La muerte de un seductor, dandy y embaucador

Carlos Martínez Rentería, un hiperbóreo radical

Rentería quizá nos marcó un camino, aunque en realidad no sea transitable para todos, fiel a una ideología personal de los excesos que finalmente acabó por destruirlo, temerosos como nos hemos vuelto de las enfermedades y todo lo que aqueje a la salud en tiempos de pandemia.

Carlos Martínez Rentería. Fotografía de Juan Carlos Ruiz Vargas, tomada de Facebook.

A Emiliano Escoto, y a su mamá, Guillermina Escoto

Ya es habitual que alguien muera y las redes sociales se conviertan en un anecdotario infinito y un receptáculo de alabanzas al fallecido —la muerte siempre dignifica— y muestras del gran dolor de quien expresa y airea sus sentimientos, sin importar el grado de cercanía real en vida, si es que en realidad la hubo —falta que un músico célebre muera para que todos exhiban sus empolvadas discografías y las entradas guardadas como reliquias de sus conciertos y el vacío irreparable en el quedan sumidas sus vidas.

Pareciera que tuviéramos que apiadarnos más del que se duele que del que parte. Las redes sociales, fenómeno ya no tan novedoso, cumplen la función ancestral de cuando las campanas de las iglesias de los pueblos pequeños repican de manera pausada sus toques a muerto. Todos en el pueblo saben que alguien ha fallecido, tres toques al principio si era varón, dos, si era mujer. Luego se colocaban carteles en lugares estratégicos informando los datos del fallecido y los horarios del velatorio y posterior entierro. En esos momentos se juntaba la gente y comentaban aspectos de la vida del difunto, si era joven o no tanto, si había muerto en su cama de manera inesperada y fulminante o si luego de un calvario de enfermedad y hospitalizaciones, si había sido en general buena persona o si se había cansado de maltratar a su doliente pero liberada pareja… En fin, todo un ritual de despedida que ahora se condensa en redes y a la distancia, todo mucho más acusado en tiempos de pandemia.

Un extraño caso de resistencia y apego a la vida loca que sobrevivió incluso al covid, a pesar de la galopante diabetes que lo aquejaba. Pero ¿qué puede hacer un simple virus frente a toneladas de cocaína de procedencia y calidad más que dudosas?

Bueno, rollos aparte, el tema relevante aquí es que el buen Carlitos Martínez Rentería finalmente se nos fue. Y falleció relativamente joven, aunque en estos últimos años la gente que lo conocíamos nos extrañábamos no de que no se hubiera ido antes, sino del milagro que pese a sus achaques y los excesos a los que se sometía rigurosamente siguiera vivo —y no solamente eso, sino llevando la consigna “Postre o muerte” hasta sus últimas consecuencias—. Un extraño caso de resistencia y apego a la vida loca que sobrevivió incluso al covid, a pesar de la galopante diabetes que lo aquejaba. Pero ¿qué puede hacer un simple virus frente a toneladas de cocaína de procedencia y calidad más que dudosas? Quizás por este último motivo siempre abogó, de manera abierta, honesta y valiente, por la legalización de las drogas. Incluso en su recientemente publicado libro La bruja blanca. Historias de cocaína, aquí reseñado, dedicó un espacio a humanizar la figura del dealer.

—¿Qué pasó, maeshtro? Ando bien desvelado. ¿Traes coca de casualidad? Si no habrá que mandarla traer.

Ése era el saludo recurrente de este guerrero de la fiesta, la intoxicación lúdica permanente del incansable promotor de la contracultura, de toda manifestación marginal o festiva y adalid de la despenalización del consumo lúdico de la marihuana en México, sin ser él mismo afecto a esa sustancia. Además de escritor, periodista, poeta y editor de varias antologías y de la ya decana revista Generación, biblia insoslayable de varias generaciones de pervertidos.

La revista, nacida pasquín, fue su carta de presentación para asaltar todo tipo de ferias del libro a lo largo y ancho de la república —un genio para conseguir stands de manera gratuita— y también de todo tipo de negocios, como librerías, pero sobre todo cantinas y restoranes a los que bajarles dinero, comida o chupe a cambio de publicidad para la publicación, como la pozolería Tixtla, en la calle Zacatecas, justo abajo del departamento en el que vivió durante muchos años en la colonia Roma, y que se agarraba de oficina y lugar de prolongadas sobremesas que muchas veces acababan en auténticas bacanales. Las que luego se remataban en su departamento, en un eterno bucle.

Rentería fue un gran vividor, dandy hasta el último suspiro —nunca lo vi calzado con tenis—, con un carácter alegre y desenfadado, mujeriego impenitente con diferentes grados de éxito y muy amante de sus amigas y amigos, que los tuvo por puñados, siendo un gran conciliador de la agitada y egótica vida cultural y promotor permanente, últimamente junto a su talentoso hijo Emiliano, de todo tipo de eventos, básicamente en la ya mítica Pulquería de los Insurgentes, dirigida por el generoso Alan Ureña —gran amigo y protector en las horas bajas de Carlos—, pero también en todo tipo de lugares, como antros y cantinas. Fue un gran cartógrafo y conocedor de las redes culturales no solamente de la Ciudad de México, sino también de Oaxaca, Guadalajara y otras ciudades escenarios de sus delirios contraculturales. En todas ellas era ampliamente respetado.

