La clonación

Implicaciones éticas de la investigación científica

Los recientes desarrollos de la genética humana han inquietado a un gran número de personas, ciertamente no todos lectores de Huxley, cuyos ecos se han difundido mediante las producciones de Hollywood y la televisión…

El futuro ha de llegar

En la Sala de Envasado había ringleras y ringleras de niños en tarros. A juzgar por su avanzado desarrollo, algunos de aquellos fetos pasarían pronto a la Sala de Decantación. Términos como madre, monogamia o calor de hogar, además de absurdos, se habían vuelto palabras proscritas, obscenas. El milagro de la vida inducida se operaba en el Centro de Incubación y Acondicionamiento. Justo en la Cámara de Fecundación se mantenían los gametos en envases a una temperatura estable de 35°C para los espermatozoos y 37°C para los óvulos. Desde el descubrimiento del método para extraer el ovario vivo y mantenerlo con los grados óptimos de salinidad y viscosidad, se había simplificado el proceso. El paso final consistía en colocar los óvulos en probetas donde pululaban las células sexuales masculinas.

Era verdaderamente portentoso que de un solo cigoto pudiera obtenerse un máximo de 96 individuos, todos idénticos entre sí, mediante un procedimiento que consistía en interrumpir el desarrollo normal del embrión, al cual éste respondía dividiéndose. Y ahí no acaba todo, valiéndose de otra técnica que comprendía la exposición a rayos X, enfriamientos súbitos y sucesivas adiciones de alcohol, podía llegarse, si se quería, a millares de embriones —aunque el límite parecía ser 17 mil.

En la Cámara de Predestinación Social se daban los últimos toques a las distintas castas humanas: los alfas y betas que provenían de embriones únicos y los gemelos clonados que formaban el grueso de las castas inferiores que iban de los gama, pasando por los delta, hasta llegar a los épsilon, los obreros cuyos uniformes negros, reducida estatura y cabeza achatada —debido al exceso de alcohol durante su gestación— los hacían inconfundibles entre las demás clases sociales que conformaban aquel mundo planificado que funcionaba como un mecanismo de reloj, donde se habían desterrado todos los excesos.

Un mundo feliz (A Brave New World), del gran novelista británico Aldous Huxley, aparecido en fecha tan temprana como 1928, presenta este recuento imaginario de lo que podría ser una sociedad del futuro. Si bien es cierto que este panorama feliz no se encuentra a la vuelta de la esquina, los recientes desarrollos de la genética humana han inquietado a un gran número de personas, ciertamente no todos lectores de Huxley, cuyos ecos se han difundido mediante las producciones de Hollywood y la televisión. El desarrollo de la ingeniería genética está en pañales. Una sociedad de señores —individuos— y de esclavos —clones— pertenece aún al terreno de la ciencia ficción, para fortuna de la humanidad y la memoria de Karl Marx.

El presente está aquí

La clonación, no obstante, es una realidad, un procedimiento incluso del que se vale la naturaleza para perpetuarse. Árboles como los olmos, por ejemplo, echan nuevos vástagos a través de sus raíces. Cada uno de estos organismos es una copia genéticamente idéntica del espécimen original. Así encontramos algunos de los seres vivos más gigantescos y longevos del planeta, especies botánicas cuyos primeros brotes vieron surgir, florecer y extinguirse a los dinosaurios. En el reino de los seres vivos las plantas no están solas: hay animales y no sólo ciertos anfibios sino incluso algunos mamíferos como los desdentados, entre ellos el mexicanísimo armadillo que, en cada camada, da a luz óctuples genéticamente idénticos.

Todo gemelo o mellizo humano es, por tanto, un clon —término derivado del griego kloon, que significa brote o rama. Un clon es un vástago que procede de un solo ancestro cuya composición genética es idéntica a la de éste. Ha pasado largo tiempo desde que el abad austriaco Gregor Mendel iniciara sus experimentos en el monasterio benedictino de Brno, los cuales habrían de conducir a las leyes de la herencia.

Aunque puede decirse que la manipulación genética de especies biológicas es tan antigua, por lo menos, como el mismo homo sapiens. Animales tan comunes como el perro, la vaca, la oveja, o bien frutas como el tomate o la manzana, han sido prácticamente formadas por el ser humano.

Un perro, por ejemplo, no es más que un lobo domesticado y, a pesar de los cambios tan aparatosos que existen entre un chihuahueño y un samoyedo, ambas razas descienden de un antepasado común, el canis lupus. El maíz, los tomates y las fresas que crecen en forma silvestre son minúsculos. Para adquirir su tamaño actual estos frutos debieron afinarse durante miles de generaciones sucesivas. Los criadores de ganado saben que ciertas características deseables, como pueden ser el mayor volumen corporal, la disminución del tejido graso, la aceleración del periodo de madurez, se logran cruzando individuos que presentan estos rasgos con individuos semejantes, que casi siempre resultan ser sus consanguíneos.

