local el 16 de junio de 1998. En el suplemento sobre diversidad sexual Soy del diario argentino Página 12 dentro del artículo “La isla bonita” [www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-2185-2011-11-04.html] el director de Mía explica cómo encontró a la actriz Camila Sosa, quien personifica a “una cenicienta trans”, llamada Ale, que vive de recolectar cartón y en sus trayectos cotidianos a casa observa a la distancia la problemática insoportable entre Manuel (Rodrigo de la Serna) y su hija Julia (Maite Lanata). Ale lee el diario de la madre de Julia, fallecida, tirado en la basura por Manuel, y así, cada día, Ale comienza a acercase más y más a esa niña que tiene largos tramos de soledad.

“Cuando empiezo a hacer el casting, primero conecto con algunas chicas de acá, de Buenos Aires. Después me entero de que hay un curso de capacitación que organiza ATTA en Córdoba y les pido ir con ellas al hotel de turismo social en Embalse de Río Tercero. Y fue muy fuerte porque hice el primer casting, eran como cincuenta y le habré tomado casting a treinta, mínimo. Y empiezan a contar sus historias, y eran de Comodoro Rivadavia, de Santiago del Estero, de Formosa. Ahí conviví con ellas, filmé el curso de capacitación, que empezaban enseñándoles cómo tenían que manejarse en la vía pública cuando viene un policía, cómo responder, qué decir, sin recurrir a la violencia. Después empezaban a contar sus historias y eran reuniones catárticas. En ese viaje a Córdoba vi a Camila en el teatro, y fue muy especial. Estaba la que le gusta ser prostituta y la que no puede dejar de serlo, y la que salió de eso y la que nunca le gustó. Después me enteré qué atrás que estamos, incluso de lo que yo estaba escribiendo. Me preguntaban de qué trata mi película, y yo decía es sobre una travesti que, no sé si por deseo de maternidad, pero se hace amiga de una nena. Y me decían las chicas trans: ‘Mi hermana está presa y los chicos se los crío yo desde que nacieron y a mí me dicen mamá’”.

Del Premio Maguey se pueden sumar muchas cosas más como el homenaje póstumo al artista plástico, escritor y director de cine inglés Derek Jarman, quien también dirigió videoclips a grupos musicales como Pet Shop Boys o The Smiths y de quien se presentaron filmes como Jubilee (1978), The Angelic Conversation (1985) y Caravaggio (1986). Jarman falleció a causa del sida en 1994. Y de la cantante española Mónica Naranjo, a quien tengo entendido le entregaron el Premio Maguey Activista, no tengo nada para ella. ¿Por qué mejor no invitaron a The Queen? Digo, por aquello de que Reino Unido fue el invitado de honor. Y no sé si el Premio Maguey acabara siendo la metáfora de la película Mía. Marginada de la Aldea Rosa, marginada, al final, de la vida en Buenos Aires. Vagabunda con un premio bajo el brazo.

“Esto no es Alemania. ¡Esto es Guadalajara!”

