La fiesta es un espacio en el que se suspenden temporalmente las prohibiciones que rigen el contrato social. El tono de una fiesta es la relajación y la apertura a placeres que en la cotidianidad están impedidos. En ella se descansa de la conciencia moral y de la realidad, por eso ha estado asociada al uso de algunas sustancias.
I. Introducción: la fiesta
Una fiesta es un exceso permitido, más bien obligatorio, la violación solemne de una prohibición. Los hombres no cometen esos excesos porque algún precepto los ponga de talante alegre, sino que el exceso mismo está en la esencia de la fiesta; el talante festivo es producido por la permisión de todo cuanto de ordinario está prohibido.
—Sigmund Freud
El ser humano es un ser desvalido y desde el inicio hasta el final de su existencia está necesitado del auxilio del otro. La cultura es una organización humana para hacer frente a este desvalimiento. La comunidad humana se funda sobre el desamparo y se organiza ordenando los vínculos recíprocos entre los hombres. Limitándose en las posibilidades de satisfacción, los miembros de una comunidad buscan protección frente a la naturaleza y auxilio para resolver necesidades corporales. Esposito [2007: 25] dice que la comunidad empieza allí donde lo propio termina: la unión está basada por un menos, una falta, una renuncia que puede experimentarse como una exigencia. Cada ser humano existe en la disputa entre el afán de pertenencia y el anhelo de ser libre para satisfacer los deseos. El ser humano existe en este conflicto, en este desgarramiento, en este sufrimiento interior que se vive como una carga gravosa: tener que reprimir algunos deseos para pertenecer a una comunidad. La fiesta es una liberación temporal de esta carga.
Tradicionalmente la fiesta es un espacio en el que se suspenden temporalmente las prohibiciones que normalmente rigen el contrato social. El tono de una fiesta es la relajación y la apertura a placeres que en la cotidianidad están impedidos. En la fiesta se descansa de la conciencia moral y de la realidad, por eso ha estado asociada al uso de algunas sustancias. En este ensayo describiremos algunas diferencias entre dos tipos de fiestas: la fiesta con el uso prioritario del alcohol y la fiesta con el consumo preferente del MDMA, sustancia comúnmente conocida como éxtasis o tacha.
II. El vino: la fiesta dionisiaca
Ellas se ciñen con serpientes, que lamen sus mejillas con familiaridad, algunas mujeres toman en sus brazos lobos y corzos jóvenes y los amamantan. Todo se adorna con coronas de hiedra y con enredaderas, un golpe con el tirso en las rocas y el agua surge a borbotones; una incisión con el bastón en el suelo, y aparece un manantial de vino. Dulce miel gotea de las ramas, basta que alguien toque el suelo con las puntas de los pies para que brote leche blanca como la nieve. Este es un mundo mágico totalmente transformado, la naturaleza celebra su festividad de reconciliación con el ser humano.
—Friedrich Nietzsche
Dionisio es el dios griego del vino y la tragedia, descansa en la embriaguez, en la música y en el goce sexual. Nietzsche [2011: 343] dice que el punto central de las festividades dionisiacas consistía en un desbordante desenfreno sexual: el placer orgiástico estaba por encima de toda institución familiar, rangos de clases sociales, diferencias sexuales o distinción entre especies. Los seres humanos se confundían con los animales y se fundían con la naturaleza en un desenfreno voluptuoso. En la fiesta dionisiaca el ser humano se renueva y se reconcilia con su naturaleza: el ser está embriagado por la exaltación, el goce, la euforia…
Nietzsche dice que el punto central de las festividades dionisiacas consistía en un desbordante desenfreno sexual: el placer orgiástico estaba por encima de toda institución familiar, rangos de clases sociales, diferencias sexuales o distinción entre especies. Los seres humanos se confundían con los animales y se fundían con la naturaleza en un desenfreno voluptuoso.
