La retorta caliente

En torno a una acusación

Los mecanismos para hacer justicia no fueron adecuados, las declaraciones se tomaron sin derecho a réplica. Invitaron a firmar la carta a estudiantes sin analizar verdaderamente las causas y efectos de esta cacería de brujas.

Cartel para la obra Marat y/o Sade, dirigida por Zaldívar.
El enardecimiento de jóvenes que recurren a la presión política para que se despida a un maestro o se expulse a un compañero, se debe, un muchos casos, a las dificultades que enfrentan para ser tomadas en serio en sus denuncias. Pero toca juzgar a una autoridad competente, y para esa difícil resolución, que implica confrontar la palabra de la mujer con la del hombre, se requiere el encuadre del debido proceso.
—Marta Lamas, El acoso y el Me too (2019).

Sin ánimo de excusas y sí de contextualizar sucesos he de decir que vengo del siglo XX y la escuela rusa. Vengo del teatro cubano. Nací en una revolución socialista machista, homofóbica, misógina. Viví en la burbuja dictatorial de un gobierno autoritario, censurador, violento. Pertenecí al grupo Teatro Obstáculo y, como su nombre indica, los obstáculos políticos, ideológicos, morales, fueron desde un inicio materia prima para deconstrucciones constantes.

Víctor Varela —de alguna forma discípulo de Vicente para la fecha— hizo que sus actores compartieran entrenamientos con los nuestros. Y Víctor, invitado a nuestro espacio en la Casa del Joven Creador, llevó a escena unos de sus primeros montajes, “Los Gatos”, interpretado por Alcibíades Zaldívar (devenido más tarde su actor fetiche) y María Elena Espinosa, graduada del Teatro de Arte de Moscú, quien ahora reside en España. Esto creó una fuerte ebullición en el punto de arranque de su trabajo, lo fue también para los procesos que nosotros abordábamos. Y para nosotros constituyó un desafío más. Lo trunco sólo lo es por un rato. En apariencia.
—Rubén Sicilia, El Teatro en Cuba y Vicente Revuelta (2011).

El exilio en México posibilitó continuar la exploración del arte y la enseñanza como procesos de investigación, aposté a vivir artísticamente en una sociedad históricamente castigada, abusada.

Lo que ayer era una metodología, hoy puede ser una intervención que vulnera. Saber reconocer procedimientos que no quedaron claros, atribuciones que no eran correctas es mi deber aceptarlo, como también negar imputaciones descontextualizadas.

Para bien corren nuevos paradigmas y nuevas maneras de posicionamiento en este siglo XXI. Nuevas narrativas, lenguajes finalmente, para poder dialogar en acción. La cultura transita y nosotros con ella. La deconstrucción es palabra de orden.

El problema es que este tipo de hipersusceptibilidad, que en ocasiones se mezcla con sentimientos y conflictos personales, ha producido toda clase de injusticias. Por eso es necesario que las definiciones de los actos considerados como “acoso” sean más precisas y que las denuncias se inscriban dentro del debido proceso.
—Marta Lamas, El acoso y el Me too (2019).

Después de aparecer públicamente una carta acusatoria de mi desempeño como docente y el haberme relacionado indebidamente con estudiantes, fui notificado por parte de la dirección de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY) de que el contrato de trabajo no tendría renovación.

Quiero, en mi derecho, declarar que, efectivamente, tuve relación con una estudiante de la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT), consensuada, y años después seríamos pareja durante cuatro años en Mérida. Sí compartí el ejercicio del desnudo que señalan en la carta denuncia; siempre hubo una previa aclaración del porqué, para qué y retroalimentación posterior. Los directivos de la ENAT y del NET sabían de la investigación. En su momento no fue exteriorizado como malestar por parte de los participantes para poder, como docente, accionar sobre una posterior revisión y transformación metodológica de enseñanza. Después llegaron las quejas y asumo la responsabilidad, tal vez el espacio y el momento docente no era adecuado.

Así pues la desnudez significa desvestirse, hacer algo y vestirse. Admito una fascinación por el intercambio de ropa, por quitársela y volvérsela a poner con otra persona. Cuando una persona se pone el vestuario de otra, se suscita un cambio, y yo deseo explorar las maneras en que las personas se exhiben. El ciclo tiene repercusiones que varían desde descubrir las diferentes capas psíquicas, desenmascararlas, mostrarlas, revelarlas, reconocerlas; descender hasta la pielecilla, el meollo, el corazón.
—Richard Schechner, El teatro ambientalista (1973).
Cartel para Ubu Rey, dirigida por Zaldívar.