Efectos no deseados

Los achaques en la columna vertebral que vemos en ciertas razas caninas, como los Dachshunde —mejor conocidos como salchicha— son resultado de las cruzas incestuosas de las que provienen. Estos perros cuando alcanzan una cierta edad tienen graves problemas con su estilizada y frágil columna; si bien para los cazadores cumplieron un propósito en el pasado: ayudarlos a sacar los tejones de sus madrigueras. A lo largo de cuatro décadas se han realizado experimentos con animales en lo que se conoce como transgénesis, esto es, la capacidad de añadir genes nuevos al acervo normal de una especie o bien modificar uno de sus genes originales. Se necesita ganado, por ejemplo, que produzca más leche, mejor carne y que incluso contribuya con algunas sustancias que se emplean en la industria farmacéutica. Esta aplicación de la ingeniería genética es reciente y por primera vez se practica en la historia de la humanidad, así que se desconoce sus efectos a la postre. Previendo futuros daños contra el ambiente y el ser humano, que se dejan avizorar a partir de los primeros experimentos, se ha prohibido la introducción de productos comestibles transgénicos, para consumo humano y animal, en varios países desarrollados como los de la Unión Europa y Japón.

La oveja Dolly

Nuevos Frankenstein, los científicos, empeñados en inéditas versiones de lo vivo, caminan a tientas por los pasillos de un laberinto. Así que cuando finalmente un experimento —entre un millón— da resultados no pueden dejarlo escapar. En 1952 surgieron los primeros éxitos en la clonación de ranas, la gran desventaja era la falta de control en todo el proceso que hacía imposible considerar especies zoológicas más complejas como los mamíferos. Sólo después de 277 tentativas hueras —sin contar los experimentos anteriores— fue posible el nacimiento de Dolly, el experimento clave GLL3, llevado a cabo en el Roslin Institute de Edinburgo. El doctor Ian Walmut produjo en 1996 un cordero hembra a partir de una célula del tejido mamario de su madre genética.

La técnica Walmut consistió en tomar un óvulo de una oveja, cuyo núcleo se eliminó y reemplazó con el de una célula adulta perteneciente a otra oveja. La fusión se logró sólo después de un impulso eléctrico que disparara el proceso de la división celular en el embrión, el cual es colocado luego en el útero de cualquier oveja que funge como madre substituto. Cuando el proceso de gestación llega a su término nace una oveja, que es una copia exacta del animal del que se extrajo el núcleo. Walmut eligió una célula del tejido de la ubre de una hembra cargada.

Después de extirpada, a la célula se la privó de nutrientes hasta que entró en un estado de latencia y dejó de dividirse. Intentos precedentes habían minimizado la importancia de empatar el ritmo metabólico de material genético ajeno con el del óvulo que lo albergaría. Tiempo después, en 1998, Advanced Cell Technology anunció el nacimiento de Charlie y de George, dos becerros Holstein, en los que se utilizó un método más novedoso, que comprende la inserción del núcleo de una célula dotada de un marcador genético. La diferencia estriba en que a la célula añadida no es preciso inducirla a reducir su metabolismo sino que existe una reacción química, la cual indica a los investigadores si el experimento resultó exitoso.

El primer bebé

Un día después de Navidad, el 26 de diciembre del 2002, el mundo recibió un regalo aunque algo retrasado: aparentemente había nacido en Estados Unidos el primer clon humano, Eve —curiosa coincidencia en la escritura con ewe, que significa oveja en inglés. Días más tarde, en enero del 2003, Europa comenzó el año con la noticia de un alumbramiento en los Países Bajos, aunque en esta ocasión de una madre lésbica. La opinión mundial, todos los medios de comunicación, las distintas iglesias, médicos, comadronas y moralistas se conmocionaron ante este hecho que se ha considerado como un atentado contra la raza humana.

En realidad, no hemos cambiado mucho desde la época en que se escribiera El Golem o que Mary Shelley publicara su famosa y, en cierto sentido, nunca cabalmente apreciada obra, Frankenstein o el nuevo Prometeo. Aunque frente al historial de los laboratorios que se adjudican los nacimientos, todas las reservas son pocas. Claude Vorilhorn fue el iniciador en su nativa Francia de un movimiento espiritual a raíz de una experiencia del tercer tipo —él insiste en llamarla mística— con unos seres superiores, supuestamente científicos provenientes del otro lado del Universo.

Clonar seres humanos tendría para Claude o más bien para Rael —como ha dado en llamarse tras su experiencia— la justificación moral de que éste fue el procedimiento empleado por esas entidades superiores para crear la raza humana. ¿Y qué hay del resto de los animales, plantas, proteínas y aminoácidos? Los raelianos dicen estar dados de alta en las Bahamas y contar con 50 mil miembros en 85 países. ¡Así que ahora no sólo Liechtenstein, Andorra y Luxemburgo son los paraísos de aquellos que buscan evadir impuestos sino también ciertos lugares de las Antillas!

