La película se centra en la creación de Apple, el despido de Jobs y su regreso triunfal para terminar de revolucionar el mundo de las interfases —aunque, es necesario reconocer que de esta manera el director evitó la tentación de llevar a cabo un desarrollo dramático tal vez menos deseable: el de la propia lucha de Jobs contra el cáncer.
“¿Quieres continuar vendiendo agua azucarada o quieres cambiar al mundo?”, es la legendaria pregunta que Steve Jobs habría hecho a John Sculley, presidente de PepsiCo para convencerlo de dejar su empleo y convertirse en el director ejecutivo de Apple, una compañía que a principios de la década de los ochenta ya había revolucionado el mundo de la tecnología con la invención de las primeras computadoras personales, la Apple I y la Apple II.
En el biopic Jobs (2013) el director, Joshua Michael Stern, nos presenta los inicios de la compañía que durante las últimas dos décadas no solamente ha creado y modificado de manera permanente el mercado y el consumo de las tecnologías de la información, sino la relación de los sujetos y de las subjetividades mediante la proliferación de distintas interfases que, en buena medida, han sentado las bases para el devenir del mundo “como imagen y comunicación”, como habrían dicho Lipovetsky y Serroy.
Una de las grandes paradojas de este personaje es la de ser considerado un “genio” de la tecnología sin haber tenido el conocimiento especializado de un programador ni mucho menos el de un ingeniero, a diferencia, por ejemplo, de Bill Gates —quien por cierto, se habría pirateado el sistema operativo de Apple para formar su propio emporio.
El filme, protagonizado por Ashton Kutcher en el papel de Steve Jobs, se centra sobre todo en algunos de los momentos clave de la vida de Jobs a partir de la creación de Apple (ciertamente, el interés que uno puede tener en la vida de este personaje está inextricablemente unido a la de esa compañía) y en unas cuantas secuencias muestra algunos de los rasgos Jobs (incluyendo célebres anécdotas, como la de su negativa, cuando era joven, a usar tenis o zapatos o su característico hedor por no bañarse muy seguido): ególatra, megalómano, soberbio, pero también perfeccionista hasta la exasperación de sus colegas, persuasivo, ambicioso, pero sobre todo la de ser una persona capaz de aprovechar los talentos de los otros para llevar a cabo creaciones que harían de la pequeña región de Silicon Valley acaso el más importante epicentro de la producción de alta tecnología en el mundo.
Una de las grandes paradojas de este personaje es la de ser considerado un “genio” de la tecnología sin haber tenido el conocimiento especializado de un programador ni mucho menos el de un ingeniero, a diferencia, por ejemplo, de Bill Gates —quien por cierto, se habría pirateado el sistema operativo de Apple para formar su propio emporio, Microsoft. Esta característica, además de la inmejorable historia de “emprendedores” que de la noche a la mañana pasan de una empresa de garaje a una que está cotizada en cientos de millones de dólares en la bolsa de valores, hacen de Jobs un personaje interesante no sólo desde el punto vista de la narrativa de “historias de éxito” que tanto ama y preconiza la industria hollywoodense, sino desde las mutaciones de la forma de producción capitalista que en esta nueva etapa de desarrollo ha exasperado, para asegurar su permanencia y reproducción, lo que Schumpeter denominara la destrucción creativa: escapar del estancamiento mediante el dinamismo y las innovaciones tecnológicas.
Si bien las biopics nunca se han caracterizado por ahondar en los contextos sociales en los que se desenvuelven los personajes retratados, sino más bien en los dramas personales, lo cierto es que inclusive el adicto a los productos Apple podría sentirse un poco desilusionado pues la película aborda únicamente hasta el momento en que Jobs, después de haber sido despedido por su propia gran contratación, el ex director de PepsiCo, y fundado otra compañía, Next, es buscado por los nuevos directivos de Apple para reposicionar la empresa, excluyendo de la narrativa cinematográfica los procesos de creación de tres de los gadgets fundamentales de la última década: el iPod, el iPhone y el iPad.
Un claro ejemplo de la personalidad de Jobs y de lo que habría de ser su legado y el de la propia Apple está retratado en la película durante el diálogo que acontece entre este último y Woz (Steve Wozniac, interpretado por Josh Gad, el creador del sistema operativo de las primeras Apple y de la idea misma de computadora personal) una vez que Jobs ve el invento de su amigo y está tratando de convencerlo de comercializarlo.
En otras palabras, la principal línea narrativa se centra en la creación de Apple, el despido de Jobs y su regreso triunfal para terminar de revolucionar el mundo de las interfases (aunque, por otra parte, es necesario reconocer que de esta manera el director evitó la tentación de llevar a cabo un desarrollo dramático tal vez menos deseable: el de la propia lucha de Jobs contra el cáncer).
Un claro ejemplo de la personalidad de Jobs y de lo que habría de ser su legado y el de la propia Apple está retratado en la película durante el diálogo que acontece entre este último y Woz (Steve Wozniac, interpretado por Josh Gad, el creador del sistema operativo de las primeras Apple y de la idea misma de computadora personal) una vez que Jobs ve el invento de su amigo y está tratando de convencerlo de comercializarlo. Woz representaría justamente la imagen del genio que trabaja en inventos por divertirse, para sí mismo; Jobs la del empresario.
Mientras el primero afirma, convencido, que no habría nadie en el mundo interesado en comprar semejante invento, que nadie querría comprar una PC, Jobs le contesta con una pregunta contundente (y que seguramente aún resuena en las cabezas de los millones de consumidores de los productos de Apple, quienes histéricamente hacen colas en las tiendas ansiosos por conseguir cada uno de los nuevos productos de la compañía): “¿Cómo es posible que alguien pueda saber lo que quiere si ni siquiera lo ha visto?” ®