Izquierdas radicales en México

Sobre Anarquismos y nihilismos posmodernos, de Carlos Illades y Rafael Mondragón

Una obra repleta de anacronismos, adjetivaciones, acomodos, omisiones, chismes, injurias, tergiversaciones, juicios de valor, lecciones morales, estigmatizaciones, medias verdades, mentiras completas e, incluso, ajuste de cuentas.

Charles Chaplin en Tiempos modernos (1936).
Lo más importante es el hielo. Tiene que ser de primera. Frío y muy duro. Entre 15 y 16 grados bajo cero. Exactamente como éste.
—François Thévenot (Paul Frankeur).

Le charme discret de l’historiographie surréaliste

Para ser ponderado, debo admitir que Carlos Illades Aguiar se ha trasformado en un historiador todoterreno. Su incuestionable omnipresencia al más alto nivel de la discusión historiográfica del México contemporáneo lo corrobora. Ha incursionado en ciencias sociales, siempre centrado “en el pensamiento y la acción de la izquierda”. Eso le ha acarreado llegar a ser miembro de número (sillón 10) de la Academia Mexicana de la Historia, “profesor distinguido” por la Universidad Autónoma Metropolitana, “Premio de investigación” de la Academia Mexicana de Ciencias y “Premio Daniel Cosío Villegas” en Historia Política de México durante los siglos XIX y XX —otorgado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México en 2022—, entre otros honores académicos.

Reverenciado por la editorial Océano como “una de las mayores autoridades en la historia de la izquierda mexicana”,1 la producción del profesor Illades abarca incontables artículos y casi una veintena de libros2 que, salvo escasas excepciones, versan sobre el estudio del sustantivo izquierda (ya sea en singular o en plural). Materia por demás poco novedosa si tenemos en cuenta la apoteósica cantidad de letra impresa que ha parido este tema desde los años sesenta del pasado siglo hasta nuestros días, con considerable incremento tras la caída del muro de Berlín y el estrepitoso fracaso de las experiencias de edificación socialista inauguradas con la revolución de octubre de 1917.

En México pululan las plumas dedicadas a la tortuosa historia de la(s) izquierda(s).3 Unas han cargado las tintas en torno a su naturaleza y su razón de ser. Otras reivindican —con tinta roja— los pasos del autoritarismo más pedestre, ahora liberadas del lastre de los análisis abstrusos con pretensiones cientificistas, pero sin abandonar la fe en la profecía que asevera el reino luminoso del Comunismo sobre la faz de la Tierra (¡continuamos esperando!). Lo cierto es que casi todas las casas editoriales se han aventurado a publicarles algún título.

Con el regreso al poder del nacionalismo–socialista —de filiación callista— resurgió en la esfera pública mexicana la interrogante ¿qué es la izquierda? Esta “preocupación intelectual” ha motivado que, en los últimos cinco años, cualquier pretendida respuesta a esta pregunta se convierta en un provechoso negocio editorial. Tan sólo en meses recientes se han publicado por lo menos tres títulos que discurren sobre este asunto desde ópticas diversas y, seguramente, en lo que escribo esta nota se está publicando otro. Para confirmar, basta mencionar Izquierda y democracia de José Woldenberg; Rojos (cuarto y último tomo de la enciclopedia La izquierda mexicana en el siglo XX) de Arturo Martínez Nateras, e Izquierdas radicales en México. Anarquismos y nihilismos posmodernos de Carlos Illades y Rafael Mondragón.

Tanto sensacionalismo implícito en tan sólo ocho palabras asegura de antemano que cualquier lector o lectora experimente curiosidad por los asuntos que preocupan a los autores. Curiosamente, ninguno de ellos tiene antecedentes en “nuestras tiendas” ni se asume anarquista. Ambos se describen a sí mismos como “intelectuales de izquierda”.

