La sociedad de la información, el lado oscuro de los medios

y un alegato contra la tele-visión

El autor entrevista a dos especialistas en medios y a un escritor sobre diversos aspectos de los medios. Raúl Trejo Delarbre habla de internet y la sociedad de la información, Francisco Vidal Bonifaz de la economía de los medios y Heriberto Yépez se manifiesta contra la tele-visión.

Raúl Trejo Delarbre: Internet y la sociedad de la información

Raúl Trejo

Producto de una formidable revolución científica y tecnológica, Internet se ha convertido en la parte medular de un fenómeno de gigantescas dimensiones, la llamada Sociedad de la información. Sobre ella Raúl Trejo Delarbre (investigador del Instituto de Investigaciones Sociales y profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM) publicó hace un par de años su libro Viviendo en el Aleph. La Sociedad de la Información y sus laberintos (Barcelona: Gedisa, 2006), sobre el que entonces sostuvimos la siguiente conversación.

¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo?

—En primera instancia, porque es mi trabajo. En el Instituto de Investigaciones Sociales uno de mis intereses es la sociedad de la información en Latinoamérica. Yo encontré en Internet y de manera más amplia en la sociedad de la información, temas susceptibles de una mirada más allá de la tecnología y más allá de una disciplina específica. A mí me llamó la atención cómo existen economistas, historiadores, sociólogos, abogados, físicos, matemáticos que escriben y estudian acerca de este tema.

Usted señala que la información es propia de un mundo globalizado, una sociedad en la que también se reflejan las desigualdades, ¿quiénes, cuántos y por qué están excluidos de ella?

—Varía según el indicador que utilicemos y depende de qué entendamos por sociedad de la información. Yo asumo una definición amplia en el sentido del contexto que crea una vasta diversidad de recursos tecnológicos: Internet, en primer lugar, pero también la televisión satelital, la radio digital, los discos compactos, los videos. Habitantes o ciudadanos partícipes de la sociedad de la información son los muchachos que abren un blog o los que descargan en su iPod una colección de música para su uso personal. Somos aquellos que nos servimos del correo electrónico o bien participamos en los salones de charla.

Me llamó la atención en el libro el caso del Uruguay, donde se ha logrado una cobertura del 37 por ciento de personas conectadas, ¿qué política puede resultar idónea para lograrlo?

—En primer lugar, la peor política pública es la que no existe. El gran problema en México ha sido la ausencia de políticas diseñadas para ampliar la cobertura de Internet. Fox impulsó algunas medidas para que hubiera centros comunitarios de acceso a la red, pero con tan mala planeación, con tan escasos recursos y con tan propagandístico afán, que ocurrió en muchos municipios que las computadoras de escuelas u hospitales las incorporaran a la red de México. Qué bien que las enlazaran, qué malo que se dijera que aquello era algo nuevo, pues se trataba de computadoras tan viejas, con procesadores tan anticuados, que no servían para navegar en Internet. Una política nacional debería tener recursos, voluntad del gobierno, una orientación multidisciplinaria para que no fuera tan sólo la sed de promoción del gobernante en turno. Un buen ejemplo podría ser Brasil, donde hace ocho años el gobierno convocó a sectores muy variados para crear un consejo de Internet, integrado por cerca de cien personas de adscripciones políticas, tecnológicas y civiles bastante plurales.

Educar para internet

—En el aspecto educativo, ¿qué se tiene que hacer para aprovechar plenamente los recursos de Internet?

—Internet amerita una educación específica, en primer lugar para dominar los rudimentos técnicos, que no son cosa del otro mundo pero que hace falta conocer, pues casi todos hemos tenido que aprender sobre la marcha por vía de ensayo y error. ¿Por qué no evitarle a los estudiantes que están entrando hoy a la secundaria o que están saliendo de la primaria algunas penurias? Tendría que haber cursos de introducción sobre el uso de estos rudimentos, al igual que un curso de alfabetización donde se nos enseñara a leer y a escribir, tendría que enseñársenos a navegar por la red. Esto es difícil pero no es imposible. En otros países, haya o no computadora en el salón de clase, a los niños y a los jóvenes se les induce a utilizar Internet. En México muchos de los muchachos lo utilizan para chatear y bajar música, lo cual no está mal, pero no se les inculca el uso creativo, cultural, con fines educativos más específicos.

—Después de trece años del empleo más abierto y amplio de Internet, ¿ha aumentado más bien la desigualdad hoy?

«El otro grande riesgo es el de la reproducción de la exclusión digital: en la medida que no tengamos este recurso disponible para todos o para un número más elevado de personas, tendremos privilegiados que pueden navegar a grandes velocidades, apropiándose con más facilidad de los contenidos, creando los propios, y muchos que al estar marginados no tienen las mismas oportunidades y, a las desigualdades padecidas, venga a sumarse la derivada de la exclusión tecnológica»

—Todo nuevo recurso tecnológico se convierte en un factor de desigualdad en las sociedades contemporáneas. Cuando apareció la pantalla de plasma pues, de pronto los que no teníamos dinero o los que no queríamos gastar, nos volvimos marginados respecto de quienes decidieron hacer ese gasto. Lo mismo ocurre con Internet, pero este factor se va abatiendo conforme pasan los años. Hoy en día comprar una computadora es mucho menos difícil que hace diez o quince años, pues se ha vuelto más barato. El hecho es que cualquiera que esté conectado o que pueda colocar el contenido que desee, puede apropiarse de cualquier contenido en la red, lo mismo en Oaxaca que en Manhattan, en Chiapas que en París. El hecho de que los internautas puedan acceder a la misma información, aunque algunos lo hagan en mejores computadores y con mayor velocidad que otros implica un factor de democratización no sólo en el acopio de información sino en la capacidad de expresarse.

