Imágenes en colectivo

Grupo Suma (1976–1982)

Suma llevó el arte a la calle para acercarlo a las personas que vivían y experimentaban la ciudad en su cotidianidad. Fue un grupo con una gran carga política, y a través de su obra protestaban contra un sistema que acallaba las voces disidentes a través del autoritarismo, las desapariciones y las amenazas.

Integrantes de Suma plasmando la imagen de «La niña» en una barda de la Ciudad de México, 1980.

El trabajo historiográfico coordinado por Ana Torres para la publicación de su investigación Imágenes en colectivo. Grupo Suma (1976–1982) es excepcional, y quienes somos un poco más jóvenes, o al menos nacimos después de algunos de los acontecimientos aquí narrados, lo valoramos ampliamente.

A lo mejor usted, que está presente en este gran recinto editorial y con la alegría que nos da volver a vernos, hojear libros, asistir a conferencias, presenciar exposiciones de arte y volver a escuchar bandas representativas en nuestra querida FIL, podrá notar que existimos en convivencia una gran cantidad de perfiles, edades, gustos y fobias distintas, pero congregados por un hecho tan raro como el de la celebración del libro y la palabra.

Aunque ustedes no lo crean, a los jóvenes también nos gusta la historia. Conocer qué paso, cómo, dónde, con quién, etc. El chisme, cuando es bueno, se aprecia y se apapacha, no debe faltar un buen café calientito para acompañar entre sorbos los párrafos que uno se apronta a subrayar en este libro —una disculpa, pero a mí me gusta rayarlos, hacer anotaciones y hasta preguntas—. Y no es que esté diciendo que esta investigación profesional la podamos comparar con el chisme, lo que digo es que al leer este libro uno se sitúa en esa parte de la historia mexicana y quiere saber más. Me acordé tanto del gran artista mexicano Ulises Carrión, que utilizaba el chisme como parte de sus materiales, tangibles e intangibles, plásticos y conceptuales. Sellos de goma, arte correo, máquinas copiadoras, artículos de oficina, etc., que igualmente pusieron a los de Suma en el tallereo por manifestar que el arte podía ir más allá del objeto suntuario.

Porque se suele pasar del Muralismo a La Ruptura, y luego al arte conceptual internacionalizado de los noventa. Pero ¿y en el inter? Pocas veces se explica. Por eso creo que es un gran documento que nos acerca a una parte de la historia poco glamurosa, que no llena las colecciones rimbombantes.

La historia es fundamental para entender nuestro presente, y el trabajo de Ana Torres nos permite encontrar entre múltiples voces y periodos momentos clave de la historia del arte contemporáneo en México. Una parte de la historia que pocas veces es visible, que casi no se cuenta, y que por ello encuentro doblemente valioso. Porque se suele pasar del Muralismo a La Ruptura, y luego al arte conceptual internacionalizado de los noventa. Pero ¿y en el inter? Pocas veces se explica. Por eso creo que es un gran documento que nos acerca a una parte de la historia poco glamurosa, que no llena las colecciones rimbombantes, que no fue orgullo de nuestras instituciones, y que al menos desde la academia y la sociedad civil corresponde darle su lugar.

Se escucha muy frecuente que el arte es el reflejo de nuestra sociedad. La verdad es que, a pesar de las excepciones que podamos toparle, me es muy útil para pensar el arte. Porque el arte no es nada sin su contexto, sin el público que lo confronte, que lo lea. Y en este caso es muy notoria la inserción de estrategias que llevaron a los creadores a manifestarse en las calles y comunicarse con ese otro público.

Con el Grupo Suma encontramos esta “Estética de la burocracia y protesta callejera”, como se titula el texto de Mya Dosch incluido en este libro. Encontramos un conjunto de jóvenes que reaccionaron a la masacre de 1968. Ésa que no se olvida y que como mexicanos estamos obligados a mantener presente, como algunas otras catástrofes subsecuentes.

Niño. Obra de Oliverio Hinojosa/Grupo Suma.

El arte hecho por Suma, así como el de otras agrupaciones surgidas en la década de los setenta, nacen de la inconformidad, de la ruptura institucional, de la crisis económica, del pisoteo de los derechos humanos, de la criminalización de la juventud. Nace de una izquierda que se extraña y que es básicamente inexistente ahora. La diferencia es que ese contexto de entonces parece que no se ha ido, todo lo contrario, se ha enfatizado.

Artistas que utilizaron la gráfica como mecanismo de propaganda y agitación popular, como formas de denuncia.

Encuentro sumamente interesante que desde la efervescencia universitaria surja el interés por transformarlo todo. Y cómo no iba a serlo, si a esa edad uno tiene las respuestas para todos los males. Pero es cierto que toda esa energía volcada en los gritos que la calle dio con sus intervenciones propicia un encuentro distinto con las artes. Uno en el que las personas son testigos directos de esa manifestación. No en las galerías, no en los espacios donde la museografía conduce al público directamente hacia el aura emanada de la obra, en una percepción consagrada de los sentidos y la intelectualidad. Es la calle con sus paredes rugosas, banquetas mugrosas, bardas tropicosas donde la comunicación de las ideas conecta con la otredad. Con quienes quizá el arte es algo fuera de sus intereses o alcances. La calle es un collage de historias que a veces anunciaron al próximo presidente de la nación, un bailongo sensacional o simplemente la publicidad del momento. La calle es un colector de historias que el tiempo empalma.

