La marrana del Carlos

La marrana negra de la literatura rosa, de Carlos Velázquez

Como a muchos, a mí también me caía mal Carlos Velázquez. Y como a muchos, también creía que era un borracho insoportable. Pero además pensaba que no escribía mal. Pasó el tiempo y ahora puedo decir que es mi amigo, aunque no se le ha quitado lo insoportable ni lo borracho.

Su primer libro se llama Cuco Sanchez Blues (La Fragua, 2004), lo publicó en una colección del estado de Coahuila, justo en la que publiqué mi primer libro.

Ese libro tenía todos los defectos que tienen las primeras obras. Uno de aquellos vicios que casi no se pueden evitar es que el escritor primerizo suena a otro autor ya reconocido. Y así como mi primer libro sonaba a una combinación entre Bukowski y Fadanelli, al de Carlos se le notaba la influencia muy clara de José Agustín. Pequeño defecto que no impedía ver ahí a un escritor que ya comenzaba a desarrollar una voz propia.

Su segundo libro ya se había liberado casi por completo de la influencia joseagustinesca. El Libro Vaquero (Fondo Cultural Tierra Adentro, 2009) se convierte en un viaje a la Feria de Torreón o cualquier otra feria de provincia. Ahí, en una fiesta que se da una vez al año, se puede observar cómo la chusma y los fresas se juntan. Es el lugar ideal para entender la idiosincrasia lagunera.

La música de fondo puede pasar en segundos del rock a la banda, las bebidas con toda facilidad viajan del güisky a Las Jarras (éste es un lugar espantoso donde sirven cerveza en jarras sucias que apenas son enjuagadas cuando el mesero las recoge de las mesas); es sencillo ver a una chica fresa de vestido corto junto a una cholilla de pantalón tumbado. En medio de todo eso, están los jueguitos mecánicos. Así es La Biblia Vaquera, después de un viaje trepidante en la montaña rusa (trepidante porque toda la montaña tiembla como si tuviera parkinson al paso del carrito) se puede ver a la pareja de noviecitos que van tomados de la mano y a la pareja de cholos menores de edad pero que ya tienen un niño de cuatro años.

La Biblia Vaquera contiene tanto a Ramón Ayala y Don Paulino como a Thelonius Monk y Charlie Parker. Viaja de la lucha libre a las exposiciones de arte conceptual más snobs y mamilas. Es un libro lleno de referencias a autores de culto, luchadores, músicos, críticos de jazz, leyendas laguneras y bromas privadas. Da la impresión que Velázquez necesita expresar todo lo que le ha sucedido. Tiene ideas propias, pero también se alimenta de la vida diaria. ¿Qué escritor no hace eso?

Ésa es una de las principales características del autor. No es un escritor que se alimenta sólo de libros, primero vive y después escribe. La mayoría de los autores que me gustan eso hacían: Bukowski, Fante, Hemingway, Carver, Palahniuk, Dostoievsky y muchos más. Ya con eso, me parece, está realizada la mitad del trabajo del escritor.

La Biblia Vaquera contiene tanto a Ramón Ayala y Don Paulino como a Thelonius Monk y Charlie Parker. Viaja de la lucha libre a las exposiciones de arte conceptual más snobs y mamilas. Es un libro lleno de referencias a autores de culto, luchadores, músicos, críticos de jazz, leyendas laguneras y bromas privadas.

Pero no nos confundamos, La Bibla Vaquera no es su mejor libro, incluso pienso que tiene demasiados fuegos artificiales, que sorprende con el lenguaje pero no termina de ser una propuesta sólida. En realidad, su nuevo libro, La marrana negra de la literatura rosa [México: Sexto Piso 2010], es un salto hacia adelante y además una muestra clara de la calidad literaria norteña contemporánea.

Dicen los críticos (¿quiénes son esos güeyes?) que La marrana… es uno de los libros del año pasado. Que es el nuevo camino que debe tomar la literatura nacional. Que Velázquez es una de las grandes promesas nacionales. Pues que me disculpen los críticos, pero yo necesitaba leer el libro antes de hablar de él. Por eso las reseñas no deben ser la razón principal de un crítico o escritor metido a crítico. La reseña es un género periodístico que se escribe para que los demás flojos que no quieren leer demasiado piensen que ya pueden formarse una opinión de algo.

Así que mandé al carajo a los críticos y me puse a leer el libro. Podría decirse que Velázquez es el único escritor lagunero de quien he leído todos sus libros. Tampoco que sea muy complicado, quiero decir que apenas lleva tres libros, pero probablemente seguiré leyendo los siguientes. Porque este maldito escritor no parece tener ganas de detenerse.

Los cinco cuentos incluidos en el libro demuestran que Velázquez ha transformado su literatura. No se quedó estancado en un estilo definitivo. Quiero decir que la escritura es igual a cualquier otro oficio, hay un momento en que se aprende a hacerla mejor y la calidad queda plasmada en los resultados.

La marrana… es un libro que demuestra que escribir cuentos largos todavía retribuye placer. El cuento largo parece tener un renacimiento, es un género que exige un poco más del lector, no tanto como las novelas de 300 páginas pero sí mucho más que los textos que se publican en revistas electrónicas. Por eso su lugar es en los libros.