Aunque Dionisio es el dios del vino, probablemente los griegos utilizaban otras sustancias para emborrachar al cuerpo y crear estas fiestas. El propósito era aniquilar la conciencia como instancia crítica y excitar al cuerpo en sus posibilidades gozosas. Así se lograban trances orgiásticos, es decir, estados confusos. Se bailaba y se gozaba en un rapto corporal en el cual el principio de individuación quedaba suspendido.
El vino que se consumía en la antigua Grecia no es el licor destilado que actualmente conocemos. La destilación, creada en la Edad Media, fue una aportación de los alquimistas. Antonio Escohotado [2008: 79] explica que los vinos fuertes tenían que ser diluidos en veinte partes de agua. Además de uva fermentada, probablemente contenían ingredientes vegetales que provenían de Egipto. Se necesitaban tres copas pequeñas para quedar al borde del delirio.
En la tradición judía, el Antiguo Testamento reconoce el poder del alcohol para consolar al ser humano sufriente. El cristianismo consideró al vino una sustancia sagrada: sangre de Cristo. Escohotado [2008] dice que los primeros cristianos pasaban por ayunos severos antes de la comunión. El consumo de vino en situación de ayuno provocaba un intenso estado de embriaguez y confusión. Pasados los años, la Iglesia reprobó el rapto dionisiaco. La fiesta se sustituyó por la ceremonia. En la eucaristía comúnmente los feligreses ya no consumen alcohol, sino una oblea de pan; el vino es ingerido sólo por el sacerdote. No hay raptos orgiásticos, pero los creyentes reciben una promesa de vida eterna: el placer se posterga para después de la muerte. El vino quedó reducido a un símbolo: sangre derramada por el sacrificio de Cristo, promesa de vida eterna.
El cristianismo privilegió el vino y persiguió el uso de otras sustancias. En el Imperio romano la adormidera se usaba para afrontar dolores, enfermedades, sufrimiento, insomnio… Consumir opio en Roma era tan común como actualmente es frecuente fumar cigarrillos. Sobre todo el opio tenía un uso importante para enfrentar la vejez y para realizar la eutanasia. El cristianismo persiguió el uso del opio y le llamó “obra de Satanás”: el efecto sedante de la sustancia era indigna para la salvación del hombre que debe entregarle su sufrimiento a Dios.
Durante la Edad Media la Iglesia católica persiguió a todas aquellas personas que tenían una sabiduría sobre el uso de sustancias psicoactivas. La caza de brujas fue emblemática: las brujas confeccionaban remedios y ungüentos para inducir vuelos mágicos y estados de posesión, por lo cual fueron perseguidas. La brujería había desarrollado un importante conocimiento sobre el uso de sustancias psicotrópicas: usaban la piel de algunos sapos que contienen alcaloides de tipo visionario, empleaban hongos y setas, elaboraban harinas contaminadas por cornezuelo, consumían preparados de cáñamo y opio. Algunos antropólogos afirman que las famosas escobas de las brujas en realidad fueron consoladores en los cuales se aplicaban ungüentos con extractos que podían provocar la estimulación del clítoris y las membranas vaginales [Escohotado, 2008: 278-279]. Podemos suponer que las fiestas entre brujas correspondían a sesiones psicotrópicas en las cuales existían posibles trances orgiásticos. A las brujas se les enjuició por tener un pacto lascivo con el diablo; se catalogó a las sustancias psicoactivas como satánicas y al placer sexual como pecaminoso. La Inquisición castigaba con la hoguera la simple administración de una droga. En la Edad Media fueron quemados una gran cantidad de brujos y un sinnúmero de libros de sabiduría psicoactiva. El cristianismo prohíbe y persigue todas las drogas psicoactivas distintas al alcohol. La sanguinaria Inquisición sigue persiguiendo, por eso no es extraño que Felipe Calderón ―expresidente de México y militante de Acción Nacional (partido católico en México)— haya fundado su gobierno en una cruzada contra las drogas.
Algunos antropólogos afirman que las famosas escobas de las brujas en realidad fueron consoladores en los cuales se aplicaban ungüentos con extractos que podían provocar la estimulación del clítoris y las membranas vaginales. Podemos suponer que las fiestas entre brujas correspondían a sesiones psicotrópicas en las cuales existían posibles trances orgiásticos.
