La pesadilla de Marilyn

Un hermoso pedazo de carne

Contrario a la imagen que la industria hollywoodense formó de ella, Norma Jean Baker era una mujer sumamente insegura y necesitada de la aprobación de quienes la rodeaban. Strasberg la caracterizó como “una persona cálida, impulsiva, tímida y solitaria, sensible y temerosa del rechazo”.

Para sobrevivir, habría tenido que ser más cínica o por lo menos estar más cerca de la realidad. En lugar de eso, era una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que, mientras tanto, le hace jirones la ropa.
—Arthur Miller

En 1955, en la cúspide de su carrera como actriz y en plena relación con Arthur Miller, Marilyn Monroe tiene una pesadilla:

El mejor de los cirujanos —Strasberg me va a abrir, lo cual no me importa porque la Dra. H me preparó— me puso anestesia y diagnosticó el caso y coinciden lo que debe hacerse —una operación— para devolverme a la vida y curarme esta terrible enfermedad sea lo que demonios sea —Arthur es el único que está esperando fuera— preocupado y deseando que la operación vaya bien por muchas razones —por mí— por su obra y por él mismo indirectamente. Hedda —preocupada— no para de llamar por teléfono durante la operación —Norman— pasa una y otra vez por el hospital para ver si estoy bien pero más que nada para consolar a Art que está muy preocupado.

[…]

Strasberg me abre después de haberme puesto anestesia la Dra. H y trata al modo de los médicos de consolarme —todo en la habitación es blanco de hecho no veo a nadie sólo objetos blancos— me abren —Strasberg con ayuda de Hohenberg y no hay absolutamente nada— Strasberg está profundamente decepcionado y más —académicamente sorprendido de haber cometido semejante error. Creyó que iba a haber tantísimo —más de lo que nunca soñó posible en casi nadie pero no había absolutamente nada— ni la menor cosa sensible humana y viva —lo único que salió fue aserrín finamente cortado— como dentro de una muñeca Raggedy Ann —y el aserrín se desparrama por el suelo y la mesa y la Dra. H está atónita porque de pronto se da cuenta de que éste es un nuevo tipo de alumno (o de estudiante, iba a escribir).

El caso del paciente totalmente vacío. Los sueños y esperanzas de Strasberg sobre el teatro han caído por tierra.

Los sueños y esperanzas de la Dra. H de una cura psiquiátrica permanente quedan abandonados —Arthur está decepcionado— abandonado +1

La pesadilla es de una claridad brutal. Una mujer de la que se espera mucho, demasiado, está por ser abierta por su cirujano —que no es otra persona que Lee Strasberg, el afamado director y profesor de teatro, quien, junto con su esposa Paula, no sólo aceptaría a Marilyn como estudiante sino que prácticamente la adoptarían como hija putativa. Ella no tiene miedo pues ha sido previamente anestesiada por la “doctora H” (Hohenberg, la primera psicoanalista de la actriz. De hecho, que entrara en análisis fue una condición que le puso Strasberg para ser aceptada como alumna). El resultado, más que decepcionante, es espantoso: no solamente no pueden proceder a curarla de esa “terrible enfermedad” sino que dentro de ella, en sus entrañas, no hay nada, o sí: tan sólo “aserrín finamente cortado”, el contenido propio de una muñeca.

Contrario a la imagen que la industria hollywoodense formó de ella, Norma Jean Baker era una mujer sumamente insegura y necesitada de la aprobación de quienes la rodeaban. Strasberg la caracterizó como “una persona cálida, impulsiva, tímida y solitaria, sensible y temerosa del rechazo”.

En la pesadilla de Marilyn lo que predomina no es tanto el miedo a la operación, sino cómo su enfermedad y el resultado de aquélla puede afectar a la gente que la rodea, a quienes ama. El horror no es que dentro de ella sólo haya aserrín: lo que provoca más dolor es la decepción que sufren quienes tenían puesta en ella tan altas expectativas: Hohenberg, la psicoanalista, Strasberg, el padre-profesor, y Miller, el compañero, el futuro esposo. Marilyn se autodenomina “el caso de la paciente (y estudiante) totalmente vacía”.

