Si la pregunta es sobre el panorama que le espera a nuestro país en el siglo XXI, la respuesta no puede ser más desoladora. México es un país que no se ha preparado en los últimos treinta años para afrontar los grandes retos que plantea el futuro.
In memoriam Leopoldo García-Colín Scherer.
En octubre de 2007, en el marco del Fórum Universal de las Culturas, tuve oportunidad de entrevistar en el lobby del hotel Holyday Inn Fundidora al desaparecido físico mexicano. Traigo a colación las interrogantes que planteaba, en su calidad de investigador y crítico de los apoyos estatales, complementándolas con una serie de opiniones de cuño personal, permeadas de la afición por la filosofía y la bioética, a su vez contrastadas por medio de las reacciones de un literato y difusor de la ciencia, ampliamente conocido, Carlos Chimal.
“Si la pregunta es sobre el panorama que le espera a nuestro país en el siglo XXI, la respuesta no puede ser más desoladora. México es un país que no se ha preparado en los últimos treinta años para afrontar los grandes retos que plantea el futuro. Venimos arrastrando una herencia española, más tendente al cultivo de las artes que de las ciencias. No ha habido un verdadero interés ni por parte del Estado ni la sociedad civil en el cultivo del conocimiento. Es verdad que en el siglo XIX, sobre todo en el terreno de la metalurgia, hubo ciertos avances, pero todo fue destruido por la Revolución”. Fueron palabras del doctor Leopoldo García-Colín Scherer, quien nació en la Ciudad de México el 27 de noviembre de 1930 y murió el 8 de octubre de 2012. Siendo químico y físico, sus intereses profesionales se localizaban en el campo de la termodinámica con aplicaciones en la astrofísica y la cosmología, ganador de diversos premios nacionales e internacionales, autor de una treintena de libros, con más de 230 trabajos de investigación, editor de Journal of Nonequilibrium Thermodynamics, colaborador de Physical Review, docente, investigador fundador y más tarde profesor emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana, distinguido miembro de El Colegio Nacional.
«No ha habido un verdadero interés ni por parte del Estado ni la sociedad civil en el cultivo del conocimiento. Es verdad que en el siglo XIX, sobre todo en el terreno de la metalurgia, hubo ciertos avances, pero todo fue destruido por la Revolución”.
Nuestro país se ha caracterizado por fomentar el desarrollo de las artes sobre las ciencias. Las artes, sin embargo, no pueden ofrecer soluciones prácticas para sacar a la sociedad de la pobreza y el subdesarrollo. “En los cincuenta Corea estaba al final de la guerra, China bajo el yugo comunista, Singapur vendía té, hoy todos esos países están hombro y cabeza por encima de México. ¿Qué es lo que ocurrió? Pues se trata de una diferencia notoria. China acaba de ganar en los últimos cinco años la Olimpiada Internacional de Química. Y los que ocupan los siguientes lugares son Taiwán, Corea, Vietnam, esos países que estaban abajo hace sesenta años, hoy son los líderes en muchos desarrollos científicos. China tiene un programa espacial, ¿nosotros qué tenemos?”, cuestionó atinadamente el doctor García-Colín, una mente brillante y valerosa.
Es claro que alentar las ciencias y las artes no es lo mismo, y no precisamente a causa del monto de las erogaciones por parte del Estado, sino más bien por las consecuencias: los artistas subvencionados con generosidad son siempre dóciles; la historia por desgracia no es la misma con los hombres de ciencia, para dolor de cabeza de los políticos, pues las dádivas que reciben nunca son suficientes para llevar a buen puerto proyectos ambiciosos de gran envergadura. Por si fuera poco, el desarrollo tecnológico y científico plantea consecuencias de gravedad para otros países, supuestos líderes mundiales, que pueden verse vulnerados en sus estratégicos intereses en la economía. Conviene mantener los tratados internacionales y convenios, firmados tantas veces en secreto y a puerta cerrada, observar puntualmente las licencias y patentes de aparatos o medicamentos, por más útiles y sencillos de producir que éstos resulten. La responsabilidad moral de los poderosos se pone más en entredicho con la ciencia que con el arte.
Carlos Chimal (Ciudad de México, 1954), ensayista y difusor de la ciencia, además de ser narrador adscrito al Sistema Nacional de Creadores de Arte, reaccionó así ante estos comentarios y declaraciones al contactarlo a través del correo electrónico en octubre de 2012, año de la sensible desaparición del doctor Leopoldo García-Colín Scherer, desde el CERN (el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear), enclavado en el cantón de Ginebra (Suiza), donde se encontraba en una estadía como periodista invitado: “No conozco hasta ahora ningún artista generosamente subvencionado por el Estado. Creo que la autocensura es más profunda que la censura. Si son dóciles, es porque a algunos les encantaría ser Brad Pitt, Lady Gaga o Cristiano Ronaldo. La idea romántica y moderna del conocimiento es una patética ilusión en este mundo posmoderno, cínico y trivializante. A veces me pregunto qué quedará de la narcoliteratura, del subgénero policiaco y el melodrama fantástico. Hay quienes opinan que son ejemplos de los esfuerzos denodados de gente que busca hacerse de un lugarcito en la difusa literatura mexicana, donde los exabruptos abundan. Tal es el caso de considerar al salvaje de Roberto Bolaño parte de ella, uno que no dudó en corromper el caló de la Ciudad de México con tal de vender en España. Vivimos la cultura de la simulación: yo simulo que te enseño y tú que aprendes, yo simulo que promuevo el conocimiento y tú simulas que te importa. Si hablas bien de mí y tienes palancas, eres un genio. Si no, no existes. Mientras los señoritos de Hacienda sigan considerando la cultura como un gasto y no como una inversión, el país seguirá naufragando, cayendo como un Altazor indolente. La responsabilidad de los gobernantes siempre se pone en entredicho, incluso con el arte que, en ocasiones, tiene respuestas tan profundas y prácticas como la ciencia”.
