La imagen como pensamiento

Misterios de la sala oscura, de Fernanda Solórzano

Técnica y fascinación, industria y cultura, narrativa y accidente, intertexto, política y digresión. Así, la tentativa de esta crítica mexicana es ambiciosa: discutir, comparar, entrecruzar, conjeturar los campos emanados del fenómeno cinematográfico.

Los misterios…

En El sexo y el espanto el escritor francés Pascal Quignard nos evoca la naturaleza inmemorial del cine: “Fortuitamente la escena animada se convirtió en un arte: la cinematografía. Una invención técnica que ha saciado de golpe una espera milenaria, universal, individual, nocturna. Lucrecio escribió que no hay que sorprenderse de que los simulacros se muevan, estiren sus brazos, agiten sus miembros cadenciosamente, puesto que así obra la imagen en el sueño”.

Técnica y fascinación, industria y cultura, narrativa y accidente, intertexto, política y digresión. Así, la tentativa de esta crítica mexicana es ambiciosa: discutir, comparar, entrecruzar, conjeturar los campos emanados del fenómeno cinematográfico.

Misterios de la sala oscura. Ensayos sobre el cine y su tiempo (México: Taurus, 2017) está dividida en ocho capítulos que se respaldan en una acuciosa bibliografía (Las máscaras de la violencia, La erótica feminista, La purificación del poder, Los resortes del miedo, La entronización de la adolescencia, El redentor de la noche, En defensa del mediocre, Las transformaciones del cuerpo), Fernanda Solórzano se ocupa de películas si no canónicas, sí representativas de un cierto zeitgeist: La naranja mecánica, El último tango en París, El Padrino, El Exorcista, Tiburón, Taxi Driver, Forrest Gump, Matrix… las cuales sirven como plataformas para discutir las dislocaciones entre literatura e imagen, discurso artístico personal o ambiente político, biografía y censura.

El ojo desobediente

“Todo en el cine es falso y, sin embargo, es real”, se nos advierte de entrada. Y como parte de esta ensoñación, una mentira que articula e indaga las preguntas esenciales de una sociedad, estas cintas, de una u otra manera se nos van revelando las formas y los resortes en que —más allá de sus méritos cinematográficos, económicos o técnicos— éstas han trascendido y persisten en su irradiación cultural.

Igual que Alfonso Reyes se refirió al ensayo como “el centauro de los géneros”, así de poliédrico es este libro: divergente, intertextual, pero siempre con un discurso concentrado.

Así nos enteramos, por ejemplo, de la transgresión radical de Kubrick, y la divisa que luego él mismo se encargaría de censurar: “Las películas, como los sueños, demandan la suspensión del juicio moral”. La violencia que emanada desde su filme, procesada a través de complejos procesos de asimilación y malinterpretación, permearon en la juventud de su tiempo, para convertirse en origen y pretexto de golpizas y asesinatos cuasi calcados de la trama de la novela de Anthony Burgess, llevando al cineasta neoyorquino a la decisión más radical de su carrera: prohibir él mismo la proyección de su película en Inglaterra, hasta el mismo año de su muerte. Pero Solórzano no se queda ahí: a través de una profunda contextualización histórica desentraña en los orígenes de la violencia adjudicada a la película del genio neoyorquino: el origen de las pandillas juveniles anclado en las profundas diferencias de clase desde mediados del siglo XIX, documentadas por el mismísimo Friedrich Engels; los Scuttlers y su explosiva evolución todavía hasta mediados de siglo pasado, con su larga tradición de batallas campales, o de fenómenos como la moda de los Teds en ciudades como Manchester. Pero debajo aun de esa propia violencia social, otra violencia, más profunda, más íntima: la golpeada existencia de un autor como Anthony Burgess; el exilio, la enfermedad terminal que lo urgió a escribir, el ataque sexual por parte de una pandilla sobre su esposa, el azar; una pelea entre borrachos en Leningrado que le dio el origen a su historia, y el saldo agridulce del logro artístico y el éxito comercial: “Aun así me sentí asqueado por mi propio entusiasmo al describir tanta violencia”.