Este último título, publicado en marzo del año en curso por Debate/Penguin Random House Grupo Editorial, atrajo inmediatamente mi atención. Tanto sensacionalismo implícito en tan sólo ocho palabras asegura de antemano que cualquier lector o lectora experimente curiosidad por los asuntos que preocupan a los autores. Curiosamente, ninguno de ellos tiene antecedentes en “nuestras tiendas” ni se asume anarquista. Ambos se describen a sí mismos como “intelectuales de izquierda”. Con este telón de fondo, no será preciso advertir que inician la explotación de un filón hasta el momento inexplorado en su investigación4 e incursionan en un tema de absoluta actualidad5 que recién comienza a ser objeto de problematización sociológica y de espionaje militar, además de gozar de gran potencial lucrativo, por aquello de que el miedo —como la pornografía— vende. Presentaciones públicas, reseñas en los periódicos, entrevistas en programas de radio y televisión nos dejan claro que se impone el profit sobre la deontología.

En definitiva, este fárrago de conjeturas disfrazado de historiografía asegura éxito editorial y copiosas regalías. Por consiguiente, no merece una recensión sensata. En su lugar, lo abordaré mediante una carta de urgencia, escrita con el cuchillo en la boca —en homenaje a la piratería anárquica—, haciendo hincapié en los tópicos alevemente esbozados. Mi objetivo es alertar a los posibles lectores sobre el tratamiento obsceno y extremadamente especulativo del objeto. La información, aviesamente seleccionada a lo largo de 271 páginas, está repleta de anacronismos, adjetivaciones, acomodos, omisiones, chismes, injurias, tergiversaciones, juicios de valor, lecciones morales, estigmatizaciones, medias verdades, mentiras completas e, incluso, ajuste de cuentas. Sin embargo, no hace falta indicar que se requiere igual cantidad de páginas para desmentir todas sus calumnias y contestar cada uno de sus ataques. Ése no es el propósito de este texto.

A todo marco le llega su marialuisa

Ya pronto me van a traer mi pelota cuadrada.
—Kiko (Carlos Villagrán).

En los lejanos días del verano de 1994, durante una plática de 180 minutos —a modo de entrevista—, Toño García de León me revelaba su secreto a la hora de escribir historia: “Lo primordial —decía— es captar el mundo en carne viva, dando rienda suelta al oficio artesanal de la duda”, en detrimento de los marcos teóricos que “sirven para pura chingada”. Con pleno conocimiento de causa, afirmaba que la historia no es una ciencia sino un género literario “a mitad de camino entre la literatura y la interpretación”. Quizá por eso este investigador considera que “las mejores historias las han escrito literatos en lugar de historiadores”, y pone el ejemplo en México de ese majestuoso monumento literario intitulado Noticias del Imperio, de Fernando del Paso. (Yo le agregaría El seductor de la patria de Enrique Serna y —si me apuran mucho—, El miedo a los animales que, en un futuro próximo,pasará a ser historia, documentando la verdadera esencia de la fauna intelectual mexicana).6

Tal vez esta recomendación del historiador jarocho —que se ha mantenido ajeno al Sistema Nacional de Investigadores— fue la razón que motivó al profesor Illades a invitar al plumífero que funge como coautor del libro. Nacido en Villahermosa, Tabasco, esta suerte de pejelagarto ilustrado es una verdadera cajita de monerías. Al menos así se presenta en su currículum: “Doctor en Letras con estudios posdoctorales por la Universidad Nacional Autónoma de México, investigador asociado “C” del Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, miembro del consejo editorial de Revista Común, colaborador regular en círculos de lectura, talleres de educación popular y experiencias de trabajo cultural comunitario, e interesado en la historia de la teoría literaria y de la hermenéutica de lo literario en América Latina, el pensamiento utópico latinoamericano y las experiencias de acción cultural en el México reciente”.7