El ideal del progreso ha acompañado al hombre desde que comenzó a forjar la cultura. El filoso canto de una piedra, tallada y convertida en herramienta de corte, o bien la invención de la honda o la selección de las primeras gramíneas para cultivo a gran escala, representan los primeros pasos que hoy han conducido a la manipulación de la energía atómica, las armas químicas y biológicas e incluso los umbrales de la clonación humana (para partes de repuesto y más tarde con motivos eugenésicos). Un medio que ha hallado la sociedad civil y la comunidad académica para poner coto a los intereses económicos de los grandes consorcios y las aspiraciones hegemónicas de las superpotencias ha sido el debate público frente a ciertos temas. El último cuarto de siglo ha visto surgir las comisiones de bioética que, junto con las de derechos humanos un poco más antiguas, pretenden defender los intereses de la humanidad, de la naturaleza, del cosmos, entendido como ese todo ordenado que es capaz de sostenerse en sí mismo.
“No creo que haya una idea de progreso tan clara. Más bien pienso que hay una necesidad estética o no. La ética es posterior, se encuentra en un segundo plano y responde a intereses mezquinos, sesgados, está contaminada por la pesadilla llamada política y sus adictos».
Carlos Chimal: “No creo que haya una idea de progreso tan clara. Más bien pienso que hay una necesidad estética o no. La ética es posterior, se encuentra en un segundo plano y responde a intereses mezquinos, sesgados, está contaminada por la pesadilla llamada política y sus adictos. Cuando alguien busca la belleza, parece haber un avance, un ojo de claridad en el yermo ciego. Cuando a alguien le tiene sin cuidado la belleza, el caos toma forma. El canto filoso sirve para cortar ataduras y para mandar al prójimo a la dimensión desconocida. La tecnología es un acto poético tan intenso como el conjunto de versos escritos en todo el siglo XX. Conocer y comer van de la mano, aunque pocos están dispuestos a experimentarlo”.
Ya en 1936 el filósofo Edmund Husserl, iniciador de la corriente fenomenológica, en su obra La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental: Introducción a la filosofía fenomenológica, veía que un paso decisivo —más que para el desarrollo— para la amenaza de la humanidad había ocurrido cuando Galileo y Descartes habían aplicado el método matemático a las ciencias experimentales. Entonces se produjo, sin duda, un salto cualitativo que desembocaría en el uso bélico que el hombre, en su sed de poder, daría a esos promisorios descubrimientos y supuestos adelantos, particularmente durante las dos últimas guerras mundiales. Toda forma de positivismo, de subjetivismo, de utilitarismo, derivada y deudora de la noción del llamado progreso tecnológico, ha dejado de lado una concepción general de la naturaleza como Lebenswelt o mundo en que es posible la vida.
Carlos Chimal: “Me parece que es un clisé acusar a los que buscan conocer. No es justo confundirlos con los oportunistas. El espíritu bélico es atávico, la necesidad de poder sobre los demás nació con los primeros homínidos. Resolver el problema de la balística, por ejemplo, fue un dilema: si no lo hago yo, lo hará mi enemigo. Los aliados terminaron de fabricar la bomba porque los nazis estaban a punto de hacerlo. Es la lógica brutal de la exclusión: o eres tú o soy yo. La diferencia estriba en que unos trepaban a los árboles por estética y otros sólo para imitarlos, sin saber bien por qué. Sí, la locura de creer que el progreso está contenido en una flecha unidireccional nos está llevando al desfiladero”.
Problemas tan acuciosos y urgentes como los transgénicos y sus efectos nocivos frente a las semillas naturales, su toxicidad en herbívoros y carnívoros y hasta sus efectos colaterales de esterilidad en humanos. Amén de los planes ocultos, por parte de ciertos gobiernos del mundo, por reducir de manera drástica la población comenzando con los países más menesterosos, por medio de formas pasivas y activas de exterminio, alegando la defensa del espacio vital y el previsible agotamiento de los recursos naturales. El hombre y la cultura subsumidos en el contexto más amplio de la interacción entre lo vivo y lo inerte que forman el todo ordenado, el kosmos que hace posible la materia y el espíritu. Arte y ciencia, dos direcciones del espíritu, incluso afines y complementarias para algunos, que cultivan ambas venas. Instrumentos valiosos que, en las manos equivocadas, plantean peligros mayores o no tanto. ¿Qué tendrá más peso para la élite mundial y los grandes consorcios industriales y financieros: el arte o la ciencia? Al parecer, es menos grave apoyar el desarrollo de las artes que de las ciencias. Es más inocuo, hace menos daño, tiene menos consecuencias de cuidado, es más demagógico. Una reflexión que debe resultar inquietante para aquellos que, en calidad de creadores, buscan o reciben ya jugosos estímulos del Estado. ®