Contrario a la imagen que la industria hollywoodense formó de ella, Norma Jean Baker era una mujer sumamente insegura y necesitada de la aprobación de quienes la rodeaban. Strasberg la caracterizó como “una persona cálida, impulsiva, tímida y solitaria, sensible y temerosa del rechazo”. Ella misma utilizaría esta imagen de desamparo para su propio provecho, al alimentar el mito de la pobre huérfana de infancia dolorosa, de mujer abandonada, rechazada, utilizada por los hombres, promiscua pero de corazón “puro”, cuyo único interés en la vida era ser amada.

Si bien es cierto que, como afirma Richard Dryer, Marilyn Monroe no solamente sería uno de los más grandes (sino el mayor) iconos sexuales del cine al encarnar la “mágica síntesis entre sensualidad e inocencia” en películas como La comezón del séptimo año (1955), El príncipe y la corista (1957) o Una Eva y dos Adanes (1959), por mencionar sólo tres, la industria cinematográfica también explotaría esa otra cara de la actriz, más cercana a Norma Jean que a Marilyn, en películas como Almas perdidas (1954), Nunca fui santa (1956) y Los inadaptados (1961), que sería, de hecho, la última película que grabara completamente (Something’s got to give, de 1962, quedaría inconclusa debido a su muerte).

Quizá no sea gratuita la elección de papeles protagónicos que fluctuaron entre estos dos polos. Después de todo, la alumna de Strasberg estaría, como muchos otros actores hollywoodenses de la época, bajo la influencia del llamado “Método” de actuación de Stanislavski, que hacía especial énfasis en dotar a la interpretación, al personaje, de vida partiendo de las propias vivencias físicas, emocionales e intelectuales. Como es sabido, Norma Jean iniciaría su carrera como modelo para fotografías y solamente después, ya transformada en la rubia de cérea piel, se preocuparía por prepararse de manera más seria y profesional como actriz y cantante. A sabiendas de que buena parte de su éxito lo debía a su imagen, a su cuerpo explotado a la saciedad, Norma Jean siempre se sentiría insegura con respecto a sus propias capacidades histriónicas.

Hay una cualidad casi infantil en algunos de los fragmentos, de los fugaces escritos que dejó como testimonio de la persona alejada del glamour, de la frivolidad de los reflectores, de su innegable fotogenia:

Miedo a darme las réplicas nuevas
quizá no sea capaz de aprendérmelas
quizá cometa errores
entonces pensarán que no valgo
o se reirán o me menospreciarán o pensarán que no sé actuar.

Estoy demasiado inhibida para sentir espontáneamente me da miedo ser quiero decir —porque no sé qué resultará de ello— qué ocurrirá incluso gases saliéndome del estómago (miedo a escribir pedo) y seré humillada y me sentiré inferior a todo o todos ¿por qué experimento esta tortura? o por qué me siento menos ser humano que los demás (siempre fue así en cierto modo sentir que soy subhumana ¿por qué? en otras palabras soy lo peor ¿por qué?) incluso físicamente siempre estuve convencida que había algo en mí en ese aspecto —miedo a decir dónde pero sé

trabajar (hacer las tareas
que yo misma me he marcado)
En el escenario —no
me castigarán por ello
ni me azotarán
ni me amenazarán
ni me dejarán de amar
ni me mandarán al infierno a arder con
los malos
haciéndome creer que yo también soy
mala
ni tendré miedo ni vergüenza de que
mis genitales
queden expuestos conocidos y vistos
y qué
ni los colores ni los gritos ni hacer
nada
ni avergonzarme de mis sentimientos
delicados
—son la realidad
y sí tengo sentimiento
un sentimiento fuertemente sexual
desde pequeña…

Hay muchos retratos literarios y cinematográficos sobre Monroe. Uno de los más destacados y recientes es el de Simon Curtis: Mi semana con Marilyn (2011), filme basado en los libros escritos por Colin Clark (interpretado por Eddie Redmayne), que tiene lugar durante la filmación de El príncipe y la corista. Michelle Williams en el papel de Marilyn hace una memorable interpretación —que le valdría numerosas nominaciones y premios— y muestra las dos facetas de la actriz: la sex symbol que opacaba a cualquier otra estrella sobre el set, pero también la mujer insegura, hambrienta de atención, voluble, capaz de exasperar al resto del elenco por su falta de concentración, por el largo tiempo que le tomaba “comprender” al personaje, por el frecuente olvido de los diálogos, por las numerosas tomas que había que hacer antes de que se sintiera satisfecha con su actuación y por su legendaria impuntualidad (Billy Wilder diría después de la filmación de Una Eva y dos Adanes: “Marilyn era muy difícil porque era totalmente impredecible. Yo nunca sabía qué clase de día íbamos a tener. Solía preguntarme qué carácter tendría ese día, si se mostraría cooperadora o trataría de obstaculizar, o si estallaría y no podría hacer ni una sola toma”).

