Entre las novedades de la zafra electoral de este año figuran los llamados “Talleres de ciudadanía” que el clero católico promueve a través de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Según anunció recientemente el asesor de este órgano en el que están representados todos los obispos y arzobispos de México, Manuel Corral Martín, esos talleres comenzarán a ser impartidos, en breve, a los creyentes católicos “en las distintas parroquias del país” (La Jornada, 3 de marzo de 2012).
Luego de insistir en que esta iniciativa del alto clero católico no atenta contra el Estado laico mexicano, Corral Martín asegura que, por el contrario, los “talleres de ciudadanía” son socialmente útiles. Y como ejemplo de esa “utilidad” menciona el buen propósito que los anima: el poder ofrecer a los creyentes católicos “herramientas para discernir lo que más le conviene al país”.
¿Lo que “más le conviene al país” según quién? Ah pues, claro está, según el parecer de los obispos y arzobispos de México, quienes ahora se disponen a adoctrinar políticamente a sus feligreses, remarcándoles que, como buenos cristianos, tienen la obligación de orientar su voto hacia el partido y los candidatos cuya plataforma política y cuyas acciones estén más cerca de los principios del Evangelio.
Aquí cabe aclarar que no se trata propiamente lo que dice el texto de los evangelios, sino aquello que establecen los intérpretes oficiales (léase el clero católico) de las que también son conocidas como Sagradas Escrituras.
En ningún pasaje de éstas, por ejemplo, se prohíbe el uso de anticonceptivos ni tampoco las bodas entre personas del mismo sexo. O dicho de otra manera, quien de veras desaprueba lo anterior es el clero católico y no el Evangelio.
Lo que éste establece, textual y nítidamente, es que uno es el reino de Dios (al que debieran estar consagradas enteramente las iglesias cristianas) y otro, muy distinto, es el reino de la política (el del César), que, según el mismo Cristo, no es algo que sea de la incumbencia de la iglesia fundada por él.
Por otra parte, no deja de ser irónico ver a los jerarcas católicos de nuestro país defendiendo, presuntamente, los valores democráticos, valores que no se practican en la institución a la que pertenecen: la Iglesia católica, cuya organización y forma de gobierno son cesaristas pero no democráticas. Y esta contradicción se debe subrayar cada vez que sea preciso, es decir, cada vez que la cúpula católica pretenda dar clases de democracia, de algo que internamente no practican sus jerarcas y de algo para lo cual tampoco tienen ninguna autoridad moral. Por ello, dejar la democracia en manos de la Iglesia no es lo más recomendable para la salud política de nuestro país.
Lo que éste establece, textual y nítidamente, es que uno es el reino de Dios (al que debieran estar consagradas enteramente las iglesias cristianas) y otro, muy distinto, es el reino de la política (el del César), que, según el mismo Cristo, no es algo que sea de la incumbencia de la iglesia fundada por él.
¿Qué es lo que en realidad persigue la Conferencia del Episcopado Mexicano con sus anunciados “talleres de ciudadanía”? Va una conjetura, a riesgo de que pueda ser juzgada de maliciosa: tratar de influir en el sentido del voto de los creyentes católicos, con el propósito de que lleguen a la presidencia de la república, a las gubernaturas estatales, al senado y las diputaciones del país los candidatos más afines con la ideología del clero católico.
Por supuesto que los integrantes de la Conferencia del Episcopado Mexicano niegan que haya tal intención con sus “talleres de ciudadanía”, los cuales, según Corral Martín, tienen un fin generoso: “Ofrecer herramientas para discernir lo que más le conviene al país” y “abordar la problemática de México desde la perspectiva cristiana”.
Pero ¿quién puede asegurar, por ejemplo, que los instructores de esos talleres no vayan a salir con su domingo siete, recomendando a sus talleristas que procuren votar por aquellos candidatos que sean católicos confesos y, si son casados, lo estén también por la Iglesia, y que bajo ninguna circunstancia le vayan a dar el voto a candidatos que no reprueben las bodas entre personas del mismo sexo y, peor aún, si tales candidatos son partidarios de la legislación que despenaliza, así sólo sea parcialmente, el aborto?
Vale decir que, hasta ahora, ni el Instituto Federal Electoral ni los partidos políticos han dicho una palabra sobre los “talleres de ciudadanía” que está preparando la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Ésta no es una buena señal ni de los contendientes a los próximos comicios ni de las autoridades electorales, que por lo menos se deberían pronunciar, explicando de manera razonada si los multicitados talleres del Episcopado Mexicano violan o no la legislación electoral.
Porque ni el sentido común ni la historia de México ni el Estado laico y ni siquiera el Evangelio cristiano recomiendan que las iglesias (desde las minoritarias hasta la mayoritaria) se inmiscuyan en el ámbito de la política partidista.
Sobre este particular un gran pensador católico tapatío, Antonio Gómez Robledo, hizo una estupenda glosa del postulado evangélico que de manera explícita separa los famosos dos reinos (el de Dios y el del césar). Decía don Antonio: “La Iglesia está en este mundo para llevar a sus creyentes al otro mundo, y para todo lo demás, está de más”. ®