Sin duda, el estilo del polígrafo tabasqueño le da un toque sui generis al libro. A ratos cronista, a veces ensayista, un poco novelista y otro tanto cuentacuentos, este devoto confeso de la Iglesia de San Boaventura de Sousa desdibuja con premura los contornos de los géneros e incursiona por igual en la historiografía, la ciencia–ficción y la literatura humorística. Es evidente que la intrépida versatilidad del joven letrado ha incitado al profesor Illades a soltarse el pelo —es un decir— y darle vuelo a la pluma de la mano de la imaginación. Si se me permite el símil, de momento me recuerda los guiones de Ridley Scott y Dan O’Bannon (lo que resulta más notorio en los capítulos 5 y 6) al diseccionar con esmero la especie “Xenomorfo Informale” y desentrañar al Chestbuster; es decir, a la Cosa extraña/alienígena, esa máquina desenfrenada de matar, mitad reptil, mitad ajolote, que se presenta a sí mismo como el principal teórico de su especie (pp. 184–191). En otras ocasiones, me trae a la memoria los libretos de Roberto Gómez Bolaños. De ahí el desempeño de un puñado de actores de reparto —que ejercen como “fuentes primarias”— y la estelar actuación del comediante Carlos Villagrán —en una de las recientes presentaciones del libro—, en el papel de Héctor Kiko Moreno —más allá del apellido, no existe evidencia de parentesco alguno con Mario Fortino Cantinflas, aunque sus intervenciones inequívocamente lo evocan).8

No es casual la descripción que hacen de “un fenómeno político en fermento, soslayado en México por la violencia descontrolada que padecemos, pero que —junto con un segmento del obradorismo— conforma el fenómeno (sic) de mayor vitalidad en el panorama político de la izquierda hoy”.

Si bien los autores siguen al pie de la letra las sugerencias de Toño y articulan su historia “a mitad de camino entre la literatura y la interpretación”, hacen caso omiso de sus indicaciones respecto a la utilidad del marco teórico. Confiados en que todo marco encuentra su marialuisa, insisten —contra natura— en meter al anarquismo en el huacal de la izquierda bajo los rótulos de “plebeya” y “radical”. Por si fuera poco, para que la cuadratura de la pelota embone con el objeto de su interés, remachan que el anarquismo contemporáneo en México se disputa las bases sociales del obradorato. No es casual la descripción que hacen de “un fenómeno político en fermento, soslayado en México por la violencia descontrolada que padecemos, pero que —junto con un segmento del obradorismo— conforma el fenómeno (sic) de mayor vitalidad en el panorama político de la izquierda hoy” (p. 9).

Desde el primer párrafo del Prólogo, tras exponer el fenómeno del fenómeno (propio del corta y pega), recurren a argumentos inductivos que les permiten patinar hasta la última página sobre premisas falsas. Le apuestan al albur y lanzan al aire una moneda con dos caras iguales. Sin importar cómo caiga, el anarquismo contemporáneo tendrá que aceptar el sambenito y asumirse parte de la “izquierda radical” cada vez que se refieran “a su tendencia mayoritaria, y en ocasiones de ‘nihilismo’, cuando [hablen] de las versiones más extremas de dicho movimiento”. Con estos malabares dialécticos carentes de originalidad echan mano de los fórceps para embutir al anarquismo en el redil izquierdista. Una práctica común entre los historiadores marxianos.

En mis tiempos de estudiante abundaban textos de Historia oficial que iban mucho más lejos y le endilgaban la coletilla “en tránsito al marxismo” a cuanto anarquista se cruzara por delante de la bulldozer ideológica. De tal suerte, apuntalaban una historiografía in pectore que borraba de un plumazo la trayectoria de incontables hombres y mujeres que asumieron la praxis anárquica hasta el último aliento de sus vidas. Por supuesto, se omitían experiencias concretas y se tergiversaban hechos determinados que se consideraban oscurantistas o disruptivos, opuestos “al desarrollo histórico de la unidad revolucionaria”.

