La libertad no está de moda

La debilidad de las democracias liberales

Poner exclusivamente en manos del Estado el logro de nuestras metas como individuos y ciudadanos es irreal e inalcanzable, y esto vale para nacionalistas, nostálgicos de izquierda y fundamentalistas.

Manifestante contra el gobierno de Maduro. Fotografía © Luis Robayo / AFP.

La izquierda nostálgica del siglo XX, el nacionalismo, el islam y el catolicismo desconfían de la libertad. Consagrar en las esferas pública y privada la elección de la propia vida, principio heredado del liberalismo político, les resulta peligroso e inseguro.

Los sectores que apelan al nacionalismo, la tradición y al Estado todopoderoso no son capaces de construir alternativas frente a las fuerzas democráticas que apuestan por la emancipación en un mundo global y tecnificado, por la posibilidad de ser distintos a lo que hemos sido, de no conformarnos con el aparente destino inescapable de nuestras circunstancias de nacimiento. Apuestan entonces por un pasado idealizado o por el supremacismo moral de quien se siente justificado al hablar en nombre de los pobres o de dios.

Empecemos con la Iglesia católica. No se trata solamente de las restricciones morales respecto de la sexualidad, la reproducción y la vida familiar; ahora el papa Francisco se ha unido a las voces anacrónicas del Foro de São Paulo en su crítica al “liberalismo económico fuerte” (¿neoliberalismo?) en América Latina, el cual, según sus palabras, es causante de desempleo, movimientos migratorios y delincuencia. Parece una descripción de Venezuela excepto que la “revolución” aplicó la receta del bloque soviético —el Estado como medida de todas las cosas— para quebrar al país.

No por casualidad el papa ha sido saludado por el filósofo italiano izquierdista Gianni Vattimo por su visión de la política como consuelo de los infortunados, análoga a la caridad, y no como la vía para ampliar las libertades.

Marine Le Pen y Donald Trump coinciden en ver sus países como un cuerpo social único que se contamina al entrar en contacto con extranjeros. Nacionalistas como Vladimir Putin y Alexander Lukashenko convergen, además, con izquierdistas nostálgicos del bloque soviético como Raúl Castro y Nicolás Maduro…

El nacionalismo comparte la preocupación por el desempleo y la delincuencia pero responsabiliza de éstos a la inmigración, la elección de dónde y con quiénes compartimos nuestra existencia; Marine Le Pen y Donald Trump coinciden en ver sus países como un cuerpo social único que se contamina al entrar en contacto con extranjeros. Nacionalistas como Vladimir Putin y Alexander Lukashenko convergen, además, con izquierdistas nostálgicos del bloque soviético como Raúl Castro y Nicolás Maduro, pues es evidente su desinterés en el pluralismo político y la alternabilidad en el poder. Castro y Maduro, a su vez, intentan controlar desde el Estado la vida de cada uno de los ciudadanos, lo cual los hermana con el fundamentalismo de Al Qaeda o el Estado Islámico, que parten de que sólo el control sobre las personas logrará un orden perfecto consustanciado con Alá y forjado en la ruina de lo existente.

Tampoco los izquierdistas que viven su opción política como una fe religiosa pueden reconocer el horror vivido en Venezuela y aceptar la economía de mercado como el principio de realidad para la prosperidad.

Es preocupante ante la situación descrita la ausencia de vigor de las democracias liberales, con la posible excepción de la alemana. El realismo político de Putin y Trump, capaces de captar el miedo de la ciudadanía y convertirlo en el combustible de su poderío, indican que han sabido capitalizar las pasiones y emociones que los derechos humanos y las libertades públicas no despiertan. El propio interés y la propia necesidad no nos permiten ponernos en el lugar del mexicano que cruzó la frontera para vivir mejor ni en el del obrero de Detroit que perdió el trabajo. Tampoco los izquierdistas que viven su opción política como una fe religiosa pueden reconocer el horror vivido en Venezuela y aceptar la economía de mercado como el principio de realidad para la prosperidad.

Poner exclusivamente en manos del Estado el logro de nuestras metas como individuos y ciudadanos es irreal e inalcanzable, y esto vale para nacionalistas, nostálgicos de izquierda y fundamentalistas. Los que sabemos el significado de no escoger nuestras autoridades ni poder vivir decentemente de nuestro trabajo, por culpa de un Estado como el venezolano, comprendemos qué es la libertad. También la mujer que hace el doble que un hombre para llegar a la misma meta o aquella a la que se le prohíbe ir a la escuela, así como quienes cruzaron fronteras para respirar aires distintos. La libertad consiste en depender de nosotros mismos en una sociedad fortalecida en su sentido ciudadano; es el margen de acción que nos hace gente y no horda. La libertad es menospreciada como “simple abstracción” por aquellos que la tienen sin haberla luchado; por los que piensan, se expresan y movilizan sin miedo en Europa o en el norte de América pero aplauden a Cuba, Venezuela o Irán o, desde otro signo político, a Putin y Trump.

No hay aún liderazgos políticos, intelectuales y espirituales con visiones de futuro que encaucen tales fuerzas; ojalá la pujanza de lo nuevo los haga surgir antes de una generalizada catástrofe ambiental o conflictos de impredecibles consecuencias.

Que la libertad no esté de moda traduce el desconcierto ante fuerzas que rompen los moldes como las movilizadas por la tecnología, la estética, las migraciones y las luchas para vivir de acuerdo con las propias convicciones y deseos incluso en gente de culturas diversas. No hay aún liderazgos políticos, intelectuales y espirituales con visiones de futuro que encaucen tales fuerzas; ojalá la pujanza de lo nuevo los haga surgir antes de una generalizada catástrofe ambiental o conflictos de impredecibles consecuencias. Es preciso tener imaginación para hacer valer —citando palabras de Roberto Mangabeira Unger en La alternativa de izquierda— la promesa central de la democracia: “Reconocer y equipar el genio constructor del hombre y la mujer comunes”. Sin libertad, este genio no sale a la luz. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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