LA COLONIA DE LOS DOCTORES

Código Postal 02140

A grandes rasgos, la autora, habitante de esa famosa colonia capitalina, cuenta la historia de un barrio céntrico pero marginal.

El antiguo hotel Posada del Sol

En Doctor Navarro terminaba el reino de Tenochtitlan. Ahí, sobre esos mismos cien metros cuadrados, tres y medio siglos después un español, probable conocedor de las ciencias ocultas, decidió construir un hotel de lujo. La administración posrevolucionaria lo frió en cobros: frente a su capilla interior se ahorcó y son más de sesenta años desde que la Posada de Sol es un territorio a la deriva: jamás ocupado, bodega intermitente, las maderas preciosas de su teatro y salón de música fueron arrancadas de sus paredes y permanece, semiincógnito, condenado al derrumbe por la falta de conocimientos ingenieriles de su creador. La historia de la colonia Doctores, muy céntrica, siempre ha sido periférica, un sitio al que regresaban a dormir y a embriagarse los peones y los sirvientes de los cuatro barrios del Centro: calles de tierra, basura e inmundicias. Los orígenes de su constitución como colonia se remontan a 1889, cuando Francisco Lascuráin solicitó al ayuntamiento que le permitiera fraccionar una colonia en un terreno de su propiedad denominado La Indianilla, pero el expediente fue archivado y finalmente extraviado. Según Héctor Manuel Romero, “fedatario del haber histórico y cultural de la delegación Cuauhtémoc”, en su libro Barrios y colonias de la delegación Cuauhtémoc, el nombre obedeció a que en 1675 una india llamada María Clara vendió algunas propiedades al padre Domingo Pérez Barcia, quien construyó una capellanía; lo mismo hicieron las indias María Concepción y María Paula, y como el pueblo es muy celoso de las historias de indias y Marías, el rumbo adoptó el nombre de Indianilla.

Tianguis vintage

En 1880 Ramón Guzmán, impulsor del transporte de carros tirados por mulas, estableció allí su patio de reparaciones; ese patio siguió funcionando como tal durante sesenta años, tras los cuales se desmanteló; en su lugar se alza elegante el museo de Indianilla. Las primeras casas al norte de la colonia se construyeron durante el virreinato, pero de ellas ya no existe ninguna, como también ha desaparecido el panteón del Campo Florido, fundado en 1846 y llamado así debido a que en la zona, un área pantanosa segada, crecían en abundancia las flores. Seis años después de la solicitud de Lascuráin, The Mexican City Propiety Sindicate Limited (sic) obtuvo el permiso para fraccionar el terreno de Indianilla y convertirlo en una colonia. Se le llamó, oficialmente, Colonia Hidalgo, pero pronto adoptó el nombre Doctores debido a que en esas calles se decidió rendir tributo a los médicos que durante la segunda mitad del siglo XIX emprendieron campañas “científicas” de higiene que salvaron muchas vidas, como lavar los cuchillos utilizados en las operaciones.

Al final del Porfiriato quedaron establecidos los límites de la naciente colonia Doctores. Hacia el sur de la colonia están los Tribunales y el Semefo (el nuevo, junto a la empequeñecida reliquia de los cuarenta). A la derecha hay dos cuadras de barrio; a la izquierda, el núcleo de una colonia que nació con mala fama, y la cultiva. Abundaban las pulquerías y algunas tenían inspirados nombres, El Recreo de los Zorros, Los del Rastro Aquí o Los Degenerados. Su zona lumpen rediviva sería entonces la hilera de “refaccionarias” que arrojan al Viaducto, su límite sur, el Tepito de las autopartes. Una industria conduce a la otra y las dos se complementan: los noventa fueron decisivos para el desarrollo de la leyenda urbana de que las partes que se compran en la Doctores son robadas dos cuadras adelante. Pero, advierten los cronistas locales, “eso vino con los del temblor, antes era un barrio muy trabajador”. Las vecindades construidas después del terremoto tienen la culpa de que se hayan ido a vivir muchos malvivientes a la Doctores, dicen. Tiene cuatro tianguis: sábados y domingos dos tianguis locales; los sábados y domingos unos exclusivísimos tianguis “vintage” donde te agencias un casco de las fuerzas de la OTAN por mil pesitos (“para las borracheras”, dirían por ahí), y el tiradero, un tianguis de usado/tirado/birlado los domingos. Los viernes son de luchas; la Arena México destella hacia el este, rodeada de cuatro o cinco puteros en las calles que conducen hacia Cuauhtémoc. Algunos recuerdos de la arquitectura de los cuarenta y los Multifamiliares, sin el tercer trillizo, caído en 1985; entonces de desplomaron una decena de edificios, como el del Hospital General. La zona se vio repoblada de oficinas de gobierno y estacionamientos.

Si bien no es un territorio tan libre como para poder ir bebiendo una cerveza a lo Stuttgart, sí es una de las zonas que cuentan con el privilegio de estar constantemente perfumadas con la esencia de Nuestra Señora del Cáñamo; además, abundan los gatos amarillos y, hacia el este, los hoteles: algunos lujosos y otros bastante “retro”; de unos, cuenta la nueva leyenda urbana, son sitio de swingers. Recientemente la Santa Muerte y Valverde salieron de “su corralito” y ocupan una “capillita”. Así, no es raro ver automovilistas que preguntan por “el corralito” y el Hospital General, sitio que también he tenido la oportunidad de conocer gracias a un cólico biliar. ®

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Publicado en: Agosto 2010, Apuntes y crónicas

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  1. hola, una pregunta, donde puedo localizar el libro de «Barrios y colonias de la delegación Cuauhtémoc»
    gracias y buen día

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