Y aquí viene a cuento la definición de izquierdas. Aunque en este libro se omite, el profesor Illades en casi todos sus textos nos ha machacado con lo que considera sus orígenes. Así lo dejó registrado en De La Social a Morena (Jus, 2014) y lo reitera en el primer capítulo de El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (Océano, 2018). En ambos libros afirma, con singular alegría, que la llamada izquierda política en México cuenta con una identidad propia que hunde sus raíces en el socialismo, el nacionalismo revolucionario y la doctrina socialcristiana. Anclado en el juego de las sillas y la oposición espacial entre “girondinos” y “montagnards”, le atribuye a ese accidental acomodo de afinidades políticas la génesis de la esquemática bifurcación izquierda/derecha.

La Comuna de París sí fue la madre de las corrientes socialistas que, transformadas en “fantasmas”, recorrieron Europa primero y después el mundo. De igual forma, es difícil vislumbrar a los anarquistas en esa incipiente izquierda, caracterizada por los jefes de la Comuna.

Concediendo a priori que ese caluroso 28 de agosto de 1789 se engendró el protagonista principal de este culebrón, cuesta mucho imaginar entre los montagnards —adoradores del coup d’État y artífices de la dictadura de la burguesía— a los anarquistas. Quizá, donde podríamos encontrar en un primer momento los vestigios de la denominada izquierda es en la insurrección generalizada del 18 de marzo de 1871.9 La Comuna de París sí fue la madre de las corrientes socialistas que, transformadas en “fantasmas”, recorrieron Europa primero y después el mundo. De igual forma, es difícil vislumbrar a los anarquistas en esa incipiente izquierda, caracterizada por los jefes de la Comuna.

Como señalara el mayor de los hermanos Marx, Blanqui y sus camaradas eran la viva encarnación de “los verdaderos jefes del partido proletario”.10 Ergo, nada más alejado del anarquismo que la organización jerárquica, el líder profesional y la dictadura —aunque la apoyen las mayorías—. Razón por la que Bakunin guardaría prudente distancia de aquel embrión de edificación comunista para vivir —durante setenta y un días— una fiesta interminable de destrucción creadora, de la mano de las aguerridas pétroleuses, aquella primavera de fuego y sedición. Tampoco se registra proximidad alguna con la trilogía fundacional de la izquierda mexicana que esboza el profesor. Sin que quepan dos opiniones al respecto, tanto el socialismo como el nacionalismo revolucionario y la doctrina socialcristiana encuentran su certificado de nacimiento en el convento de los frailes jacobinos de la calle Saint–Honoré. Por lo que quienes nos asumimos anárquicos identificamos al Club de los Jacobinos como el eslabón perdido de los fascismos (rojo, negro y pardo).

No obstante, reconozco el esfuerzo —poco original, de nueva cuenta— de invertir prefijos y sufijos evitando el “nacionalsocialismo” que tan mala prensa tiene, y subsumir bajo el sustantivo izquierda a impresentables históricos como Francisco Villa, Garrido Canabal, Carrillo Puerto o el mismísimo Francisco J. Mújica. Lo cierto es que no se halla el menor indicio de trasmisión hereditaria de ninguno de esos lastres en el ADN anárquico. Eso lo ratifican en nuestros días las compas de Afinidades Conspirativas con posicionamientos que “les mantienen fuera de la fauna liberal o de izquierda que se asume como ácrata”.

Tras la huella de los terroristas de Miranda

¿Qué hace usted cuando tiene una invasión de moscas?
Tomas un matamoscas y ¡bang! ¡bang!
—Don Rafael Acosta (Fernando Rey).

