La demandante broma infinita

Sobre David Foster Wallace

David Foster Wallace habla del reciente surgimiento de una especie de cultura de la inmediatez, cuyos integrantes son incapaces de prestarle atención a algo por un tiempo medianamente prolongado, y parece que presentó Infinite Jest como un antídoto a esto. No hay manera de leer este libro sin invertirle todo tu tiempo y tu atención absoluta.

David Foster Wallace. Ilustración de Wesley Merritt.

David Foster Wallace. Ilustración de Wesley Merritt.

Un placer culposo es, por definición, algo de lo que se avergüenza admitir que se disfruta —por ello generalmente se disfruta en soledad. A mí, por ejemplo, me apena decir que cada año, al llegar el mes de mayo y la temporada de graduaciones, desperdicio horas frente a mi computadora buscando en YouTube lo que los estadounidenses llaman “commencement speeches” —discursos que una figura exitosa ofrece a la generación graduada—, repletos de clichés, frases motivacionales, dificultades vividas por el expositor y sus consecuentes epifanías sobre el Verdadero Significado de la Vida. Oprah dio un discurso en Harvard, Steve Jobs en Stanford, Meryl Streep en Barnard… todos hablan básicamente de lo mismo: No temas tomar riesgos, sólo está derrotado aquel que ha dejado de luchar y otras cursilerías optimistas que cualquier recién egresado desea escuchar al vestir la toga y el birrete.

Algún día del mes de mayo del año pasado estaba sentada en la esquina que siempre habito de mi departamento, convenciéndome de que después de ver un último discurso comenzaría a trabajar sobre mis proyectos finales (algo curioso de los placeres culposos es que suelen ser disfrutados más cuando deberías estar haciendo otra cosa). Habiendo agotado las opciones disponibles de discursos de celebridades y aún con ganas de procrastinar, hice clic sobre uno titulado “This is Water” de alguien llamado David Foster Wallace. Lo escuché tres veces. Pasé el resto de la semana leyendo cualquier ensayo o cuento del autor que pude encontrar en internet. (Mis trabajos finales resultaron muy mediocres ese semestre.)

David Foster Wallace (1962–2008) fue un escritor estadounidense al que algunos de sus contemporáneos han llamado “la voz de nuestra generación”, lo cual resulta curioso pues Infinite Jest —su obra más aclamada— es a la vez considerada casi imposible de leer. Es decir, la voz de su generación prácticamente no puede ser leída por ella. Pero sus ensayos son otra cosa. En agosto de 2006 el New York Times publicó “Roger Federer as Religious Experience”, cuyo título básicamente explica el tema y, para no ser redundante, no intentaré recontarlo.

Me interesa exponer lo que este escritor me ha hecho sentir y es aquí en donde despediré a la poca elocuencia con la que quizá me he logrado comunicar hasta ahora. Foster Wallace escribe de una manera que no se parece a nada de lo que había leído: arrogante y a la vez humilde, tierna pero filosa, ambigua, exacta, poética, intelectual, despojada e infinitamente bella. El artículo que menciono es largo y repleto de notas al pie —un recurso que emplea en casi todo lo que he leído de él—, que te sacan inconvenientemente a mitad de la oración que leías y actúan como un recuerdo constante de que lo que lees fue escrito por un ser humano que no piensa en el formato de un texto claro y conciso —el perfecto ejemplo de alguien que se sabe todas las reglas y procede a metérselas por el trasero.

Foster Wallace escribe de una manera que no se parece a nada de lo que había leído: arrogante y a la vez humilde, tierna pero filosa, ambigua, exacta, poética, intelectual, despojada e infinitamente bella.

El verano pasado comencé Infinite Jest con miedo del enorme golpe que recibiría mi ego de no ser capaz de terminarlo. Y no fue fácil. Es el libro más demandante que he leído; en ningún momento te suelta, no te permite abrirlo con la intención de amenizar tu noche antes de dormir ni puedes recurrir a él para distraerte del ineficiente sistema de transporte público mientras vas camino al trabajo. Requiere de tu atención completa. Quizá por esto se dice que es imposible de leer. En algunas entrevistas Foster Wallace habla del reciente surgimiento de una especie de cultura de la inmediatez, cuyos integrantes son incapaces de prestarle atención a algo por un tiempo medianamente prolongado, y parece que presentó Infinite Jest como un antídoto a esto. No hay manera de leer este libro sin invertirle todo tu tiempo y tu atención absoluta.

Algunos dicen que Infinite Jest es una crítica satírica del capitalismo, otros que el tema principal es la adicción o el entretenimiento —o la adicción al entretenimiento—, o las relaciones interpersonales, o la vida o la muerte. En realidad no me parece que alguna de estas valoraciones sea atinada. En Infinite Jest, como en sus cuentos, ensayos o discursos el tema principal es la experiencia humana, que es inherentemente solitaria, y, sin embargo, leer a David Foster Wallace me ha logrado convencer de no estar sola. ®

David Foster Wallace, Infinite Jest, Boston: Little Brown, 1996 (traducción al español: La broma infinita, Mondadori, 2002).

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Publicado en: Libros y autores

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