Algunos podrán pensar que los cuentos de Velázquez son vulgares, sucios, exagerados, groseros y que por lo tanto no son literatura de calidad. A todos esos críticos habría que recordarles la historia contemporánea de la literatura universal. Ya han pasado bastantes años desde que los grandes tótems publicaron sus ladrillos, muchos autores odian los espejos y prefieren escribir como esos bustos de oro y plata y mármol tan comunes ya en la literatura nacional. Pero existen muchos que no quieren ser ni Fuentes ni Paz ni Rulfo, también existe literatura que, de alguna manera, busca encontrar caminos nuevos a partir de aquellos que se cagaron sobre el oro y la plata y el mármol. Velázquez es resultado de esa historia.

No pueden ser exagerados los personajes de La marrana…, por ejemplo, “El alien agropecuario” cuenta la historia de un adolescente con síndrome de Down que toca el teclado en un grupo punk, pero además este personaje tiene una característica extraña: es moreno. Podría parecer exagerado, pero en ese caso los personajes de Fernando Nachón o la novelita de Naief Yehya, Obras sanitarias, no serían, a estas alturas, obras literarias que han pasado algunas pruebas del tiempo. Velázquez está jugando en la misma cancha de aquellos que rompieron los estereotipos de la literatura nacional en los ochenta y noventa, pero lo hace a su manera.

Ya sabemos que escribir no es nada más acomodar palabras, sino hay que hacerlo con un estilo propio, algo que el autor prácticamente ya tiene en el bolsillo. Velázquez utiliza una combinación de un lenguaje cholesco-culturoso que reinventa los lugares comunes para voltearlos y quitarles lo simplote.

También aparece un cuento distinto, la narración que le da título al libro se muestra como fantasía desde el comienzo: Manolo, un hombre común y corriente, un día consigue a Leonor, una cerdita coqueta que le dicta, al principio entre sueños y después en la vigilia, una obra literaria gay bestseller. Aquí Velázquez no nos engaña, desde el principio tenemos que aceptar la posibilidad de que un hombre puede poseer un cerdo escritor. De hecho los cuentos, todos, no tienen mala fe, el autor pone las cartas sobre la mesa, le corresponde al lector hacer su esfuerzo y entender que la literatura no tiene por qué ser realista para ser buena. Nada más tengo una queja, un cuento no termina de cumplir por completo con lo anterior, especialmente porque creo que el final es muy apresurado. En “El club de las vestidas embarazadas” el autor se muestra acelerado por terminar una historia que parecía a punto de salírsele de las manos. Éste es, a todas luces, el cuento más complejo y ambicioso de todos. La parodia/homenaje a El club de la pelea de Palaniuhk se convierte en un camino que al principio corre con fluidez pero al final se vuelve sinuoso. El autor lo termina justo antes de caer en algún error. Digamos que se le notan un poco las costuras, pero tampoco desmerece frente a los demás cuentos.

Ésta y las demás historias pueden ser fácilmente imaginadas en nuestra ciudad de origen: Torreón es casi un personaje más que sirve de marco para cada uno de los personajes, no es la ciudad de Wenceselao Bruciaga en Tu lagunero no vuelve más [México: Moho, 2000], otra libro con historias de vestidas lleno de aparentes excesos; éste es un Torreón todavía más sórdido, si eso es posible, una ciudad que se come a sí misma bajo un sol asesino.

Velázquez no solamente cumple con las historias, también el lenguaje hace su trabajo. Ya sabemos que escribir no es nada más acomodar palabras, sino hay que hacerlo con un estilo propio, algo que el autor prácticamente ya tiene en el bolsillo. Velázquez utiliza una combinación de un lenguaje cholesco-culturoso que reinventa los lugares comunes para voltearlos y quitarles lo simplote. Aquí pondré nada más un ejemplo para no extenderme más:

Regresé a la casa bien sonaja. Bien soundsystem. Sonadísimo. Carol me descubrió en caliente. ¿Mira nada más cómo andas? En el puro panique. Te metiste mugrero. Te metiste. Te metiste. Y yo en mi estado. Méndigo sordero.

Me hice güey. Un adicto puede hacerse el que la virgen te dicta, te declama, te recita, pero nunca ignoras la droga. Si te chifla sales. Y Carol lo sabía. Es imposible engañar a un coco. Saben a cómo está el kilo de tomate. A cómo el kilo de cebolla. El kilo de papa blanca nueva, recién lavada. La huelen. La detectan. La escanean. Con la piel, con los ganglios. Con los órganos.

La marrana negra se podrá enlodar y ensuciarse en los peores chiqueros, pero no deja de ser un cerdo con pedigrí, un lechón elegante, un puerco fino. ®

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Publicado en: Julio 2011, Libros y autores

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  1. Este tal Dani H. tiene años envidiando a Nachón. Se tuvo que refugiar tras las faldas de REPLICANTE para poder seguir con su vida inútil.

  2. Daniel Herrera

    ¿Nachón? ¿Nachón? ¿Eres tú? Veo que sigues con problemas de identidad. Ya deja a Silvia en paz y sal a que te dé el aire.

  3. Lo que si se, es que te peleaste con Nachón en el face y veniste corriendo aquí a poner tu comentario acerca de quién ni haz leído.

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