La industria cinematográfica cobra sus deudas: es imposible escapar de las imágenes que fijan los rostros, que modelan los gestos. A cincuenta años de su muerte, ¿qué imagen predomina de la actriz? ¿A quién le importa que, como bellamente diría Antonio Tabucchi, “al interior de ese cuerpo vivía el alma de una intelectual y poeta”?

En literatura, están los retratos de Truman Capote, Norman Mailer y más recientemente el insípido mamotreto de Joyce Carol Oates, Blonde, que en 2001 sería convertido en una miniserie televisiva, en la que verdaderamente cumpliría su propósito. Sin embargo, el más íntimo, por razones obvias, es el de Miller. Escrita poco tiempo después del supuesto suicidio de la actriz —y bajo un evidente sentimiento de culpa—, Después de la caída es una de las obras más autobiográficas del dramaturgo, y en ella muestra no sólo la ingenuidad de ésta en muchos aspectos prácticos de la vida, como el manejo de su dinero y su vida sexual (“He estado con muchos, pero nunca saqué nada para mí. Fue como hacer obras de caridad, ¿me entiendes? Mi psicoanalista dice que yo doy a los necesitados. Pero no es que yo sea un asilo. ¿Me crees?”), su frustración por no ser tomada en serio (“¡Soy un chiste que produce dinero!”), pero también la muestra como una mujer absorbente, posesiva, egoísta, con una necesidad permanente de atención aun a costa del sacrificio de la gente a su alrededor (Miller se vería prácticamente imposibilitado de escribir durante el tiempo en que estuvieron casados).

En esa obra da una de las descripciones más crudas sobre Marilyn: “Muy estúpida, sosa. Duerme en el parque, llevaba el vestido roto. Dijo cosas ridículas. Pero hubo algo que me llamó la atención; no defendía nada, no sostenía nada, no acusaba… Estaba simplemente allí, como un árbol o un gato”, y también: “Debí haber admitido que ella era un chiste, un hermoso pedazo de carne que trataba de tomarse en serio…”

Cuatro días después de haber sido encontrada muerta en la cama de su habitación, en su “Elogio fúnebre”, Lee Strasberg diría: “Poseía una cualidad luminosa —una combinación de tristeza, resplandor, ansia— que la situaba en una categoría aparte y de la que todos sin embargo deseaban participar, para compartir su ingenuidad infantil, tan tímida y a la vez tan vibrante. Esta cualidad se hacía aún más visible cuando estaba en escena. Lamento mucho que el público que la amaba no haya tenido la oportunidad de verla como nosotros la vimos, en muchos papeles que permitían vaticinar lo que habría llegado a ser. Sin duda alguna, habría sido una actriz de teatro de las verdaderamente grandes”.

Desafortunadamente, esa Marilyn, la actriz que probablemente nada más conocieron los Strasberg, habrá sido el gran secreto que se llevaron a la tumba. La industria cinematográfica cobra sus deudas: es imposible escapar de las imágenes que fijan los rostros, que modelan los gestos. A cincuenta años de su muerte, ¿cuál es la imagen predomina de la actriz? ¿A quién le importa que, como bellamente diría Antonio Tabucchi, “dentro de ese cuerpo vivía el alma de una intelectual y poeta”?

De la otra Marilyn, la posible Marilyn, sólo han sobrevivido fragmentos, y alguno que otro poema:

Sólo partes de nosotros llegarán
a tocar partes de los demás…
la verdad de cada uno es eso
solamente —la verdad de cada uno.
Sólo podemos compartir
la parte que dentro del conocimiento de otros es aceptable
por consiguiente
estamos más bien solos. ®

Nota
1 Ésta y todas las demás citas de Marilyn en este texto provienen de M. Monroe, Fragmentos, Barcelona: Seix Barral, 2010.

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Publicado en: Agosto 2012, Apuntes y crónicas

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