En la cultura católica la fiesta consiste en comer y beber alcohol. En un principio, la ingesta de alcohol produce una desinhibición social. El efecto del alcohol es una relajación extendida que puede provocar jovialidad, comunicación, confianza. El vino aligera una conversación y convierte una reunión en un espacio lúdico en el cual puede haber episodios de lucidez extraordinaria. Además de relajación social, el alcohol anestesia el cuerpo y produce una sensación de alivio de la tensión corporal: el hambre, el frío, el dolor son anestesiados por el efecto de la sustancia. En estado de embriaguez el alcohol provoca verborrea torpe y reiterativa, insensibilidad, euforia, sentimentalismos, temeridad y desequilibrio.
Debido a que la Iglesia ha prohibido el consumo de otras sustancias psicoactivas, los índices de alcoholismo en la cultura católica son muy altos. Si hemos declarado que la fiesta es la liberación temporal de una carga, habrá que preguntarnos cómo acontece esta liberación en una fiesta predominantemente alcohólica.
En el catolicismo la culpa es el vínculo entre el creyente y Dios. El cristianismo se funda en una doble deuda: la deuda derivada del pecado original y la deuda derivada de la muerte de Cristo [Nietzsche, 2004]. Sobre la carne intrascendente del sexo y de la muerte, el cristianismo construye la ilusión platónica del alma y de la vida eterna. El deseo carnal debe ser reprimido a favor del delirio religioso. Nietzsche [2011: 333] dice que el cristianismo es la moral de una voluntad que niega la vida: aborrece la tierra, repudia el cuerpo, refuta lo sensible, castiga el sexo. La existencia cristiana es la obediencia de opresión corporal para conservar la ilusión de una vida eterna. El cristianismo rechaza culpabilizando. Freud ha demostrado que cuanto más obediente es alguien, más culpable se siente. La culpa requiere castigo y la mortificación se eleva a categoría de sacrificio a Dios.
La fiesta en la cultura católica es prioritariamente alcohólica porque el católico necesita descansar de la culpa. El alcohol es un inhibidor de la conciencia moral. En un trance alcohólico puede haber acontecimientos que en estado de sobriedad no sucederían. El alcohólico (quien bebe inmoderadamente) busca borrar los límites morales para abrir una situación de goce sexual. Después de esa copa, la que define la posibilidad de estar sobrio o perder el control de sí, cualquier encuentro sexual puede suceder. En esencia ésta es la emoción que embriaga al alcohólico: suspender la conciencia moral y abrir un tiempo en que el goce puede no tener límites. Aunque al día siguiente el alcohólico se levanta, se acuerda (si la falta de memoria no censura lo acontecido) y se reestablece el sentimiento de culpa, ahora redoblado, inquietante, vigilante… De nuevo, en un periodo de espera culposa y expectante, habrá otra fiesta y otra botella para relajarse y descansar de este gravoso sentimiento de culpa.
III. El MDMA: la fiesta de la empatía
Era difícil no hacerlo. Bailar delante de los altavoces, estrechar la mano de nuevos amigos, contar la historia de sus vidas y sus emociones más íntimas a una gente que por primera vez parecía entenderlas de verdad… Y de vuelta a la pista, donde la música vibraba más allá de lo imaginable, y chillar y aplaudir como si nunca quisieran que terminara.
—Matthew Collin
Después de la muerte de Dios, y ahora que el catolicismo está en franco declive, se precipitan nuevos modos de fiesta. Uno de ellos es el rave. El término rave es una palabra inglesa que significa entusiasmar, delirar, encolerizar… Un rave es una fiesta en la cual confluyen tres tecnologías: música electrónica, video-arte digital y química.
