Kinkade, pintor de la ultraderecha

El paisaje idílico de Estados Unidos

La mayoría de los cuadros de Kinkade representan escenas pacíficas y proponen al espectador un mundo que ya no existe y que tal vez nunca lo hizo: casitas que parecen haber sido sacadas de la campiña inglesa, venaditos, ríos y árboles. Los colores son armoniosos y la luz suaviza los bordes de los objetos, buscando crear en el espectador una sensación de paz y nostalgia.

El mes pasado nos enteramos de la muerte del artista estadounidense Thomas Kinkade, quien fue uno de los individuos que más ganancias ha generado a través de sus obras y de sus reproducciones. El caso de Kinkade es muy curioso, y su trayectoria y sus obras se relacionan a temas como el kitsch, el mercado del arte, el elitismo y hasta la actual guerra política y cultural entre las facciones liberales y conservadoras en Estados Unidos.

Las obras de este artista me parecen horrorosas y al verlas a la venta o en casas de conocidos me siento ofendida y hasta desilusionada. Sin embargo, el éxito de esta persona debe ser considerado, pues opera al margen del mercado del arte contemporáneo, demostrando así cómo el gusto de las masas usualmente responde a una estética cursi y privada de originalidad.

Cabañas, ríos, prados © Thomas Kinkade

Kinkade nació en California en 1958 y estudió en la Universidad de Berkeley y en el Art Center College of Design. Eventualmente trabajó como ilustrador de libros y como artista en varias películas animadas antes de lograr vender sus propias obras para mantenerse. Sus obras retoman la estética de los cuadros de Bob Ross, el pintor de los arbolitos felices. Son cuadros similares a los que se encuentran en las casas de nuestros tías o abuelas. Yo vi varios en el Tennessee rural, en casa de un conocido que era simpatizante del partido republicano.

La mayoría de los cuadros de Kinkade representan escenas pacíficas y proponen al espectador un mundo que ya no existe y que tal vez nunca lo hizo: casitas que parecen haber sido sacadas de la campiña inglesa, venaditos, ríos y árboles. Los colores son armoniosos y la luz suaviza los bordes de los objetos, buscando crear en el espectador una sensación de paz y nostalgia. Muchas de estas obras contienen imágenes religiosas o hacen referencia a ciertos pasajes bíblicos, y en general, valoran la vida simple y los mensajes positivos.

Las obras de Kinkade se encuentran entre los más grandes exponentes del kitsch contemporáneo, pues presentan imágenes cursis que imitan a otras obras de arte. En vez de mostrarnos maneras distintas de ver al mundo o de cuestionar lugares comunes, estos cuadros los amplifican, explotando así a la gente ávida de ignorar los grandes cambios sociales del siglo pasado así como la complejidad de la sociedad estadounidense.

Estilísticamente, las obras se deben mucho al American scene painting, cuyos exponentes se rehusaron a tomar en cuenta las vanguardias artísticas que surgieron durante las primeras décadas del siglo XX y buscaron temas regionalistas o naturalistas. Entre los años veinte y los cincuenta artistas como Hart Benton, John Rogers Cox, Grant Wood y John Curry se refugiaron en la nostalgia por la vida rural y la tradición figurativa. Casi medio siglo después del fin de esta corriente regionalista Thomas Kinkade seguía bajo la influencia de esta corriente, borrando de la historia del arte no sólo el cubismo y las demás vanguardias, sino también la aparición y consolidación de corrientes como el minimalismo, el performance y el arte conceptual.

El imperio de Kinkade

Independientemente de su estilo cursi y de diluir a la pintura regionalista estadounidense, lo que llama la atención de Kinkade fue la fama que alcanzó (se dice que uno de veinte hogares en Estados Unidos poseen una obra o reproducción de este artista) y la manera en la cual producía y vendía sus obras. Aunque estéticamente Kinkade está muy lejos del arte contemporáneo expuesto en museos, ferias y galerías, su práctica artística, autopromoción y manejo del mercado recuerda a figuras como Andy Warhol, Salvador Dalí y Demian Hirst. Es decir, Kinkade creaba pinturas nostálgicas y contra la sociedad posmoderna al mismo tiempo que explotaba la industria cultural, la producción en masa y el gusto de sus contemporáneos por las baratijas. Detrás de cada cabañita se esconde un eficiente mecanismo de mercadotecnia que difícilmente hubiera funcionado en el mundo simple y rural que Kinkade nos ofrecía.

