Inmigración y melancolía

“Esbjerg, en la costa”, de Juan Carlos Onetti

¿Qué melancolía siente el inmigrante? En el cuento “Esbjerg, en la costa” de Juan Carlos Onetti, la protagonista Kirsten cosifica, idealiza, y generaliza su país de origen.

Onetti, por Iván Franco/EFE.

El cuento “Esbjerg, en la costa” (1946) del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909–Madrid, 1994) pone en escena a un narrador que habla —con mucho cinismo— de dos protagonistas, Kirsten y Montes. Según el escritor español José Manuel Caballero Bonald:1

Ahí está la maestría insurrecta de un Faulkner, de un Kafka, y ahí está Onetti, saliendo y entrando de sus propias nocturnidades y tristezas, transcribiendo una y otra vez el errático sueño de unos personajes suburbiales, descarriados, que pretenden por lo común solventar una contienda imposible.

Efectivamente, Montes intentó robar el narrador. Cuando Montes acabó por decírselo éste le infligió una humillación:

Lo insulté hasta que no pude encontrar nuevas palabras y usé todas las maneras de humillarlo que se me ocurrieron hasta que quedó indudable que él era un pobre hombre, un sucio amigo, una canalla y un ladrón; y también resultó indudable que él estaba de acuerdo, que no tenía inconvenientes en reconocerlo delante de cualquiera si alguna vez yo tenía el capricho de ordenarle hacerlo.

Kirsten, por su parte, siente melancolía al recordar su país de origen, Dinamarca, más precisamente la ciudad de Esbjerg (costera y ubicada en el sudoeste del país). El estudio sociológico clásico El campesino polaco en Europa y América por Florian Znaniecki y William Thomas2 muestra que la inmigración genera anomia, es decir, el inmigrante está perdiendo las normas del país de origen, pero aún no está apropiándose de las normas del país de acogida. Ello puede provocar comportamientos desviados y sentimientos melancólicos. En este texto analizo pues la melancolía de Kirsten, debida a su trayectoria migratoria.

“Estaba triste y no quería decirle [a Montes] qué le pasaba.” Entonces, para conjurarla, Kirsten cosifica la fuente supuesta de su tristeza, es decir Dinamarca: “Después se dedicó a llenar la casa con fotografías de Dinamarca, del Rey, los ministros, los países con vacas y montañas o como sean.” Es más, construye una representación idílica:

Con la voz ronca y blanda, como si acabara de llorar, le dijo [a Montes] que podían dejarse las bicicletas en la calle, o los negocios abiertos cuando uno va a la iglesia o a cualquier lado, porque en Dinamarca no hay ladrones; le dijo que los árboles eran más grandes y más viejos que los de cualquier lugar del mundo, y que tenían olor, cada árbol un olor que no podía ser confundido, que se conservaba único mezclado con los otros olores de los bosques.

Luego, Kirsten tiene la tentación de generalizar esta representación idílica a algo más amplio, como si cuanto más extenso fuera el objeto de quebranto, menos existiera la posibilidad, temida, de olvidarlo.

Kirsten volvió a hablar de Dinamarca. En realidad no era Dinamarca; sólo una parte del país, un pedazo muy chico de tierra donde ella había nacido, había aprendido un lenguaje, donde había estado bailando por primera vez con un hombre y había visto morir a alguien que quería. Era un lugar que ella había perdido como se pierde una cosa, y sin poder olvidarlo.

En realidad no era Dinamarca; sólo una parte del país, un pedazo muy chico de tierra donde ella había nacido, había aprendido un lenguaje, donde había estado bailando por primera vez con un hombre y había visto morir a alguien que quería.

Finalmente, si bien esta representación idílica sirve para aliviar su pesadumbre, también funciona como un círculo vicioso. La Dinamarca que Kirsten se representa se vuelve cada vez más idílica; por lo tanto, lo ama y lo extraña cada vez más, agravando así la melancolía. Kirsten se encierra en sus problemas existenciales, tal como Montes. La falta de comunicación entre los dos protagonistas es paroxística al final del cuento: “Miran hasta que no pueden más, cada uno pensando en cosas distintas y escondidas, pero de acuerdo, sin saberlo, en la desesperanza y en la sensación de que cada uno está solo, que siempre resulta asombrosa cuando nos ponemos a pensar”. ®

Notas
1 Caballero Bonald, José Manuel (2003), “Juan Carlos Onetti: iluminaciones en la sombra”, en El País, 8 de agosto de 2003, p. 41.
2 Znaniecki, Florian y Thomas, William (2004) [1918–1920], El campesino polaco en Europa y América. Madrid, Boletín Oficial del Estado.
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Publicado en: Blogs, Ensayo

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