Matthew Collin [2002] explica que en la década de los setenta en algunas discotecas para gays afroamericanos en Nueva York comenzó a escucharse una nueva música en la que se mezclaban sonidos de distintos discos. El disc jocker (DJ) era el personaje encargado de hacer estas combinaciones musicales cuyo propósito principal era provocar distintas emociones en la pista de baile. En estas fiestas había un ambiente erótico y musical de aquellos hombres. En esta condición de doble marginación, por el color de piel y por la orientación sexual, las fiestas eran un espacio abierto para expresar deseos sin inhibición. La tecnología en la música abría la posibilidad de crear múltiples mezclas, innovaciones en el campo acústico, y la tecnología en la química donaba sustancias psicotrópicas que generaban estados alterados de conciencia. Se buscaba un ambiente festivo en el que reinara la fraternidad, la libertad, la diversión y el goce sexual.
La nueva música migró a Inglaterra y obtuvo el nombre de acid house. Frente a una postura discriminatoria de muchas discotecas, se creaba un movimiento de expresiones contraculturales juveniles que se adscribía a la idea utópica del nombrado P.L.U.R. (Peace, Love, Union, and Respect: Paz, amor, unión y respeto).
La tecnología en la música abría la posibilidad de crear múltiples mezclas, innovaciones en el campo acústico, y la tecnología en la química donaba sustancias psicotrópicas que generaban estados alterados de conciencia. Se buscaba un ambiente festivo en el que reinara la fraternidad, la libertad, la diversión y el goce sexual.
En esa misma época en Estados Unidos había un movimiento científico para el desarrollo de sustancias psicoactivas. En 1912 la empresa farmacéutica Merck (Darmstadt, Alemania) había sintetizado por primera vez y de modo accidental un químico: 3,4-metilenedioximetanfetamina, también llamado MDMA. Este producto se creó como sustancia intermedia para preparar otros fármacos. En ese momento no hubo estudios farmacológicos sobre la nueva sustancia. En 1953 el Ejército estadounidense realizó investigaciones con MDMA en distintos animales.
En la década de los sesenta Alexander Shulgin, apodado Sasha, un químico californiano —hijo de inmigrantes rusos― que sirvió en el Ejército durante la Segunda Guerra Mundial, sintetizó de nuevo el MDMA. El interés de Shulgin era psicofarmacológico: pretendía abrir puertas de la percepción a partir de la exploración farmacológica. En 1967 Shulgin probó el MDMA y escribió: “Lo encontré distinto a todo lo que había tomado antes. No era una droga psicodélica en el sentido visual o interpretativo, pero estaban presentes de forma notable la liviandad y la calidez de los psicodélicos”. En 1976 aparecen las primeras comunicaciones científicas sobre los efectos químicos y farmacológicos de esta sustancia.
El MDMA es una sustancia emparentada con la mescalina (alcaloide ―trimetoxifeniletilamina― con propiedades alucinógenas que se encuentra en el peyote), las anfetaminas (sustancia estimulante del sistema nervioso central) y aceites volátiles contenidos en plantas como la nuez moscada, el cálamo, el azafrán, el perejil, el eneldo y la vainilla. El MDMA no puede encontrarse en la naturaleza, por eso es una droga de diseño. Hasta ahora no hay informes exhaustivos sobre el funcionamiento del MDMA en el organismo humano porque se ha prohibido el consumo tanto para fines lúdicos como para la investigación científica.
El MDMA distorsiona las percepciones sensoriales y temporales, agudiza las experiencias táctiles, genera euforia y propicia un estado de calidez emocional. El rasgo principal del MDMA es potenciar la empatía. Escohotado [2008] dice que el MDMA no produce alucinaciones propiamente dichas, pero tiende a provocar sentimientos de amor y benevolencia. Tanto los sentimientos de tristeza o de alegría se expresan de modo cálido y abierto. Hay una sensación de descarga afectiva en una situación de sinceridad y de confianza total. Durante el efecto del MDMA hay una experiencia de ser comprendido y de comprender al otro. No hay una desinhibición al estilo alcohólico en el que puede haber desafío y temeridad, sino una disolución de los límites afectivos entre sí y el otro: hay sensación de confianza y de amor. La emoción embarga el estado psicotrópico y puede haber experiencias de fusión empática con el mundo.