—La brecha digital, entonces, ¿se ha ido cerrando en estos trece años de popularidad del Internet?

—Hace doce años en México había casi 200 mil internautas y ahora son ya casi 20 millones. En el mundo había 25 millones y hoy se está rebasando quizás la barrera de los mil millones. Hay más gente que tiene acceso a estos recursos, si bien este reconocimiento no debería llevarnos a decir que todo está bien. Creo que no hay que tener ni una visión integrada, que es la que dice que todo está bien, ni tampoco una visión apocalíptica, que es la que dice que todo está mal, haciendo eco de Eco.

Libertad, democracia y conocimiento en Internet

—Usted menciona como una de las características de la sociedad de la información la libertad, pero también menciona que es necesaria la protección de los derechos individuales y sociales en la red, ¿es necesario reglamentar internet de manera específica?

—Hay muchos juristas que dicen que falta mucho para normar el Internet. Yo en lo personal considero que no, que lo que hay que hacer es algunos ajustes en los códigos legales para tipificar delitos como aquellos abusos que se cometan en la red y que serían delitos incluso en el mundo fuera de línea. Si a mí me asaltan en persona cuando saco dinero de un cajero en el banco, ése es un delito; igual tiene que ser absolutamente indudable el hecho de que si me sacan dinero de mi cuenta a través de Internet, se trata de una conducta delictuosa. Si alguien pervierte a un niño y lo obliga a tener relaciones sexuales, pues es un delito que hay que castigar con la mayor severidad. Si alguien se aprovecha de Internet para hacer lo mismo, pues evidentemente es un delito. Por lo demás, creo que una gran virtud de la red de redes radica en la enorme libertad de expresión. En Internet pueden propalarse pensamientos, datos y conceptos muy nobles, pero también muchas mentiras. Creo que debe existir la libertad para decir lo que sea, las tonterías más grandes, pero también para rectificarlas. Fuera de esto, la gente tiene derecho a ingresar a sitios con contenidos de cualquier índole. Haciendo a un lado el asunto de los niños (que deben ser protegidos), creo que los contenidos sexuales más extravagantes, si hay quien quiere colocarlos y hay quien quiere verlos deben estar en el derecho de poder hacerlo.

—Dice usted que la sociedad de la información es la más vigilada de la historia, ¿cuál podría ser el papel de Internet en el control social, tomando en cuenta el asunto de las cookies?

—Hay dos riesgos de limitación a las libertades en Internet: en primer lugar, la creencia de que Internet era un nido de delincuentes que había que reprimir y censurar. Aquí hay una tarea de explicación y de pedagogía que los interesados en defender estas libertades tienen que realizar para convencer a los jueces y a los gobernantes de que en Internet hay de todo y que, al igual que en la realidad, hay gente buena y mala. El otro asunto es el hecho de que, al tratarse de información disponible para todos, puede ser consultada por todos. Si alguien envía un correo electrónico con un asunto personal que no quiere que se conozca, se está equivocando: hay que recordar que todo contenido que figura en el Internet es susceptible de ser detectado por otros. Vaya, si uno tiene secretos que desea permanezcan como tales, no hay que ventilarlos en Internet ni convertirlos a formato digital. A veces se nos olvida que en Internet hay recursos que pueden implicar que otros conozcan lo que hacemos en la red, como las llamadas cookies, que son archivos que rastrean nuestras actividades. Eso es una realidad. Debiera estar reglamentado y lo está, pero de manera insuficiente.

—De Internet también llama la atención que ha facilitado la interacción, ¿pero con ello ha aumentado la participación política de la ciudadanía en la vida real?

—No tengo datos para afirmar si hay más gente en los partidos o en las organizaciones no gubernamentales. Lo que sí puede decirse es que las organizaciones de la sociedad que ya existían tienen en Internet un espacio para propagarse, de enlace con sus miembros, con una eficacia que antes no tenían. La posibilidad de que la gente se entere de lo que dicen esos grupos es mayor hoy. De hecho, los sitios de los partidos políticos, más que convencer a alguien para que vote por algún candidato, sirven para que los que quieren información dispongan de ella con mayor eficiencia.

—En el libro se habla también del empleo democrático de la red, especialmente en Europa, ¿hay proyectos que podrían constituirse en una democracia trasnacional?, ¿facilitaría la democracia directa?

—Internet no sirve solamente para expresar a distancia una opinión sobre cualquier cosa, también sirve para discutir. El gran riesgo es que hagamos de Internet un espacio donde sólo expresemos nuestros sentimientos o nuestra animadversión sobre cualquier asunto. En Internet y en la vida real se da una enorme cantidad de matices entre el sí y el no, y justamente la deliberación de esos matices es lo que puede dar lugar al reconocimiento de que hay una sociedad muy rica, muy versátil y muy plural, que no está sólo con los que buscan el blanco o en el negro. Para eso tendría que servir, si bien corremos el riesgo de que esta sociedad de la información, a través de Internet, sea un entorno de mensajes concisos, opiniones muy elaboradas, personajes populares o impopulares, gente que dice sí o no. Depende De nosotros, los usuarios de esta sociedad de la información, volverla un entorno muy rico, capaz de rescatar el colorido que tiene la realidad dentro y fuera de línea.