En fin, no me explayaré en una crónica curricular de sus logros y hazañas culturales, para eso remítanse a las redes y a las notas de prensa que abundan en estos tristes días a muy poco de su partida. Conozco a Rentería desde hace más de dos décadas, parte fundamental del paisaje del under chilango. Al contrario de lo que se acostumbra, contar qué tan cercanos éramos, sólo me permitiré contar dos anécdotas que si no nos distanciaron tampoco contribuyeron, por lo menos durante un tiempo, a que fuéramos más unidos, aunque siempre nos saludábamos con respeto y afecto, con esa alegría fúrica y orgullosa de los supervivientes de mil batallas.

Yo no soportaba la idea de darle mi trabajo a cambio de nada cuando yo veía que Rentería siempre estaba pedo o drogado —y rodeado de lindas grupis— y yo me tomaba muy a pecho eso de la profesionalización de la escritura, nada de andar regalando el trabajo, que de todos modos acabó valiendo madres.

La primera, además de acusarlo repetidamente de que su discurso contracultural era algo burocrático —luego, al cabo de los años acabé admirando tamaña persistencia inquebrantable—, tuvo que ver con mi negativa a colaborar más en la revista Generación después de haberle dado dos o tres artículos a finales del siglo pasado, ya que por política no pagaba a los colaboradores. Y yo no soportaba la idea de darle mi trabajo a cambio de nada cuando yo veía que Rentería siempre estaba pedo o drogado —y rodeado de lindas grupis— y yo me tomaba muy a pecho eso de la profesionalización de la escritura, nada de andar regalando el trabajo, que de todos modos acabó valiendo madres.

La otra anécdota, por la cual sé que me agarró cierta ojeriza, ocurrió una noche de farra en el glorioso 33, en Eje Central, con su todavía pareja Guillermina, el infaltable Guillermo Fadanelli y toda una cohorte de seres festivos y alocados que solíamos tomar buena parte de las mesas de la parte trasera del mítico antro para agarrarlo de nuestro kínder salvaje y desquiciado. La verdad es que eran buenos tiempos.

Esa noche Rentería le regaló a Guillermina un ramo de gardenias comprado a un vendedor ambulante, seguramente para compensar algún jolgorio desmedido que sistemáticamente conllevaba un acto de irresponsabilidad paterna, y en algún momento de la alegre convivencia a mí se me ocurrió comérmelas, tan preocupado por mi salud que estaba convencido de que podían suplir a la ensalada que no comía después de tantos días de fiesta, no sé, quizás únicamente fuera hambre. Sólo Fadanelli pudo impedir que Rentería me golpeara, tan ofendido como estaba, mientras todos los demás estábamos muertos de la risa. Sé que a partir de ese momento me quiso un poco menos, pero también sé que ya en los últimos tiempos se le pasó el enojo.

En fin, sin duda lo vamos a extrañar. Se me hará muy raro pasar frente al café Juanita y no verlo ahí. O entrar a la Pulcata y que tampoco esté, ni tomando ni presentando ningún libro o evento ni pidiéndome cocaína. La ausencia de su alegría, bohemia y carcajadas nos pesará.

Me consuela de manera frágil que su temprana muerte lo liberó de unos tiempos pesarosos de constantes hospitalizaciones y contratiempos cada vez más graves con su ya mermada salud, porque estaba claro que no se iba a convertir en un santurrón achacoso…

Pienso que la aspiración de cualquier maldito es morir joven… porque Rentería, además de rockstar era un maldito malditísimo de alcurnia. Me consuela un poco el hecho de que cuando Rentería falleció no era tan joven como para no darse cuenta tanto del legado que dejó, si es que de eso alguien es plenamente consciente, como de los avatares que le esperaban en un corto plazo por su conducta desastrosa y la fragilidad de su salud, que le valía madres. Me consuela de manera frágil que su temprana muerte lo liberó de unos tiempos pesarosos de constantes hospitalizaciones y contratiempos cada vez más graves con su ya mermada salud, porque estaba claro que no se iba a convertir en un santurrón achacoso, que se iba a resistir a la posibilidad de seguir inhalando o consumiendo alcohol aunque fuera bajo en azúcares.

Rentería quizá nos marcó un camino, aunque en realidad no sea transitable para todos, fiel a una ideología personal de los excesos que finalmente acabó por destruirlo, temerosos como nos hemos vuelto de las enfermedades y todo lo que aqueje a la salud en tiempos de pandemia. Rentería se fue sin dar un paso atrás.

En verdad nada me consuela de la realidad de ya no poder brindar con él nunca más, pero pienso que Rentería vivió una vida que mereció ser vivida, un gran recorrido de amistades, alianzas, repleta de alcohol, todo tipo de drogas y excesos y vivencias y momentos extraordinarios. Así lo quiso y así fue y así se fue.

Te quisimos y te querremos, deshgraciado. Y no te queda más remedio que aceptar este humilde y sentido homenaje a una gran figura y amigo.

Salud eterna, maeshtro. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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