Al consumir MDMA puede haber percepción intensa de colores y sonidos. Hay una sensación de que “todo está bien” y una disminución del estado de sufrimiento. La sustancia provoca hipersensibilidad del tacto, sed intensa, tensión de algunos músculos, aumento de la frecuencia cardiaca y de la presión arterial, contracción no voluntaria de la mandíbula y sudoración. A propósito del deseo libidinal, Escohotado [2008: 1302] cita un estudio que comprueba que el MDMA sólo produce relaciones genitales en 25% de los casos. Lo más común es un contacto afectivo que puede producir estados de enamoramiento fugaz que le llaman “síndrome de matrimonio instantáneo”. En la mayoría de los casos este enamoramiento, efecto del MDMA, consiste en caricias y en modos de contacto supuestamente telepáticos en un estado de silencio y de quietud fusional. Estas experiencias están llenas de abrazos, tocamientos, miradas, cariños. Bruce Eisner dice que en vez de su nombre comercial, Éxtasis, el MDMA debería llamarse Empatía [Collin, 2002: 43].
En 1983 el MDMA comenzó a producirse legalmente en Texas, aunque en 1984 Ronald Reagan prohibió su consumo y venta. Hubo un pánico moral desencadenado por los medios masivos de comunicación. Se comenzó a perseguir el uso de MDMA imputándole ser la causa de lesiones cerebrales, daños en el sistema nervioso central y enfermedad de Parkinson sin tener pruebas contundentes de estas afirmaciones.
A pesar de las prohibiciones, el MDMA llegó a Ibiza (isla ubicada en el mar Mediterráneo, al este de la Península Ibérica) en la década de los ochenta, adonde también arribaron turistas internacionales, homosexuales y adeptos a la new age. En Ibiza confluyeron el acid house y el MDMA: se inauguraron fiestas cuyo propósito era el sentimiento empático y la música electrónica. Así se creó la fiesta rave. Si hemos dicho que una fiesta es la liberación temporal de una carga, cabe preguntarnos cuál es el lastre que se suspende en este tipo de acontecimiento químico-musical. Aquí ensayamos una hipótesis: con un set (ambiente) y un setting (preparación) adecuado, el MDMA, la música y el baile suspenden temporalmente el sentimiento de soledad y el examen de realidad provocando un sentimiento oceánico.
A pesar de las prohibiciones, el MDMA llegó a Ibiza (isla ubicada en el mar Mediterráneo, al este de la Península Ibérica) en la década de los ochenta, adonde también arribaron turistas internacionales, homosexuales y adeptos a la new age. En Ibiza confluyeron el acid house y el MDMA.
Como químico de la empatía, el MDMA disuelve temporalmente el sentimiento de soledad. La empatía nace de la identificación: en la experiencia empática se percibe en el otro una importante analogía con el propio apronte afectivo [Freud, AE XVIII: 101]. En la empatía no hay disolución del yo sino identificación afectiva. En estado de empatía se descansa de la soledad porque parece que mi yo es análogo al del otro, por eso parece que “nos conectamos”, que “nos entendemos”.
En la ingesta de MDMA hay empatía con aquellos que consumen la misma sustancia (identificación por consumo), y también hay una empatía generalizada hacia el mundo. Se expresa un sentimiento oceánico que en El malestar en la cultura Freud pudo describir de este modo: “Un sentimiento que prefería llamar sensación de ‘eternidad’; un sentimiento como de algo sin límites, sin barreras, por así decir ‘oceánico’”[AE XXI: 65]. Este sentimiento se explica por el deseo de ser-Uno con el Todo. En ocasiones este sentimiento se describe como una revelación cósmica o mística; sin embargo, se trata de un modo original del funcionamiento del psiquismo: en el momento en que el infans está en situación de desamparo, la madre es todo su mundo. Afectivamente el lactante humano se funde alucinatoriamente con el cuerpo de la madre creando un sentimiento de confianza, placer y unión total.