Resortes ocultos

Espacio de contraposiciones al fin, Solórzano despliega un arduo saber histórico para comentar fenómenos como el de El último tango en París, que en el año de 1972 lo mismo despertaron la adhesión y el furor de voces como la influyente crítica Pauline Kael o el ataque furibundo del ala radical del feminismo más recalcitrante. Obra de un cineasta que en su primera juventud había aspirado a ser poeta —el primer libro de Bertolucci se llamó En busca del misterio—, la película montó todo un debate acerca de las sinuosas fronteras entre arte y pornografía. Vista a través de un arco histórico que va desde las primeras feministas como Mary Wollstonecraft, la sociedad victoriana, la liberación social que trajeron las guerras, el informe Kinsey, la vida y la obra de Simone de Beauvoir, la invención de la píldora anticonceptiva, a partir de los estudios y la tesis del mexicano Luis E. Miramontes, el feminismo de los años setenta, la dupla articulada por la novela de Robert Alley y la película de Bertolucci cobra una dimensión de una gran complejidad.

A Clockwork Orange, de Stanley Kubrick, 1971.

Uno de los méritos innegables de este libro es adentrarnos en los misteriosos y mínimos resortes que articularon esta obra cinematográfica: una crisis de pareja personal, un primer borrador a cargo de la directora Agnès Varda y el escritor Alberto Moravia, la influencia de los textos de Bataille… o el impacto de las pinturas de Francis Bacon que deslumbraron a Bertolucci, al grado de llevar a su director de fotografía, Vittorio Storaro, para que atrapara y buscara replicar aquellas texturas y aquellos esfumados en su película. Y a partir de ahí, en un entramado muy fino, un amplio recorrido a la historia de la censura y la industria —el infame Código Hays—, el surgimiento del cine X, la pornografía y su impacto en la cultura, su relación con la política y el cine como parte de “una gran conversación cultural”.

Igual que Alfonso Reyes se refirió al ensayo como “el centauro de los géneros”, así de poliédrico es este libro: divergente, intertextual, pero siempre con un discurso concentrado: El Padrino como un producto cultural en una época de desencanto político; la irradiación del clan Kennedy hacia los terrenos de la ficción, los avatares accidentados para levantar una producción, la significativa amistad de sus productores con Kissinger, el ir y venir del dinero, y un veredicto puntual: “El Padrino acabó siendo una crítica fuerte al poder de la derecha desde una trinchera conservadora”.

El arte como pugna

Un ensayo trata siempre de ensayar, de ir hacia rumbos donde no se ha ido antes, y quizá uno de los capítulos más ricos del libro es el que desarticula la enorme pugna y lucha de fuerzas entre el lenguaje literario y el lenguaje visual: se trata de “Los resortes del miedo”, donde se desmenuza la génesis y contraposición de la novela de William Peter Blatty y la película de William Friedkin, uno de los cineastas más difíciles de la industria. Su entrecruce con los problemáticos conceptos de la religión, la fe, la culpa, el psicoanálisis, la histeria urbana, la familia (“Si las grietas se llaman así en virtud de que dividen lo íntegro”) y la contradicción inherente a toda obra artística de calidad: “La distancia emotiva entre el director y su tema fue base de la paradoja clave en el impacto de El exorcista: a menor identificación religiosa, mayor autoridad moral”.

El cine como espacio de entrecruzamiento y digresión: la relación del filme Tiburón con el antihéroe Holden Caufield; la entronización estética del adolescente rebelde como ícono cultural; las relaciones y la técnica detrás de la hechura en las carreras de Spielberg y Zemeckis; The Matrix como un manifiesto de identidad transexual; Taxi Driver como el producto y resultado vital de tres chicos provenientes de entornos opresivos, la niña genio que fue Jodie Foster, las andanzas paralelas de dos chicos despistados —Marty Pills y Bobby Milk— a través de barrios bravos de Little Italy en un deambular espiral que los haría encontrarse hasta adultos; el Diario del asesino de Arthur H. Bremer; la neurosis de los artistas, el accidente, el delirio, el desencuentro y el capricho: Misterios de la sala oscura es un documento imprescindible y una verdadera delicia para los amantes del cine. ®

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Publicado en: Cine

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