—Usted habla de la ciudadanía de la sociedad de la información. El concepto de ciudadanía entraña derechos y obligaciones, ¿cuáles serían éstos dentro de la red?

—Antes que nada, el derecho a poder utilizar plenamente los recursos informáticos. Por ejemplo, si nuestra conexión es sólo telefónica, tenemos una conexión muy pobre; si tenemos una conexión de banda ancha, entonces tenemos posibilidad de bajar con rapidez música, de ver películas con más calidad. Éste es un derecho inicial que no se nos reconoce; hoy en día en México la calidad de conexión es muchísimo más cara que en los países europeos, en Japón, Estados Unidos o Canadá. Estamos en desventaja. A quienes queremos tener una conexión de calidad nos cuesta muy caro en un país donde los salarios son mucho más bajos. En segundo lugar, los derechos tienen que ver con la posibilidad de expresarse; si el derecho a expresión lo tengo vetado: por ejemplo, si yo viviera en China no podría poner en Internet todo lo que con absoluta libertad puedo poner en México, Argentina o Brasil. Un tercer derecho es el de interactuar con otros y a tener acceso a todos los sitios.

Acerca de las obligaciones, más allá de que lo digan las leyes, mi obligación es el reconocimiento de los otros y el respeto hacia los contenidos, las ideas, los puntos de vista ajenos, sin más falta de tolerancia que con la que discrepamos cuando vemos mentiras o datos que consideramos podemos contrastar o verificar.

—Para concluir, ¿cuáles son las grandes oportunidades que la sociedad de la información y su columna vertebral —Internet— abren hacia el futuro y cuáles los riesgos que traen aparejados?

—Las grandes oportunidades, el conocimiento y la interacción. En Internet podemos encontrar mucha información que sólo nos va a servir para algo cuando sepamos apropiarnos de ella y elaborarla como cimiento, lo mismo para diseñar un nuevo paradigma matemático que para saber preparar un buen café. Nos podemos apropiar según nuestro contexto, nuestras necesidades y nuestras capacidades. La otra gran ventaja es la posibilidad de reconocer en Internet un punto de encuentro. Igual que usted y yo estamos conversando aquí, lo podemos hacer en un chat, por correo electrónico o por teléfono; nos es lo mismo que platicar en persona, pero es un sucedáneo útil en muchas ocasiones. Las desventajas: la posibilidad de extraviarnos en el inmenso océano de información y creer que toda la información nos es útil, o bien no saber ni qué elegir, no tener una orientación para discriminar, saturarnos de tanta información al grado de desarrollar cierta animosidad en su contra. Hay que saber aprovechar la información. El otro grande riesgo es el de la reproducción de la exclusión digital: en la medida que no tengamos este recurso disponible para todos o para un número más elevado de personas, tendremos privilegiados que pueden navegar a grandes velocidades, apropiándose con más facilidad de los contenidos, creando los propios, y muchos que al estar marginados no tienen las mismas oportunidades y, a las desigualdades padecidas, venga a sumarse la derivada de la exclusión tecnológica.

Francisco Vidal Bonifaz: el lado oscuro de los medios

Nadie duda hoy del gran poder que acumulan las grandes empresas que concentran la propiedad y el control de los medios de comunicación en los planos mundial, regional y nacional. Su poderío, además de económico, también se manifiesta claramente en la política y en la cultura, entre otros ámbitos.

El caso mexicano no es la excepción: un grupo de grandes empresas —encabezadas por un grupo aún menor de familias— tienen en sus manos los principales medios de comunicación encargados de producir y propagar la información y el entretenimiento —especialmente la televisión, la radio y la prensa—, con los cuales obtienen pingües ganancias y una influencia política extraordinaria.

Uno de los aspectos menos conocidos de los medios en México es el de su actividad económica, la que es mantenida en la opacidad por las propias empresas por así convenir a sus intereses particulares. No deja de ser muy contradictorio que a través de los medios esas empresas exijan transparencia a la vez que mantienen sus finanzas en casi total secreto.

Recientemente se publicó uno de los pocos libros que han logrado exhibir las entretelas de la economía mediática mexicana: Los dueños del cuarto poder [México: Planeta, 2008] de Francisco Vidal Bonifaz, quien traza un mapa de los medios y aporta datos para entender el presente y atisbar el futuro de los consorcios mexicanos de la comunicación en el país y en el mundo.

Sobre esos temas conversamos con el autor, quien cursara estudios de Economía en la UNAM, ha sido colaborador en diversas publicaciones y actualmente es consultor privado.

—¿Por qué escribir un libro como el suyo?

—Después de trabajar de manera más o menos cotidiana quince años en los medios, y de dar clases, tengo la idea de que los muchachos que llegan a los medios lo hacen con ideas muy poco objetivas. Yo estudié Economía y creo que la oportunidad de aportar algo a la formación de los jóvenes era hablar de la economía de los medios de comunicación. Eso es en realidad Los dueños del cuarto poder: poder económico y dueños de los medios.

—¿Cuáles fueron las principales dificultades que enfrentó para realizar esta investigación? Al principio del libro menciona la la falta de información sobre el tema.

—La información está muy segmentada y es poco sistemática. Si usted ve el libro, está sustentado en datos duros, en informes. Me apoyé mucho en información de las empresas que por su naturaleza tiene que ser pública, sobre todo las que cotizan acciones o valores, que son muy pocas: estamos hablando de Televisa, TV Azteca, Radio Centro, Cablemas, CIE-OCESA y ya. Trabajé en los medios, donde estamos todavía muy mal acostumbrados a la opacidad y esto dificulta las cosas. Pero se pueden hacer trabajos, hay mucha información. De hecho, como decía una persona que aprecio mucho y que me enseñó a reportear un poco, es más importante lo que se omite que lo que se pone.