Tampoco se atisba originalidad alguna en el matrimonio forzado que nos recetan los autores. Virginia Aspe Armella, en Los dilemas políticos de las transformaciones en México: una aproximación filosófica,11 también se saca de la manga este idilio imaginario entre anarquismo y obradorismo. En esa tesitura, Aspe Armella sostiene que el anarquismo es un ingrediente sine qua non del obradorato. Según la Lady Molécula de la filosofía cuatroteísta, detrás del ideario del duce macuspano existe una conexión con el anarquismo (pp. 403–404). El filólogo Marx Arriaga Navarro —catequista de la religión oficial— engarza igualmente la verborrea cuatroteísta con la práctica anárquica y cita al “político, sociólogo y revolucionario ruso, Mijaíl Bakunin” hasta en los libros de texto de primero de secundaria.12 Y, como vivimos tiempos de plagios, los creativos historiadores Illades y Mondragón, sin el menor empacho, se apropian de sendos discursos y le ponen de su cosecha, asegurando que el informalismo anárquico “declinó” en su lucha ante “la inminencia de la elección constitucional, donde la izquierda partidaria tenía la oportunidad de tomar el poder” (p. 217). Aquí cabría “un poco de por favor” —como habitualmente reclaman las afinidades ibéricas—: ¿desde cuándo los anarquistas han aspirado a tomar el poder? Empero, esto es sólo una probadita.

En las páginas siguientes (pp. 218–219) recurren a la falsa dicotomía “legalismo–ilegalismo”, utilizando un “comunicado” de dudosa procedencia —que afloró en el contexto de las elecciones presidenciales de 2018—, llamando a Construir un Pueblo Fuerte para consolidar un México Libertario y soberano donde quepan muchos mundos.13 El texto, rubricado con un seudónimo que únicamente ha sido empleado en dos ocasiones con el propósito de denostar a la tendencia informal anárquica y orientar los reflectores de las agencias represivas, tuvo buena recepción en los circuitos neo–plataformistas de Chile, el Estado español y Uruguay, que se hicieron eco —sin recato—, dando por sentado que se trataba de un grupo de imitadores aspirantes a tomar las curules por “asalto”, siguiendo los pasos de la otrora Federación Anarquista Uruguaya (FAU), devenida tristemente en Partido de la Victoria del Pueblo.

Parece que la misma vocación —incluidas las habilidades con el Spotlight— palpita en el corazoncito de Illades y, con motivo preestablecido, se entrega en los brazos de la doxa. Como tal, afirma que este grupo apócrifo que antepone la política a la ética es “una fracción de la organización (¿informal?) que optó por construir un ‘frente popular clasista’” para “disputarle el ‘pueblo’ al candidato de la coalición Juntos Haremos Historia”. Así, ahonda en un pretendido antagonismo entre estos desconocidos anarcopopulistas y “una línea diferente del anarquismo individualista incrustado en el insurreccionalismo”. Según el guionista uamero, “El objetivo de los anarcocomunistas era construir un poder popular desde abajo, a partir de las comunidades y las instancias laborales, prerrequisito para la realización del comunismo libertario”. Y concluye: “Rompían, pues, con el principio individualista del anarquismo insurreccional para decantarse por el colectivismo del comunismo libertario: estaban fuera (aunque nunca hayan estado dentro)”.

La idea es simple, aunque intrínsecamente perversa: establece la diferenciación entre el “anarquismo bueno” (solidario, colectivista, comunista y populista), aunado por antonomasia al “pueblo bueno”, y el “anarquismo malo” (individualista, antipopulista, nihilista y terrorista), asociado a oscuros intereses y, seguramente, al servicio de alguna agencia extranjera.

En realidad, esta dicotomía la comienza a tejer desde el capítulo cuarto (El milenio anarcopunk) Rafael Mondragón, vinculado a los esfuerzos de doble canonización del dueño de la biblioteca de la calle Morelos y su último empleado. Con este fin, establece una primera línea divisoria entre punks violentos y no–violentos, argumento que refuerza con la “ética de la ternura” (¡boxito!), propuesta por su discípulo a quien presenta como “pensador punk” (p. 155). Y aquí retoma Illades la audacia especulativa de su compañero. La idea es simple, aunque intrínsecamente perversa: establece la diferenciación entre el anarquismo bueno” (solidario, colectivista, comunista y populista), aunado por antonomasia al “pueblo bueno”, y el anarquismo malo” (individualista, antipopulista, nihilista y terrorista), asociado a oscuros intereses y, seguramente, al servicio de alguna agencia extranjera. Claro está, en el libro se excluye esta sospecha mañanera, pero se sugiere un enlace al diario La Jornada, con la finalidad de sembrar la duda y consolidar varias mentiras (jamás promoví un juicio de amparo —por demás improcedente ante la aplicación del Artículo 33— y sigo esperando el cheque de Langley).