Llegué a la ESAY como maestro invitado y egresé generaciones. Una con Ubú Rey, de Alfred Jarry, como es sabido, un texto provocador, en el que la sexualidad y la escatología eran armas contestatarias en su época. El abordaje fue desenmascarando la teatralidad, asumiendo el riesgo de un texto incómodo en una sociedad conservadora. Siempre llegamos a consensos, acordamos nuestra adaptación, en creación colectiva traducimos todo y en las evaluaciones nunca hubo malestar de ninguna integrante en las nueve funciones dadas. Aclaro esto por los reproches citados en la carta, cosa que sorprende igualmente al leer quejas muy desagradables de las actrices de la segunda puesta en escena final. Fue Marat–Sade, de Peter Weiss. Aquí traducimos del alemán original, aquí fuimos paso a paso en acuerdos colectivos montando nuestra adaptación, aquí investigamos las enfermedades del sistema nervioso y profundizamos en el cuidado ecológico de los actuantes. Teníamos claro el juego entre realidad y ficción; al parecer, con los años, se volvió otra cosa y obliga a una revisión sobre la comunicación real en los procesos ya que retroalimentamos y festejamos el éxito de la propuesta; sus declaraciones ponen en duda el creer que el teatro dentro del teatro dentro del teatro–realidad fue asimilado por todos. Nunca hubo rechazo o crítica de ningún integrante. En ambos montajes estuve al lado de maestras y maestros, asistentes de dirección y producción que pueden dar fe de lo expuesto. Trabajé realismo en un tercer semestre; encontré, como pasa en todas las escuelas, desniveles, inmadurez. Confronté, como creí en su momento, la complejidad de la ficción donde la pasión, la sexualidad y la vulnerabilidad se investigaba según el plan de estudio. Definitivamente, ahora el territorio de los clásicos reformadores, como la cita del polaco de abajo, está desfasado o con variables de nuevas políticas existenciales; el reto es el pensamiento complejo, desarrollando intensidades en tonos y matices de cambio.

El actor santo se entrega, como en un acto de amor, en un acto de revelación; por el contrario, el actor cortesano se vende por dinero o por complacer al público y su técnica se basa en la acumulación de habilidades, de fórmulas, de clichés. Al contrario, el actor santo es el que trata de llegar a un estado de autopenetración, el actor que se revela a sí mismo, que sacrifica la parte más íntima de su ser, la más penosa, aquella que no debe ser exhibida a los ojos del mundo, debe ser capaz de manifestar su más mínimo impulso.
—Grotowski, Hacia un teatro pobre (1968).

Todos los maestros somos evaluados semestralmente por los estudiantes, ahí están las mías. Señalamientos de violencia y maltrato nunca tuve, teníamos la suficiente confianza, para señalarlas. Sí el reclamo de ser demasiado exigente, demandante de un entrenamiento riguroso y maneras directas y confrontadoras de encontrar al sujeto escénico.

De ahí que una impostergable tarea intelectual sea analizar las consecuencias políticas que se suscitan con el uso indiscriminado del término acoso, puesto que, finalmente, lo que está en juego es una conquista civilizatoria: la libertad de expresión.
—Marta Lamas, El acoso y el Me too (2019).

Creo que los mecanismos para hacer justicia no fueron adecuados, las declaraciones se tomaron sin derecho a réplica. Invitaron a firmar la carta a estudiantes sin analizar verdaderamente las causas y efectos de esta cacería de brujas, de este pagar las consecuencias por tantos años de violencia sistémica. Fui juzgado públicamente como escarmiento sin analizar la complejidad y las particularidades del caso.

El profesor Alcibíades Zaldívar como enfermero en Marat/Sade.

Esta experiencia demuestra el hecho de no dar por comprendido todo lo que se ha entendido. Las prácticas pedagógicas están dialécticamente en transformación. La herencia patriarcal, por ende machista, perdura y es tarea diaria desarmar tales construcciones, con objetividad y respeto.

Ni se puede afirmar de modo tajante la diferencia sexual como justificación de relaciones de subordinación, ni se la puede soslayar completamente. Por eso, la noción de masculinidad hegemónica, que tan cara ha sido para los estudios de masculinidad, debería volver a interrogar las formas en las que hoy se construye la hegemonía en este campo, los antagonismos que la atraviesan, los fantasmas que la recorren y las grietas que no dejan de producirse ni de repararse.
—Rodrigo Parrini, Falos interdictos: cuerpo, masculinidad y ley (2013).

Ni víctima ni victimario, los extremismos aniquilan contrastes, paradojas, dicotomías propias del vivir. Sigo quitando costras ancestrales, sigo escuchando miradas críticas, aceptando errores cometidos; sigo en la sorpresa de la condición humana, de cómo ser justos en el absurdo, de renovar, sigo. La búsqueda del sujeto escénico ecologizado ha sido el objetivo en más de treinta años de carrera. Hoy dan cuenta de ello numerosos exalumnos, en la actualidad profesores, actores, bailarines y directores del Yarey, ENIA (1984–1988), ENAT, NET (1992–1994), CIT (1995–2007) y ESAY (2016–2021). ®

—Agosto de 2021.

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Publicado en: Artes escénicas

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