—¿Por qué hasta hoy había sido muy poco estudiado este “lado oscuro de los medios”, como usted le llama a su actividad económica?

«Televisa y TV Azteca van a tener que partirse el alma por conquistar un lugar relevante en este mercado. Azteca lo tiene muy claro, tratando de impulsar su producción, su comercialización y la operación de canales en la comunidad de hablantes de español en Estados Unidos. Televisa tiene el problema del gran pleito que tuvo con Univisión, aunque todavía hay un contrato por varios años por el cual le tiene que vender su producción a Univisión, y ésta se la tiene que comprar»

—Creo que existe una condición general: la mayoría de los estudios de los medios los hacen los periodistas. Al menos yo tengo diez años dando clases de una materia, Estadística Aplicada al Periodismo, y la conclusión es que los números no se nos dan mucho. Los economistas no le han puesto mucha atención. Creo que hay temor. Es curioso pero cuando le llevé el libro a una persona que ha estado en el mundo de la comunicación me dijo: “Pues date cuenta de que ya no vas a tener trabajo”. Le dije: “En los medios espero que sí lo haya”. Sabemos que existen medios en los que domina la opacidad, a los que no les gusta dar información y otros que, aunque tengan que dar la información porque son públicos, ni siquiera la dan completa.

El peso económicos de los medios

Usted menciona la modesta importancia de la industria de los medios en la economía nacional. Esto debe suceder también en otros países, en el caso estadounidense, ¿qué peso económico tienen sus grandes grupos mediáticos?

—Allá sí es mucho más desarrollado. Es brutal la expansión que tienen estos grupos de entretenimiento, sus ramificaciones, los formatos, son algo impresionante. Nosotros siempre hemos creído que tenemos una industria de medios y de entretenimiento poderosa, sobre todo la televisión. A la conclusión a la que llegué es que sí, pero no tanto, al menos en el panorama mundial.

—¿Ni en el ámbito nacional?

—No comparable con la petrolera ni la telefónica, desde luego. Lo que se nos había dicho es que teníamos un lugar muy relevante a nivel, cuando menos del español mediático, pero ya ni siquiera eso: la primera empresa mediática en español del mundo no es mexicana sino española, Prisa. Desgraciadamente creo que ha hecho mucho daño el que no haya mucha competencia, el que no existan más opciones, porque eso ha provocado que la industria de medios en México se haya dormido en sus laureles.

Además es una industria protegida.

—Uno de los faltantes del libro es cuánto presupuesto público le llega realmente a la industria de medios y cuánto representan esos ingresos. Es una industria protegida; en alguna medida quizá lo tenga que ser. Pero eso no quiere decir que, por otro lado, no haya estímulos para su desarrollo, para su diversificación, para que se den más opciones, para revistas como Replicante o cualquier otra. Estamos demasiado concentrados en muy pocas opciones tanto de empresas como de formatos: aquí la reina es Televisa y el formato clave es la televisión.

En el primer capítulo del libro destaca que en el mundo hay cinco grandes grupos mediáticos y algunos más en los que usted llama la “división de ascenso”, entre ellos Prisa. ¿Qué peso estima que tienen estos gigantes internacionales en la industria mexicana?

—En todo caso, no es tan grande nuestro mercado para ellos, ésa es la verdad. No quiere decir que no sea relevante en términos regionales, porque finalmente tenemos la población de habla hispana más grande del planeta. Pero para los grandes consorcios los principales mercados no están en América Latina sino en Estados Unidos, Asia y Europa. América Latina es un mercado y una región secundaria. Calculo que tal vez tengan un 30 por ciento del mercado, pero es muy difícil estimar: Por ejemplo, de la televisión abierta que llega al 98 por ciento de los hogares, vamos a hablar de los canales nacionales que hay: en el Canal 7, de TV Azteca, prácticamente todo su contenido es extranjero, es un canal de películas y series. El Canal 5 va por allí. Entonces, dos de los seis grandes canales ya están dominados por los extranjeros. Sólo a ese nivel ya uno comprobando, de manera aproximada, el 30 por ciento que le di.

En sentido contrario, menciona algunos datos de la inversión de empresas mexicanas en el extranjero, especialmente en los casos de Televisa y TV Azteca.

—Eso es muy interesante. La investigación tuvo que parar en algún momento, en 2006 paré, pero de ese año para acá se ha agudizado el rango de la internacionalización de los medios mexicanos. Ése es un proceso inevitable: tienen que crecer hacia fuera. Lo que ya se bosqueja es la creación del mercado norteamericano de contenidos en español, que definitivamente va a comprender México, Estados Unidos y Canadá. Yo les digo a mis alumnos que la información tiene patitas y, sin saber, cuando nos damos cuenta ya anda por donde uno no sabe, así son los contenidos mediáticos. Televisa y TV Azteca van a tener que partirse el alma por conquistar un lugar relevante en este mercado. Azteca lo tiene muy claro, tratando de impulsar su producción, su comercialización y la operación de canales en la comunidad de hablantes de español en Estados Unidos. Televisa tiene el problema del gran pleito que tuvo con Univisión, aunque todavía hay un contrato por varios años por el cual le tiene que vender su producción a Univisión, y ésta se la tiene que comprar. Pero se puede quedar atrás, la veo difícil para ella. Esto explica también que Televisa se esté metiendo a telecomunicación.