Rogelio Villarreal, la doctora Ana Torres, Juvenal Hurzúa y Enrique Calderón durante la presentación de Imágenes en colectivo.

Me dio mucho gusto leer y conocer el trabajo de estos colectivos. Encuentro una amplia gama de similitudes con nuestro presente, con la intención genuina de jóvenes artistas por encontrar respuestas a los horrores de nuestros tiempos. Como Gabriel Sánchez Mejorada y algunos otros emergentes de ahora que toman física y conceptualmente la ausencia, el cuerpo, el despojo, como rastros de una marcada y creciente violencia sistemática. Como La niña del Grupo Suma, imagen reproducida por esténcil que, como dice Ana Torres en este libro, “es una desaparecida, es la silueta que evoca e imagina a los ausentes, es un nicho de memoria de un cuerpo que hace falta.”1

Raquel Tibol, citada también en este libro, a su vez retoma una pregunta de aquel Primer Congreso de Restructuración Académica de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, una pregunta fundamental, de esas que no tienen caducidad ni denominación de origen: “¿Para quién vamos a producir arte?”2

El trabajo del Suma, provocado desde el Taller de Investigación Visual de Pintura Mural que tenían como profesor al artista Ricardo Rocha, fue enriquecido también por las ideas y los conocimientos de otro gran maestro al que le debemos tanto, Felipe Ehrenberg, quien insertó en la creación plástica mecanismos para la reproductibilidad de la imagen. Con ello fue posible avanzar colectivamente en el desarrollo de una estética de modos alternativos en resistencia a los poderes hegemónicos, al capitalismo y al mercado del arte que convertía al objeto artístico en mera mercancía de consumo. Como bien señala Ana Torres, “aunque sus formas de trabajo colectivo no llegaron a transformar el modo estructural del sistema artístico contemporáneo, sí cuestionaron las políticas culturales vinculadas a los sistemas dominantes.”3

No se debe olvidar es que la creación artística de estos grupos no se remite únicamente al discurso, las pintas y su registro fotográfico, sino también a la gestualidad, a la performatividad, al hecho de poner el cuerpo, acciones que tenían su origen cercano en el expresionismo abstracto de Pollock o el de los artistas de la performance.

Estas agrupaciones utilizaron los propios canales y estrategias de la publicidad y el sistema capitalista. Aunque desdibujaban la firma individual, utilizaron el emblema «Hecho en México» para adaptarlo a su propio branding. La multiplicación de sus imágenes en el espacio público también nos remite al street art neoyorquino y al arte pop británico. Las intervenciones pasaron de murales individuales, como esas casas barriales de la ciudad en donde los pisos están compuestos por pedacera de mosaicos, un patchwork callejero, a algo que fue tomando una tendencia hacia la unificación de la labor colectiva.

El logotipo del Grupo Suma en la portada del libro.

Algo que no se debe olvidar es que la creación artística de estos grupos no se remite únicamente al discurso, las pintas y su registro fotográfico, sino también a la gestualidad, a la performatividad, al hecho de poner el cuerpo, acciones que tenían su origen cercano en el expresionismo abstracto de Pollock o el de los artistas de la performance. La intención efímera de la obra fue su más fiel evidencia de que su trabajo era político.

Imágenes en colectivo. El grupo Suma (1976–1982) (México: Universidad Iberoamericana, 2020) es un gran documento que nos acerca a la historia para entender el presente. Tiene el análisis de los ensayos académicos, pero también la voz y la poesía de quienes formaron parte de estos acontecimientos. Contiene además un valioso fondo de documentación hemerográfica que nos ayuda a situarnos y comprender la historia desde la prensa y la crítica.

Es un libro muy bello, una edición de objeto coleccionable que se antoja colocar de manera frontal en el librero. Es un libro, que, para quienes amamos el formato físico, vale mucho la pena adquirir y conservar.

Concluyo con este poema de Santiago Rebolledo:

Salir a la calle
Mirar a la calle
Querer a la calle
Calle
Calle
Calle
No calle
Hable
Cuestione
Manifieste.
4 ®

Palabras del autor en la presentación del libro en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el 29 de noviembre de 2021.

Notas
1 Ana Torres, coord. (2020), Imágenes en colectivo: Grupo Suma (19761983), p. 88.
2 Raquel Tibol, “La calle del Grupo Suma”, Proceso, núm. 15, 12 de febrero de 1977, citado en Ana Torres, Imágenes en colectivo, p. 35.
3 Ana Torres, Imágenes en colectivo, p. 17.
4 Ana Torres, Imágenes en colectivo, p. 148.

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Publicado en: Arte

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