Freud dice que el sentimiento oceánico corresponde a una fase temprana del sentimiento yoico. Podemos explicar el sentimiento oceánico con los planteamientos que Piera Aulagnier [2007] realizó a propósito del pictograma.1 Literalmente pictograma significa escrito pintado (pictus, pintado; grama, escrito). El pictograma es una actividad inaugural del psiquismo que no es enunciado y no es fantasía: su fundamento es la afectividad. Se trata de un modo originario de funcionamiento psíquico mediante el cual el infans metaboliza el encuentro con la madre. Una característica fundamental del pictograma es ésta: entre la representación, el cuerpo del infans y el cuerpo de la madre no hay diferencia. Hay fusión empática: ser uno con la madre. El pictograma está regido por el principio del placer, no de realidad.
En el pictograma no hay exterioridad, separación, alteridad: el pictograma es un producto de la psique para la psique en donde no hay diferencia entre cuerpo y representación. Esta recursividad es una especularidad en la cual la psique contempla su propia creación: la experiencia de ser-en-el-mundo es la de ser reflejo de sí misma. El mundo es un gran espejo: imagen de cosa en la cual la psique se autoengendra y se refleja. Esta analogía se constituye de modo afectivo: el pictograma es percepción mediante la cual los afectos se presentan de manera autorreferente.
En el trance por MDMA hay la sensación de fusión afectiva con el mundo y con el otro: se descansa de la realidad, es decir, de la alteridad. Por un breve momento se establece un principio de identidad en el cual el uno está en el todo: no hay soledad. El consumo de MDMA es sumamente placentero, de lo cual se deriva este problema: “¿Cómo pueden reconciliarse los placeres extremos con la realidad mundana? ¿Cómo se puede integrar algo que resulta tan salvajemente sublime con la existencia cotidiana sin sentirse engañado y terminantemente decepcionado?” [Collin, 2002: 52].
El consumo de MDMA es sumamente placentero, de lo cual se deriva este problema: “¿Cómo pueden reconciliarse los placeres extremos con la realidad mundana? ¿Cómo se puede integrar algo que resulta tan salvajemente sublime con la existencia cotidiana sin sentirse engañado y terminantemente decepcionado?”
Una sustancia por sí misma no es adictiva. Hacen falta características psíquicas singulares del consumidor que puedan crear una adicción. Un adicto es aquella persona que no puede evitar el consumo de una sustancia. La ingesta ya no genera alivio, el abuso del phármakon enferma. En esta época en que los espacios colectivos están en ruinas, hay hombres y mujeres que viven en un aislamiento agónico. Trabajan y cumplen con los deberes cotidianos, pero no cuentan con relaciones significativas, no tienen quien los escuche, no gozan de un vínculo amoroso-erótico. La necesidad de pertenencia se suple con la ingesta de MDMA: necesitan provocar el sentimiento oceánico de modo frecuente para no sucumbir en el aislamiento, necesitan bailar toda la noche para no perecer en el rechazo cotidiano, necesitan de abrazos químicos para no aniquilarse en el exilio.
Freud dice que el sentimiento oceánico es el preámbulo de la religión, porque pretende denegar la situación de desamparo del ser humano. Algunos consumidores MDMA no pueden poner en duda el sentimiento oceánico, por eso hacen de la idea de “cosmos” una nueva religión. La ilusión de un dios se desplaza a la idea de un orden cósmico. Suponen que hay un cosmos regido por leyes espirituales inmutables: creen en un universo armónico. Se mezclan conceptos de física, astronomía, filosofía, astrología, esoterismo y religión, para decir que hay “energías, “vibras” o “sucesos cósmicos” ordenados y coherentes. En México es común que este “sincretismo cósmico” incluya ideas derivadas de la cultura indígena. Desde luego que este sistema de ideas no puede ponerse en duda o en crítica, pues los creyentes aluden a la necesidad de vivir la experiencia de trance para poder comprender espiritualmente estas creencias. Por eso, muchos consumidores de MDMA quedan alienados a un sistema de ideas cuyo principal propósito es pasar por realidad aquel sentimiento oceánico y despachar a segundo rango de realidad la cotidianidad, la alteridad, el pensamiento crítico y la cultura. Por lo tanto el consumo frecuente de MDMA desemboca en un compromiso entre estas dos aseveraciones: 1) el deseo de no pensar más la realidad, sino conservar el sentimiento oceánico; 2) recurrir a construcciones delirantes de la realidad que funcionan como soporte de esta experiencia empática-oceánica. La duda y el esfuerzo de comprender son desechados a favor de ideas prerreligiosas que se basan en un sentimiento oceánico, en ideas “cósmicas” y en una música electrónicamente mágica.