La internacionalización también responde a un proceso en que la televisión abierta, que ha sido una fuente inagotable de dinero en este país. El que haya topado la televisión abierta y el que vengan ahora las cadenas estadounidenses a competir con contenidos en español es un aliciente para que las empresas mexicanas tengan que internacionalizarse. Ni más ni menos que este año TV Azteca regresó a Centroamérica; ya antes tenía algo en Guatemala, vendió y ahora volvió a comprar. Televisa estuvo mucho tiempo en Chile —también TV Azteca—, creo que entraron en Perú en algún momento. Mi gran incógnita es el mercado de España, donde creo que va a estar muy difícil, aunque Televisa ya es accionista de una de las cinco cadenas nuevas que se habilitaron en ese país con la apertura de la televisión.

Medios, economía y política

Hace poco Emilio Azcárraga Jean declaró algo así como que a Televisa no le regalaron nada los políticos mexicanos, casi sin favores del gobierno. Usted menciona en el libro que hubo políticas destinadas a favorecer a esa empresa, y también señala el caso de Ricardo Salinas Pliego y sus vínculos con Raúl Salinas cuando adquirió Imevisión. A grandes rasgos, ¿cómo ha sido la conexión entre el poder político y las empresas mediáticas en México?

—Al menos, en el caso de las televisoras, la relación ha sido umbilical. Televisa nace como Telesistema Mexicano y eran tres grandes familias: los O’Farril, los Azcárraga y la familia del presidente Miguel Alemán. Si Azcárraga Jean piensa que no le debe nada al gobierno, allí están los hechos históricos. Eso es irrebatible. Salinas Pliego (a ver si no nos demanda porque le encanta hacerlo) admitió que Raúl Salinas de Gortari le había prestado dinero para ganar la televisora en un concurso que se realizó bajo el mandato del hermano de éste.

En radio también hay grandes grupos que dominan esa industria en el país. Ante el dominio abrumador de la empresa privada, ¿qué sentido adquiere el sector público en la industria mediática?

—Antes que nada, mis respetos para los trabajadores de los medios públicos, porque hacen maravillas con magros presupuestos. Eso es una falta de respeto brutal al trabajo profesional de quienes dan su vida por los medios de comunicación. Claro, hay que regularlos bien, habría que vigilarlos, que haya condiciones de trabajo dignas. Eso sería lo mejor. Los medios públicos son muy importantes, primero porque deberían ser la punta de lanza de una política cultural de Estado, como un todo, como una inversión. Tal vez no se pueda obligar a Televisa a dar información en náhuatl, pero algunos medios públicos lo podrían hacer. También son relevantes porque son un contrapeso necesario a la excesiva mercantilización. Los medios públicos debieran tener ahora planes muy claros apoyados en una estrategia y en una política estatal de para qué los queremos. También deberían tener las mejores tecnologías, por ejemplo, los medios públicos deberían estar transitando a la televisión digital y las radios públicas a los transmisores digitales.

Sobre los contenidos, la mayor audiencia la tienen las telenovelas y las películas extranjeras y eventualmente se cuela un partido de fútbol, ¿qué posibilidades hay de que se dé una mayor diversidad temática?

—Posibilidades siempre las hay, dada la capacidad de creatividad de los jóvenes, de las personas en general. Del asunto del que no estoy tan seguro es si existan las condiciones para desarrollarla, sobre todo en cuanto a las voluntades. El siguiente patrón que nos va a coronar son las series. Los que tengamos ahora de 35 años para arriba, tenemos telenovelas, series y fútbol. Los más jóvenes ya no van a ver la tele, le van a dar la espalda porque ya no les interesa la historia de la Cenicienta, tema recurrente en las telenovelas, porque ven otras cosas en su vida cotidiana.

Si me quiere un poco provocativo, yo ya no le apostaría tanto a tratar de derrumbar los esquemas de la televisión, sino más bien a invitar a los creadores a que hagan cosas fuera del ámbito de la pantalla chica. Creo que ahora una enorme oportunidad es Internet, incluso para producir televisión; allí no son necesarios ni concesión ni permiso. Allí están las redes a su disposición. Estamos viendo el fenómeno del surgimiento de temas, películas y cortometrajes en la red.

Periódicos impresos en crisis

¿Cómo observa el futuro de los periódicos? Usted da cifras del estancamiento en sus tirajes durante más de diez años. También menciona los periódicos gratuitos que parecen estar en expansión. ¿Qué futuro tienen en esas condiciones?

«La información del columnista suele ser codificada, porque ese es su ámbito de trabajo: los códigos de comunicación entre una fuente y otra. Eso es lo que le da sentido al columnismo. La mayoría son columnas que trasladan información estratégica de un emisor a un receptor específico y eso se hace a través de códigos. Eso está bien para el emisor y para el receptor, y el columnista cumple su función de trasladar un mensaje, nada más que el 99.9 por ciento de los restantes lectores no le entienden»