No deja de ser curioso que un “investigador” con tanto bagaje se vaya con la finta y valide, oportunamente, el relato en torno a mi deportación publicado en cinco entregas por los émulos de don Manuel Payno y cuestionadas hasta por Guillermo Sheridan, al estar “dirigidas contra un señor […] que obviamente le cae muy gordo a alguien en ese periódico”.14 En efecto, detrás de la redacción de esos dos chupatintas estaba la mano de Carmen Lira a las órdenes de La Habana. Por cierto, no se vislumbra ninguna primicia en esta cobarde acusación. Otro uamero —de Iztapalapa para el mundo— les toma la delantera y, con idéntica mala leche, recurre a la misma fuente e inscribe la infamia en Palabra de Clío.15 Al menos tuvo el pudor de admitir que Individualidades Tendiendo a lo Salvaje (ITS) “ni siquiera se identifican con el anarquismo” y resumirlo en tres renglones.16 En cambio, el profesor Illades apela al amarillismo y dedica trece páginas a esta agrupación, citando profusamente sus comunicados. Tras dieciséis párrafos, ofrece un breve comentario aclaratorio con el firme propósito de intrigar más: “Aunque se les confunda o empleen foros comunicativos similares, las ITS no se consideran parte de alguna de las múltiples ramas del anarquismo”. Remata, con toda mala saña, en un sermón: “dado que no persiguen crear una sociedad nueva y distinta de las precedentes”. Tampoco lo busca la tendencia informal que parte del esfuerzo de recomposición de una crítica anárquica, fundada en el reconocimiento de la historicidad presente del Poder y consciente de la emergente resignificación de la Anarquía como fuerza negativa emancipadora que excede los encasillamientos utópicos.

Todos los historiadores escogen los hechos que consideran relevantes y deciden quiénes serán los protagonistas de la historia que desean narrar. Interpretan sucesos y acomodan biografías desde su particular lente ideológica. De hecho, seleccionan el papel que desempeñarán los personajes —héroes o villanos— en función de sus simpatías o aversiones. No existe una sola historia que cubra las múltiples aristas de una gesta, registre la participación de todas las personas involucradas o describa detalladamente las virtudes y los defectos de sus actores. Las omisiones, los juicios de valor, las medias verdades y hasta el ajuste de cuentas son parte del oficio. Sin embargo, hay historiadores e historietadores. La diferencia se centra en la competencia profesional, pero, sobre todo, en los cientos —a veces miles— de horas de trabajo de gabinete, formulación y comprobación de hipótesis, consultas bibliográficas/hemerográficas, recolección de información, sistematización y análisis riguroso. Pienso en dos libros: Caudillos culturales en la Revolución mexicana (1976) y La frontera nómada. Sonora y la Revolución mexicana (1977), de Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, respectivamente. Me ubico a millones de años luz de la postura liberal–democrática —que no conservadora como imputan desde el púlpito— de los autores. Sin embargo, no dejo de regocijarme cada vez que los consulto.

En Izquierdas radicales en México no sólo abunda la diatriba personal, sino que se hace gala de incompetencia profesional. La axiomática reacción de estos historietadores frente a la “invasión de moscas” delata su proclividad por el matamoscas. Tal vez la función implícita del libro sea un “anuncio clasificado” en busca de mejores oportunidades; diligencia que concatena con otro título reciente (El futuro es nuestro). La coyuntura es perfecta. Podrían ser incluidos —junto a Armando Bartra— entre los redactores de los nuevos libros de texto de historia. O ser admitidos como “consultores anti–terroristas” en el Cisen —que ya no es Cisen— o en la Agencia de Inteligencia y Contrainteligencia del Estado de Miranda. Eso sí, en estos menesteres tampoco serán muy originales. Ya les ganó la partida otro colega (Juan Avilés Farré). ®

Planeta Tierra, a 20 de agosto de 2023.