En la Gran Bretaña, donde nació Dolly la oveja, está prohibido practicar pruebas genéticas en seres humanos; aunque en Estados Unidos el presidente Clinton fue sumamente lene en cuanto a las medidas preventivas y sólo restringió los fondos nacionales para este tipo de investigaciones. Ocupado como estaba con su carrera bélica y sus asuntos petroleros, Bush no se ocupó mucho del particular. De Holanda mejor ni hablar. Puede decirse que es hoy por hoy el mayor escenario del mundo para poner a prueba una serie de medidas vanguardistas en materia social y política. Los holandeses cuentan con el capital para probar y ojalá también para absorber las pérdidas.

¿Quién es hijo de quién?

Brigitte Boisellier, quien se ocupa de los asuntos terrenales de Rael y está a la cabeza de una compañía genética o fábrica de bebés, dice que su propia hija de 22 años, Marina Cocolios, está dispuesta a ser madre sustituto, es decir, a prestar sus entrañas para el hijo de otro, otra u otros. Clonaid —denominación más comercial no puede pensarse— ha declarado haber realizado experimentos clandestinos en Nevada y el resultado sería la copia viviente de una niña de diez años ya fallecida cuyo recuerdo se ha perpetuado en un clon. Echando mano de la técnica de Walmut, en la versión corregida y aumentada por la Advanced Cell Technology, Clonaid alega haber efectuado alrededor de doscientas pruebas con óvulos, de las cuales diez se lograron; si bien únicamente cinco se implantaron en úteros humanos.

En estas lides de laboratorio, a juzgar por los informes que se tiene tanto de ovinos como de bovinos, se produce mucho desperdicio, es decir, no sólo óvulos y ovarios enteros estropeados sino embriones y —cuando la interrupción de la preñez no se hace a tiempo— engendros, llamados quimeras, que resulta más humanitario sacrificar. En ese entonces Clonaid se rehusó a mostrar los bebés para que los examinaran expertos independientes. El pretexto fue que los jueces pretendían poner a los menores en custodia y eso, por supuesto, era inadmisible.

La verdad es que las autoridades de aquellas disciplinadas naciones deberían poner manos en el asunto. La decisión sobre si es lícito o no experimentar con la vida humana no puede dejarse al libre albedrío, hace falta una legislación clara. La técnica de clonación del doctor Walmut es bastante sutil, difícil de llevar a cabo con éxito, no obstante el material de laboratorio requerido se halla al alcance de muchas instituciones especializadas.

Contra naturam

Por otra parte está el debate de si los animales clonados son completamente normales. Dolly, al parecer, sufría de daños severos en sus tejidos hepáticos, tal como si hubiera tenido más edad. Se desconocen las consecuencias ulteriores de inducir a tejidos viejos a iniciar una vida nueva. Era sólo cuestión de tiempo para que alguien lograra clonar, después de haber echado a perder mucho material, a un bebé humano. La pregunta es, no obstante, si fue Clonaid. Hay que recordar que la clonación de especies animales como cerdos y vacas podría salvar la vida a millares de pacientes humanos aquejados de diabetes, enfisema, hemofilia, fibrosis y hasta algunas variedades de cáncer; enfermedades que se cree de trasmisión hereditaria. Quizá lo mejor sería restringir los experimentos con el ser humano hasta que la ciencia esté más avanzada y menos óvulos, ovarios, fetos —y no se sabe qué más— terminen en los contenedores de desechos de las llamadas compañías genéticas.

Por otro lado, y volviendo al Brave New World de Huxley, las implicaciones de ese subsistema de la ética que es la política, cuando se refieren a un grupo de seres humanos en su conjunto, podrían ser aterradoras. Pensar en ejércitos de clones —al estilo George Lukas y su Star Wars— con fines varios, como los obreros épsilon o bien como soldados criados para el exterminio —si es necesario— de su propio pueblo. No es posible, ya se ve, desentenderse de la naturaleza de los fines para concentrarse en sopesar la legitimidad de los medios.

Si lo que se pretende es proteger al más débil y evitar males mayores, que en un futuro conduzcan a escenarios verdaderamente apocalípticos, habría que pensar desde hoy en las posibles consecuencias para el mañana. No ponerle innecesarios obstáculos al progreso de la ciencia y la tecnología, pero antes reflexionar hasta dónde se quiere llegar, hasta dónde es posible permitir, como mayoría, que una minoría de entendidos y emprendedores ambiciosos arribe sin más impedimentos. La decisión es de todos, no de unos cuantos. Huxley avisoró en fast track un desarrollo posible; su visión no es sin más profética pero parece ahorrar tiempo e inútiles lamentos. ®

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Publicado en: Abril 2010, Ciencia y tecnología

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  1. Largo, tedioso, lleno de lugares comunes, en realidad,es poca la reflexión sobre las implicaciones éticas de la clonación, todo el artículo es más bien descriptivo, narrativo y con muchas referencias literarias, quizá en exceso.

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