—Muy complicado y no sólo en México sino que eso pasa en todo el mundo. El gran problema de nosotros es que está bajando el tiraje, que nunca fue grande. Leemos muy pocos periódicos, porque creo que los periodistas le seguimos hablando a los líderes, a los que toman decisiones, y el ciudadano común nos perdió la confianza. Yo ya no sé si la situación a estas alturas tenga remedio. La verdad no soy muy optimista en ese sentido; la tendencia va a continuar. En todo caso, no sé hasta qué punto los gratuitos vengan a sustituir a los lectores que ya están leyendo periódicos. He estado revisando las cifras de 2007, y lo que va de 2008, y siguen cayendo. Creo que la tendencia va a ser a caer 1 o 2 por ciento cada año. Lo que harán los gratuitos es decir: “bueno, si no quieres pagar 10 pesos no hay problema, pero aquí estoy”. Sólo se va a hacer un switch. Sé que hay gratuitos en Guadalajara —uno muy exitoso—, en el DF hay dos y uno en Hidalgo. Calculo que han de andar por los 300 o 400 mil ejemplares. Es muchísimo. Por otro lado, creo que la prensa impresa es lo que siempre ha sido, como lo decía Raymundo Riva Palacio, “el conducto por el cual los poderosos hablan de sí mismos y entre ellos”.

Ahora bien, seamos nosotros los periodistas quienes busquemos cambiar esa situación. ¿Por qué no abrimos cancha? No le hablamos a la gente de sus preocupaciones y hasta la agredimos tratándole de vender historias que no sirven. El público no es tonto; le podrá faltar cultura si se quiere —y eso es discutible—, criterio o información. Yo siempre les digo a mis alumnos: ¿Por qué se venden 750 mil ejemplares de TV Notas cada semana (que es tal vez el tiraje de toda la semana de un periódico nacional)? Y todo el mundo dice que esa información es basura. Yo no sé si lo es o no, pero a mí, como profesional de la información, me debe preocupar tratar de entender qué códigos, qué lenguajes, qué planteamientos son los que llegan a la gente. Hay que comprender qué está pasando con el auditorio.

—¿Internet no sería una opción viable para los periódicos?

—Pero va a tardar un tiempo mientras penetra en la población. Internet es el futuro. De hecho, debe haber periódicos que se leen más por Internet que en impreso. Sin embargo, si la información sigue siendo manejada igual que en los medios impresos, los van a abandonar, porque la gente no le entiende, en el fondo no se entienden porque están muy codificados. Por dar un ejemplo, somos el país que debe tener más columnas por centímetro cuadrado en periódicos. La información del columnista suele ser codificada, porque ese es su ámbito de trabajo: los códigos de comunicación entre una fuente y otra. Eso es lo que le da sentido al columnismo. La mayoría son columnas que trasladan información estratégica de un emisor a un receptor específico y eso se hace a través de códigos. Eso está bien para el emisor y para el receptor, y el columnista cumple su función de trasladar un mensaje, nada más que el 99.9 por ciento de los restantes lectores no le entienden.

Robert Dahl dice que una de las condiciones para que haya democracia es que deben existir fuentes de información diversas. Como puede leerse en el primer capítulo de su libro, hay cinco grandes compañías que dominan en el plano, ¿qué efecto tendrá esta tendencia monopólica en la democracia en el futuro?

—La consecuencia es obvia: las interpretaciones van a ser más de muy pocas fuentes y nuestro marco interpretativo siempre estará regido por ello. Es más, le puedo asegurar que, aun quitando las fuentes de esas empresas en México, el poder lo tenemos muy concentrado. Si usted se pone a analizar cuáles son nuestras fuentes de información, le aseguro que las básicas de todos los ciudadanos son dos. Eso es peligroso.

Por otra parte, me parece inevitable porque los consorcios tienen que crecer; si no lo hacen, se mueren o los matan. Yo aprendí en la escuela que la competencia en una economía de mercado lleva al monopolio, no al revés. Es lo que aprendí y es lo que estoy viendo. Es muy difícil tocar el tema de la democracia. Creo que lo único que podemos hacer es que los ciudadanos y los gobiernos nos organicemos para emitir y para compartir información; en lo que tenemos que pensar es en las posibilidades de tener accesos más diversos. Va a ser inevitable que los consorcios sigan creciendo y viéndose envueltos en fusiones. Si queremos poner un contrapeso, hay que crear opciones desde el punto de vista de los gobiernos, como políticas de Estado, no como ocurrencias geniales del político en turno, sino como auténticas posibilidades generadas por los ciudadanos. Además hay que abrirse a diversos proyectos de los jóvenes, que constituyen la mayoría de la población en este país.

Heriberto Yépez: Repensar la tele-visión

Heriberto Yépez

Recientemente, dentro de su colección Versus, Tumbona Ediciones puso en circulación el libro de Heriberto Yépez Contra la tele-visión, en el que el autor realiza una original y polémica reflexión crítica acerca del aparato-tecnología-técnica en dos opúsculos francamente lapidarios. En el primero de ellos aborda la transición de la era dualista en la que, paulatinamente, la telefísica ha ido sustituyendo a la metafísica, lo que ha traído severas consecuencias filosóficas cuyo término aún no alcanzamos a percibir.

En el segundo se ocupa de lo que llama la mass-co-media, en el que perfila el estado psicohistórico de los mexicanos y la formación de su cultura popular-mediática, la que expresa su profundo conservadurismo. Esto puede gozarse diariamente en la programación —especialmente cómica— de la bidictadura televisiva que nos gobierna.

Sostuvimos con el autor un breve intercambio virtual a propósito de su libro. Yépez es profesor de la Universidad Autónoma de Baja California, autor de una veintena de libros y colaborador de Laberinto, suplemento cultural de Milenio diario, de Replicante y Metapolítica, entre otras publicaciones.

¿Por qué escribir un libro como el tuyo?