Posdata 1 (con ruego encarecido): No confundir la repulsa hacia estos cagatintas con el anti–intelectualismo propio del fascismo variopinto.

Posdata 2 (de abrumadora convicción): Urge escribir La historia herética del anarquismo mexicano. Es imprescindible limpiar el relato de conceptualizaciones ajenas y rescatar del olvido infinidad de experiencias irreductibles y espíritus refractarios que han sido borrados ignominiosamente.

Notas
1 Énfasis propio. Véase aquí.
2 Entre los que destacan El marxismo en México. Una historia intelectual; En los márgenes. Rhodakanaty en México; La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público en México, 1968–1989; El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México; Vuelta a la izquierda. La Cuarta Transformación en México: del despotismo oligárquico a la tiranía de la mayoría.
3 Me vienen a la mente media docena de historiadores aferrados al dogma leninista y sus epígonos, entre los que destacan Armando Bartra, Arnaldo Córdova, Adolfo Gilly, Enrique Semo y Pablo González Casanova. Y otros, como Roger Bartra que, una vez superado el estalinismo, han reconfigurado sus ideas en el marco de la socialdemocracia.
4 Illades confiesa haberse interesado en el anarquismo contemporáneo a partir del 1 de diciembre de 2012, a raíz de la protesta pública contra la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente de la república. Este acontecimiento, que nada tiene que ver con el anarquismo ni mucho menos con la tendencia informal, lo motivó a escribir en 2014 dos artículos en la revista Nexos y otro en la revista Sociología e Historia de la Universidad de Murcia. Estos mismos textos serían refritos un año después en su libro Conflicto, dominación y violencia (UAM/Gedisa Ediciones), y reciclados, corregidos y aumentados en 2022 y publicados un año más tarde bajo el título que nos ocupa, en coautoría con el filólogo tabasqueño.
5 Cuyo desarrollo teórico–práctico aún se encuentra en curso.
6 Aquella conversación —apurando sorbos de un brevaje amargo que pretendía ser café, entre murmullos en tojolabal y el sonoro rugir de las motosierras de fondillo musical— quedaría recogida en tres cassettes y fue atesorada durante largo tiempo con la intención de transcribirla y publicarla en una edición de Amor y Rabia pero, pese a haber sobrevivido la soberbia humedad de la selva, otros factores corrosivos se encargaron de frustrar aquel anhelo.
7 Para más información véase aquí. (Consultado el 19 de agosto de 2023).
8 Quien guste disfrutar de esta función (en parte comedia, reality show y catarsis colectiva), puede ver aquí. (Consultado el 20 de agosto de 2023).
9 Un segundo momento —incuestionable— de la izquierda, se manifestó urbi et orbi con los Frentes Populares implementados por la Komintern bajo las órdenes de Iósif Vissariónovich Dzhugashvili​.
10 Marx, K., El 18 brumario de Luis Bonaparte, Fundación Federico Engels, 2003, p. 21.
11 Publicado en el número 58 de Tópicos. Revista de Filosofía, Universidad Panamericana, México. Disponible aquí. (Consultado el 20 de agosto de 2023).
12 Colección Ximhai. Lenguajes, Dirección General de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública, 2023, p. 7. Disponible aquí. (Consultado 20 de agosto 2023).
13 Fechado el 5 de junio de 2018, disponible aquí. (Consultado el 20 de agosto de 2023).
14 Véase aquí. (Consultado el 20 de agosto de 2023).
15 Ramos Galicia, Elí Jacob, “El anarquismo en América Latina”, en El Anarquismo en México, Olivia Domínguez Prieto, Coord., México: Palabra de Clío, septiembre de 2015, p. 98. Disponible aquí. (Consultado el 20 de agosto de 2023).
16 Ibidem. Ramos Galicia, p. 97.

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Publicado en: Libros y autores

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