Tenoch Huerta

La cercanía del Cineforo a la Mansión Magnolia me impulsó a desplazarme a la fiesta patrocinada por el IMCINE. Hice una pausa en un Seven Eleven en plena avenida Federalismo, aquella que me cuentan los locales divide a la ciudad entre ricos y pobres. Compré un café y le pregunté al cajero dónde quedaba la Mansión Magnolia. Una señora que estaba apunto de pagar me preguntó: “¿Vas la fiesta del IMCINE? Si no traes pulsera no te van a dejar entrar”. Respondí que llevaba mi gafete de prensa. Me dijo que estaba a dos cuadras y que me llevaba pero que traía la camioneta llena de cervezas, al parecer los periodistas ya habían acabado con todo. Agradecí el gesto de la señora y salí rumbo a la fiesta. En el camino me encontré a dos compañeros que iban de regreso al hotel, amablemente me dieron una invitación que les sobraba. Continué una cuadra más y di vuelta a la izquierda en la calle de Madero. Casi llegando a la puerta de la casona me detuve, puse el café en el marco de una de las ventanas para amarrarme la cinta a la muñeca y poder acceder a la celebración. En tanto, un individuo le decía con tono retador a los de seguridad que lo dejaran entrar. Era Tenoch Huerta, actor de la estridente película ganadora a Mejor Dirección Días de gracia (México, 2011). Los de seguridad le advirtieron que no tenía pulsera y que no le podían permitir el acceso y, como si fuese el personaje de esa película, un policía honesto, eficiente y eso sí buen golpeador, llamado como el cantante del grupo Bronco Lupe Esparza, se abalanzó en contra de ellos para lograr su paso al sitio, pero fue negativa la intentona y el actor cayó al suelo. Se levantó, tal vez pensando que las cosas se arreglan como en la ficción con un poco de arte visual, y al querer aventar un golpe al personal vestido de negro lo detuvieron uno, dos, tres, cuatro —Tenoch no se dejaba y continuaba diciendo: “Déjame entrar”—, cinco, seis, siete, ocho y Tenoch no se tranquilizaba sino que se enfurecía más. Aquellos trataron de someterlo, pero el protagonista del filme de Everardo Gout lanzaba insultos y trataba de soltarse para lograr asestar algún golpe de gracia a esos ingratos gorilones, pero fue inútil y no lo soltaron. En ese momento llegaron otros hombres, pero sin el disfraz de seguridad, tal vez sus jefes que salieron de la casona para intentar apagar ese fuego. Al ver lo alterado del muchacho la voz del nuevo elemento fue determinante: “¡Ya bájale de huevos!”, pero Tenoch no escuchaba. “¡Diles a tus cabrones que me suelten!”, agregó amenazante, mientras lo pateaban por detrás. En eso se escuchó una voz que subió de tono la situación: “¡Llévenlo al estacionamiento!” En ese instante el actor se pescó de los barrotes de un ventanal de la casona. Ya habían pasado diez o quince minutos y el ambiente se caldeaba aún más. Un periodista de The Hollywood Reporter que salía de la fiesta, al ver la imagen de Tenoch sometido por los elementos de seguridad mientras se aferraba con fuerza a la ventana, quiso de buena voluntad intervenir, pero su acción fue frustrada por un tipo —del que Tenoch mejor no quiere ni hablar, el que el director del FICG no sabe quién es o por lo menos no tiene relación alguna con el festival, así me dijo— que de pronto apareció y tras arremangarse tranquilamente, expresar que los golpearía uno por uno, con una sonrisa maliciosa en el rostro, soltó un primer golpe certero a la boca del periodista, quien cayó al suelo noqueado. Siguió con el actor, al que ya habían soltado los cadeneros del lugar terminando el altercado con una patiza. Quince minutos de pleito y en la entrada del lugar aparece Vanessa Bauche, quien salió de la fiesta para encarar a los de seguridad gritándoles frases tan absurdas como: “¡¿Creen que lo pueden discriminar por ser moreno?! ¡¿Qué no te has visto al espejo!?”, increpó a los de seguridad. Una amiga de la actriz y ahora también conejita de Playboy trató de tranquilizarla, pero ella le respondía: “¡Lo discriminan por ser moreno!” “Pero yo soy güera, Vanessa”, decía otra chica, “y tampoco me querían dejar entrar, porque no traía pulsera”. “Tú no sabes cómo son en Guadalajara. Creen que pueden discriminar, pero esto no es Alemania. ¡Es Guadalajara!” Entre toda las personas ahí arremolinadas una voz se escuchó a lo lejos: “¡Le acaban de desfigurar el rostro a un actor!” Tenoch se encontraba en la esquina de la cuadra y cuando todo, aparentemente, estaba tranquilo, regresó al lugar de los hechos para gritar frases retadoras: “¡Fueron siete cabrones sometiéndome en el piso, rompiéndome el hocico! ¡Eso no es de huevos, eso es de putos, pinches maricones de mierda! ¡Para eso fueron buenos, pendejos!”

Una señora que estaba apunto de pagar me preguntó: “¿Vas la fiesta del IMCINE? Si no traes pulsera no te van a dejar entrar”. Respondí que llevaba mi gafete de prensa. Me dijo que estaba a dos cuadras y que me llevaba pero que traía la camioneta llena de cervezas, al parecer los periodistas ya habían acabado con todo.

Daniel Garivay, del periódico local Mural, publicó en su nota del 9 de marzo sobre lo ocurrido junto con algunos comentarios de Tenoch Huerta, como: “Es un evento que obviamente puede generar cierto revuelo, pero no va por ahí la cosa. Ahora sí que cada quien se va con su golpe, por decirlo de alguna manera, no hay mucho qué ver en realidad”.

Llama la atención cómo Tenoch Huerta, que ha dicho en reiteradas ocasiones que entrenó en la Academia de Policía de Ecatepec, Estado de México, durante varias semanas para realizar el personaje del policía Guadalupe Esparza en Días de gracia, noesté sensibilizado en los temas referentes al trato que reciben las personas que detentan la seguridad pública (alguna resonancia debe tener también en los de la seguridad privada). En el sitio de la serie televisiva de box Cloroformo, los peores golpes se dan bajo de ring, dirigida por Gustavo Loza, en la que Tenoch Huerta interpreta a un pugilista tijuanense conocido como El Búfalo, aprovechan para preguntarle sobre lo ocurrido en Guadalajara: “Lo que pasó es que me sobraron rivales, eran como ocho changos que se me echaron encima, entonces estuvo más difícil, no, fue un incidente, un mal entendido”. De haber sido el personaje que ahora interpreta agrega: “Si hubiera sido uno lo más probable es que hubiera sido más humillante mi derrota”. http://televisa.esmas.com/entretenimiento/programastv/cloroformo/noticias/417572/tenoch-huerta-pule-nudillos-serie-cloroformo Paradójicamente, sí hubo uno. Ese individuo que el actor perfectamente pudo identificar y al cual le bastaron unos cuantos golpes para mandar al suelo a Tenoch y también al periodista. Al día siguiente Tenoch Huerta deslindó al FICG y a IMCINE de la trifulca a las puertas de la Mansión Magnolia y cuando le pregunté, después de la entrega del Palmarés en el Hotel Hilton, el siguiente sábado, qué podía decir del último tipo que lo golpeó, sólo me dijo: “De él mejor no quiero ni hablar”.

Finalmente accedí a la fiesta, me tomé una cerveza. Me dieron las tres de la mañana conversando con un reportero de Canal Once. Era hora de partir a mi habitación. Aún faltaban tres días de festival, incluidos los narcobloqueos, esos también “acontecimientos aislados”, diría también el gobernador de Jalisco. La estrellitis en todo su esplendor en el FICG 27. No cabe duda de que los peores golpes se dan bajo el ring y fuera de la pantalla de cine. ¡Cuánta ficción! ®

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Publicado en: Abril 2012, Cine

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