—Hay que crear conceptos propios. Cuando alguien crea una idea, algunos dicen que sólo ha creado una palabra. En México por esa idiotez no tenemos filosofía. Los escritores sólo se han ocupado de fruslerías. El mexicano no se ha atrevido a redefinir la realidad, es un cobarde.

Para pensar la televisión usé conceptos que describen lo que ha venido sucediendo desde mitad del siglo XX: un giro de paradigma dualista.

Tele-visión y epistemología

En el primer opúsculo tratas la transición de la metafísica a la telefísica, en la que ésta, a diferencia de aquélla, postula que se puede encontrar la realidad “lejos”, “más allá”, pero dentro de este mundo. ¿Qué cambios ha traído esto para el pensamiento?

—Combatimos la metafísica ¡como si no hubiese sido reemplazada por otra cosmografía! La telefísica —que abrevié en Contra la tele-visión y que ahondaré en otro lugar— es una doble pérdida. Por la metafísica perdimos el aquí-ahora en beneficio de un más allá ilusorio. De ahí siguió la pérdida de ese más allá.

Nos quedamos en un limbo, metaforizado sin quererlo por Hollywood o Televisa, en la sensación de que nothing is real y la realidad es algo que tenemos que alcanzar, porque está lejos, inclusive la más inmediata. Esa que diariamente tratamos de conocer a través de la información, que nos trae noticias del Presente General, más allá reloaded y neo-aquí-ahora.

Encuentras en la televisión información, entretenimiento y espectáculo —allí está la amalgama industrial de esos elementos: el infoentretenimiento—, y una obsesión por el hoy, lo que da forma a lo que llamas pantopía. ¿Esto tiene que ver con la cortedad de miras hacia el futuro y con la carencia de grandes proyectos históricos señalada por el posmodernismo?

—El posmodernismo es la continuación de los valores de la Modernidad. No ruptura sino auto-knock-out, preconizado por el propio romanticismo. ¡Más Desilusión romántica! Nadie ha querido verlo. Los románticos alegaban que el mundo no tenía sentido. Así, el romanticismo se refugió en el mundo interior. La única novedad del posmodernismo es que extendió el sinsentido al mundo interior. (Otro giro telefísico.) El hombre posmoderno se engañó. Efectivamente el universo no tiene un Sentido antropomórfico. Pero sí hay direcciones, líneas evolutivas.

Está de moda negar esto y reducir todo alegato evolutivo a Hegel, y como Hegel no goza de prestigio ahora, pues el alegato de la evolución se desacredita. ¡Qué arrogancia pensar que la evolución ya se terminó y que esto que hoy somos es todo lo que habrá! ¡Qué vanidad! Una estupidez. Es mirar muy poco.

La evolución continúa, aunque los escritores retrorrománticos (como los mexicanos) y los académicos (como los estadounidenses) se sientan obligados a reducir todo alegato de ascenso de conciencia a términos del pasado, lo ironicen, porque son una bola de impedidos, provenientes, en el primer caso, del nihilismo del siglo XIX y, en el otro, del neomarxismo importado de Francia, les guste o no la evolución continúa. Y eso es la vida.

Hay un señalamiento tuyo que me parece crucial: la tecnología está supliendo la función de pensar. En ese sentido, ¿de qué proyecto epistemológico —que también mencionas— forma parte la televisión?

«Combatimos la metafísica ¡como si no hubiese sido reemplazada por otra cosmografía! La telefísica —que abrevié en Contra la tele-visión y que ahondaré en otro lugar— es una doble pérdida. Por la metafísica perdimos el aquí-ahora en beneficio de un más allá ilusorio. De ahí siguió la pérdida de ese más allá»

—La primera cuestión aquí es: ¿qué es “pensar”? Por pensar me refiero a la función que tiene lugar en el hombre, pero que no le pertenece exclusivamente, de transformar la realidad fundamental (inmaterial) en realidades objetuales (el mundo tal como lo percibimos). Me refiero a pensar como “noein”.

Al haber perdido la conciencia de que nosotros estamos formando la realidad (y que esta construcción es psicohistórica) nos obsesionamos con tecnologías, fantaseamos con ellas (por ejemplo, en las películas) que se encargan de crear realidades.

Esto obedece a una ley psíquica: todo lo que desconocemos de nosotros se vuelve fantasía.

La tecnología a la que paranoicamente (es decir, desde la izquierda) ahora atribuimos la “manipulación” de la realidad, o de la que (de parte de la derecha) nos convencemos de que nos traerá el Nuevo Mundo, no es más que la fantasía proyectiva creada a raíz de que hemos perdido autoconocimiento. No sabemos qué es el hombre.

Unos porque siguen la fantasía de Dios, y otros porque ni siquiera a esa fantasía han podido llegar. El autoconocimiento no existe ya en millones de seres, ni siquiera a nivel simbólico. Los intelectuales son un caso agravado de esta falta de gnosis del ser.

Lo curioso es que ese conocimiento teórico ya existe en la actualidad. Sólo falta llevarlo a la práctica. Es decir, el crecimiento de conciencia ya se hizo inevitable. Es cuestión de tiempo.

Psicohistoria del mexicano

En el segundo opúsculo estableces lo que es para ti el estado psicohistórico de los mexicanos, producto de una mezcla de opresión y sumisión debidas a la era prehispánica, a la Colonia y a la Conquista estadounidense. ¿Esa experiencia histórica es endémica, propia de los mexicanos, o es compartida o similar a las de otros países?