Las obras de Kinkade se encuentran entre los más grandes exponentes del kitsch contemporáneo, pues presentan imágenes cursis que imitan a otras obras de arte. En vez de mostrarnos maneras distintas de ver al mundo o de cuestionar lugares comunes, estos cuadros los amplifican, explotando así a la gente ávida de ignorar los grandes cambios sociales del siglo pasado así como la complejidad de la sociedad estadounidense.

A pesar de que Kinkade se consolidó como pintor de caballete, se hizo rico gracias a la reproducción en masa de sus imágenes. Muchas de ellas se venden por correo o en tiendas dedicadas a sus obras; en algunas de sus reproducciones se añaden varios destellos de luz por “artesanos hábiles” para que parezcan originales. Este método de producción resulta ser una parodia del proceso de Andy Warhol en su estudio, The Factory, pues este último empleaba asistentes para producir sus obras. Además de vender pinturas y reproducciones, las imágenes de Kinkade han aparecido en libros, calendarios, tazas, camisetas y todo tipo de productos. Tales estrategias resultan ser opuestas al estilo de vida humilde y “auténtico” que plasmaba en sus obras, lo que nos permite ver la farsa detrás de esta estética.

El éxito de Kinkade culminó con la planeación de The Village at Hiddenbrooke (La aldea en Hiddenbrooke), un fraccionamiento privado cerca de San Francisco inspirado en sus pinturas (Hiddenbrooke significa arroyo escondido, la “e” final fue añadida para darle un toque medieval al nombre). Aunque da la impresión de ser una aldea pintoresca, se trata de un fraccionamiento anónimo que difícilmente se distingue de los cientos de fraccionamientos suburbanos que se encuentran por todos los Estados Unidos. Irónicamente, es una aldea sin lugares públicos que permitan crear lazos entre los habitantes, pues no cuenta con una iglesia, café o plaza, resaltando así su propia artificialidad. Varias personas la han comparado al fraccionamiento Seahaven, donde el personaje principal de la película The Truman Show vivía en un reality televisivo contra su voluntad.

Distopía rural

La estética de Kinkade no es de mi gusto, pero lo que me parece realmente pernicioso de su éxito son sus implicaciones sobre el nivel cultural y la política estadounidenses. No es que pretenda decir que la cultura no exista en ese país, pues éste posee algunas de las instituciones culturales más importantes del mundo y Nueva York continúa siendo una de las capitales del arte contemporáneo. Sin embargo, el tremendo éxito que ha tenido este artista dentro de ciertos sectores de la población nos indica que existe una distancia tremenda entre los gustos de los que viven en las grandes ciudades y las personas de los fly over states. Es decir, entre los habitantes de Nueva York y California (con sus honrosas distinciones, como Minneapolis, Chicago y Austin) y los de los estados del interior.

El gusto por las obras de Kinkade responde a una actitud radicalmente opuesta al arte contemporáneo y los valores liberales. Esto no significa que el arte contemporáneo de vanguardia sea superior o que no haya artistas contemporáneos conservadores, sino que las personas que se cierran a él en su totalidad por lo general mantienen posturas en contra de los homosexuales, las minorías étnicas, el feminismo y la pluralidad. Históricamente, parece ser que esto responde a los cambios radicales que ocurrieron durante los sesenta y los setenta; el gusto por Kinkade es parte de una corriente reaccionaria típica de Estados Unidos —la misma corriente que pretendía convencernos de que Sarah Palin era una política capaz. Aunque la derecha a menudo domina la política en Europa, tales pinturas o imágenes difícilmente tendrían el mismo éxito en este continente.

Este conservadurismo no sólo se ha manifestado a través de las ventas de este artista, sino que también está detrás de varios escándalos relacionados con el arte contemporáneo durante los noventa. La censura de las obras del fotógrafo Robert Mapplethorpe, cuyos temas sadomasoquistas ofenden a los conservadores, fue un ejemplo de esto. También podemos incluir a la exposición Sensation en el Brooklyn Museum, pues sus obras fueron condenadas por grupos religiosos y políticos republicanos, y al Piss Christ de Andrés Serrano. La última obra, una fotografía de un crucifijo sumergido en orines causó acalorados debates acerca del uso de fondos públicos para patrocinar obras que ofendían a la opinión pública.