IV. A modo de conclusión
Que tristeza y dolor les estén dados al pensamiento, lo lamento, pero es sin duda una ley.
—Maurice Blanchot
El desconcierto del ser humano es intenso y su desamparo es angustiante. La realidad siempre es decepcionante y la cultura es prohibitiva. En la fiesta se descansa de estas cargas. En una fiesta rave la ingesta de MDMA funciona como una especie de comunión oceánica: se descansa de la realidad, de la alteridad y de la soledad. En una fiesta dionisiaca la ingesta de alcohol funciona como antesala a una experiencia gozosa en la precipitación de actos sexuales que no están regidos por la monogamia y la heterosexualidad: se descansa de la prohibición, de la culpa y de la conciencia moral. En una cultura católica no es extraño que el alcohol sea la sustancia privilegiada que se ingiere en las fiestas pues se requiere descargar periódicamente el sentimiento intenso de culpa. En la llamada posmodernidad el sentimiento cotidiano no es la culpa, sino el aislamiento. Ahora es frecuente tener experiencias sexuales diversas sin necesidad de alcohol y es común tener encuentros sexuales libres sin vínculo amoroso. Mientras que la culpa genera lazo social sacrificial, la individualidad precipita angustia y carencia de sentido. En una época cuyo principio es “individuo solo, pero libre” ―según la expresión de Pierre Bourdieu― no es extraño que la fiesta sea precisamente un descanso del aislamiento a través del efecto empático del MDMA. ®
Referencias bibliográficas
Aulagnier, P. (2007), La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Trad. Victor Fischman, 1ª ed., 7ª reimp. Buenos Aires: Amorrortu.
Blanchot, M. (2001), El último hombre, Madrid: Arena Libros.
Collin, M. (2002), Estado alterado. La historia de la cultura del éxtasis y del acid house. Trad. Javier Calvo, Barcelona: Alba Editorial.
Escohotado, A. (2008), Historia general de las drogas, 8ª ed., Madrid: Espasa Calpe.
Esposito, R. (2007), Communitas. Origen y destino de la comunidad, 1° ed. 1° reimp. Trad. Carlo Rodolfo Molinari, Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (2001), Obras Completas, ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, 24 vols. (Designamos con la abreviatura AE las citas tomadas de esta edición y con un número posterior el volumen referido y la página consultada.) Traducción directa del alemán: Etcheverry, J.L., 2ª ed. 8ª reimp. Buenos Aires: Amorrortu. Textos tomados de esta edición.
Lipovetsky, G. (2010a), La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, 9º ed. en Compactos. Trad. Joan Vinyoli y Michèle Pendanx, Barcelona: Anagrama.
Nietzsche, F. (2004), La genealogía de la moral, Introducción, trad. y notas de Andrés Sánchez Pascual, 1ª edición, revisada, en “Biblioteca de autor”. 5ª reimp., Madrid: Alianza Editorial. (2011), Obras Completas, Vol. 1. Escritos de juventud, edición dirigida por Diego Sánchez Meca. Traducción, introducciones y notas de Joan B. Llinares, Diego Sánchez y Luis E. de Santiago. Madrid: Tecnos.
Notas
1 Para ahondar más sobre el pictograma en la obra de Piera Aulagnier, remito a un ensayo mío sobre el tema: Godínez, A., “Cuerpo pintado y cuerpo vacío”, en Ania, No. 4, julio de 2011.
Jesus
Excelente publicacion, me sirvio de mucho para despejar dudas.
Rogelio
Estupendo texto, muy completo y bien documentado.