—Cada cultura tiene su propia fantasía. Cada cultura es una fantasía particular (se le suele llamar “identidad”). Por eso introduje esta noción particular de lo psicohistórico: para explicar en qué consiste, a grandes rasgos, el actual mexicano, que no es uno, por supuesto, pero que sí comparte una psicología. Por mucho que esto le ponga los pelos de punta a los que ya declararon muerta la “psicología de masas” por motivos políticamente correctos.

El mexicano está dominado por el miedo. El miedo se transmite por lenguaje verbal y no verbal, a través de la familia y estructuras sociales, como la escuela o los medios. El mexicano es un miedoso. Y ahora esconde su miedo a través de jugar al carnaval. Quiere convencerse que lo que pasa no le está pasando en realidad a él, sino que él está ya más allá de esta situación, por ejemplo, a través del crimen, el humor, la música o el gossip.

De esa experiencia mencionada arriba, señalas que el pueblo oprimido ha pasado a refugiarse en lo más conservador, en lo reaccionario, lo que lo ha conducido al kitsch que tiene su mejor expresión en la Neta, esa verdad superior que se supone que tienen los jodidos (esto no en sentido estrictamente clasista). ¿Ha habido, hay, alguna opción a esto?

—Sí, sí la hay. La formación de un auténtico conocimiento. Dejar de pensar que el conocimiento sólo puede ser hegemónico y que la verdad vendrá de los “oprimidos”. En relación con este libro me han dicho que lo que propongo es echar abajo la televisión, ¡no!, eso es una ilusión. La tecnología llegó para quedarse. Lo que propongo es que convirtamos los aparatos televisivos en aparatos autovisionarios.

Mucho se ha hablado del proceso de democratización del país; desde otras perspectiva, encuentras que hemos terminado en una teledictadura perfecta resultado de la conversión del gobierno y la política misma en un espectáculo (hasta El Universal, en programas de internet y televisión, difunde la idea del “espectáculo de la política”) regenteado por el bipartidismo Televisa-TV Azteca, que son las que realmente tienen el poder a través de la Señal. Más adelante señalas que vivimos en una oclocracia, un gobierno de la plebe. En este sentido, ¿cómo puede avanzar el país en la democratización cultural y política?, ¿puede haber un contrapeso real al bipartidismo televisivo?

—La democratización, tal como se entiende, no es la solución sino el problema. Hablamos de la democracia ¡como si la democracia que vivimos no existiera! Esto que vivimos, señores, ¡es la democracia! Dejemos de pensar que la Democracia es lo que la democracia real no es. ESTO es la “democratización”.

Tenemos que decidir otra vía. La vía es parar la fantasía de cada uno y parar la fantasía social. La fantasía individual es el yo y la fantasía social, “Estados Unidos”, no la nación que así se llama, sino el estado psicohistórico que “Estados Unidos” simboliza.

Daré un ejemplo. Tenemos que reformar la educación, pero de raíz. Formar, primero, miles de profesores dispuestos a cambiar de paradigmas, para educar de modo terapeútico y político pacífico. Ya existen los libros y métodos para formar a estos cuadros. Ya se está haciendo en pequeños centros de todo el planeta.

Luego, abrir escuelas especiales para personas elegidas, desde la niñez o la adolescencia, por su capacidad creativa e intelectual, para darles una educación más profunda, fundada en el trabajo con su autosanación, y la acción creativa, concreta, material y espiritual, que construirán el siguiente México.

Hay que llegar a un sistema educativo en el que se impartan clases de sabiduría ancestral debidamente interpretada, psicoanálisis junguiano, psicogenealogía, historia crítica, jardinería, meditación, arquitectura, creación de tecnología ecológica.

A los que no les interese o no muestren la capacidad para entenderlo, darles esa embarradita que llamamos educación. Pero a los que tengan más capacidad, juntarlos en planteles especiales, dar con ellos en todo el país, edades y clases sociales, con los mejores profesores y bibliotecas, para formar elites de seres autorrealizados, decenas de miles de ellos, formados rigurosamente desde pequeños para que tomen el poder y construyan un mundo en que tecnología y sabiduría sean sinónimos. Quizá esto suene a disparate. No me importa. No estoy hablando para la mente ordinaria.

Al final de cada opúsculo mencionas posibles salidas a la telefísica, a la cárcel de las imágenes y a la desmaterialización del mundo, así como, en el caso mexicano, a nuestro destino de dominación; en el primero mencionas cierta sabiduría y una nueva espiritualidad. ¿Podrías hacer un esbozo de ellas?

—El mexicano terminará llevando su actual degradación hasta sus últimas consecuencias. Esto sucederá en unas pocas décadas o, máximo, un par de siglos. Mientras tanto se está formando, lentamente, un saber especial que, por un lado, descifrará qué sucedió en los últimos milenios, cómo fue posible que se formara Oxidente, y cómo fue posible que nosotros ahora estemos derrotados —porque lo estamos. Y, por otro lado, un conocimiento práctico que nos dará las herramientas para recuperar las fuerzas creativas en el plano individual y, por ende, colectivo, para construir otro país y otro mundo, para erigir nuevos órdenes amorosos y nuevas ciudades.

Lo que están haciendo los escritores mexicanos, europeos o gringos es insulso. Parte de un patrón del pasado, un patrón neurótico. Pero hay otros caminos mucho más interesantes, útiles y espirituales. ®

Publicado originalmente en Replicante no. 16, Medios y democracia, agosto-octubre de 2008.

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Publicado en: Hemeroteca, Septiembre 2011

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