Piss Christ, 1987 © Andrés Serrano

A pesar de que las ganancias de Thomas Kinkade pueden ser separadas del mercado del arte contemporáneo (los clientes de éste no comprarían obras contemporáneas), es necesario considerar a este artista uno de los símbolos más importantes de la reacción en Estados Unidos. El hecho de que estas obras y sus reproducciones hayan sido tan exitosas nos indica que la ultraderecha estadounidense tiene un estilo propio, el cual corresponde a los ideales del Tea Party, de Richard Santorum y de las facciones que desean limitar el acceso al aborto y a la contracepción. Es decir, más allá de que sean de mal gusto, detrás de este tipo de imágenes se encuentra algo realmente siniestro y retrógrada, pues las pinturas presentan un idilio rural y excluyen a todos los que no pertenecemos a éste.

Irónicamente, parece ser que la vida de Kinkade distaba mucho del mundo ideal plasmado en su arte. Sus colegas han dicho que maltrataba a otros artistas y que había acosado sexualmente a varias mujeres. También tuvo problemas de adicción, pues recientemente se orinó en una réplica de Winnie the Pooh en Disneylandia y fue arrestado en 2010 por manejar en estado de ebriedad. Por ende, no es de sorprender que el pintor de la luz haya muerto tempestuosamente por una sobredosis de calmantes y alcohol. ®

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Publicado en: Écfrasis, Mayo 2012

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  1. Lamento que la autora de la nota tenga nada más que un concepto político y de elite de la obra de T.K y eso habla de su pobresa cultural para realizar cualquier diagnóstico sobre este buen artista, entiendo que no le guste… es normal y tal vez debiera probar con decirlo. Pero hacer una lectura de que es un mundo idilico no corresponde porque yo andando en los campos de Argentina me he encontrado con paisajes mucho más idílicos que cualquier cuadro. Los campos cargados de girasol superan ampliamente a los cuadros de Van Gogh pero nadie en el mundo del arte diría que lo que pintaba VG fuera de un mundo productivo o consumista… se respeta la expresión de un artista y puede gustar o no; pero no se la relaciona con tendencias que no tienen nada que ver.

  2. Mighel Sànchez

    Un cordial saludo.Para Mariana Aguirre: Cuàl es su sentido de la estètica y què representa. Cuando una obra es representativa de la belleza.

  3. Guillermo Jaimes (@GuilloJB87)

    Que la vida de Kinkade haya sido lo opuesto a sus pinturas es algo… completamente normal dentro del mundo artístico, no sé qué le ve de impresionante la autora del artículo a esto.
    Concuerdo los comentarios anteriores, que a muchos ultraconservadores les encante la obra de Kinkade, no la desautoriza como arte y tampoco significa que si éstos los ven, de inmediato les venga a la cabeza la idea de quitar derechos civiles. Sería lo mismo que si alguien pensara que por ver un mural de Siqueiros, de inmediato te vas a lanzar a la revolución.
    Me parece muy forzada la explicación de la autora en ese sentido.

  4. Atlántida

    O tal vez, el Sr. Kinkade deseaba pintar sus propios sueños, a los que su realidad no podía acceder…

    Concuerdo con Gonxo, no veo relación alguna entre la ultraderecha y los paisajes que a ti te parecen idílicos, pues sí existen aunque sea de forma efímera, solo hay que salir un poco mas al campo para notarlos.

  5. No sabía de la existencia del Sr. Kincade, conozco ese tipo de obras por que en las tiendas de artículos para pintura en EUA siempre venden libros con cuadros de esa naturaleza para efectos de reproducción, práctica y copia, nunca me han gustado, pero lo que no veo, es la relación entre sus cuadros y la intolerancia política como a la autora del artículo le queda tan claro. No se si para todo norteamericano sea tan clara esa relación, o si las fobias personales de la autora la llevan a crear esas asociaciones. Una lectura al artículo me dejó con esa última impresión.

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